viernes, 30 de diciembre de 2011

Ofrenda



Digo sol, rojo, verano, risa, lengua, músculo, sudor, recordar, adolescencia, fuego, sangre, arterias, espíritu, alegría, ritmo, pasión, pureza, abrazo, cordialmente, coherencia, comunicación, solidaridad, concordar, sensibilidad, amor, compasión, serenidad, luz. Sólo algunas de las muchas maneras de decir corazón, de hablar del corazón. Por su forma, color, sonido, función, relación, energía, sentimientos, simbolismo.
Quienes somos está justo aquí, bajo nuestros pies, y el corazón puede guiarnos por el sendero correcto si dejamos que nos enseñe, que nos cante, que se exprese. Cuando hayamos aprendido a dar, a entregarnos, en pocas palabras, a amar, sabremos que hemos llegado a casa.

De mi corazón al corazón de todos y cada uno de los que tomando un poco de tiempo de su tiempo, visitaron, leyeron, criticaron y compartieron este espacio virtual y no tanto, GRACIAS, PROFUNDAS GRACIAS, y que la felicidad sea aquí , ahora y durante todo el 2012.

Publicado por Claudio



viernes, 23 de diciembre de 2011

Budismo: Más allá de Asia



El budismo comenzó a conocerse seriamente en Occidente a finales del siglo XIX cuando algunos exploradores, al tomar contacto con el continente asiático, tuvieron acceso a escrituras budistas de manos monásticas.
Lo que atraía fundamentalmente del budismo fue su lado analítico y racional, tanto como el hecho de que los textos provenían directamente de los tiempos del Buda histórico.
La escuela Theravada o “escuela de los ancianos”, regida por monjes, fue, en un principio, la que atrajo mayor interés, siendo las escuelas Mahayana y Vajrayana las menos observadas por considerarlas, equivocadamente, corrupciones de la primera, al suponer que estas escuelas habían dado mucho espacio a las emociones puramente humanas.
Es conveniente señalar que tanto la escuela Mahayana o “gran vehículo”, como la Vajrayana, nunca estuvieron alejadas de los fundamentos básicos del budismo, sólo dieron un paso más allá, al permitir que hombres y mujeres laicos pudieran practicarlos, llegando a ser la Mahayana la escuela con más adeptos en todo el mundo.

Entre las primeras décadas del siglo XX y mediados de ese período, también comenzaron a ser conocidas y divulgadas otras escuelas de budismo, como el zen, practicado en Japón, tras la llegada de maestros, como Taisen Deshimaru, quien se radicó en Francia para desde allí diseminar el zen por Europa, al igual que Daitetsu Suzuky o Suzuky Roshy, sin parentesco entre sí, quienes desempeñaron el rol de maestros y guías en los Estados Unidos.
También el budismo tibetano, con sus muchos maestros o lamas, supo enraizarse en el viejo continente y en América, ganando la simpatía de muchos hombres y mujeres de diferentes edades, procedencias culturales y religiosas.

El argumento fuertemente instalado que permitió comprender el marcado interés por el budismo en Occidente es, posiblemente, el descrédito que las religiones clásicas se ganaron entre sus seguidores por el uso excesivamente dogmático, abusivo y poco real acerca de la vida y nuestra relación con ella. Es justo señalar que dicho descrédito se vio más afectado por la manipulación política y económica de una buena parte de sus integrantes jerárquicos que por las bases profundamente espirituales de las tradiciones religiosas en sí.
En contrapartida, el budismo zen, por ejemplo, mostró un modo fresco y vital de religar lo espiritual y lo mundano a través de sus prácticas inclusivas, siendo la meditación o “zazen” la columna vertebral de ellas, al verificar su aplicación inmediata en las tareas cotidianas y sin la necesidad de intermediarios o deidades que autoricen o veten el desarrollo de esta disciplina.

Por mucho tiempo, buena parte del interés que surgió fue puramente intelectual y aún hay muchos budistas occidentales "de biblioteca". No obstante, existe un creciente número de practicantes budistas en diversos países de Occidente. Se han construido templos, monasterios, centros públicos y lugares de retiros budistas en Europa y América. Algunos provienen de las escuelas orientales tradicionales, pero también se creó, entre otros, el movimiento de los “Amigos de la Orden Budista Occidental”, y el llamado “Budismo Básico” practicado por laicos para laicos que no están vinculados con ninguna forma cultural oriental en particular y que han contribuido a expandir el budismo en Occidente.

Al parecer, el budismo llegó a estas regiones para quedarse y una buena prueba de ello es la inclusión de su estudio y conocimiento en prestigiosas universidades, como Oxford, Harvard, Salamanca o Milán.
A esta lista podríamos sumar los nombres de hombres y mujeres del mundo del espectáculo que fueron sumándose a las filas del budismo, como Richard Gere, Oliver Stone, Uma Thurman o, en mi país, el cantautor Pedro Aznar.

Aquí en Argentina, las escuelas más asentadas y concurridas son también la budista tibetana, con varios monjes y monjas, algunos de ellos de origen argentino, a cargo de monasterios, como también el budismo chino, coreano o zen japonés de las tradiciones soto, rinzai y obaku, entre otras.






En este intento de dar a conocer algo de lo que el budismo vino a aportar de este lado del mundo, no puede quedar ausente el invaluable aporte de su santidad, el Dalai Lama, quien, tras su exilio forzado en 1959, recorrió repetidas veces los diferentes rincones del mundo en su doble rol de embajador fundamental de su pueblo, en un intento hasta ahora frustrado por la recuperación pacífica de su tierra, el Tíbet, como en un entusiasta incansable por transmitir a cada ser humano los valores, también humanos, del budismo.

No cabe duda de que los habitantes de este basto continente americano padecemos un sin número de problemas que afectan dura y largamente nuestras vidas, sin embargo, es importante saber que el budismo no vino a cambiar el mundo, sino a que podamos cambiar nosotros. En su larga y rica historia, el budismo nunca desembarcó en los diferentes territorios con ánimo de dominio e imposición por sobre los valores culturales y religiosos preexistentes; nunca su vocabulario incluyó nada como: “guerra santa”, “conversión forzada” o “herejía”. Si bien ha habido algunos enfrentamientos aislados, después de todo, es una práctica realizada por humanos, con todo lo que ello implica, estos sucesos correspondieron o a ignorancia de los propios practicantes o por el verse forzados a contrarrestar los violentos sometimientos impuestos por regímenes dictatoriales, más que a cualquier intento de invasión con el pretexto de “traer la verdad a los pecadores”. Muy por el contrario, siempre se trató de un intercambio de influencias dentro del contexto socio-histórico imperante y sujeto a las necesidades de cada ser que quisiese conocer y desarrollar su práctica.

Como humanos en convivencia con las diversas formas de vida, estamos, más que nunca, urgidos de respuestas que modifiquen la realidad imperante de la pobreza, la violencia, y los cambios climáticos, entre otros males endémicos. Frente a esta perspectiva, las prácticas budistas como la meditación, la búsqueda del bien común, la acción amorosa y compasiva con toda forma de vida, pueden y así lo han demostrado, ayudar a cortar con tres males supremos y causales de tal deterioro humano y planetario, como son la ira, la codicia y la ignorancia.
Recordemos que el cultivo de cualquiera de estas tres actitudes impide el anhelo más profundo de todo ser humano, que es ser felices y evitar el sufrimiento.


Fuente consultada: Budismo.com - Ciudad de México.

Escuela Theravada: Escuela de los ancianos, practicado por monjes, siendo las más antiguas de las escuelas nacidas en la India.
Escuela Mahayana o Gran vehículo: Práctica que incluye a monjes y laicos, porque se centra en la liberación de todos los seres, no sólo humanos.
Escuela Vajrayana: Derivada de la anterior, también conocida como “budismo esotérico”.


