viernes, 26 de mayo de 2017

Toda comparación





Toda vez que nos comparamos con alguien, con algo o con otro país, por ejemplo, solo practicamos y acrecentamos la auto negación de lo que es o somos, como de lo que es concreto y concluyente respecto de lo que nos gustaría o no que sea. Esto se denomina evasión de la realidad o sea, no vemos lo que es para tomar consciencia de ello, lo que en sí mismo ayudaría a transformarlo atentos en la acción de ver, aceptar y responder en consecuencia.
No olvidemos que, la verdadera consciencia es acción, tiempo presente la comparación es reacción es decir, repetición de actitudes pasadas por lo tanto, repitiendo el pasado, ¿cambiamos verdaderamente el presente?
De esta manera, por mucho que a simple vista parezca que nos encontramos en otro lugar, situación o posición, solo continuaremos trasladando el problema y multiplicándolo porque aún, no se lo ve como realmente es y por ello es que no lo resolvemos.

Recordemos que, si hay luz, es porque existe la oscuridad entonces, si no admitimos lo que es desnudo de toda intención, solo estaremos ocultándolo en su opuesto complementario sin que exista transformación posible; y permanecerá allí hasta que más temprano que tarde resurja incluso, con mayor ímpetu.

Esta es la búsqueda espiritual mal comprendida y peor elaborada de aquellos que creen que lo que hay que indagar y comprender a cerca de ellos mismos (carácter, relaciones, amor, vida, muerte) se encuentra fuera de ellos es decir, en iglesias, centros de yoga o meditación como en prácticas que por proceder de oriente se las cree "espirituales" per se. .
Es la sensación y posterior percepción de estar confundidos, "fundidos con" un presente que duele o atemoriza, lo que nos lleva a "buscar/evadirnos" hacia lugares, prácticas o gurús que suponemos tienen y conocen lo que hemos perdido dentro de nosotros mismos, algo parecido a extraviar las llaves dentro de casa y buscarlas en la calle. En consecuencia y aunque en ocasiones haya que “irse” para luego volver, lo que tenemos que considerar es lo que sucede al comparar o compararnos debido al hecho de que toda comparación, en primer lugar, se sostiene en el supuesto de que algo o alguien es mejor o peor que nosotros y de ahí que su construcción psicológica se base en una idea o juicio de valor previo por lo que el pasado, del que derivan los pre conceptos, ahora disfrazado de esperanza futura, continúa prevaleciendo en las decisiones que vamos tomando a diario permaneciendo dormidos en dicho pasado sin ver y vivir plenamente el presente.
No olvidemos también que, todo lo que vemos en el o lo otro, ya sea que nos agrade o no es, en realidad, ese lado que ya somos o tenemos pero que aún desconocemos y que bien se encuentra en nuestro ser como una semilla a la espera de ser revelada a la luz de la consciencia y regada para que sus frutos alimenten nuestra bendita humanidad como la de los demás.

Un ejemplo final de cómo esto funciona sin notarlo. Decimos: “ sé que he cometido un error y me ocupare de subsanarlo” Si bien la intención es loable, lo que no vemos ni escuchamos es que es la intención misma de querer ser o hacer algo distinto lo que acaba contribuyendo a una segura repetición de los mismos errores y viejos patrones aprendidos, producto de creer que quitando el síntoma, el error, el problema o huyendo solo quedara el acierto o lo bello cuando en rigor de verdad, el error continuará ahí, al asecho para aparecer cuando la situación lo disponga por no haber podido o sabido alcanzar la claridad necesaria que permita comprender que, no se trata de no errar o acertar siempre, de ser mejores o peores que algo o alguien y si, de mirar tanto objetiva como subjetivamente, que lo que es y somos siempre estará sujeto a los dos lados de una misma situación.

Por consiguiente, la transformación surge de una observación que no busca ni quiere algo específico sino, solo observar y ver lo que es permitiendo que el discernimiento y la propia percepción actúen.

Claudio Daniel Rios



viernes, 19 de mayo de 2017

Silencio





¿Qué es el silencio?...No te apures, porque cualquier cosa que digas, no te permitirá escucharlo...

