Un señor
entró a comprar una planta y luego de ser atendido, preguntó al vendedor: ¿la
planta necesita mucha o poco agua? El vendedor respondió: “lo justo”.
El cliente,
creyendo no haberse explicado bien, repitió la pregunta, tras lo cual volvió a
recibir la misma respuesta: ni mucha ni poco agua, lo justo.
El hombre
se retiró del vivero algo molesto y desconcertado.
Al día
siguiente, se repitió la situación con otra persona, pero en este caso, al
escuchar que la cantidad de agua requerida por la planta debería ser la justa,
el cliente miró a los ojos del vendedor y sonrió retirándose del
establecimiento feliz con su nueva planta.
Se me
ocurre que lo más probable sea que la mayoría de nosotros, nos sintamos más
identificados con el primer caso que con el segundo, pues solemos estar
acostumbrados a manejarnos con respuestas precisas o fórmulas preestablecidas.
Si bien
éste modo de relacionarnos con las cosas cotidianas muchas veces resulta
práctico, también nos ata a vivir apegados a normativas o mandatos, o sea, al
pasado y a la espera de que el futuro no devenga en territorio desconocido e
impredecible. Sin embargo, lo que no percibimos es que las recetas no siempre
nos confirmaran su aplicabilidad a cada momento y menos aún que nos aseguren el
éxito esperado.
En otras
palabras, y volviendo a los compradores de plantas, mucha o poca agua remite
más a actuar según lo dicten los demás que a ser nosotros mismos, quienes
atentos a la acción de regar las plantas y de observar cómo ésta va
respondiendo a nuestro trato, determinemos lo que el vendedor llama “lo justo”,
es decir, lo que a cada momento sea necesario según causas y circunstancias.
Lo que
intento explicar es que este tipo de situaciones pone en evidencia lo muy
arraigados que solemos estar a no estar presentes en el aquí y ahora, y sí
mucho más adaptados a responder mecánicamente desde esas normativas o mandatos
que mencionaba en párrafos anteriores. Por lo tanto, tener la ocasión de que el
vendedor nos responda con un “lo justo” puede ser una buena oportunidad para
poner en práctica la atención y el estar plenamente comprometidos con lo que
estemos haciendo, como parece haberlo entendido el segundo comprador, o
continuar esperando que siempre se nos diga qué, cómo, dónde y cuándo actuar,
replicando de esta manera tan sólo lo que otros masticaron y digirieron antes.
No estoy
invitando a la anarquía o al “hacer lo que se nos ocurra sin importarnos nada
ni nadie”; después de todo, no siempre las reglas que otros han establecido son
tan cerradas o negativas como para no poder hacer uso conciente de ellas, pero
agregándole esa cuota de presentismo como para poder aprender a tener verdadera
responsabilidad y compromiso con lo que sea que estemos haciendo o, de lo
contrario, si sólo reaccionamos sin una atención plena y el resultado acaba
siendo el inesperado, de seguro no faltará a quien echarle la culpa, diciendo:
“como el vendedor no me quiso decir si la planta necesitaba mucha o poco agua,
es por eso que...” Si, por el contrario, damos en la tecla a la hora de
utilizar esas recetas, sepamos que eso no sucedió únicamente por la receta
misma, sino por la predisposición aplicada y las circunstancias que acompañaron
el evento en tiempo presente. Habitualmente no solemos considerar importante
éste último punto lo que deviene en cristalizar la receta como infalible y
óptima de ser aplicada en cualquier otra oportunidad convencidos de que
nuevamente nos dará el mejor de los resultados.
Por último,
y porque no quiero poner ni más ni menos que lo que siento, digo: recordemos
que toda ley o reglamentación surge posteriormente a una acción específica, con
lo cual cada acto pone en juego esos dictámenes e invitan a crear otros nuevos.
Dicho de otro modo, todo cambia y nosotros no somos la excepción, y que un modo
saludable de aceptar el cambio es tener presente que no hay de manera absoluta
un mejor, peor, lindo, bueno, malo, mucho o poco. Hay lo que hay, y a ello se
sumará el modo en que cada uno lo interpretemos, para luego actuar en
consecuencia; esto es, siguiendo el orden natural de las cosas o los mandatos
surgidos de experiencias ajenas en tiempos pasados bajo circunstancias que
nunca se repetirán de manera idéntica.
Publicado por Claudio
Me recuerda a mi madre intentando aclararme la cantidad de sal, pimienta, azúcar, agua.... o lo que fuera que tenía que ponerle al guiso. Decía: "pues... lo justo, no sé, como lo veas...".
ResponderEliminarLo justo :)
Me ha encantado. Mil gracias y un abrazo largo.
Hola Ane
EliminarGracias a vos y, por lo visto, tu madre tenía bien claro estas cuestiones, ¿no?
Un fuerte abrazo para vos también