jueves, 30 de diciembre de 2010

No puedes robar la luna

Ryokan – su nombre de ordenación – significa “vasto y bueno”. Y así fue este monje tan poco conocido en occidente y, sin embargo, considerado por los japoneses como uno de los pocos que alcanzó la perfección espiritual. No obstante, él no creía haber alcanzado nada especial; se limito a practicar zazen (meditación), cada vez más libre de todo tipo de ataduras sociales o monásticas. Puede haber quienes lo consideren un personaje excéntrico o huraño, pero basta sumergirse en el frescor de sus poemas para advertir que por su pluma habla la voz de un Maestro.

Ryokan, un maestro del Zen, vivía la vida más simple en una chozuela al pie de la montaña.
Cierto anochecer, un ladrón entró en la choza, sólo para descubrir que nada había en ella para robar.
Ryokan volvió entonces y lo sorprendió.

-Tal vez hayas hecho un largo camino para visitarme – dijo al merodeador-, y no debes irte con las manos vacías. Por favor, acepta mis ropas como un presente.
El ladrón quedó desconcertado.
Tomó las ropas y se fue a hurtadillas.
Ryokan, desnudo, se sentó contemplando la luna.
-Pobre hombre- caviló. Ojalá pudiera darle esa hermosa luna.

Ryokan – Monje Zen 1758 - 1831


Publicado por Claudio



viernes, 17 de diciembre de 2010

Dieta Mental


Coma sano. Tome dos litros de agua por día. Haga desaparecer sus arrugas con...Adelgace con las pastillas de... Ejercítese y mantenga su musculatura firme. Sea por siempre joven, erecto y activo hasta el infarto y no se preocupe que después de todo, morirá feliz.

Todos, de un modo u otro, hemos atendido o luchado contra mandatos como estos; escuchado y visto todo tipo de publicidad bombardeándonos a toda hora y lugar, conminándonos a hacer dieta del tipo o color que sea, o de lo contrario: aténgase a las consecuencias de envejecer, engordar y volverse una piltrafa sin más ni más.

Así, la pobre palabra dieta, no puede otra cosa que ganarse muy mala prensa.
Veamos, según el diccionario dieta significa: Conjunto de sustancias alimenticias que componen el comportamiento nutricional de los seres vivos. La palabra es derivada del Griego Diaita que significa, modo de vida.
¿Quedó claro? Entonces, dieta es todo aquello que comemos y no únicamente lo que nos aconsejan, dietólogos, nutricionistas, deportólogos o un amigo o amiga que ya bajo no sé cuantos kilos y que por eso sería bueno que nosotros también bla, bla,bla.

Modo de vida que incluye todo lo que hacemos o no con este preciado “regalo” que somos y poseemos llamado vida. Modo de vida que se alimenta o envenena, dependiendo que sea lo que llevemos a nuestro cuerpo, con mucho más que proteínas, vitaminas, agua, grasas, hidratos de carbono o minerales. Lean bien por favor, todo lo que entra a nuestro cuerpo a través de nuestros cinco órganos sensoriales, es interpretado por el cerebro como alimento. Si, así de sencillo. Por lo tanto, urge señalar que no tenemos sólo cinco órganos sensoriales (ojos, oídos, olfato, gusto, tacto) sino seis. El cerebro es el sexto y más importante de todos pues, es el que se encarga de tomar la energía proveniente del exterior como también la del interior, pensamientos, emociones, sensaciones, y convertirla en información a partir de una serie compleja y múltiple de datos y valoraciones aprendidos a lo largo de nuestra vida, para luego dar las respuestas que fuesen necesarias.

Si el cerebro es el que interpreta (datos recientes sostienen que en realidad es el corazón y su extenso campo magnético el que primero VE el mundo a través de nuestros sistemas sensoriales y por último es el cerebro quién decide que hace, cómo, cuando y dónde con los datos obtenidos) lo que se vuelve sumamente importante es aplicar nuestra capacidad de observar concientemente nuestras acciones, palabras y pensamientos, para poder acceder a una conducta inteligente a cerca de la dieta que queramos implementar, tanto en el orden de los alimentos a ingerir, de los ejercicios o actividades a practicar, como de lo que vemos, oímos, gustamos, olfateamos, tocamos y pensamos.
A todo esto le cabe el título de este artículo: dieta mental. Y es que nos hemos familiarizado bastante con todo lo concerniente a dietas alimenticias o gimnásticas, las hagamos o no, pero rara vez, por no decir nunca, nos ocupamos del factor más relevante en estos menesteres que es, justamente, la dieta mental.

Repasemos, nos desplazamos, conversamos, decidimos, proyectamos y respondemos emocionalmente al mundo que nos rodea, desde el ego, la personalidad o el carácter. Personalidad construida de información genética activada la más de las veces, por procesos emocionales y afectivos, por creencias, aprendizajes conductuales, educativos, académicos, culturales y tradiciones costumbristas Lo que la dieta mental propone es revisar todo lo que se ha ido adosando a nuestro cuerpo-mente para poder establecer más lucidamente qué de nuestro ego o pequeño yo, impide la realización de una vida plena, y feliz.

