viernes, 28 de octubre de 2011

Aprehender, comprender, ser...


¿Qué aprendió el árbol de la tierra para conversar con el cielo?.

                                                                              Pablo Neruda

Publicado por Claudio

viernes, 21 de octubre de 2011

La barca vacía


Uno de los maestros zen más sobresalientes, Lin Chi, relató:
“Cuando era joven me fascinaba navegar en barca. Tenía una pequeña barca, y solía ir al lago solo. Me quedaba allí durante horas y horas.
Una vez sucedió que estaba meditando en mi barca con los ojos cerrados durante una noche muy hermosa, cuando una barca llegó flotando corriente abajo y golpeó mi barca. Tenía los ojos cerrados, así que pensé: hay alguien con su barca y ha golpeado la mía. Surgió la ira. Abrí los ojos y, enfadado, iba a decirle algo a ese hombre; entonces me di cuenta de que la barca estaba vacía. No había manera de continuar. ¿A quién podía expresarle mi ira? La barca estaba vacía. Simplemente había flotado corriente abajo hasta dar con la mía. Así que no había nada que hacer. No había ninguna posibilidad de proyectar mi ira sobre una barca vacía, sin nadie a bordo”. De modo que Lin Chi dijo: “Cerré los ojos. La ira estaba allí, pero, al no encontrar una salida, cerré los ojos y floté hacia mi interior siguiendo la ira, hasta lo profundo de mí. Y esa barca vacía se convirtió en mi realización. Llegué a un punto dentro de mí mismo en esa noche silenciosa. Esa barca vacía fue mi maestro porque comprendí que no es el otro el que trae la ira, ni el amor, el temor o el odio. Esa emoción estaba en mí y sólo se movió hacia el exterior. Se posó delante de mis ojos y al ver que no tenía en quién descargarla, me quedé observándola sin emitir juicio alguno, hasta que se apagó silenciosa como la noche en medio del lago. Esa barca vacía y a la deriva me enseñó que el otro, como la barca, está vacío". Si por el contrario, fuese el otro quien trae la ira, provocaría esa emoción en cada ser con el que esa persona se cruzase en su camino. El otro puede estar enfadado y sin embargo no hacer mella en nosotros si nos encontramos centrados, también vacíos.
Por eso, -concluye Lin Chi- desde ese día, si viene alguien y me insulta, me río y digo: Esta barca también está vacía. Cierro los ojos y entro en mí”.


Publicado por Claudio

viernes, 14 de octubre de 2011

Volver a casa

Segunda parte


El hara es el centro natural con el que estamos fuertemente ligados a la vida y a nuestra madre, quien nos alimentó durante los nueve meses de gestación a través del cordón umbilical y no sólo de comida, también de oxígeno y emotividad. Flotando en líquido amniótico, el bebe recibe todo tipo de vibraciones, siendo los latidos del corazón los fundacionales. Ese latido se vuelve un mantra para el bebe que lo calma, lo sostiene, le aporta confianza y la certeza de estar en casa. Estar cerca del corazón a la hora de mamar es para el bebe volver a esa música del alma que la madre emite, por lo que al tiempo de interpretarla se hará esencial que ella se ocupe de sonar afinada y armoniosa, pues esos sonidos conllevarán su estado emocional, trasmitiéndolos desde el abrazo, la mirada, la respiración, la teta y la leche.

Una vez nacidos, y durante unos pocos años, los niños y niñas continúan respirando con el hara completamente centrados en ellos, desnudos de preconceptos y lanzados a la aventura de conocer el mundo que vinieron a habitar; por eso es natural que se los vea generalmente riendo a panza llena, como me gusta decir, y felices. Tiempo después, invariablemente la crianza y la educación van minando buena parte de esa condición natural y alejándolos de su centro primario. Este proceso no es bueno ni malo en sí mismo, es la senda que tendremos que aprender a transitar para poder desarrollar nuestro potencial y coexistir con los demás seres en este mundo.
Como decía, las múltiples circunstancias de la vida llevan la energía del hara hacia la cabeza, provocando tal desequilibrio cuerpo-mente que bien podría explicar muchos de nuestros problemas de salud. No quiero dar la impresión de que el desarrollo intelectual es negativo, por supuesto que no. A lo que me refiero es a que de tanto pasear por el terreno del intelecto y visitar pocas veces las planicies del centro cardíaco y menos aún el barrio donde todavía permanece la casa propia, terminamos poco menos que volviéndonos extraños conocidos de nosotros mismos. Sin embargo, no hay razón para no poder retornar al hogar, al origen.

Tomarnos el tiempo de respirar todos los días durante unos minutos es un hacer noble, respetuoso y saludable. Respirar con todo el cuerpo es el vehículo para regresar a casa. Semejante a la tarea de aquel que planta la semilla, la cubre de tierra, la riega y pacientemente espera a que la planta crezca y dé sus frutos. Más tarde, podrá degustarlos y compartirlos con los demás.
Vivimos como respiramos, respiramos como vivimos. Vivir y respirar son sinónimos; comprenderlo deja paso a poder transformar una vida de claustro en una vida a cielo abierto.


