miércoles, 28 de julio de 2010

el zen es...




















El zen es aburrido, incómodo y monótono, sentenció alguien... que practica el zen.
Y si no, decime cómo llamarías a estar sentado de cara a la pared mirando la nada, para que al rato se te duerma una pierna, te duela la espalda y tu cabeza te diga: ¿qué hacés acá en lugar de estar haciendo algo útil, eh?

El zen es haber agotado todas las fórmulas concebidas y condicionadas desde el mismo instante en que salimos del útero materno y aplicadas sin cuestionamientos cómo, cuándo y dónde se las precise, y así encajar convenientemente como ciudadanos respetables.
El zen es la llave de acceso que abre las puertas de esos condicionamientos, porque el zen no aplica fórmulas, ni se anda con bastones. El zen está dispuesto a lo que se presente en el presente. No toma lo que le conviene, simplemente se adapta.

El zen es más allá del propio Buda. Más antiguo que la más antigua de las civilizaciones. Es anterior a la primera especie de vida, porque es la vida misma; es la existencia en todas sus formas sin identificarse con ninguna de las formas.

El zen es la semilla que muere y vuelve al vacío infinito donde nace el árbol que el labrador conoce y por eso siembra sin dudarlo.

El zen es lo que sucede mientras corremos hacia paraísos ilusorios. Mientras continuamos como mendigos pidiendo más.

El zen es el sol saliendo por el Este.
El verano cálido y el invierno frío.

El zen es fresco... Es decir, simple y llano. Pero también complejo, inasible y escurridizo.

El zen es la carcajada de un chico que nos vuelve carcajada (nunca preguntemos de qué se ríe, tan sólo seamos risa con la risa de él).

El zen es este mate, mis dedos en el teclado, los ojos de mi gato mirándome desde su misteriosa sabiduría. Y también es mi mujer tejiendo su pequeño universo de lanas en un silencio apenas perturbado por el golpeteo rítmico de las agujas.

El zen es escuchar, ver y comprender la naturaleza de las cosas, nuestra esencia vital sin hábitos, ni ropajes. Dejándonos hacer, dejándonos SER.

El zen es una verdad más allá de toda posible palabra. Ahora me callo.


Publicado por Claudio.

martes, 27 de julio de 2010

Sentar en la calma


El crepúsculo recorta las siluetas de una hilera de álamos. Lenguas rojizas surcan el cielo perturbado por el incesante revoloteo de una bandada de pájaros de regreso a sus nidos.

Desde lo alto de la sierra ruedan las risas de unos chicos. Un caballo hace de unos pastos humedecidos por el primer rocío su manjar.
La noche aguarda silenciosa su turno de salir a escena.

La primera vez que reparé en la frase “sentar en la calma” de boca del maestro taoísta Liu Pai Lin, tuve la certeza de que estaban dichas para mí. Fue tan visceral la sensación que la respuesta inmediata de mi mente fue la de buscar una imagen que diera sentido y razón al sentimiento que en mí se acababa de disparar.

La fotografía creada por mi cerebro al escuchar la frase era la de unos monjes budistas sentados en meditación.

Atrapado por esto último, pasé algún tiempo preguntándome si aquello de “sentar en la calma” sólo sería posible en la práctica monacal budista, esto era, rapar mi cabellera, vestir un kimono y cumplir paso a paso cada uno de sus rituales.

Sin embargo, cuando mi mente dejó de proyectar imágenes y estereotipos, y acalló su habitual parloteo, comprendí que lo que precisaba era encontrar aquella calma exactamente donde me encontraba, en mi vida cotidiana, en mi trabajo, en mis relaciones afectivas y familiares.

Poco después, conocí al monje budista Ricardo Dokyu, quien me introdujo en la práctica de
Zazen (sentarse en meditación).

Algunos meses después, y aunque era muy temprano todavía para evaluar lo aprendido, sentarse con las piernas cruzadas comenzaba a mostrar rasgos de esa tan mentada calma.


Aparte de asistir a las clases regulares de zazen, decidí profundizar la práctica buscando un lugar apacible y silencioso dentro de mi propia casa, donde instalé un pequeño altar con la figura de Buda. Vestido con ropas cómodas, las luces bajas, encendía un sahumerio, luego me sentaba sobre mi zafu (almohadón de meditación) y allí me quedaba observando.

Como nos dicen los maestros, puse a funcionar aquello de no esperar que ocurra nada, no buscar nada, sólo aceptar el estar conmigo, atento a la postura y la respiración, dejando que todo pase, aun cuando la espalda dolía, una pierna se me dormía, la respiración se desarmonizaba o me iba de paseo con algún que otro pensamiento.

Poco a poco, desde aquellas primeras sentadas hasta hoy, he ido comprobando cómo la calma fue cobrando cuerpo, percibiendo el disfrute del hacer lento.

El mundo, ése que por momentos duele y por otros conmueve, me fue pareciendo algo más grande, más vivo, cuando en realidad todo seguía siendo igual, pero comenzaba a verlo diferente.








Publicado por Claudio

árbol


El árbol
no va ni viene
no escoge sus compañías
le ofrece sombra, cobijo y alimento a cualquiera
no retiene a nadie

Sigue escrupulosamente el ritmo de la naturaleza
desnudo en invierno
florecido en primavera
generoso en verano
abandonado en otoño

Su espíritu permanece en paz

Unido íntimamente a la tierra
lanzado tenazmente hacia la luz

Es libre

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Publicado por Claudio