Pero te digo, no hay modo de conocerlo si no es a causa del sonido, del ruido, del grito que emerge del alma del Maestro directo a nuestra alma.

El silencio en medio de la ciudad aunque solo escuchemos el aturdimiento incesante, está ahí, acá, ahora, en vos, en mi.
El silencio subyace en mi metro y medio de existencia durante zazen, durante el viaje a cualquier sitio o en el mientras tanto de toda situación posible.

El silencio en el arte de ser respirado por el cosmos.
El silencio al mirarme en tu mirada llena de palabras impronunciables y prístinas.

Por la mañana, cuando a penas se vislumbra un haz de luz, el cuenco suena tres veces anunciando el zazen del despertar a la presencia única de este instante fugaz como la gota de rocío que, como testigo de la noche profunda, se columpia al borde de una hoja de pino a punto de caer o de ser devorada por un rayo de sol.
Dirigiéndome al zendo, el silencio cruje en las hojas secas bajo mis pies.
El silencio como puente entre un pensamiento y el siguiente y también dentro del pensamiento cuando éste viaja del vacío al vacío.
El silencio que irrumpe con implacable precisión en la muerte exacta de la ilusoria creación del yo. Luego, pero aquí mismo en esta  quietud del lago sereno, tranquilo y calmo, el canto verdadero y único de mi ser se revela, en silencio.

El silencio es la única posibilidad de crear música. La música de tu voz, de tu temblor enamorado o temeroso. Si no hay silencio, nada existe aunque el silencio...tampoco existe, ¿lo escuchas?

Claudio Daniel Rios

viernes, 5 de mayo de 2017

Parar la pelota


A mi viejo


He amado jugar al fútbol desde que era muy chico y lo continué haciendo durante muchos años hasta que por decisión propia, lo deje para poder cuidar o evitar que mi cuerpo se lesionara.
Recuerdo con mucho amor esos días y tardes de pelota, potrero y amigos como la pasión por ponerme los cortos, la camiseta de mi club preferido y el placer inenarrable de patear la redonda y correr dentro de un campo incansablemente.

Hoy y luego de colgar los botines, como se suele decir en la jerga futbolera aunque no la pasión por el juego en sí, he podido reencontrarme con ese mismo amor al ejercer mi profesión como profesor de chi kung, practicante de Budismo zen o masajista. Claro, ya no se trata tanto de "jugar" aunque si de crear y recrear desde esas disciplinas, una forma de vida capaz de tomar, porqué no, algunos de los muchos aspectos positivos del fútbol y colocarlos en las clases como por ejemplo, el trabajo en grupo o en equipo, el amor por conocer y respetar el cuerpo aprendiendo a mejorarlo comprendiendo su estrecha relación con la mente, las emociones como el territorio y tiempo actual que ocupa.
Enseñar el valor de aprender a aceptar los límites o sea, si te toca ser de los que meten porque no hay mucho más bue, a meter se ha dicho pero, con el amor puesto en ese cuerpito que es la vida misma y bien merecido tiene disfrutarla; o tal vez las musas se han portado algo mejor con tus condiciones corporales y sos de los que se sueltan, dibujan y recrean el alma y la vista de quienes te vean en la cancha de la espiritualidad pero eso si, con perfil bajo y ayudando a que el equipo no juegue solo para vos y si para todos.

De ese lugar pasional como controvertido que es el ámbito del fútbol, siempre rescate una frase tan popular como profunda que mi viejo dice desde vaya a saber cuando y que en muchas ocasiones me a ayudado a jugar mejor el partido del vivir como es "parar la pelota"
Parar la pelota en el fútbol no es para cualquiera pues, tener esa virtud es de aquellos cuya inteligencia emocional, corporal y espacial los lleva a ser los distintos y casi únicos, en relación a esos otros jugadores que son más de arremeter, empujar, poner pierna fuerte o correr transgrediendo las mismas leyes de la física.
El que sabe parar la pelota es el que piensa pero más aún, es el que intuye que la cosa necesita un breve respiro para echar una mirada rápida y asertiva sobre el terreno y los compañeros para resolver el asunto de tal modo que las chances de avanzar y anotar queden casi definidas pero, sin dejar de lado el gusto refinado por tocar, pasar, y disfrutar del despliegue y hasta del bailecito gambeteador aunque sin gastar al rival, de modo de no llegar de puro atolondrado y empujando al gol por el mero hecho de ganar y si con la jerarquía, el bien hacer del buen pie de los que aman el juego más allá de todo trofeo o aplauso.