En artículos anteriores remarque la importancia de ocuparnos en observar nuestros pensamientos, pues en eso nos convertimos; más aún cuando lo pensado es llevado a la acción, a la tarea cotidiana. Por lo tanto sugiero “mirar” cual es la intención que motoriza la búsqueda de determinados logros. La intención, no siempre considerada por permanecer oculta en nuestro inconsciente, es lo que permite responder a los por qué o los para qué de nuestros deseos.
En la mayoría de los casos, las dietas son lugares a los que accedemos por obligación, problemas de salud grave que ameritan una solución urgente, alcanzar los estándares de la moda imperante (seamos eternamente jóvenes y que se note) o porque realmente queremos ocuparnos de conocer y modificar las causas que devinieron en una pobre calidad de vida.

Todos los caminos conducen a Roma, dice un conocido refrán, por lo que pueden ser muchas y variadas las situaciones que deriven en hacer un uso inteligente de nuestra conciencia para entrar de lleno a un cambio honesto y sustentable.
Por lo tanto y puesto a cambiar, aprendamos a aceptar la sabiduría que nos dará cada paso y disfrutémoslo aunque en algunas ocasiones nos sintamos flaquear.
Que la intención provenga de una postura coherente, (no olvidemos que nuestros anhelos se pueden cumplir y si no teníamos una mínima idea de para qué los queríamos, luego no sabremos que hacer con ellos).
Paciencia para entrar en la calma que precisa toda observación de nuestros pensamientos negativos e ilusorios. Observación es la única tarea a la que nos limitaremos tratando de no interferir con ellos. Como se instruye en el Budismo zen: dejarlos pasar, pues de esa manera no crecen, ni adquieren identidad.
El espacio que va quedando a medida que van cayendo los pensamientos negativos, nos permitirá recordar (volver al corazón) las muchas cualidades humanas que poseemos y así regarlas todos los días un poquito. Los frutos que nuestra práctica nos dará, tendrán un sabor fresco y jugoso que no dudaremos en compartir.

Perseverancia. Los japoneses al respecto dicen: Las personas que no pueden continuar con algo luego de tres días son llamadas Mikkabozu (las que abandonan al tercer día)Esa idea viene de la sabiduría tradicional según la cual uno continúa practicando algo tras haberse resuelto solo si pasa el tercer día. De alguna manera, siempre parece haber una caída repentina de la motivación hacia el cuarto día con independencia de lo que haya decidido comenzar. Esta pérdida de motivación es particularmente devastadora cuando se inicia algo por razones superficiales, como simple curiosidad, por no querer perderse algo o simplemente por la recomendación de alguien, sin haber comprendido plenamente qué es beneficioso y realmente necesario. - Shizuto Masunaga -
Siempre les digo a las personas que comienzan mis clases de Chi Kung o Meditación, tengan un poco de voluntad y paciencia y permítanse un tiempo razonable de práctica para poder tener la certeza de que es esto lo que quieren hacer. Por supuesto, no muchos lo logran, y es que el mando de la situación, en esos casos, lo continúa teniendo una mente condicionada y temerosa ante la idea que les supone el cambio; incapaces de ir más allá de lo conocido.
Una pregunta frecuente ante el temor a cambiar, es ¿qué pierdo si cambio?. La pregunta se justifica en el hecho de evaluarlo todo en términos de pérdida o ganancia, tan cara a nuestra cultura competitiva.
El error es suponer que dicho cambio deberá suceder si obtenemos algo en compensación. Si no comprendemos que no hay tal cosa como perder o ganar, porque todo y todos somos impermanentes, por lo tanto no hay nada como mío o tuyo, bueno o malo, mejor o peor, intrínsecamente hablando, el cambio no será posible. De ahí que subrayo la importancia de observar la intención que acompaña a la acción, porque acaba siendo habitual creer, a partir de algunas sensaciones placenteras, que sí hubo tal modificación, cuando en realidad lo que se produjo fue un cambio de objeto o hábito pero no de esencia. Puedo mudar mi remera roja por una verde, pero sigue siendo una remera.
El cambio nos da la gran oportunidad de practicar el desapego, pues, para cambiar hay que aprender a soltar, partir, dejar ir o morir un poco cada día, como se dice comúnmente,

Es interesante que todo lo que resulta verdaderamente necesario para una persona de algún modo acaba haciéndose.
Pero no quiero decir con esto que todo lo necesario se haga siempre.
Expresamos simplemente, en un sentido sencillo, que las cosas de la vida realmente necesarias son placenteras y hacen que nos sintamos bien.
Cuando hemos aprendido que algo es placentero, encontramos tiempo para hacerlo. En lugar de rechazar esto como algo demasiado evidente, sería bueno examinar más profundamente la norma básica de la motivación a la que todos estamos sometidos
. -Shizuto Masunaga-


En otras palabras, la dieta mental es la única posibilidad de que lo que comienza como una necesidad de momento, recupere su verdadero significado transformándose en nuestro modo de vida, conciente.




Publicado por Claudio

viernes, 10 de diciembre de 2010

Mas vale usar pantuflas que alfombrar el mundo




Graciosa la frase, ¿no?. Seguramente. Sin embargo es así como vivimos la mayor parte del tiempo, esperando que todo y todos se ajusten a nuestras, necesidades y caprichos.
¿Por qué?. Porque nos movemos basados en lo aprendido, lo que se nos prendió a la piel, a la sangre. Lo que en sí mismo no supone daño o trastorno alguno, excepto cuando no nos permitimos cuestionar dicho aprendizaje, porque en él habitan las causas de nuestra insatisfacción, o para mayor exactitud, en el modo en el que lo fuimos utilizando.
Al actuar desde lo aprendido nos movemos desde lo irreal producto de estar basado en una serie de valorizaciones del yo. De esa actitud se desprende que accionamos por intereses personales obteniendo imágenes adulteradas de la realidad y fraccionada en múltiples representaciones abstractas que limitan el conocimiento y valorización del universo y de la vida. Cuando comprendemos que la vida no puede continuar sujeta a interpretaciones parcializadas de la realidad, accedemos a preguntarnos, a indagarnos, abriéndonos paso a través del desconocimiento para entrar en el saber.

