viernes, 24 de enero de 2014

Chi kung es la vida misma

Nada de lo humano me es ajeno, tituló mi profesor Carlos Trosman hace varios años, a un artículo sobre técnicas corporales terapéuticas. Por supuesto, me sumo a esa frase y la tomo como agua para mi molino para decir: cómo puede pensarse la práctica de Chi kung como algo separado o tangencial a las actitudes y experiencias que transitamos como seres vivos, orgánicos, humanos. Siento la necesidad de aclararlo porque nos es de extrañar que se piense que una clase de chi kung se tenga que desarrollar sólo en un ámbito apropiado para ello, pero sin embargo, y a medida que se va teniendo cierto recorrido por sus muchas formas de practicarlo, se va cayendo en la cuenta de que no hay razón para que dicha práctica no pueda realizarse, también, en casa o en cualquier otro sitio.
Del mismo modo pero en sentido contrario, la vida con todos sus pertrechos, llega de la mano de cada alumno al recinto o dojo de práctica, aunque no siempre la persona tenga conciencia de ello. Pese a todo, un buen día ese ser cae en la cuenta de que todo lo que se es y se tiene en términos corporales, mentales y emocionales también se lo trae a la clase. Desde ya, no siempre se recibe de buen agrado lo que aparece manifestado, más aún cuando se trata de limitaciones físicas o psicológicas, como de cualquier tipo de inhibición o malestar corporal o anímico, pero, nos guste o no, para poder acceder a un crecimiento o cambio de rumbo favorable, no quedará otra que pasar por ahí. Por donde duele.
Si podemos hacerlo, notaremos que a cada paso irá habiendo algo más de claridad y de bienestar.





En realidad, lo que hoy me lleva a escribir sobre estos asuntos no es nada relativo a enfermedades, contracturas o angustias de las que, como digo, muchas veces se presentan en las clases regulares, sino a otro evento que se dio por estos días y que, aunque no fue la primera vez que ocurre, no pudo menos que llenarme de mucha emoción y gratitud.
De lo que quiero escribir es acerca de una de mis alumnas, Vanesa. Ella comenzó viniendo a mi espacio de trabajo hace varios años para recibir sesiones de masaje. Tiempo después, se sumó a las clases de chi kung y, como me ha sucedido con otras personas, pude ser testigo privilegiado de sus cambios, marchas y contramarchas, como también de sus alegrías y preocupaciones, las cuales la llevaron a tener épocas de alejarse de la práctica para, algo después, retomarla, observando que cada vez que eso sucedía era como ver a una crisálida salir de su caparazón tras restregarse arduamente pero sin cesar en su afán de continuar ¿creciendo? Si me permiten, voy a conservar en mi fuero íntimo muchos de esos acontecimientos por los que Vanesa transitó para preservar su intimidad y así ir de lleno a lo que me interesa compartir con ustedes. Hablo del día que a través de un correo electrónico Vanesa me comunicó que quería regresar a las clases y que estaba embarazada.
Gran alegría gran, diríamos por estas tierras porteñas, más aún cuando la vi entrar con una enorme sonrisa. Nos dimos un fuerte abrazo y no pude resistirme de colocar mis manos sobre su pancita, que ya daba muestras de cómo la vida se iba gestando dentro de ella.

Los días fueron transcurriendo sin mayores sobresaltos, a excepción de algún que otro bajón de azúcar que poco duraba y bien se recuperaba tras un breve descanso y mucha agua mineralizada. Pese a todo, Vanesa seguía sonriendo y participando de las clases con un entusiasmo contagioso y vital. Todos estábamos pendientes de ella y de... Felipe, como nos comentó un cierto día luego de confirmarse el sexo del bebe que crecía en su vientre. Cuando pronuncio “Felipe”, me sabe a pan calentito y recién horneado.





El verano arrasador por sus altas temperaturas no hicieron mella sobre la voluntad de Vanesa, al punto de no haber faltado ni un solo día a las prácticas, ya que para ella era de esencial importancia venir con su niño a cuestas, pues, como pudimos ambos corroborar en algunas sesiones de masaje y drenaje linfático que le apliqué para que sus líquidos corporales circularan mejor, Felipe parecía disfrutar mucho de ese contacto, tanto así que su mamá me decía que lo sentía moverse en el sentido que iban mis manos. Lo mismo le ocurrió cuando en una de las clases intercambió maniobras de masajes con una compañera.
Siempre encontraba la manera de adecuarse a las posturas o movimientos. Fue aprendiendo a convivir con los cambios que su cuerpo no tardaba en enseñar y nunca se quejó o dio muestras de no querer o no poder tomar la clase. Su atención, ahora, se repartía en ella y en su bebe, que al parecer, y como sucedía con los masajes, también gustaba de hacer chi kung.