Cada sucesiva escuela o vehículo se describía y distinguía de las anteriores con términos calificativos que provenían de sus respectivos énfasis.

Publicado por Claudio

viernes, 16 de diciembre de 2011

La costura del Rakusu




He cosido mi rakusu

con retazos de egoísmo

orgullo

miedo

prejuicios

deseos

contradicciones...

Sé que si aprendo a observar

sin juicios

estos trozos de tela me mostrarán

mi verdadero rostro.






Las imágenes de la entrada anterior sobre la toma de preceptos son, por una parte, el epílogo de un proceso que comenzó por el mes de mayo cuando le pedí la ordenación a mi maestro Dokyu, y por otra, ni el inicio ni el final de nada específico, tan sólo un paso más, pero no menos importante, en este camino de la vía del Buda a través de la práctica de zazén.

No dejaré pasar por alto que dicho proceso fue acompañado de la costura a mano de una tela llamada en el budismo zen rakusu* o pequeño kesa*.
La costura del rakusu (campo), visto en las fotos que antes mencionaba, no hubiera sido posible sin la invalorable colaboración de mi hermana del Dharma y monja budista zen, Adriana, quien con su infinita paciencia y sabiduría no sólo me enseñó cada paso de dicha confección, sino que en cada encuentro, en cada puntada o corte de tela que compartíamos, se producía una transmisión de energía que, por momentos, supuse que provenía desde el propio Buda histórico, atravesando los cuerpos de todos los maestros y patriarcas, el de Adriana mismo, hasta tocar y traspasar el mío.
Un cuerpo, el propio, que no paró de ser sacudido, como ahora se sacuden las ramas de mi árbol por la tormenta, por un sinfín de sensaciones y emociones. Toda una paleta de artimañas y justificaciones que mi ego desplegaba con tal de no quebrantarse o abandonar su dominio. Así y todo, no cedí a la tentación de la renuncia. Continué porque sentía que era ése el camino que necesitaba y necesito recorrer. El mismo camino que antes de mayo, el mismo camino que hoy mis pies pisan, pero en esta ocasión, teniendo que vivir la prueba de ponerme a prueba. Cara a cara conmigo mismo y todo ese caudal de condicionamiento que, amén de todo el que ya he venido pudiendo soltar, aún persiste. Un camino sin apegos o egoísmos que incluya a todos los seres. El camino correcto.

Verme y poder aceptar lo que se presentaba cada vez que la aguja traspasaba la tela y mi ego, cada vez que el hilo unía las telas, como también mi cuerpo y mi mente, era la tarea.
La tarea de practicar la verdadera religión, aquella que enseña a religar, a volver a unir lo que hemos separado: las telas que conforman el rakusu, la mente del cuerpo y el espíritu, a los otros de mí como a la tierra del cielo.

La ceremonia realizada el día domingo al mediodía, enmarcada del nerviosismo, la emoción y compasión de la sangha o compañeros de práctica, como los míos propios, más la presencia maravillosa de mi mujer asistiéndome desde su amor y gratitud, y de frente al maestro que acepté como guía, ha sido una puntada más a este rakusu o pequeño kesa que hoy cubre mi pecho, porque no determinó el final de nada, como dije al comienzo, y es que la tarea no se termina ahí, por el contrario, ese día señaló la entrada en el camino de una práctica, ahora manifestada públicamente, a partir de la cual se buscará que cada ser sintiente llegue al despertar, y alcanzar así el estado de nuestra verdadera naturaleza.

Por todo, mi total gratitud a todos los seres que formaron y forman parte del camino de mi vida. A ellos y a ustedes, todo mi amor, de corazón a corazón.





* Este manto es también llamado "la ropa de la felicidad" (Fukuden-è) o también "Mu soo" , el "hábito sin forma", esto es, sin ego. Además, está hecho con tela "sin forma". Antiguamente se usaban trapos, recogidos de la basura o en los cementerios. También es "sin forma" porque es usado por "un monje sin señas especiales", con un corazón libre de todos los apegos y obstáculos.

Este manto es llamado "Kasaya" en sánscrito, que derivó en la palabra "Kesa" u "Okesa" en japonés. Este Kesa se transformó en el símbolo del monje Budista, y era, junto con el cuenco de la comida, uno de los poquísimos objetos que poseía. El monje Budista tenía tres Kesas: uno de nueve tiras, uno de siete y otro de cinco. Este último, el Kesa de cinco tiras o Gojo-e, reducido de tamaño, se transformó en el Rakusu que los laicos también usan.

La palabra Kasaya significa "color desteñido" o "color de tierra" en sánscrito. Los cinco tercios del Rakusu (campo) quedan enmarcados por una tira de la misma tela, de la que salen dos breteles unidos por un pequeño rectángulo de la misma tela, llamado "maneki"(pieza soto) donde se borda un dibujo estilizado de una aguja de pino.

El lado interior del Rakusu es un panel de una tela como lino o algodón, donde el Maestro escribe el nombre en el Dharma del nuevo discípulo y estampa los sellos del linaje.

Publicado por Claudio



domingo, 11 de diciembre de 2011

Ceremonia: toma de preceptos











Ceremonia realizada en el día de hoy de toma de preceptos recibidos de manos de mi maestro Ricardo Dokyu.

Gassho

Publicado por Claudio



viernes, 2 de diciembre de 2011

Calma y silencio






Para buscar pues, la calma Interior,
no vayan adonde todo es calma
sino adonde no hay paz,
y sean ustedes la paz.

De esta forma la encontrarán al darla,
y la tendrán en la medida
en que vean que otros
necesitan de ustedes para calmarse.


Así hablaba Quetzacóatl

Publicado por Claudio

viernes, 25 de noviembre de 2011

Desapego



El desapego es leído algunas veces como el desinterés o la desvalorización de las cosas.
En el Budismo, el desapego se entiende como la capacidad de haber comprendido la ley natural de impermanencia, el movimiento perpetuo de toda forma de existencia. Comprender, en definitiva, que todo pasa, igual que las nubes por el cielo, que todo finaliza, como los ciclos, y que la energía no se destruye, se transforma. Alcanzar tal comprensión permite vivir en un estado de dicha y conciencia plena, así como de total gratitud y respeto por el momento presente.



El maestro Ryokan nos lo explica desde su profunda sabiduría:

Conozco a muchos hombres en este mundo ávidos de esto o de aquello.
Son como gusanos de seda ciegos; encerrados en sus capullos.
Presas de sus insaciables deseos hacia este universo mundano.
Pierden su libertad y destruyen su corazón y su cuerpo.
Año tras año, su innata bondad pierde fuerza.
Y cuanto más pasa el tiempo, más se arraigan en su locura.
En un solo instante echan por tierra su viaje hacia la eternidad.
Después tienen que ir solos, sin un sonido que les ayude.
Todo lo que han acumulado lo dilapidan en pos de su disfrute.
Y en cuanto partan, sus nombres quedarán olvidados.
¿Hay mayor locura que la de estos inocentes?
¡Ay! En lo más profundo de mi corazón tan sólo suscita un dolor infinito.

Ryokan (1758 – 1831) Monje zen.

Publicado por Claudio

viernes, 18 de noviembre de 2011

Nuestro reloj biológico



Somos energía. Energía que se mueve, respira, habla, piensa, siente. Energía que a su vez interactúa con el entorno, con el cosmos. De ese intercambio, nuestra relación con los alimentos juega un papel fundamental. Por esta razón, es preciso señalar que ser moderados en nuestros hábitos alimenticios es esencial para preservar la salud. Ir hacia dicho equilibrio precisa, entre otras cosas, comprender cómo funciona nuestro reloj biológico.