Publicado por Claudio

viernes, 7 de octubre de 2011

Volver a casa


Primera parte


Nunca exhalamos el pasado
tampoco
inhalamos el futuro.

Inhalamos y exhalamos
solo
el presente
aquí y ahora.




La respiración entra rozando suavemente la piel de mi nariz y abarcando cada alveolo de mis pulmones, llenándolos. Me amamanto del aire que la sangre transporta y el corazón bombea hasta cada célula de mi cuerpo bañándolas de “chi” o energía vital. Luego, deviene una ínfima pausa oscura y silenciosa como el universo interminable, tras la cual el anhídrido carbónico, lo que sobra, lo que se ha quemado, sale para entrar en estos árboles que ahora me rodean. Después, nuevamente la calma que precede al amanecer de la próxima inhalación. Ellos, los árboles, se abren y me dan el sagrado alimento del oxígeno. Así nos damos y nos recibimos los unos a los otros creando el mandala de la vida, del amor y la muerte. En el mercado de la existencia trocamos moléculas y átomos sin tiempo ni edad. Entrelazamos nuestras historias escritas de infinitas historias, de pájaros, de lágrimas, de sol, de cuerpos.
El aire pasa como por una puerta de vaivén, como dice el maestro Suzuki, en un movimiento constante de entrar y salir que continuará mientras mis ojos brillen. Y en el justo medio, mi ser, invocándome para que despierte y aprenda a tomar sólo lo necesario de la vida; para que despierte y aprenda a soltar y a dejar partir sin pensamientos lo que abunda.

No tener que estar atentos a nuestra respiración es un alivio, pero también se puede tornar un incordio porque sin notarlo a lo largo de los años y por razones muchas veces difusas, la respiración se nos vuelve chiquita, acelerada, y la vida, en consecuencia, resulta carente de vitalidad y de amor. Lo cierto es que va mermando nuestra capacidad de oxigenarnos correctamente, lo que equivale a decir, a vivir correctamente. Aunque no nos agrade admitirlo, la respiración marca nuestro paso por la vida y viceversa. Y es que la respiración y nuestras emociones son almas gemelas. La una no puede prescindir de la otra. Si dudan de esto, observen, por ejemplo, que cuando estamos ansiosos, la respiración no puede ser calmada. Lo mismo, si estamos tranquilos, no respiraremos agitados o rápido, por el contrario, lo haremos despacio y en profundidad.
Sin embargo, y para nuestro bien, la respiración es la única función del sistema neurovegetativo que podemos realizar a voluntad. De manera que contando con la ayuda de algún profesional que nos enseñe algunos ejercicios de los cientos que existen y que nosotros nos ocupemos de practicarlo diariamente, será suficiente para recuperar total o parcialmente la capacidad aeróbica que tuvimos durante nuestros primeros años de vida. Esto resulta factible por el hecho de que nuestras células guardan registro de todo lo acontecido y la forma en que respirábamos de niños es uno de los muchos datos almacenados en ellas. De tal modo que será suficiente con una práctica constante para recuperar y mejorar esta función.

Si el método escogido para trabajar con la respiración es la práctica de zazén o meditación zen, aquí les explico cómo lo realizamos.
Durante zazen, comenzamos por escuchar la respiración que estemos haciendo en ese momento sin cambiar forzadamente nada: inspiramos..., expiramos..., inspiramos...,¿cómo estamos respirando?

El punto de concentración se dirige hacia la punta de la nariz para poder sentir el paso del aire y el roce que éste produce en ella. Con el tiempo de práctica se irá buscando que la exhalación sea más prolongada que la inhalación y también que el aire llegue hasta nuestro “hara” – punto ubicado a cuatro dedos por debajo del ombligo – siendo ése el centro concreto de nuestro ser, anatómica y energéticamente. Para facilitar la concentración en la respiración, se puede recurrir a contar el tiempo que el aire tarda en entrar al cuerpo, por ejemplo, cuatro tiempos, y el que demora en salir, seis tiempos, consiguiendo así uno de los propósitos, que es espirar más largo. También pueden contar las exhalaciones comenzando por uno hasta llegar a diez y luego volver a comenzar. Si en algún momento del conteo se distraen, lo que se sugiere es volver a comenzar por uno.

La respiración relajada y profunda puede otorgarnos muchos beneficios como por ejemplo:

Reduce la hipertensión arterial.

Mejora la capacidad de memoria, atención y concentración.

Baja los niveles de cortisol (hormona del estrés).

Contribuye a disminuir el colesterol.

Fortalece el sistema inmunológico.

Mejora la digestión.

Favorece la buena circulación sanguínea arterial y venosa.

Mejora el funcionamiento del cerebro y de todo el sistema nervioso.

Y por si todo esto huele a poco, sepamos que al respirar desde el hara nos volvemos uno con el cosmos.


Publicado por Claudio