En cuanto a mí, debo decir que, si bien no es la primera vez que participa de las clases de chi kung una embarazada, nunca como en esta oportunidad ese proceso de gestación llegó tan lejos, pues Vanesa vino el 17 de enero por última vez, ya de 9 meses, y al día siguiente tuvo a su hijo. Tan segura de sí misma se la solía ver, y por demás en paz con su rol de madre, que ese día viernes se despidió de mí y de sus compañeras de práctica convencida de que nos veríamos la semana entrante. Sin embargo, en mi interior, tenía la presunción de que no sería así y que Felipe llegaría incluso antes de la fecha indicada por los médicos. No por nada en esa última clase con Vanesa y Felipe, percibimos los tres sin decir palabra alguna que era el final de un maravilloso comienzo, coronado por la presencia de la madre de Vanesa que nos visitó, participando de la práctica, quien, por si fuera poco, debutó como abuela pocos meses antes al recibir a una nieta de su otra hija.
Hubo esa tarde una comunión muy especial, profunda, cálida y llena de amor que todos dimos y compartimos para que ambos, madre e hijo por nacer, se fueran cargados de todo ese amor al que, sin duda, se sumaba el de Gustavo, su marido, como el de su hermana y el de tantos otros que tanto y tan bien la quieren.

Estoy escribiendo estas palabras con mucha emoción y con todo el amor y respeto que siento por ella y su bebe, al que sentí en mis manos cuando pateaba o se movía; a ese bebe que el sábado 18 de enero de 2014 vio la luz en los ojos de su mamá, que respiró por sus propios medios por primera vez y que afanosamente buscará en la teta de Vanesa mucho más que leche, pues ahí, cerquita del pezón está la música que lo acunó durante varios meses, la música que le da la certeza de que está en casa, la música del corazón. La música que armonizará con la voz de su mamá y la de su papá que, sin duda, ya reconoce, porque la escuchaba a través de mamá nadando dentro de la panza.

No es tan frecuente sentir el privilegio de poder acompañar esos momentos irrepetibles, como también viví tiempo atrás con Ana Laura o Yanina, por ejemplo; por lo tanto, quiero decirte gracias con el cuerpo y con el alma, Felipe y mamá, por dejarme guiarlos un poquito apenas durante esos encuentros en nuestro dojo y decirles que este espacio es también de ustedes, como de todos los que no sólo vienen, sino que están y se animan a aprender, a soltar, a dar y a recibir, para que cuando gusten lo compartan y hagan de sus vidas y su entorno inmediato un bello y enorme dojo de chi kung en el que cada quien pueda encontrarse a sí mismo, que es, de algún modo, encontrar a Dios o como prefieran llamarlo.





Vanesa trajo a mis clases su vida para compartirla, para conocerla un poco más, para aprender aquello que ella necesitaba y se llevó la práctica a su casa, a su familia, a su niño. Volvió real y concreto el concepto por el que esta disciplina se conoce: “trabajar con la energía”, lo que se plasmaba con total claridad, pues no fueron pocas las personas que se sorprendían al verla tan vivaz y entregada a hacer chi kung, sobre todo cuando su abdomen parecía más enorme de lo que era, y por ello no faltaron las bromas dirigidas a mi persona cuando más de una decía: “si Vane sigue viniendo en ese estado de gravidez, me parece que vas a tener que asistirla en el parto, porque en cualquier momento pare acá”.
Si bien cuento lo que ella trajo, no sé con total certeza lo que se llevó a lo largo de estos años, pero sí sé que, al igual que muchos otros de mis alumnos, me ha dejado la satisfacción de ser parte de esta hermosa historia de vida. Vida que, según prometió, continuará compartiendo, incluso cuando vuelva y traiga a Felipe, y juntos, cada uno a su modo, sigamos practicando.
Gracias, una vez más, de corazón a corazón.


Publicado por Claudio


viernes, 17 de enero de 2014

¿Sabemos alimentarnos?