Todo cuestionamiento a cerca de nuestra forma de vida sujeta a los patrones establecidos, suele recaer en un principio sobre quienes nos los transmitieron, esgrimiendo frases como: la culpa es de... Pero luego de superada esta instancia, tan común al comportamiento infantil o adolescente más allá de la edad que se posea, precisa, lo aprendido, ser observado con la óptica adulta que conlleva aceptar la parte que nos compete a la hora de hacer lo conocido por propia elección y la responsabilidad que se desprende de ello. En pocas palabras; hacernos cargo de lo que hacemos o no con nuestra vida.

Todo esto pone de relieve nuestra condición humana, muchas veces confundida con naturaleza humana lo que es un grave error, pues nuestra condición humana es lo que más arriba precisaba, o sea, todo aquello que hemos ido aprendiendo y que se va tornando en lo que llamamos personalidad o ego. Un ego equivalente al personaje que un actor representa en escena y que en nuestro caso, actuamos en todo tiempo, situación y lugar volviéndolo como nuestra “identidad”, “lo que somos”, o en todo caso, lo que creemos que somos y lo que nos aseguramos siempre en mantener como un lugar de pertenencia; una etiqueta que nos diferencia y nos da seguridad ante los otros.
Ahí es cuando hace su presentación sobre las tablas, entre otras actitudes, el tener, comportamiento que reafirma y confirma nuestra personalidad o ego.

Soy lo que tengo o lo que hago, decimos, casi sin escucharnos, sin sentirnos. Luchando por mantener la estructura, la forma por la forma misma, confundiendo seguridad con felicidad. Tomen nota: ¿cuanto tiempo, dinero y energía utilizamos en sentirnos seguros, convencidos que no hay otra forma de ser felices?. Sepan disculpar pero, es absurdo. La seguridad no existe como algo inamovible y permanente. Nada ni nadie tiene condición intrínseca de permanencia. Buscar que algo así suceda es “como querer llenar una cesta con agua”. La vida es contradicción, cambio, fluctuación; por eso, nos guste o no, habremos de ir más allá o más acá de nuestra condición humana. Y digo más a acá porque nuestra naturaleza humana está aquí, bajo nuestros pies, o en medio de nuestro corazón, si lo prefieren; llamándonos, tratando de que la escuchemos, de que nos demos cuenta y aceptemos la condición humana y el sufrimiento que arrastramos, ¿por qué?, porque toda vez que nos suponemos “ser” por lo que tenemos y hacemos, sufrimos. Sufrimos frente a la sola idea de perder lo que tenemos o ante la posibilidad de no obtener lo que deseamos. Entonces, si somos lo que tenemos y lo que hacemos, ¿quiénes somos cuando no tenemos ni hacemos?...

Solo pensamiento. Eso somos siempre que damos al pensamiento la potestad de creerlo verdadero, importante o valioso. Porque una vez hecho eso, la palabra saldrá pronunciada directamente desde allí, desde el pensamiento y luego lo hará la acción; y así, poco a poco, sin darnos cuenta, nos vamos transformando en zombis. Seres adormecidos y limitados a copiar, a repetir, a saltar del dolor al placer acumulando sufrimiento. Pero no hay por qué padecer de hipnotismo o estupidez eternamente, no. Ni salir corriendo a buscar “remedios” que nos liberen de un destino que alguien, porque no nos amaba nos impuso. Nada más desacertado que eso, porque de actuar así solo estaremos cambiando de mando y de mandato. Antes, por ejemplo, nos imponían las reglas del juego nuestros padres, ahora, enojados y revelados contra ellos, nos aliamos a alguno de los muchos ismos, comunismo, cristianismo, budismo, esoterismo, capitalismo, etc, otorgando de esta manera nuestro poder y libertad a otro mandato. En el fondo, todo cambia para que nada cambie.

La práctica está más cerca y es más accesible de lo que muchas veces suponemos. El trabajo es mirar lo que pensamos porque en ello nos convertimos. Las preguntas a las que hacía referencia en párrafos anteriores, se reducirán a una sola. ¿Cómo?. No será tan necesarias el para qué o el por qué, pues en esas preguntas aparecerá nuevamente el ego ordenando sus prioridades. Tan siquiera saber cómo hacemos, decimos o pensamos, propiciará el cambio. El cómo, precisa de atención, concentración y observación despersonalizada. Sin un YO que juzgue.
La meditación propone a través de la atención, la concentración y la observación sin juicio ni crítica, mirar concientemente qué pensamos, qué decimos, qué hacemos. Y sobre todo cómo pensamos, hablamos y hacemos, para luego dejar que todo pase, que todo siga su curso. Así, paso a paso, vamos dejando caer la condición humana y redescubriendo nuestra naturaleza humana. Naturaleza humana que no toma ni rechaza, que se adapta, vive y ama sin restricciones, sin dogmas, ni doctrinas.