Muchos habrán notado que hay momentos del día en que nos sentimos más activos, como por ejemplo durante la mañana, o menos propensos a realizar actividades como sucede por la noche. Sin embargo, sé que algunos dudarán de esto al argumentar lo contrario, que por la mañana resulta más dificultoso hacer cosas y que por las noches tienen más “pilas”.
Sin desacreditar el modo particular en que la energía se manifiesta en cada ser humano, lo cierto es que hay veces en que esto sucede así por alimentarnos incorrectamente, alto consumo de medicamentos, no descansar lo suficiente e ingerir poca cantidad de líquido, agua más que nada, como la exposición a la polución ambiental, entre muchas otras causas.

Toda la actividad del ser humano está signada por los ritmos. El tiempo de actividad-reposo, el ritmo en el funcionamiento de cada órgano, esto es, apropiación del alimento, asimilación y eliminación, ritmo de vigilia y sueño, etc.
Por ejemplo, la medicina tradicional china nos cuenta que los pulmones tienen, al igual que el resto de los órganos y vísceras, horarios donde su funcionamiento energético es más activo. En el caso de estos, es entre las 3 y 5 de la madrugada. Observemos que cuando los pulmones están trabajando con una respiración calmada y profunda, del mismo modo será el sueño que mantengamos; por el contrario, cuando nos despabilamos, que suele ser justamente dentro de ese horario, puede estar significando que la energía en los pulmones no está circulando correctamente.
Entre las 5 y 7 horas de la mañana, el meridiano de mayor actividad es el del intestino grueso, permitiendo la eliminación de toxinas de nuestro cuerpo. Por esta razón, se sugiere que el desayuno contenga principalmente frutas de estación, jugos y cereales para ayudar con la eliminación. Es más, observen que en muchas ocasiones nos levantamos con la necesidad de comer algo específico y, esto es así, porque el cerebro y nuestro organismo están atravesando una situación energética por la cual precisa de un alimento particular para así regular sus funciones vitales.
Del mismo modo cabe esta interpretación para cada órgano. Muchas veces hemos sabido de ataques de asma por la madrugada o problemas cardíacos en horas del medio día, que es cuando ese meridiano, el del corazón, está en circulación, o no poder parar la ansiedad que se presenta a última hora del día, producto de un hígado hiperactivo, cuyo horario principal es de 23 a 1hs, impidiendo así la relajación y el buen dormir.

Hoy, damos más importancia al reloj de pulsera que al biológico, al punto de sentarnos a comer más porque el reloj lo indica que porque tenemos hambre. Tampoco nos levantamos al alba ni nos acostamos al caer la noche, con lo cual acabamos estableciendo un lógico desequilibrio que trae, como consecuencia, diversidad de desarreglos y enfermedades. Otra comprobación del funcionamiento de dicho reloj biológico se da cuando viajamos a países lejanos y nos encontramos al comienzo de la experiencia, desorientados, confusos y con cierto agotamiento; o, cuando se modifica el uso horario adelantando o retrasando el reloj por causas de ahorro energético. Si nos vemos afectados por alguno de estos hechos, notamos que cada uno requerirá de un tiempo de adaptabilidad hasta poder moverse con naturalidad.

Escuchar a nuestro cuerpo se ha vuelto poco habitual. Actuamos mecánicamente atendiendo más aquello que el médico nos dice que lo que el cuerpo expresa. No son pocas las personas que suelen decir: “tengo que tomar dos litros de agua por día porque el médico me lo recetó”, en lugar de reparar en el hecho de que el cuerpo, compuesto de agua en un 75%, nos pide recuperar el gasto que se produce a lo largo del día a través de la orina, la respiración, como al hablar.
La energía y la sangre se hallan constantemente en todas las partes del organismo. Lo que varía es la cantidad y la calidad. El ritmo de la circulación no admite pactos, no es aleatoria sino que está en función de la actividad biológica del ser humano y de su relación con la naturaleza.
En este sentido, somos responsables de haber alterado y destruido ese ritmo, manipulando la naturaleza a nuestra conveniencia y sin medir los resultados a corto, mediano o largo plazo. Como antes indicaba, no nos levantamos con el sol ni nos acostamos entrada la noche; se come por gula, ansiedad o vicio y en estados mentales alterados, cuando no acompañando la comida con la lectura del diario, la netbook o mirando el noticiero, más que por entender lo vital de una nutrición saludable. Nutrición saludable que incluye comer en un clima de tranquilidad, silencio, música agradable o rodeados de personas con las que se pueda mantener un diálogo afable y ameno.
En los últimos tiempos, ha aumentado, por lo menos aquí en la Argentina, la cantidad de gente que come por la calle, en el tren o el ómnibus, sumándole a todo esto lo desnaturalizado de una buena parte de dichos alimentos (colorantes, conservantes, edulcorantes, etc.).




Una ayudita para poner en hora nuestro reloj biológico

Por la mañana, es importante higienizar bien la boca, la cara y los órganos genitales, si es posible con agua fría, ya que así estaremos ayudando a incrementar la energía circundante. Tomar agua natural en ayunas favorece el movimiento peristáltico en los intestinos e hidrata el cuerpo luego de las horas de sueño. Si nuestro desayuno es acompañado por tisanas, que éstas sean tonificantes – los té sedantes se recomiendan para la noche.
Desde el mediodía y durante las primeras horas de la tarde, lo aconsejable es tener una dieta proteica – legumbres, huevos, pescado, siempre frutas y verduras – y, a medida que nos acercamos a las horas nocturnas, reducir las cantidades de alimentos para darle lugar al hígado a que realice el proceso de purificación de las toxinas acumuladas y así obtener un mejor descanso. A propósito, recordaba aquello de: “en la variedad está el gusto” y también, parafraseando, vale decir que en la variedad se encuentran todos los componentes nutricios que precisamos para establecer una correcta alimentación (hidratos de carbono, proteínas, vitaminas, minerales, grasas insaturadas, agua). Escuchar el cuerpo requiere del aprendizaje de su lenguaje sensorial y así, cada vez tener más claro lo que nos está contando y necesitando para poder acompañar su “tic-tac” más naturalmente.

Nuestro reloj biológico se ha roto, pero siento que todavía no es demasiado tarde para tratar de recomponerlo; habrá que cambiar las piezas nacidas de una mentalidad separatista y materialista de vincularnos con la vida por una mente amorosa, comprensiva y compasiva, en síntesis, integradora. Lograrlo depende de nuestro sincero y genuino interés en ocuparnos de ello.
Hoy contamos con mucha más información, medios y herramientas que pueden ayudarnos a ir encontrando nuestro justo medio, como se dice en el budismo; un justo medio que no alcanzaremos si no incluimos en la tarea la consideración hacia los demás seres sintientes con quienes cohabitamos.

Fuente consultada: Silvana Ridner – Nueva alimentación, nueva vida - Edicol


Publicado por Claudio

viernes, 11 de noviembre de 2011

Siempre igual, siempre distinto



¿Cómo, repentinamente o en el tiempo que demoro en parpadear, lo obvio, lo conocido se vuelve reveladoramente nuevo? Con mis pies hundidos en la arena húmeda, miro el mar, ¡como si fuera la primera vez!
¿Acaso el viento me olvidó de mí mismo y me volvió sal, arena, agua, cielo?

Publicado por Claudio

viernes, 28 de octubre de 2011

Aprehender, comprender, ser...


¿Qué aprendió el árbol de la tierra para conversar con el cielo?.

