Recuperamos
o estimulamos el placer y amor por la lectura y con ello, mejoramos el
lenguaje, lo cognitivo, como el nivel de comprensión de su contenido. Para eso,
nos valemos de la quietud y el silencio, dos cualidades no muy practicadas por
estos días, fundamentales poder entender y asimilar el texto y dejar que cada
palabra de la respuesta obtenida, tras la pregunta formulada, recorra la mente
y el cuerpo mostrándonos el camino correcto para cada decisión.
El arte de saber preguntar, es, sin duda, una condición necesaria no sólo para
saber ingresar en el mundo del I Ching,
también lo es para poder mejorar la comunicación con los demás.
Si no somos claros al abordar el libro, lo más probable es sumar una confusión
más al tema por el cual consultamos el I Ching.
Saber preguntar significa enriquecer el lenguaje y encontrar los términos
adecuados para poder expresarnos de manera asertiva y precisa. De igual tenor
será la respuesta tras correrse el velo de la confusión.
El estudio sistemático y cotidiano del libro de las mutaciones, nos reconecta
con la naturaleza intrínseca de la condición humana, producto de que, al ir
conociendo los 8 trigramas, cada uno con sus particularidades y
características, cielo, tierra, fuego, agua, etc., veremos con mayor
luminosidad la vinculación intrínseca que tenemos con esos elementos, los
cuales, no sólo constituyen al ser humano, también, la relación con esa
naturaleza de la que por ignorancia y avidez, nos fuimos alejando y maltratando
con las consecuencias que ya conocemos.
Nos pone en alerta de cuándo y cuánto el ego o la personalidad, influyen en
nuestra vida diaria. Al poner sobre la mesa estos aspectos que todos poseemos o
hemos construido, permitirá saber distinguir entre una pregunta nacida de esa
personalidad o, en su defecto, de un alma que busca ser escuchada para
recuperar la memoria de para qué estamos acá y abocarnos a la experiencia de
vivir para ello y no únicamente para la supervivencia y la separatividad,
sentidos excluyentes del ego.
A medida que nos adentramos en su laberíntico existencial, va dejando huellas
palpables en la mente como en el cuerpo, lo que se verifica en cambios en
nuestro modo de ver, pensar, expresarnos y comportarnos, pues, dedicados a
conocerlo para conocernos, podemos ir develando en qué estado de consciencia
con nosotros y el entorno nos encontramos, de modo de evaluar nuestro progreso,
estancamiento o involución.
Estimula el pensamiento crítico, el discernimiento, la reflexión, la intuición;
la calma para saber aguardar los tiempos del tiempo propicio a una acción
correcta o, el coraje, para dar los pasos correspondientes o el salto con el
que atravesar las grandes aguas, (las decisiones más trascendentes)
La sinceridad, la paciencia y la respiración profunda del viento, para poder
aceptar lo que no sabemos e ir hacia el gran hombre o maestro y dejar que éste
nos ofrezca guía.
Ese sabio ha
de ser el libro como un otro humano capaz de orientarnos pero, sobre todo, el
maestro al cual nos referimos esencialmente, es al que yace en cada uno a la
espera de ser revelado.
Descubrimos que las virtudes de las que tantas escuelas espirituales a lo largo
de incontables siglos nos han advertido poseer, (Honor, compasión, modestia,
justicia, gratitud, etc.) yacen en nuestro ADN espiritual, por así decirlo, a
la espera de ser cultivados y regados para que crezcan en pos de ir declinando
las acciones reactivas producidas por miedos de diferente orden.
El I Ching, nos revela, como buen sabio y maestro que es, que las respuestas
que procuramos no están en él, sino, en nosotros mismos. Él, en todo caso y
siguiendo el corazón de una verdadera enseñanza, nos muestra el camino para que
lo transitemos a nuestro tiempo y sin el deseo de tener que hallar algo, sin
meta o resultado previo, tan siquiera andar y ver qué vamos encontrando a cada
paso que nos ayude en nuestra travesía evolutiva.
El libro de
las mutaciones, nos enseña a saber aceptar que todo es impermanente,
interdependiente y sin sustancia propia. Sin embargo, hay un velo de sostenible
continuidad detrás de todo, es decir, lo permanente, lo sin nombre ni medida,
el Tao, en palabras de Lao Tze, sin lo cual, el movimiento del cielo y la
materialización de esa energía en la tierra, no sería posible.
Nos advierte
que cuando buscamos respuestas o tomamos decisiones, el cosmos siempre está ahí
para jugar su juego. Somos nosotros quienes debemos comprender que la vida no
está en nuestras manos, la vida es lo que hace posible vivenciarla en este
cuerpo y sus circunstancias.
Que el I
Ching, en última instancia, es la vida misma con sus altos y sus bajos, sus
luces y oscuridad, con las creencias que embotan la mente y el saber que la
libera y que, en todo caso, cada quién decidirá si valerse de la sabiduría del
maestro o seguir sus intenciones primarias y no mucho más.
Por eso es
importante considerar el modo al que vamos al libro, ya que no es lo mismo
hacerlo apurados por encontrar las respuestas que nos saquen rápidamente del
nudo en el que nos encontramos, que aprender a encontrar la punta de un ovillo
enredado por muchas más causas que las aparentes, permitiéndonos el tiempo que
los elementos involucrados en la respuesta necesiten para su desarrollo y
conclusión.
Esto hace la
diferencia entre las pulsiones inferiores, egocéntricas, que siempre quieren
todo a su medida y sin complicaciones y el accionar del noble, como se
considera al consultante en el libro de las mutaciones, que se abre
confiadamente al maestro para dejarse atravesar por la experiencia y el saber
que deriva de esta.
Un camino de
seis líneas, enteras o partidas, masculinas o femeninas, el padre o cielo, la
madre o tierra vibrando en nuestro ADN, guiándonos sin descuidar, cada quién, su
sí mismo, es decir, la decisión propia y sincera que va enseñándonos a construir
nuestro destino.
Seis líneas
multiplicadas de hexagrama en hexagrama nos brindan trescientas ochenta y
cuatro maneras de afrontar cada día, cada situación, ¿no es generosa esta vida?
¿No es el I Ching, mucho más que un compendio oracular?
Seis líneas
que se suben de a una por vez, aunque, en ocasiones, nos tengamos que detener a
observar cuidadosamente el modo correcto de dar el siguiente paso o, en su
defecto, aguardar el momento propicio para continuar la travesía al siguiente estadio
de consciencia de modo de atender las acciones de un noble proceder evitando
las siempre tentadoras formas de alcanzar rápidamente la meta sin evaluar
costos, por el deseo irrefrenable de llegar, poseer y alardear del trofeo.
En
definitiva, conocer el I Ching, es conocer nuestra participación en la vida de
una manera emocionalmente inteligente y consciente, de modo de poder dar
cada paso a su hora y en su justa medida.
Daniel Shodo
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