Nadie será infeliz accediendo a conocer su verdadera naturaleza. Quién así lo crea, es porque aún permanece atascado en el miedo que le supone dejar los viejos paradigmas, el ego. Por lo tanto, no sirve el ego como medida para otear el horizonte. Sólo trascendiéndolo se llega al despertar, a la conciencia ilimitada que ya somos. Por ello es que no hay ningún sitio a donde arribar, ninguna meta que alcanzar. Aquí donde estamos, somos.
¡Ah!, y en cuanto a las pantuflas, prefiero atreverme a andar descalzo, abierto a lo que se presente.

Somos lo que pensamos.
El pensamiento se manifiesta en la palabra,
la palabra se manifiesta en un hecho.

El hecho se desarrolla en un hábito
el hábito se solidifica en el carácter,
del carácter nace el destino.

De manera que observa con cuidado tus pensamientos
Y permíteles nacer del amor;
Amor que nace del respeto a todos los seres.

Somos lo que pensamos.
Todo lo que somos se origina en nuestros pensamientos,
con nuestros pensamientos hacemos el mundo.

Buda.


Publicado por Claudio

viernes, 3 de diciembre de 2010

Conversaciones con el cocinero

El maestro zen Dogen Zenji nació en el año 1200 de nuestra era en Japón. Perteneció a una familia de clase acomodada y recibió desde su infancia la influencia de la práctica del Budismo zen.
Al pasar los años, su interés sobre el tema creció al punto de tomar la seria decisión de ir a buscar los verdaderos conocimientos sobre el Budismo zen al primer país de Asia en recibirlos, que fue China. Esto ocurrió a razón de que, en su tiempo, el Budismo en Japón había cobrado más peso y poder político que religioso, con lo cual Dogen no comulgaba, evidentemente.

Durante sus años en China, se produjo un encuentro con un monje que oficiaba de cocinero en un templo de ese país. Dicho encuentro supo tener un enorme significado para el maestro al punto de escribir, años más tarde, un tratado acerca de la función esencial que cumple el Tenzo (cocinero) dentro del templo o monasterio. De aquella conversación surgió lo siguiente.

Dogen encontró al viejo Tenzo lavando hongos a pleno rayo de sol, con la sudoración cubriéndole el rostro; al verlo, sintió que se trataba de una labor inhumana y que bien podría estarla ejerciendo alguien más joven y de menor rango, inclusive.
Sin embargo, el Tenzo, sonriendo ante la requisitoria de Dogen, contestó dos frases que devinieron en trascendentales dentro de la vida del propio Dogen como del zen mismo:
"Los otros no son yo" fue la primera contestación y "¿si yo no lo hago ahora, cuándo lo haré?" fue la segunda.

Quisiera acercarles una explicación clara de por qué ambas contestaciones ganaron tamaña importancia para el Budismo Zen, y para ello voy a transcribir, sintéticamente, lo que la Monja Zen Joshin Sensei dice al respecto. Quizás, como a mí, también a ustedes les resulte interesante el tema, pues todo lo que ella dice bien puede practicarse en cualquier acto y lugar de nuestras vidas laicas y rutinarias.

Monja Joshin: Cuando el Tenzo dice a Dogen “los otros no son yo”, quiere decir detener un poco el apoyarnos en los otros. Hay que parar con esa actitud de dejar las cosas para que los otros las hagan.
Hay que dejar de pensar en los otros, porque los otros no pueden vivir nuestra vida, ni morir nuestra muerte. Cada uno en cada instante, completos en cada acto.

La segunda contestación fue “¿si yo no lo hago ahora, cuándo?”. La mayor enseñanza del Budismo es la impermanencia: ¿cómo puedo saber qué pasará mañana?
Muchas cosas para hacer, muchas preguntas para contestar. ¿Si no lo hago ahora, cuándo lo haré? Si no viven sus vidas ahora, aquí en este instante, ¿cuándo la vivirán? Si en este instante nuestro cuerpo está aquí, pero nuestro espíritu está en otra parte, hay algo roto.
El Tenzo, cocinero del templo, secaba los hongos, en un acto completo de principio a fin, de instante en instante, completamente presente.
Cada cosa debe hacerse de forma completa, en el instante presente. La vida y la muerte en cada instante. Una cosa aparece y otra desaparece. Cada instante vivido con plenitud, y luego abrir la mano y soltar rápidamente.

Realizar esta práctica es difícil. Es difícil vivir de esta manera, dejar de recostarse en los demás y hacer ahora lo que hay que hacer, porque sólo existe este momento y nadie sabe que ocurrirá después o mañana. Y esto es así de dificultoso, porque por lo general estamos con la mirada fija en nosotros mismos, nos ponemos en el centro y el mundo gira alrededor. Practicar es aprender a salir de uno mismo. Practicar es aprender del error, aprender de la reflexión, aprender a discernir. Una vez más y otra vez más. Mirar realmente.

Aquí hago un paréntesis en el relato de la monja, donde explica algo de cuando ella practicaba Aikido (arte marcial japonés) que bien puedo comentar en mi calidad de profesor de Chi Kung sobre esto de mirar, y es lo siguiente: Cuando estoy dando una clase, observo que alguna persona, luego de “ver” lo que indico, acaba haciendo algo diferente. Es ahí cuando me pregunto: ¿qué es lo que esa persona ve si no fue eso lo que mostré? Y la respuesta posible, y que coincide con lo que la monja Joshin nos cuenta, es que a veces estamos tan encerrados en nosotros mismos que aun mirando no vemos, a veces queremos ver tanto por obsesionarnos en no fallar que tampoco vemos.