                                                                              Pablo Neruda

Publicado por Claudio

viernes, 21 de octubre de 2011

La barca vacía


Uno de los maestros zen más sobresalientes, Lin Chi, relató:
“Cuando era joven me fascinaba navegar en barca. Tenía una pequeña barca, y solía ir al lago solo. Me quedaba allí durante horas y horas.
Una vez sucedió que estaba meditando en mi barca con los ojos cerrados durante una noche muy hermosa, cuando una barca llegó flotando corriente abajo y golpeó mi barca. Tenía los ojos cerrados, así que pensé: hay alguien con su barca y ha golpeado la mía. Surgió la ira. Abrí los ojos y, enfadado, iba a decirle algo a ese hombre; entonces me di cuenta de que la barca estaba vacía. No había manera de continuar. ¿A quién podía expresarle mi ira? La barca estaba vacía. Simplemente había flotado corriente abajo hasta dar con la mía. Así que no había nada que hacer. No había ninguna posibilidad de proyectar mi ira sobre una barca vacía, sin nadie a bordo”. De modo que Lin Chi dijo: “Cerré los ojos. La ira estaba allí, pero, al no encontrar una salida, cerré los ojos y floté hacia mi interior siguiendo la ira, hasta lo profundo de mí. Y esa barca vacía se convirtió en mi realización. Llegué a un punto dentro de mí mismo en esa noche silenciosa. Esa barca vacía fue mi maestro porque comprendí que no es el otro el que trae la ira, ni el amor, el temor o el odio. Esa emoción estaba en mí y sólo se movió hacia el exterior. Se posó delante de mis ojos y al ver que no tenía en quién descargarla, me quedé observándola sin emitir juicio alguno, hasta que se apagó silenciosa como la noche en medio del lago. Esa barca vacía y a la deriva me enseñó que el otro, como la barca, está vacío". Si por el contrario, fuese el otro quien trae la ira, provocaría esa emoción en cada ser con el que esa persona se cruzase en su camino. El otro puede estar enfadado y sin embargo no hacer mella en nosotros si nos encontramos centrados, también vacíos.
Por eso, -concluye Lin Chi- desde ese día, si viene alguien y me insulta, me río y digo: Esta barca también está vacía. Cierro los ojos y entro en mí”.


Publicado por Claudio

viernes, 14 de octubre de 2011

Volver a casa

Segunda parte


El hara es el centro natural con el que estamos fuertemente ligados a la vida y a nuestra madre, quien nos alimentó durante los nueve meses de gestación a través del cordón umbilical y no sólo de comida, también de oxígeno y emotividad. Flotando en líquido amniótico, el bebe recibe todo tipo de vibraciones, siendo los latidos del corazón los fundacionales. Ese latido se vuelve un mantra para el bebe que lo calma, lo sostiene, le aporta confianza y la certeza de estar en casa. Estar cerca del corazón a la hora de mamar es para el bebe volver a esa música del alma que la madre emite, por lo que al tiempo de interpretarla se hará esencial que ella se ocupe de sonar afinada y armoniosa, pues esos sonidos conllevarán su estado emocional, trasmitiéndolos desde el abrazo, la mirada, la respiración, la teta y la leche.

Una vez nacidos, y durante unos pocos años, los niños y niñas continúan respirando con el hara completamente centrados en ellos, desnudos de preconceptos y lanzados a la aventura de conocer el mundo que vinieron a habitar; por eso es natural que se los vea generalmente riendo a panza llena, como me gusta decir, y felices. Tiempo después, invariablemente la crianza y la educación van minando buena parte de esa condición natural y alejándolos de su centro primario. Este proceso no es bueno ni malo en sí mismo, es la senda que tendremos que aprender a transitar para poder desarrollar nuestro potencial y coexistir con los demás seres en este mundo.
Como decía, las múltiples circunstancias de la vida llevan la energía del hara hacia la cabeza, provocando tal desequilibrio cuerpo-mente que bien podría explicar muchos de nuestros problemas de salud. No quiero dar la impresión de que el desarrollo intelectual es negativo, por supuesto que no. A lo que me refiero es a que de tanto pasear por el terreno del intelecto y visitar pocas veces las planicies del centro cardíaco y menos aún el barrio donde todavía permanece la casa propia, terminamos poco menos que volviéndonos extraños conocidos de nosotros mismos. Sin embargo, no hay razón para no poder retornar al hogar, al origen.

Tomarnos el tiempo de respirar todos los días durante unos minutos es un hacer noble, respetuoso y saludable. Respirar con todo el cuerpo es el vehículo para regresar a casa. Semejante a la tarea de aquel que planta la semilla, la cubre de tierra, la riega y pacientemente espera a que la planta crezca y dé sus frutos. Más tarde, podrá degustarlos y compartirlos con los demás.
Vivimos como respiramos, respiramos como vivimos. Vivir y respirar son sinónimos; comprenderlo deja paso a poder transformar una vida de claustro en una vida a cielo abierto.


Publicado por Claudio

viernes, 7 de octubre de 2011

Volver a casa


Primera parte


Nunca exhalamos el pasado
tampoco
inhalamos el futuro.

Inhalamos y exhalamos
solo
el presente
aquí y ahora.




La respiración entra rozando suavemente la piel de mi nariz y abarcando cada alveolo de mis pulmones, llenándolos. Me amamanto del aire que la sangre transporta y el corazón bombea hasta cada célula de mi cuerpo bañándolas de “chi” o energía vital. Luego, deviene una ínfima pausa oscura y silenciosa como el universo interminable, tras la cual el anhídrido carbónico, lo que sobra, lo que se ha quemado, sale para entrar en estos árboles que ahora me rodean. Después, nuevamente la calma que precede al amanecer de la próxima inhalación. Ellos, los árboles, se abren y me dan el sagrado alimento del oxígeno. Así nos damos y nos recibimos los unos a los otros creando el mandala de la vida, del amor y la muerte. En el mercado de la existencia trocamos moléculas y átomos sin tiempo ni edad. Entrelazamos nuestras historias escritas de infinitas historias, de pájaros, de lágrimas, de sol, de cuerpos.
El aire pasa como por una puerta de vaivén, como dice el maestro Suzuki, en un movimiento constante de entrar y salir que continuará mientras mis ojos brillen. Y en el justo medio, mi ser, invocándome para que despierte y aprenda a tomar sólo lo necesario de la vida; para que despierte y aprenda a soltar y a dejar partir sin pensamientos lo que abunda.

No tener que estar atentos a nuestra respiración es un alivio, pero también se puede tornar un incordio porque sin notarlo a lo largo de los años y por razones muchas veces difusas, la respiración se nos vuelve chiquita, acelerada, y la vida, en consecuencia, resulta carente de vitalidad y de amor. Lo cierto es que va mermando nuestra capacidad de oxigenarnos correctamente, lo que equivale a decir, a vivir correctamente. Aunque no nos agrade admitirlo, la respiración marca nuestro paso por la vida y viceversa. Y es que la respiración y nuestras emociones son almas gemelas. La una no puede prescindir de la otra. Si dudan de esto, observen, por ejemplo, que cuando estamos ansiosos, la respiración no puede ser calmada. Lo mismo, si estamos tranquilos, no respiraremos agitados o rápido, por el contrario, lo haremos despacio y en profundidad.
Sin embargo, y para nuestro bien, la respiración es la única función del sistema neurovegetativo que podemos realizar a voluntad. De manera que contando con la ayuda de algún profesional que nos enseñe algunos ejercicios de los cientos que existen y que nosotros nos ocupemos de practicarlo diariamente, será suficiente para recuperar total o parcialmente la capacidad aeróbica que tuvimos durante nuestros primeros años de vida. Esto resulta factible por el hecho de que nuestras células guardan registro de todo lo acontecido y la forma en que respirábamos de niños es uno de los muchos datos almacenados en ellas. De tal modo que será suficiente con una práctica constante para recuperar y mejorar esta función.