Parar la pelota en la vida diaria, en el trajín laboral, en la enfermedad o en la existencia misma cuando nos pasa factura para no continuar moviéndonos por ella cual robots. Parar la pelota en las relaciones o a la hora de decidir qué vida queremos construirnos, es sumamente necesario de lo contrario, acabamos tropezando más veces de las deseadas con lo indeseado, cayendo y cayendo en la trampa que todo miedo arma seduciendonos con miles de justificaciones para no salir de acá, donde esa acá sea, porque, "vaya uno a saber donde terminaríamos" aunque al mismo tiempo nos la pasemos quejándonos de éste presente o, en su defecto, del pasado el que muchas veces crea o empuja la salida al ilusorio e inexistente futuro.

Parar la pelota y mirar, escuchar, ordenarse, sentir el latido del corazón mientras el sol nos acaricia la frente y el sudor nos recorre la espalda dejando que sigan de largo los fantasmas y surja desde el fondo de nuestras entrañas la señal que indique el camino certero por donde continuar el juego y pasarla, eso, acordarnos siempre de pasarla, de compartirla o sino, vamos a escuchar que nos griten desde alguna tribuna: ¡no seas morfon!, pero también nos lo reclamaran en el laburo, los amigos o en casa es decir, no lo queramos controlar todo y a todos, todo el tiempo, tengamos presente que jugamos con otros y juntos, que si bien es sumamente importante la decisión propia, como la soledad bien vivida, ese espacio interior donde está el que somos, el que ya tiene todo lo que le hace falta para salir a la cancha sin amedrentarse porque el rival presente a los mejores (al menos a mi, me gusta jugar siempre con y contra los mejores); es decir, ya tenemos la pelota, esa mínima expresión de la redondez encantadora y casi perfecta del planeta tierra, la capacidad de convivir con la gloria tras haber aprendido a conocer la derrota porque ahora la llamamos oportunidad y el amor, el también está, que sería posible sin él, ¿no? y la alegría, el coraje, la calma, la serena consciencia para no olvidarnos que cuando se anda por esta bella esfera se anda el propio sendero, el propio lugar del terreno donde ocupamos el puesto que se hizo justito para nosotros, como señale párrafos antes pero, en tribu, con los otros, con los animales y las plantas, las montañas y el cielo, con el agua y la luna, con la noche clara y la tormenta inesperada. Después de todo, si el equipo no está completo, vamos a estar perdiendo antes de comenzar.

Solo resta que te decidas a jugar, a ponerte los pantaloncitos, o la falda de mujer íntegra, el hábito de ser humano que no es otro que el que ahora llevas puesto y salgas a jugar, a revelarte a todo condicionamiento que te estanque en la mezquindad de subsistir a base de tirarla afuera (culpar a los otros, a Dios o al destino) o que la fortuna o la carambola de algún casual contraataque te permita convertir un golcito de mala muerte (placeres superfluos)  mejor salí,  disfruta que la tarde está linda, linda para patear un rato y abarcar la cancha completa que no es otra que tu vida misma, ¿o te vas a quedar en el banco a que otro te diga cuando podes entrar? Salí, dale, así como ahora estás, donde ahora estás y algo más, no te cambies la camiseta jugá con la que te aprieta, la que está arrugada o embarrada y que como cada día ahora lucís y deja que el viento de la consciencia bien habida la vaya limpiando y estirando poquito a poquito, partido tras partido, hasta que luzca con los colores de tu hermosa humanidad porque después de todo, si ya estás acá, ¿te lo vas a perder, vas a dejar que la vecina resentida de al lado o sea, tus falsas ideas e ilusiones temerosas te pinchen la pelota, las ganas de pisar el pastito, o la aventura áspera y bella de jugar y ser feliz?

Claudio Daniel Rios