Vuelvo al relato.
Mirar, aprender de la propia experiencia, esto es el despertar. Interrumpo una vez más para agregar algo de mi propia observación: hasta que el propio practicante no toma nota del error, no habrá cambio, transformación o toma de conciencia posible.

Continúa diciendo la Monja Budista zen Joshin:
Lo que uno ve, ve. Lo que uno comprende, comprende. Cuando como, como. Cuando duermo, duermo. Cuando leo, leo.
Si cuando como, estoy pensando o planeando otras cosas, no estoy comiendo.
La práctica es muy simple, una cosa después de la otra.
La práctica es muy simple, nosotros la complicamos.
Darse por entero, sin guardarse nada. Estar abierto al momento presente. Completamente presente, eso es la práctica; el espíritu de la práctica. ¿Si no lo hago ahora, cuándo lo haré?
Uno elige vivir de esa manera o no. Es uno el que elige en el mar dejarse arrumar por las olas o crisparse y crisparse hasta hundirse en el mar, en las aguas, en las emociones.
Es necesario soltar y soltar todas las cosas. Es necesario también el discernimiento, la inteligencia.
Uno ha leído que al zen no se accede por la inteligencia, y es verdad, pero la inteligencia y el discernimiento son necesarios. Este buscar y buscar son necesarios. Este confrontar con la propia experiencia es necesario.
No se dejen atrapar por las palabras. Prueben, intenten, no duerman.
Estudien. Practiquen. Busquen.

Gassho

Dogen zenji: (1200 – 1253) Ordenado Monje zen por el maestro Nyojo Tendo en China. Fundador del linaje Soto Zen en Japón. Autor de varios libros, entre ellos el que dio lugar a este texto, titulado: “Tenzo Kyokun – instrucciones al cocinero de un monasterio zen”.

Joshin Bachoux Sensei: Monja Zen nacida en París, Francia.



Publicado por Claudio

viernes, 26 de noviembre de 2010

La tarea es amarnos

Noches atrás, mientras veía por enésima vez la película “El último samurái”, reparé en una escena en la que el personaje de Tom Cruise, detenido en la bella aldea japonesa en la que moraban los samuráis y sus familias, y luego de permanecer como rehén allí por algo más de un año, va logrando comprender y hasta enamorarse de esa cultura tan lejana geográfica y filosóficamente de la de su condición de caucásico soldado norteamericano diciendo:
“Desde el momento que despiertan se entregan a la perfección sea cual fuere el propósito que persiguen; jamás he visto tanta disciplina. Hay aquí y en ellos algo profundamente espiritual”.

Un rato más tarde y en otro canal, me detuve a ver un documental sobre la historia del jazz, música con la que estuve fuertemente ligado durante bastante tiempo, en cuyo tramo se pasaba revista a la vida de un gran saxofonista de las décadas de los cuarenta y cincuenta como fue Charlie Parker. En una de las secuencias, y mientras la imagen lo tomaba en primer plano ejecutando su instrumento, el locutor comenta: “Charlie, desde el amanecer, pasaba la mayor parte del día practicando incansablemente en busca de la perfección de su sonido...”

En ambos casos encontré un denominador común: la perfección, la disciplina, la dedicación y entrega en lo que se hace.
La palabra “perfección” pronunciada en ambas historias no alude a su significado literal, sino más bien al hecho de poder expresarse con la propia voz. No importa que se trate del tiro con arco, la espada o la meditación, en el caso de los samuráis, o del sonido de Charlie Parker atravesando su saxo. En cualquier caso, oficio, profesión o actividad que se desempeñe, lo que vale es la capacidad de ir hacia la más pura espiritualidad que nos sea posible, pues, la herramienta (artesanía, arte, labor, profesión, etc.) de la que echamos mano día a día es, en definitiva, el vehículo a partir del cual la trascendencia puede sernos factible.

“Un camino de mil pasos comienza con el primero”... dice una voz antigua. El primero de los pasos es calmar la mente para escuchar lo que queremos, y una vez sabido esto, iniciar la marcha evitando la tentación del resultado fácil y rápido. Olvidarse de lo que se quiere lograr y arrancar la caminata con perseverancia, paciencia, decisión y el disfrute que conlleva el ya estar haciendo lo que se ha elegido sólo por el contento de poder realizarlo.
Hacer sin hacer, o lo que es igual, hacer sin esperar nada a cambio. Que la tarea sea por sí misma todo sobre lo cual ocuparse plenamente. Sin manipulaciones que fuercen a que las cosas ocurran según nuestro capricho, sino que sean lo que pueden ser en ese momento y aprender a adaptarse a ello.

Lo que emprendamos requerirá de técnica y práctica, pero no es esto lo más difícil, sino la comprensión profunda de la delicadeza, la nobleza de corazón, la honestidad, la humildad, la responsabilidad, la voluntad de mejora y la consideración hacia los otros, que en el fondo implica. Como bien lo señalan Eva Bach y Anna Forés en su libro La asertividad.


Tener en claro durante la travesía que en algunas ocasiones habrá que retroceder unos pasos, o detenerse un poco, sin interpretar esta situación como un rasgo negativo del aprendizaje. Por el contrario, se hará preciso comprender que el ir un poco hacia atrás permitirá encontrar el impulso justo para seguir avanzando. Y, fundamentalmente, recordar que sólo está perdido quien sabe adónde va. El que no, que continúe buscando sin desesperar. Pero que la búsqueda se haga ahí en donde se está consigo mismo, o acaso, ¿cuando se nos extravían las llaves en casa, las buscamos en la vereda?
La no conformidad en lo que sea que estemos trabajando puede ser en sí mismo un favorable punto de partida, pues, al menos, ya sabemos lo que no queremos más.