Si el método escogido para trabajar con la respiración es la práctica de zazén o meditación zen, aquí les explico cómo lo realizamos.
Durante zazen, comenzamos por escuchar la respiración que estemos haciendo en ese momento sin cambiar forzadamente nada: inspiramos..., expiramos..., inspiramos...,¿cómo estamos respirando?

El punto de concentración se dirige hacia la punta de la nariz para poder sentir el paso del aire y el roce que éste produce en ella. Con el tiempo de práctica se irá buscando que la exhalación sea más prolongada que la inhalación y también que el aire llegue hasta nuestro “hara” – punto ubicado a cuatro dedos por debajo del ombligo – siendo ése el centro concreto de nuestro ser, anatómica y energéticamente. Para facilitar la concentración en la respiración, se puede recurrir a contar el tiempo que el aire tarda en entrar al cuerpo, por ejemplo, cuatro tiempos, y el que demora en salir, seis tiempos, consiguiendo así uno de los propósitos, que es espirar más largo. También pueden contar las exhalaciones comenzando por uno hasta llegar a diez y luego volver a comenzar. Si en algún momento del conteo se distraen, lo que se sugiere es volver a comenzar por uno.

La respiración relajada y profunda puede otorgarnos muchos beneficios como por ejemplo:

Reduce la hipertensión arterial.

Mejora la capacidad de memoria, atención y concentración.

Baja los niveles de cortisol (hormona del estrés).

Contribuye a disminuir el colesterol.

Fortalece el sistema inmunológico.

Mejora la digestión.

Favorece la buena circulación sanguínea arterial y venosa.

Mejora el funcionamiento del cerebro y de todo el sistema nervioso.

Y por si todo esto huele a poco, sepamos que al respirar desde el hara nos volvemos uno con el cosmos.


Publicado por Claudio

viernes, 30 de septiembre de 2011

Sentir. Aquí y ahora



Esta semana, me paré delante de mis alumnos de Chi Kung y Zazén con un cartel que decía: "Acá practicamos el SENTIR, por favor: DEJE SU CABEZA AFUERA".
Este es un recordatorio para ellos y también para mí. Practicar con una conciencia plena el pulsar sensorial de este preciso momento, lo que sea que esté aconteciendo aquí y ahora, dejando ir a la mente parlanchina e intranquila, e indagar nuestro cuerpo-mente sin juicio ni crítica. Esa es la práctica hacia el despertar.
Unos días después, a propósito de esto y mientras revisaba unos textos, me reencontré con éste, que fue escrito por el maestro Daidoji, y que ahora me permito compartir con ustedes.

Dejar atrás, cortar, abandonar tras la puerta del Dojo (salón de práctica) la pequeña conciencia egoísta o, en caso contrario, es eso lo que estaremos practicando.
Practicar es descubrir el cómo funciona la conciencia profunda, pasar este “cómo” a la vida cotidiana, consciente e inconscientemente, y que no podamos hablar de zazen sentado o zazen de pie.
Experimentar con firmeza la claridad de la mente imparcial, impersonal. La atención presente.
Una mente llena de sueños personales, anécdotas, cálculos y opiniones, que persigue o se queja, no es transparente, no dispone de espacio. Pasar del suceso al acontecimiento es como pasar de la caricatura a la vida. Si ponemos condiciones, no hay disponibilidad, y sin ella, la libertad es imposible. Suceso es anécdota personal. Acontecimiento es lo que hay aquí y ahora.
Vivir en el mundo sin ser del mundo. ¡Libertad!

Soko Daido Ubalde – Médico psiquiatra y maestro zen ordenado en Japón en el año 1989.

Publicado por Claudio

viernes, 23 de septiembre de 2011

La energía justa


En diciembre del año 2008, participé por primera vez de una “sesshin” o retiro de meditación zen. Cuando supe cómo iba a ser el organigrama de actividades de esos tres días y que la alimentación era básicamente vegetariana, mi mente no tardó en echar leña al asunto disuadiéndome de no asistir, argumentando que “iría a pasar hambre”, que “no sería suficiente comida”, tomando en cuenta que la jornada en un sesshin comienza a las cuatro de la mañana, o cuestionando “¿si me quedo con hambre, qué hago?”, etc., etc., etc. Temores infundados, más si tomaba en cuenta que llevaba una dieta vegetariana desde hacía muchos años y, sobre todo, porque no había estado nunca bajo la experiencia de una práctica intensiva de varios días.
Diluidos los miedos, comprobé que, lejos de “morir de inanición”, todo lo que se nos ofrecía era más que suficiente para el desgaste energético que se iba generando a lo largo del día.

Este año 2011, en un nuevo sesshin que se realizó en el mes de mayo, tuve la oportunidad de conversar con un monje zen. La charla se dio durante la merienda del último día, cuando el tema volvió a ser la alimentación y nuestra relación con ella.
Aproveché para comentarle lo ocurrido durante aquella sesshin, a lo que él señaló lo habitual que suelen ser esa clase de pensamientos para quienes conviven por primera vez bajo esas pautas. Pero más relevante fue cuando le mencioné que la sensación real que tuve al ver la comida dentro del cuenco, y sobre todo luego de haberla comido, era la de haber consumido la energía justa; el monje sonrió y dijo: así es, los “oryokis” o cuencos donde se sirven los alimentos, nos recuerdan tomar sólo lo que vamos a consumir, la energía justa, como acabas de decir.

Elegir los alimentos, manipularlos, cocinarlos y luego ingerirlos evitando su desperdicio es también hacer “zazen”. Todo está en cómo hacemos lo que hacemos y no sólo para qué o por qué.
La atención en las formas, colores, sabores, texturas, como en los utensilios que usamos, permiten vincularnos íntimamente en el acto de cocinar y comer; recordemos que volvernos íntimos con el hacer es la esencia de la práctica zen. Sin embargo, esta postura no se adquiere sin una mente equilibrada y serena. Entendamos que no es suficiente con colmar nuestros sentidos si nuestro estado mental está alterado, pues, tarde o temprano, esta actitud se verificará cuando nos veamos rodeados de objetos sin que ninguno llene verdaderamente nuestras necesidades. Podemos tener poco, pero con la mente en paz, no faltará ni sobrará nada.

Por otra parte, adquirir el alimento no es posible sólo porque poseemos el dinero para comprarlo, también es preciso que consideremos que para que ese plato de comida se encuentre delante nuestro, se hace imprescindible el aporte del sol, el agua, la tierra, el aire, los antepasados humanos que descubrieron el modo de cultivarlos, cosecharlos y crear tanta variedad de comidas, entre muchos otros factores. En pocas palabras, eso se llama “ley de interdependencia”. Comprender esta ley nos permite tener con la comida un trato más ecuánime, cuidadoso y agradecido. Una mente que comprende el funcionamiento de esta ley natural es, sin dudarlo, una mente verdaderamente ecológica.

No es mi intención colocar la comida dentro de un marco de religiosidad rigurosa, o peor aún, usar la culpa como estrategia para su valorización como ha sucedido a lo largo de buena parte de nuestra cultura judeocristiana; por el contrario, lo que busco es que podamos recuperar el sentido sagrado que ésta tiene al ser un aporte generoso y esencial para nuestra existencia y la de los demás seres.
Hoy el mundo se debate entre la sobre alimentación y la desnutrición. Razones por demás importantes para revisar cómo y de qué manera nos ocupamos de tratar los alimentos. Reitero, y pido disculpas por hacerlo, pero es nuestro estado mental condicionado el que debe ser indagado, porque es ese determinismo el que produce alguna de estas dos difíciles y dolorosas realidades. A modo de ejemplo, recuerdo a mi abuela preparando artesanal y amorosamente lo que comíamos, porque ése era su estado anímico y mental, en comparación con las comidas desnaturalizadas por el exceso de químicos que actualmente se consumen. ¿No es acaso esto el resultado de una mentalidad, también desnaturalizada?