Qué bueno es saber que no existe un único alimento, como tampoco recetas universales que resulten benéficos para todos por igual.
Qué bueno es saber que no hay una pastilla que posea todos y cada uno de los nutrientes necesarios para mantenernos sanos y con vida.
Qué bueno es saber que en la variedad, no sólo está el gusto, sino también la totalidad de lo que requerimos para sentirnos medianamente estables.
Qué bueno es saber que una respiración lenta y profunda pero sin esfuerzo ayuda en los procesos metabólicos eliminando más fácilmente las toxinas acumuladas.
Qué bueno es saber que estamos compuestos por un alto porcentaje de agua y que a través de ella se producen comunicaciones electromagnéticas que transmiten todos los elementos que el organismo necesita para su correcto funcionamiento.
Qué bueno es saber, a propósito del agua, que necesitamos ingerirla diariamente para no recalentar o secar el organismo y así prevenirnos de diferentes enfermedades.
Qué bueno es saber que somos lo que comemos, pues nuestros tejidos están compuestos de los nutrientes físicos y energéticos que ingerimos en cada bocado.
Qué bueno es saber que comer no es igual a alimentarnos.
Qué bueno es saber que no sólo nos nutrimos de lo que entra en la boca, sino de toda aquella información que atraviesa nuestros oídos, nariz, ojos, tacto, pensamientos y emociones.
Qué bueno es saber que si masticamos lentamente, no ingerimos más de la cuenta, si evitamos hablar demasiado o, peor aún, discutir durante las comidas, respetamos nuestro cuerpo/mente, brindándole un mejor trato, y él nos responde ejerciendo sin sobresaltos sus funciones vitales.
Qué bueno es saber que si evito, hasta donde me sea posible, enfermarme, también ahorro tiempo, dinero y energía a las personas directa o indirectamente relacionadas conmigo como con mi salud.
Qué bueno es saber que alcanza con que nuestra comida diaria contenga variedad de colores para asegurarnos un buen porcentaje de vitaminas y minerales.
Qué bueno es saber que cuando comemos acompañados de personas con las que mantenemos buenos vínculos afectivos, mejor aún es el proceso metabólico de lo que ingerimos. Recordemos que, “no sólo de pan vive el hombre, y la mujer“.
Qué bueno es saber que a más productos envasados, más colorantes, más conservantes, más saborizantes... en fin, más químicos artificiales.
Qué bueno es saber que una marca impuesta por el marketing, la televisión y una buena cifra de dinero con el que inclusive se compran actores o personalidades reconocidas para “garantizarnos su confiabilidad” no es, en todos los casos, equivalente a buen alimento.
Qué bueno es saber que moderando las sales y los azúcares evitamos diversidad de enfermedades, como presión arterial alta, diabetes, colesterol, desmineralización, problemas articulares, etc.
Qué bueno es saber que a más natural y menos manipulado el alimento, menos trabajo le damos a nuestro organismo para digerirlo y más fortalecidos física como anímicamente nos sentiremos.
Qué bueno es saber que para la industria alimenticia, cantidad no es sinónimo de calidad sino de ganancias y, a más ganancias, menor calidad.
Qué bueno es saber, a propósito de lo anterior, que las manipulaciones genéticas de las semillas como de otros alimentos, también miden especialmente cuánto se puede producir y no qué daño potencial hay en ello.
Qué bueno es saber que en una maceta pueden crecer innumerables plantas culinarias sin la necesidad de depender total y constantemente de los caprichos y dictámenes de las empresas productoras de alimentos.






Qué bueno es saber que lamentablemente no todo el mundo posee la cantidad y calidad de alimento necesario para que de esa manera, a la hora de comprar los alimentos como de sentarnos a comerlos, lo hagamos de manera racional, conciente y moderada para evitar derrochar o desperdiciar más de la cuenta.
Qué bueno es saber y comprender que habitamos este cuerpo al igual que habitamos un hogar, pues de esa manera, tomaremos más recaudos para no permitir la entrada de visitas que pudieran provocarnos cualquier tipo de daño.
Qué bueno es saber que ese alimento que vamos a degustar llegó hasta nosotros por la profunda interrelación que existe entre todos los elementos que lo hicieron posible. El planeta, el agua, la tierra, el sol, otros humamos, etc.
Qué bueno es saber que al acceder a una información y experiencias adecuadas, nos convertimos en actores responsables de nuestras acciones y no en simples máquinas de devorar para luego, a la hora de sentirnos mal, echar las culpas del caso a cuanto médico o sistema de salud haya a nuestro alrededor.
Qué bueno es saber que no sabemos cocinar porque de esa manera tendremos una buena oportunidad de aprender y de involucrarnos creativa y concientemente con nosotros mismos a través del trato y manipulación de lo que luego vamos a comer.