Paso a paso y sin declinar, se irá saboreando la miel que se elabora en nuestro interior y que no es otra que el volvernos sinceros con nosotros mismos. La autenticidad del Ser que somos quitará el velo que nos ha llevado a creer que la espiritualidad es privilegio de unos pocos o que sólo es posible practicarla en muy contados lugares y momentos.
Por el contrario, comprobaremos que dicha espiritualidad está presente al clavar un clavo, hacer las compras, conversar con alguien, coser una tela, cocinar, tocar música, manejar un auto, practicar yoga o barrer el patio. Es decir, allí donde sea que nos encontremos, pues una vez despojados de los trapos viejos que impiden moverse con sincera naturalidad, no quedará lugar o situación donde esa sinceridad no se manifieste. Esto me trae a cuento el relato de ese discípulo que se acerca a su maestro y le pregunta:
- Maestro, ¿qué es la iluminación?
- El maestro, alzando la vista, contesta: ¿terminaste tu comida?
- Sí - responde el discípulo.
- Entonces, vete a lavar los platos...
El despertar ocurre en la simple ocupación del hacer diario.

A esa altura del viaje habremos logrado alivianar la carga que siempre supone la disciplina surgida del mandato, la obligación o el miedo. Nada que no queramos puede sostenerse por mucho tiempo. Engañándonos y forzándonos a figurar ser quienes en realidad no somos nos enferma, o en el peor de los casos, nos mata, aun en vida. Desperdiciando el invalorable crédito de estar vivos con dignidad.

La sabiduría que obtendremos no será únicamente producto de las experiencias vividas, sino del saber cuál es el mejor modo de aplicar lo aprendido.
Pero para todo ello es preciso, a mi entender, no sólo gustar de lo que hacemos, sino amarlo con total abnegación. Es ahí, en esa consagración, cuando se vivencia el volvernos uno con la tarea. Un espacio de tiempo donde, paradójicamente, el espacio y el tiempo se desdibujan hasta confundirnos (fundirnos con) con lo que estamos creando.
Cuando hacemos lo que amamos, estamos diciendo cuánto nos amamos y amamos la vida.
Por último, y como me dijera uno de mis alumnos: “ya que pasamos por este mundo, ¿por qué no hacerlo dejándolo un poquito mejor de lo que lo hemos encontrado?”.


Publicado por Claudio




viernes, 19 de noviembre de 2010

Chi Kung, Lautaro y la tarta de manzana


El sábado por la tarde, la primavera armó el escenario perfecto para nuestra práctica de Chi Kung al aire libre.
El pasto masajeando las plantas de los pies, el sol calentando el cuerpo, y el viento rozándonos la piel no pudieron menos que alentar las ganas de estar allí.
Junto con un grupo de alumnos y gente que se acercó por primera vez a ver de qué se trata esto de la práctica del Chi kung, arrancamos la clase moviéndonos, estirándonos y dejando que lentamente el Ki nos marcara el ritmo.

Mi contento se vio incrementado cuando vi acercase al grupo a una ex alumna para participar del encuentro, trayendo en sus brazos a su bebé de apenas tres meses. Lautaro.
Interrumpí un instante para fundirme en un abrazo con ellos y sentir cuánta felicidad emanaban. Lautaro jugando a hacer burbujas con su baba y Valeria, su mamá, que era toda baba y sonrisa.
Un rato más tarde, y cuando los movimientos de Chi Kung fueron permitiendo a muchos soltar amarras y dejarse llevar, pude comprobar, y creo no haber sido el único, que aun habiendo en el lugar gente que estaba disfrutando de una carrera de ciclismo, o sea, ajenos a nuestros asuntos y muy enchufados en los suyos, así y todo, el grupo logró sentirse muy conectado consigo mismo y con lo que la energía de los ejercicios les iba proponiendo. La verdad, fue lo que les pedí que intentaran; que se olvidaran de lo que estaba sucediendo a su alrededor y que simplemente cabalgaran montados a lomo de su particular hacer. En síntesis, que sean creativos. Y me parece que algo de eso pasó. Al menos yo así lo percibí.

Una hora después, aproximadamente, buscamos acomodarnos bajo las sombras de unos árboles para descansar un poco y tomarnos unos mates. La ronda, el mandala de mantas, mates, miradas plácidas, conversación y risa se creó desde la naturalidad que cada uno aportaba, generando un clima que me hizo suponer que eran largas horas las que ya llevábamos en el parque. Valeria, su hermana y Lautaro se sumaron al mandala.

Mirando al bebé, sentí que me encontraba delante de un pequeño maestrito zen que, sin querer, me recordaba que alguna vez, como ahora él, también nosotros fuimos así, zen.
Cuando un maestro quiere explicar de qué se trata el zen o qué es, dice: “Comer cuando se tiene hambre, dormir cuando se tiene sueño. Nada especial.”
Y Lautaro fue fiel al dicho, pues cuando tuvo hambre, no dudó un instante en prenderse de la teta y mamar. Sus sonrisas nacían de una total espontaneidad. Cuando tuvo sueño, durmió en los brazos de su mamá o recostado a su entero placer sobre una tela en el césped. Su respiración apacible y profunda hamacaba sus aguas y las mías.