Volviendo a aquel sesshin del 2008, recuerdo que, sentado delante del cuenco, mirándolo, sintiendo los aromas que desprendían los alimentos y paladeando lenta y silenciosamente cada bocado, es como obtuve la claridad para comprender lo que ahora les relato.
Nosotros, seres humanos, somos hijos de la maravillosa danza entre el cielo y la tierra. La gestación corporal y mental en retroalimentación constante. Dando, recibiendo, creando, destruyendo y volviendo a crear infinitamente.

Publicado por Claudio

viernes, 16 de septiembre de 2011

Educación y creatividad


Entrevista de Eduardo Punset al escritor y educador ken Robínson sobre cómo estimular la creatividad en niños y adolescentes.

Publicado por Claudio

viernes, 9 de septiembre de 2011

La vida en una respiración

“Descansa en lo inmediato como si fuera infinito”


                                                                                  E. Espe  Brown



¿Cuánto dura una vida?
¿No dura, acaso, el tiempo que me llevó escribir esta frase?
El transcurso en que sorbo mi mate, en el que se encuentran nuestros ojos. El sonido del silencio entre una nota musical y la siguiente.
El tiempo en que cae la última hoja del árbol. El último ápice de sol detrás de la montaña.


La vida es lo que demoran mis dedos en abotonar el saco. La explosión de una carcajada. Cuando atiendo el teléfono y te digo “hola” y escucho tu aliento que precede a tu “hola”.
La vida perdura el ciclo que el corazón precisa para echar un borbotón de sangre a todo mi cuerpo. La vida dura lo que mis dedos sobre mi cara recordándome afeitarla.

La vida es el momento en que mi nariz captura el aroma del pan tostado.
El lapso de colgar la ropa recién lavada.
La vida es el instante en que enciendo este sahumerio y esta vela que ofrezco al Buda delante de mí y dentro de mí.
La vida es la eternidad del relámpago.

La vida transcurre en esta inhalación... en esta exhalación...
El aire entra y soy nacido, el aire sale y muero. La forma se vuelve vacío. Desde el vacío una bocanada de aire me renace... espiro y vuelvo a morir... a transformarme.

La vida en una respiración es todo lo que la vida dura. ¿Y después? Primero, dejémonos morir con la última exhalación y así quedará ratificado que hemos vivido, inhalado. ¿Después, preguntas? No hay después, sólo este instante precioso de vida que me está respirando.

Publicado por Claudio



viernes, 2 de septiembre de 2011

Todos somos Budas




Una mujer joven, poeta y de ojos brillantes contó: Supe de un lugar en la India donde decían conservar petrificadas las huellas de Buda. Cuando estuve allí, me descalcé, me coloqué sobre ellas y al mirar no lo podía creer, ¡¡¡tenía diez dedos igual que yo!!!

Todos somos Budas.

Publicado por Claudio

viernes, 26 de agosto de 2011

El arte de no esperar nada



Todos los martes, sobre el final de la tarde, suelo ir hasta la capital para participar de mis prácticas de zazen. La capital de Buenos Aires, como muchas grandes ciudades del mundo, está atestada de tránsito, gente que va y viene incesantemente, ruido proveniente de todos lados y un dinamismo que casi no sabe de descanso. Es una ciudad bella, culturalmente ecléctica y vibrante pero, acostumbrado como estoy a andar más lento y sin mucha prisa, estar allí, en el vientre de esa capital cosmopolita, se vuelve una buena oportunidad para practicar la paciencia y así evitar ser arrastrado por la marea.

En el noveno piso de un edificio de oficinas, se encuentra el templo “Serena Alegría” que mi maestro, el monje Budista de la escuela Soto zen Ricardo Dokyu (DO: camino; KYU: eterno) dirige. Cualquier imagen o idea que puedan tener de un templo Budista, olvídenla, pues, como digo, se trata de un cuarto pequeño, de pisos de madera, un hueco en la pared con pretensiones de cocina, baño, por supuesto, y un ventanal por el que se cuelan restos de cielo y sol sobre un desfile de edificaciones que alfombran el suelo porteño más allá del horizonte.
Ricardo, a quien conocí a comienzos del año 2003, es argentino y monje zen desde su ordenación en 1991 en Japón, donde permaneció por un término de once años. Sus primeros pasos en el zen comenzaron en el año 1984 de la mano del maestro Igarashi Ryotan en Brasil.
De trato afable, pero reservado y alto, muy alto, Ricardo Dokyu suele recibir con suma amabilidad a cuanto hombre o mujer desee adentrarse en la práctica del zen, sentando en zazen sin nada que vaya más allá de una sucinta explicación de la postura y contestando únicamente aquello que se le pregunte.

El silencio reina desde el mismo momento que entramos al “templo”. Al dejar nuestras pertenencias, al saludar con una sonrisa cordial para luego dirigirnos a nuestro “zafu” (almohadón de meditación), a la espera del comienzo de zazen.
La austeridad del zen es una fuerte presencia en este espacio. Austeridad que a muchos, como a mí en un comienzo, incomoda o produce cierto amargor difícil de digerir, hasta que con el tiempo o años de práctica, más allá de comprenderlo y apreciar su aporte, se vuelve, incluso, familiar.
La “nada” aparente que recibimos en este cuarto de oficina, donde el ritmo monótono del motor de la heladera juega un contrapunto desafinado con los ladridos del perro del vecino. Donde nadie, muchos menos el maestro, apela a ninguna artimaña para convencer a los practicantes de que “está bueno” venir y practicar. Donde no hay ofrendas ni obsequios y nada que decir más allá de lo necesario, es una “nada” que lenta o abruptamente, en un instante o en años de sentar, sacude nuestro todo. La geografía del lugar, como las actitudes del maestro despojadas de artilugios, pone de manifiesto, nos guste o no, nuestros hábitos, costumbres, manías, apegos y rechazos. Desde un cuerpo quejoso por los dolores de la columna, o las rodillas, por la mente de mono loco donde los pensamientos se avalanchan, hasta los sentimientos que hacen hervir la sangre o licuarla, nos lleva a descubrir que no es una simple nada lo que nos despierta, lo que nos alerta completamente o a cuentagotas. Es, por el contrario, la muestra cabal de la actitud correcta, la palabra correcta y el pensar correcto de un maestro neutro, simple y asertivo, que señala las instrucciones sobre una actitud de vida – la práctica de zazen en todo momento y lugar - que revele nuestra verdadera naturaleza. Naturaleza que somos y de la que nos hemos alejado para seguir los pasos del ego, de la ilusión, de una verdad a medias, que bien vale la pena conocer para hallar nuevamente el camino hacia la plenitud y la felicidad. Más allá de su invaluable guía, depende de nosotros y de nuestra perseverancia en la práctica, llegar o no a su encuentro.

Por esto, lo que a simple vista parece poco y hasta vacío, si lo comparamos con esos lugares que ofrecen excentricidad, decorado y colorido para así obtener la atención cautiva de la gente en un intento de asegurar su continuidad, esta “nada”, mal llamada por mí y de ahí su entrecomillado, es la esencia misma del zen que tan bien define el maestro Suzuki al decir: “el zen no es un entusiasmo, no es un excitante, sino más bien la concentración en la vida cotidiana”. Cuando esto se comprende, cuando aprendemos el arte de no esperar nada, notamos lo valioso de tener a mano ese espacio, un cojín donde sentarnos, compañeros de práctica y la presencia de un maestro que nos transmite cómo andar sobre nuestros propios pasos. Bajo estas condiciones, lo que abunda es la gratitud.