Si algo o mucho de esto no lo sabías, comprobalo con tu propia experiencia y, si hay dudas, busca ayuda de la mano de profesionales competentes.

Publicado por Claudio


viernes, 3 de enero de 2014

Lo justo





Un señor entró a comprar una planta y luego de ser atendido, preguntó al vendedor: ¿la planta necesita mucha o poco agua? El vendedor respondió: “lo justo”.
El cliente, creyendo no haberse explicado bien, repitió la pregunta, tras lo cual volvió a recibir la misma respuesta: ni mucha ni poco agua, lo justo.
El hombre se retiró del vivero algo molesto y desconcertado.

Al día siguiente, se repitió la situación con otra persona, pero en este caso, al escuchar que la cantidad de agua requerida por la planta debería ser la justa, el cliente miró a los ojos del vendedor y sonrió retirándose del establecimiento feliz con su nueva planta.

Se me ocurre que lo más probable sea que la mayoría de nosotros, nos sintamos más identificados con el primer caso que con el segundo, pues solemos estar acostumbrados a manejarnos con respuestas precisas o fórmulas preestablecidas.
Si bien éste modo de relacionarnos con las cosas cotidianas muchas veces resulta práctico, también nos ata a vivir apegados a normativas o mandatos, o sea, al pasado y a la espera de que el futuro no devenga en territorio desconocido e impredecible. Sin embargo, lo que no percibimos es que las recetas no siempre nos confirmaran su aplicabilidad a cada momento y menos aún que nos aseguren el éxito esperado.

En otras palabras, y volviendo a los compradores de plantas, mucha o poca agua remite más a actuar según lo dicten los demás que a ser nosotros mismos, quienes atentos a la acción de regar las plantas y de observar cómo ésta va respondiendo a nuestro trato, determinemos lo que el vendedor llama “lo justo”, es decir, lo que a cada momento sea necesario según causas y circunstancias.
Lo que intento explicar es que este tipo de situaciones pone en evidencia lo muy arraigados que solemos estar a no estar presentes en el aquí y ahora, y sí mucho más adaptados a responder mecánicamente desde esas normativas o mandatos que mencionaba en párrafos anteriores. Por lo tanto, tener la ocasión de que el vendedor nos responda con un “lo justo” puede ser una buena oportunidad para poner en práctica la atención y el estar plenamente comprometidos con lo que estemos haciendo, como parece haberlo entendido el segundo comprador, o continuar esperando que siempre se nos diga qué, cómo, dónde y cuándo actuar, replicando de esta manera tan sólo lo que otros masticaron y digirieron antes.





No estoy invitando a la anarquía o al “hacer lo que se nos ocurra sin importarnos nada ni nadie”; después de todo, no siempre las reglas que otros han establecido son tan cerradas o negativas como para no poder hacer uso conciente de ellas, pero agregándole esa cuota de presentismo como para poder aprender a tener verdadera responsabilidad y compromiso con lo que sea que estemos haciendo o, de lo contrario, si sólo reaccionamos sin una atención plena y el resultado acaba siendo el inesperado, de seguro no faltará a quien echarle la culpa, diciendo: “como el vendedor no me quiso decir si la planta necesitaba mucha o poco agua, es por eso que...” Si, por el contrario, damos en la tecla a la hora de utilizar esas recetas, sepamos que eso no sucedió únicamente por la receta misma, sino por la predisposición aplicada y las circunstancias que acompañaron el evento en tiempo presente. Habitualmente no solemos considerar importante éste último punto lo que deviene en cristalizar la receta como infalible y óptima de ser aplicada en cualquier otra oportunidad convencidos de que nuevamente nos dará el mejor de los resultados.







Por último, y porque no quiero poner ni más ni menos que lo que siento, digo: recordemos que toda ley o reglamentación surge posteriormente a una acción específica, con lo cual cada acto pone en juego esos dictámenes e invitan a crear otros nuevos. Dicho de otro modo, todo cambia y nosotros no somos la excepción, y que un modo saludable de aceptar el cambio es tener presente que no hay de manera absoluta un mejor, peor, lindo, bueno, malo, mucho o poco. Hay lo que hay, y a ello se sumará el modo en que cada uno lo interpretemos, para luego actuar en consecuencia; esto es, siguiendo el orden natural de las cosas o los mandatos surgidos de experiencias ajenas en tiempos pasados bajo circunstancias que nunca se repetirán de manera idéntica.

Publicado por Claudio