Todo lo que hasta ese momento estaba ocurriendo era, también, otra forma de hacer Chi Kung, es decir, estábamos trabajando nuestra energía (ése es el significado de Chi Kung) en común unión y con una postura descontracturada, abierta a darnos y recibirnos, mate o charla de por medio. El círculo mandálico y humano que éramos, al igual que en culturas aborígenes, tradicionales y sabias, celebraba el ancestral ritual de compartir la vida, el alimento, la risa que aviva el fuego del intercambio sin palabras y el nacimiento, el de Lautaro en este caso, como en alguna medida también el nuestro, por eso de que cada instante es irrepetible y nuevo.
Es hermoso comprobar que, a pesar de tanta tecnología y desprecio por la naturaleza, las rondas para bailar, reír, comer, o conmemorar la vida o la muerte, no han podido ser desterradas de nuestro inconsciente colectivo, del campo cuántico, de nuestro ADN mitocondrial o simplemente de la abuela memoria que los humanos conformamos.

Pero esto no fue todo, ya que como buen menú que se precie de serlo, no podía faltar la frutilla del postre, o para mejor decir, la manzana. La tarta de manzana que hizo Adriana y que nadie quiso dejar de probar y gustar e incluso saber de qué estaba hecha, o cuánto tenía de esto y cuánto de aquello... Por eso, pensé, por qué no subir la receta al blog y así permitir que ustedes también la hagan y la disfruten. Espero sepan disculpar, pero es todo lo que puedo hacer por ustedes, y es que, si bien no dudo de lo muy rica que les saldrá, el sabor y deleite de la tarta del sábado no cabe en el blog, porque para eso tendrían que incluir a los árboles, el viento paseándose entre nosotros, el sol, el agradable cansancio que nos quedó luego de la clase, por no decir la fiaca, que es poco literario, más los mates, la charla y los ojos de cielo del pequeño Lautaro.
De todos modos, buen provecho, gente, y para la próxima, no se queden con las ganas y vengan.


Tarta de manzana
Ingredientes

-2 tazas de harina integral súper fina (tamaño café con leche)
-1 taza de avena arrollada fina "
-1 cucharada al ras de bicarbonato de sodio (disuelto en un poco de agua)
-1taza (tamaño té) de miel, que no esté sólida
-ralladura de 1 naranja, en lo posible gruesita
-1 cucharadita de canela
-vainillina un chorrito
-3 cucharadas de aceite
Unir todos estos ingredientes con una cuchara de madera.
Agregarle el jugo de 1 naranja e incorporarle a esa mezcla 2 manzanas deliciosas cortadas en cubitos.
Se coloca en un recipiente para horno de aprox. 30x23 y altura 6 cm aceitado preferentemente con papel de cocina para que no quede muy aceitado.
HORNO CALIENTE APROX. 20 MINUTOS
Sacar del horno la torta y sin desmoldar cortarla en cuadraditos de 4x4 aprox. untar con miel, con un pincel y hornear por 10 minutos más.


Foto: Árbol de la vida (mandala). Cultura Celta


Publicado por Claudio



viernes, 12 de noviembre de 2010

Maestros, gracias


La práctica diaria del agradecimiento ha ido incorporándose a mi vida con la misma naturalidad con la que el río llega hasta el mar. Es por eso que quiero dedicar esta palabra y todo su caudal a aquellos maestros y maestras que fueron llegando a mi vida, y celebrar esos encuentros.

Buda, Jesús, Lao Tse, Rumi, Sócrates, la Madre Teresa, y tantos otros maestros atemporales, nos mostraron el camino de la Gran Virtud, la única que lo engloba todo: la virtud de conocerse a uno mismo. Es con alguno de ellos en quienes buscamos cobijarnos cuando el panorama se ennegrece o el temblor y la desazón nos azotan. Y es así porque todos ellos están metidos en nuestro ADN espiritual para recordarnos que el camino que alguna vez emprendieron es también el nuestro y se encuentra exactamente en el nudo o la oscuridad en la que nos hallamos.

Pero sería injusto suponer que sólo los de corazón puro pueden enseñarnos a transitar y trascender el maravilloso misterio que es la vida. Aunque no nos agraden nada o incluso de a ratos los detestemos, creo que vale recordar también a los que han sido y son capaces de acometer actos de profunda brutalidad. Y, ¿por qué? Porque si no nos sinceramos aceptando que, concientemente o no, también podríamos dirigir todo nuestro potencial hacia esas calamidades, ¿cómo sería posible estar lo suficientemente despiertos para poder ver la verdad de los que no sólo actúan con ella sino que son la verdad misma y personificada?
Quien configure su vida en la falsedad, sólo eso reconocerá, pues, el otro o lo otro que siempre nos responde como un espejo, tan siquiera reflejará lo que allí estemos depositando y, por consiguiente, eso nos será devuelto. Por lo tanto, para poder darnos cuenta de que delante nuestro tenemos a un hombre o a una mujer verdaderos de cuerpo y espíritu, habrá que aprender a vivir esa verdad en carne propia. Si genuinamente eso queremos, justo en ese momento se nos aparecerá el maestro, porque el alumno ya estará maduro y dispuesto a tomar la clase.

Hoy y a la distancia, reconozco a maestras que la sangre y la vida me colocaron entre sus brazos. Tres abuelas, madrinas y guardianas inefables de una vida de infancia por las veredas y patios de Avellaneda. Vida que colmaron de juegos, risas, canciones y amor a mares. Amor que años después dilapidé a manos del miedo y que hoy voy rescatando del fondo de este corazón que, mientras escribo, canta acelerado de emoción, porque las siento, queridas mías, ahora como ayer, acá, conmigo. Gracias abuela María, gracias Ada, gracias Pura, por ayudarme a conocer mi propósito en la vida.


