martes, 27 de julio de 2010

Sentar en la calma


El crepúsculo recorta las siluetas de una hilera de álamos. Lenguas rojizas surcan el cielo perturbado por el incesante revoloteo de una bandada de pájaros de regreso a sus nidos.

Desde lo alto de la sierra ruedan las risas de unos chicos. Un caballo hace de unos pastos humedecidos por el primer rocío su manjar.
La noche aguarda silenciosa su turno de salir a escena.

La primera vez que reparé en la frase “sentar en la calma” de boca del maestro taoísta Liu Pai Lin, tuve la certeza de que estaban dichas para mí. Fue tan visceral la sensación que la respuesta inmediata de mi mente fue la de buscar una imagen que diera sentido y razón al sentimiento que en mí se acababa de disparar.

La fotografía creada por mi cerebro al escuchar la frase era la de unos monjes budistas sentados en meditación.

Atrapado por esto último, pasé algún tiempo preguntándome si aquello de “sentar en la calma” sólo sería posible en la práctica monacal budista, esto era, rapar mi cabellera, vestir un kimono y cumplir paso a paso cada uno de sus rituales.

Sin embargo, cuando mi mente dejó de proyectar imágenes y estereotipos, y acalló su habitual parloteo, comprendí que lo que precisaba era encontrar aquella calma exactamente donde me encontraba, en mi vida cotidiana, en mi trabajo, en mis relaciones afectivas y familiares.

Poco después, conocí al monje budista Ricardo Dokyu, quien me introdujo en la práctica de
Zazen (sentarse en meditación).

Algunos meses después, y aunque era muy temprano todavía para evaluar lo aprendido, sentarse con las piernas cruzadas comenzaba a mostrar rasgos de esa tan mentada calma.


Aparte de asistir a las clases regulares de zazen, decidí profundizar la práctica buscando un lugar apacible y silencioso dentro de mi propia casa, donde instalé un pequeño altar con la figura de Buda. Vestido con ropas cómodas, las luces bajas, encendía un sahumerio, luego me sentaba sobre mi zafu (almohadón de meditación) y allí me quedaba observando.

Como nos dicen los maestros, puse a funcionar aquello de no esperar que ocurra nada, no buscar nada, sólo aceptar el estar conmigo, atento a la postura y la respiración, dejando que todo pase, aun cuando la espalda dolía, una pierna se me dormía, la respiración se desarmonizaba o me iba de paseo con algún que otro pensamiento.

Poco a poco, desde aquellas primeras sentadas hasta hoy, he ido comprobando cómo la calma fue cobrando cuerpo, percibiendo el disfrute del hacer lento.

El mundo, ése que por momentos duele y por otros conmueve, me fue pareciendo algo más grande, más vivo, cuando en realidad todo seguía siendo igual, pero comenzaba a verlo diferente.








Publicado por Claudio

1 comentario:

  1. ¡Bienvenido a la blogosfera, amiguito!
    Las imágenes que has elegido son un jacuzzi para la mente; tus palabras, como siempre, pura poesía... :-)

    ResponderEliminar