No fueron pocas las veces en que, luego de dejar atrás el templo/oficina, me sentí motivado por la particular paradoja de encontrar que la serena alegría yace, crece y se abre como una flor de loto en un pantano, en el caos mismo de esta ciudad.


Foto: Ricardo Dokyu

Publicado por Claudio


viernes, 19 de agosto de 2011

¿Qué nos predispone a la felicidad?



Eduardo Punset Casals (Barcelona 1936) es abogado, economísta y comunicador científico.Es licenciado en Derecho por la Universidad de Madrid y máster en economía por la Universidad de Londres.

A Eduardo Punset lo han visto en otros videos de este mismo Blog como conductor y entrevistador de su programa Redes de la televisión Española.

En esta oportunidad, lo verán dando una conferencia en Puebla, México, como partícipe del encuentro conocido como "la ciudad de las ideas".
Que los disfruten.

Publicado por Claudio

viernes, 12 de agosto de 2011

Permiso, me voy a sentar



Siglo veinte cambalache, problemático y febril...Como dice el tango. La verdad es que este siglo veintiuno no parece muy diferente, con lo cual nos encontramos frente a una situación un tanto contradictoria si pensamos que, por un lado, las obligaciones con la casa, el trabajo, los hijos, el estudio, el dinero, las crisis laborales y económicas, así como la hipertensión, el colesterol elevado o los trastornos cardíacos, se nos presentan como “excusas” válidas para continuar justificando nuestro mal vivir; por otro lado, esta misma realidad nos lleva a la búsqueda de alguna técnica que nos permita modificar, total o parcialmente, el acelerado ritmo de vida. Dicho de otro modo, para todo mal hay remedio, siempre que nos queramos ocupar.

Por supuesto que no faltarán quienes se atajen aduciendo la “falta de tiempo” para dedicar unos minutos al día en ocuparnos responsablemente de nosotros mismos. Si bien es evidente que cuando escribo en este espacio lo hago en primer lugar por mi propia necesidad y gusto, también sé que son muy diversas las personas que acceden a leerme y entre ellas habrá de las que digan: “con todo lo que tengo para hacer y vos me pedís que me siente a meditar unos minutos al día”... Todo bien, como decimos por estas tierras sureñas, para ellas también escribo, pues, quizás, un día de estos y siempre que no sea demasiado tarde, alguien diga: ¿Y si probamos y vemos qué pasa con eso de parar un ratito tanta locura diaria? Y aunque así no sucediera, no será motivo para no dedicar unas cuantas líneas a esto de ver cómo integrar la práctica de la meditación a nuestra vida cotidiana, no sólo por sus atributos, sino también para dejar en claro que no se trata de adquirir algo más de entre las muchas adquisiciones que ya poseamos. Todo lo contrario, la propuesta va dirigida a alivianar un tanto la carga, ya que no estamos hechos para tener de todo, todo junto y ya, lo que es cada día más evidente al comprobar cómo tantas personas en el afán de tenerlo “todo”, acaban agotadas y enfermas.

El alto índice de consumismo, la competitividad descarnada, el deseo de éxito rápido y fácil, entre otros tantos males a esta altura endémicos, no hace más que jugar en nuestra contra al comprobar que lo que obtenemos es todo lo contrario de lo que anhelamos, al menos la mayoría de las veces, llegando a esos lugares y situaciones de los que tanto queríamos escapar.
Una buena causa de estos actos y consecuencias es que aún predomina en nosotros la idea del cuerpo como una máquina subordinada a las órdenes y apetencias de una mente ávida de consumir y poseer, confundiendo “nivel de vida” con “calidad de vida”. Calidad que no se obtiene por tener más y más y más... Esto, inevitablemente, tiene un precio muchas veces elevado que se paga con trastornos fisiológicos, orgánicos y psíquicos, malos tratos con los demás, familiares, amigos, compañeros de trabajo, por no mencionar el atroz uso y abuso de nuestros bienes elementales no renovables, como el agua o el aire.
Nuestra mentalidad mecanicista ha creado una realidad demasiado yang, o sea, muy masculina, rígida y agresiva, degradando toda esencia femenina (energía yin) como la creatividad, la bondad, la contemplación, el cuidado de la naturaleza y el respeto y complementariedad con las mujeres. Seguros y arrogantes de ser los dueños del planeta, nos lanzamos sobre la naturaleza arrancándole las entrañas con tal de satisfacer nuestro interminable deseo de poder. La invadimos, la violamos y despilfarramos sus recursos, que son a su vez los nuestros, provocando uno de los más dolorosos e imperdonables actos de ignorancia de los que hayamos sido capaces en toda nuestra historia.


La pérdida de estabilidad material no es la verdadera razón que tanto y tan agudamente puede angustiarnos o deprimirnos, sino que ésta es la consecuencia de un desequilibrio que comenzó, inconscientemente, el día que nos convencimos de que la única manera de “ser felices” era teniendo, teniendo y teniendo imparablemente. Y no hablo sólo de tener bienes materiales, los que, hasta cierto punto, resultan necesarios, sino que hasta algunas de las relaciones humanas que mantenemos, incluidos muchas veces los propios hijos, terminan siendo sumados a la lista de “objetos” que hay que tener para así sentir que “pertenecemos” al orden y buenas costumbres que establece la sociedad. Una sociedad que deberíamos evitar ver sólo en su conjunto, pues esto invita a cierta subjetividad borrosa y poco real; en su lugar, sería más ajustado y sincero mirar a quienes la componemos, es decir, a nosotros mismos. Individuos, hombres y mujeres, ataviados de pensamientos y conductas muchas veces nada generosos ni agradecidos con la vida ni con lo mucho que ya tenemos y que al parecer siempre resulta poco, porque siempre estamos pidiendo algo más. Pidiéndole a nuestros padre, a nuestra familia, a las instituciones, a los gobernantes y, por supuesto, a Dios. Mendigos de ropas raídas o de marca no hace la diferencia, todos nos comportamos como mendigos al fin.



Entonces, ¿la respuesta es sentarse a meditar para cambiar el mundo? No. Pero sí para cambiar nosotros. Si cambiamos nosotros y recordamos que el mundo está habitado por humanos y seres sensibles que anhelan la felicidad y evitar el sufrimiento, quizás...
Como dije líneas más arriba, no se trata de adquirir, en este caso la práctica de la meditación, sino de dejar de hacer, soltar o quitar un poquito de tiempo a otras cosas para así generar el espacio necesario que pueda ser ocupado por la práctica de la meditación. ¿Cuánto tiempo? El que podamos disponer, pero que esté dedicado únicamente a sentarnos en meditación. Por lo que les sugiero olvidarse por un rato del celular, la computadora o cualquier otro elemento que los distraiga. Pueden comenzar con unos diez minutos al día, veinte minutos día por medio o, a lo sumo, veinticinco minutos una vez a la semana.
Si lo piensan un poquito, verán que no es tanto como parece, ¿verdad?

Sobre los beneficios de esta práctica ya comenté en otras entradas de este mismo blog que bien pueden visitar. Tan sólo quiero detenerme en un par de conceptos.
La práctica de la meditación, de la respiración calmada y profunda, lejos de ser un acto egoísta, nos predispone a practicar mucho más que una postura de piernas cruzadas y columna recta; nos adentra, sin mayores inconvenientes, hacia un trato respetuoso, grato e íntimo con nosotros mismos, así como con las demás manifestaciones de la naturaleza, animales, plantas, insectos, agua, tierra... ¿Por qué? Porque cuando estamos transitando la vida con calma, respeto, alegría serena, entre otras cualidades, es de esa manera que nos relacionamos con todo y todos. Por lo tanto, multipliquen estas actitudes por cientos o miles de personas y luego, deduzcan cuál sería nuestra realidad humana y planetaria.
Si hay interés y constancia en querer aprender y practicar, como ocurre con cuanta profesión, oficio o actividad que desempeñemos, la práctica de la meditación se vuelve una forma de vida. Un estar más atentos. Atención que nos deja ver y decidir desde un plano conciente cómo queremos/podemos vivir nuestra vida.
Como les digo a mis alumnos, si se quiere llevar la actitud meditativa a la vida diaria, no hay lugar, situación o momento en donde la atención, observación y respiración abdominal no puedan hacerse. ¿Por qué? Porque ahí estamos, con nosotros mismos y con la vida, manifestándose a cada instante justo debajo de nuestro pies.

Zazen no se practica con un objetivo, ni deseo de logro, pero, sin duda, la recompensa llega cuando nos damos cuenta de cómo se ve y se vive siendo más ecuánimes, tranquilos y silenciosos. No por ello dejaremos de pasar por momentos conflictivos o dolorosos, pero serán menos en cantidad e intensidad y algo más distanciados debido a que si lo que estamos dando y haciendo es desde esa actitud de ecuanimidad, así será lo que vuelva.
Ahora si me permiten, me voy a sentar un rato.

Gassho

Publicado por Claudio







viernes, 5 de agosto de 2011

Mente de principiante


Shunryu Suzuky

“…El zen puede ser peligroso para las mentes inocentes. Esas mentes pueden ver fácilmente el zen como algo bueno o especial mediante el cual pueden conseguir algo. Esta actitud puede llevar a problemas. Un joven inocente puede descuidar su naturaleza búdica y en su lugar apegarse a una idea de inocencia, creándose problemas. Necesitamos una mente de principiante, no una mente inocente. Mientras tengamos una mente de principiante, tendremos el budismo…”


Suzuki Roshi llegó a San Francisco en 1959 para ser el monje de la comunidad laica japonesa-americana en el templo Sokoji. Tenía 54 años y era maestro de Zen Soto. Tuvo un entrenamiento estricto en su juventud con su primer maestro Gyokujun.
En San Francisco apreció mucho la frescura mental de los occidentales que tenían grandes expectativas pero sin preconcepciones basadas en la experiencia. El libro de las primeras pláticas de Suzuki se llama Mente Zen, Mente de Principiante. Practicaba solo zazen por las mañanas y si alguien venía y le hacía preguntas acerca del Zen, nada mas respondía: "me siento por las mañanas, por favor venga a acompañarme".

Suzuki no ponía énfasis en ser brillante o perspicaz, más bien enfatizaba la simple práctica diaria y constante. En su propia vida él era muy constante. Se sentaba con sus discipulos todos los días, llevaba una vida tranquila de templo y no viajaba mucho, enseñando por aquí y por allá. Para él la iluminación se encontraba en la práctica diaria misma, no en experiencias espectaculares o descubrimientos profundos.
Además del Centro Zen de San Francisco, también fundó los centros de retiro en el campo Green Gulch Farm y Tassajara Zen Mountain Center.
Se murió en 1971.

De su libro "Mente zen, mente de principiante"



La práctica


La postura de zazén:

La postura no es un medio para obtener el estado mental correcto.
Cuando se toma esa postura se está en el estado mental correcto.
No hay necesidad de lograr cierto estado mental especial.

Respiración:

Lo que solemos llamar el yo
no es más que una especie de puerta de vaivén.
que se mueve cuando inhalamos y cuando exhalamos.

Control:

La manera de controlar una oveja o una vaca
es darles una extensa pradera.

Olas mentales:

Como disfrutamos de todos los aspectos de la vida en el despliegue de la gran mente,
no nos interesa una simple alegría excesiva.
De esta manera podemos gozar de una serenidad imperturbable.

Maleza de la mente

Uno debe sentirse más bien agradecido por esa maleza de la mente,
porque finalmente contribuye a fortalecer la práctica.

La médula del zen

En la postura de zazén, el cuerpo y la mente poseen gran fuerza para aceptar
las cosas tal como son, sean ellas agradables o desagradables.

Sin dualismo:

Detener el curso de lamente no significa detener sus actividades,
sino que la mente ocupa todo el cuerpo, y en esa plenitud se a de dar forma
al mudra con las manos.

La reverencia:

La inclinación reverente es práctica muy importante.
Hay que estar preparado para esta reverencia hasta el último momento.

El deseo:

Por imposible que nos parezca descartar ciertos deseos egocéntricos, hemos de hacerlo.
Nuestra verdadera naturaleza exige que lo hagamos.

Nada especial:

Cuando se sigue esta simple práctica todos los días se logra un poder maravilloso.
Maravilloso antes de lograrlo, pero después de logrado, no es nada especial.

La actitud correcta:

Lo que se reafirma es la plena confianza en la naturaleza original.

La repetición.

Si se pierda el espíritu de la repetición, la práctica se tornara bastante difícil.

El zen y el entusiasmo.

El zen no es un entusiasmo, no es un excitante, sino más bien la concentración
en la rutina cotidiana.

El esfuerzo correcto:

Cuando la práctica es buena, quizás pueda uno sentirse orgulloso de ello.
Lo que se hace es bueno, pero entonces se le a añadido algo.


El orgullo sobra:

El esfuerzo correcto es deshacerse de lo que está demás.

Sin huellas:

Cuando hacemos algo, debemos consumirnos por completo, como una hoguera bien encendida, sin dejar huellas de nosotros mismos.

El dar de la gran mente.

Dar es no apegarse, dicho simplemente no apegarse a nada es dar.

Errores de práctica:

Cuando la práctica es más bien ambiciosa, uno tiende a desanimarse. Por eso hay que agradecer toda señal o indicación que advierta y recalque el punto débil de esa práctica.

Limitar la actividad:

Generalmente, cuando alguien cree en alguna religión en particular, su actitud toma cada vez más la forma de un ángulo agudo que lo aleja a uno de sí mismo.
En nuestra práctica, el vértice del ángulo está dirigido siempre hacia nosotros mismos.

Estudiarse a sí mismo:

No se trata de lograr un profundo sentimiento hacia el budismo, simplemente, hay que hacer lo que se debe, por ejemplo, cenar e irse a la cama. Esto es budismo.

Lo negativo y lo positivo.

La gran mente es algo que se expresa, no algo que se descifra.
La gran mente es algo que se tiene, no algo que se busca.

El nirvana, la catarata:

Nuestra vida y nuestra muerte, son la misma cosa. Cuando nos damos cuenta cabal de ello, le perdemos el miedo a la muerte y a las verdaderas dificultades de la vida.

Transitoriedad:

Debemos lograr la existencia perfecta por medio de la existencia imperfecta.

Naturalidad:

Momento tras momento, todo el mundo emerge de la nada.
Esta es la verdadera alegría de la vida.

Más allá de la conciencia:

Lograr una mente pura en un estado de ilusión, es práctica.
Cuando uno trata de excluir la ilusión, sólo logra hacerla más persistente.
Hay que decir: “Oh esto no es más que una ilusión”, y no alterarse por ello.

La iluminación de Buda

Cuando uno se enorgullece del logro o se desanima en el esfuerzo idealista, la práctica nos encierra tras una gruesa pared.

La mente zen:

Antes de que deje de llover ya oímos  el canto del pájaro.
Y bajo la inmensa capa de nieve ya vemos las blancas campañillas y algún retoño.

Publicado por Claudio