No sería capaz de explicar los motivos que me llevaron a tomar de la mano a mi mujer y salir corriendo hasta la Catedral de la Ciudad de Buenos Aires, una tarde de 1992, donde se realizó el encuentro interreligioso en el que participó el decimocuarto Dalai Lama.
Si hubiese tenido que narrar esos tiempos, el título apropiado para encabezarlo hubiese sido “De la cocaína al Dalai Lama”. Atravesaba ambas situaciones por ese mismo año, aunque parezca ridículo y por demás contradictorio. Y es que no había rumbo definido ni horizonte claro en mi realidad personal. Estaba seriamente enojado conmigo y ni siquiera lo sabía porque siempre encontraba a quien pasarle la cuenta de mis platos rotos. Y si algo faltaba para aumentar tal confusión que me permitiese comprender el arrebato por ir hacia allí, a años luz me encontraba de cualquier liturgia religiosa o espiritual. Sin embargo, ahí estaba yo, escuchando las palabras de ese hombre diciendo: “tenemos que cambiar nuestra actitud, luchar contra el odio porque nos hace daño, nos debilita”. En cambio, los sentimientos de afecto, cariño y compasión hacia los demás nos dan fuerza”. Perdón, me dije... ¿me habla a mí?
Si por ese entonces poco lo comprendí, la semilla que el Dalai Lama había plantado en mi interior comenzaría a dar sus frutos algunos años después.
Nunca olvidaré su sonrisa cuando al salir de la Catedral, nos topamos con el auto que lo conducía, quedando nuestros rostros a pocos centímetros de distancia y separados apenas por la ventanilla del vehículo. Como el espejo del que hacía mención párrafos antes, su sonrisa y gestos contagiaron los míos dejándome por un breve lapso flotando en un estado de perpleja inocencia.



Luego de años discurridos no tan mansamente, llegué hasta las puertas de tres maestros que me brindaron, en tiempos y circunstancias diferentes, mucho más que el aprendizaje de técnicas terapéuticas corporales. Susana Berman (kinesióloga), Carlos Trosman (especialista en Shiatzu – Chi kung y Med. Tradicional China) y Ricardo Dokyu (Monje Budista de la escuela Soto Zen) fueron y son perseverancia, conocimiento, generosidad, flexibilidad, calma y silencio. Sabiduría de quienes no se guardaron nada y me mostraron cómo amar la profesión que hoy ejerzo. Gassho a los tres por todo eso, porque sin sospecharlo siquiera, me dieron las herramientas que transformaron un trabajo en mi forma de vida.

Cuando el andar va mostrándonos que la vida es una oportunidad única de auto conocimiento, ya no queda pretexto para dudar de qué o de quiénes es factible aprehenderlo. Por esa razón, se me haría sumamente extensa la lista de agradecimientos. De todos modos, no quiero saltear de la nómina a quienes me hicieron enojar, entristecer, temer, dudar, alegrarme y, en pocas palabras, mostrarme lo mejor y lo peor de mí mismo. O en todo caso, haber sido los gestores que develaron la materia prima que poseo para, una vez en mis manos y bajo mi total responsabilidad, amasarla, moldearla y saborearla para lentamente ir recordando la felicidad y plenitud de la que, como ustedes, estoy hecho.
No hablo sólo de personas, también de animales, como mis gatos, de las plantas y los árboles. Árboles con los que he mantenido diálogos maravillosos y ancestrales. Puestas de sol irrepetibles, lunas llenas como las de esas noches en Río, sólo por citar alguna, que de tan inmensa casi no quedaba lugar en el cielo para las estrellas.
De lugares en los que se escucha el pulsar de la galaxia. ¿Probaron alguna vez el quedarse quietitos en medio de la montaña, sin nadie alrededor más que ustedes mismos?
Vale agregar a los maestros de las letras, de la música y a los de la mirada franca. Por eso, y en nombre de todos los que me pueda olvidar, gracias Julio, gracias John, gracias Ernesto.

Más recientemente, y tras frustrados intentos de que se convirtiera en mi profesor de Tai Chi, apareció en mi vida Damián. Diez años más joven que yo, pero con una gran sabiduría y sencillez. Su presencia me ha dado en estos años mucho con que alimentar mi alma y mi cuerpo. Nuestros encuentros, en los que nunca falta el mate, siempre se dirigen hacia zonas abismales y complejas, con la intención de comprendernos en el vivir cotidiano.
Con él, la práctica de la atención permanente en el aquí y ahora, como se suele decir, es constante. No hay excusa para no poder mirarnos, escudriñarnos, ponernos en evidencia en pos de vivir desde la sinceridad con uno mismo y con nuestros semejantes. Las charlas que, así relatadas parecen muy formales y serias, siempre dan lugar para reírnos a carcajadas de nosotros mismos, de nuestros laberintos filosofales y prácticas orientales.
Gracias Maestro, gracias amigo.

Luego de años juntos, de suponernos partidos a la mitad, buscando las ausencias en el otro. De juzgar y perdonar, de salir corriendo o fundirnos en interminables abrazos,
llegamos a reconocer quiénes somos y todo lo que poseemos y valemos, pudiendo compartir nuestras vidas, algo más íntegras y sin pegotearnos.
Hablo, claro, de mi mujer, Susana. Cómo podría dejar fuera del agradecimiento a quien amanece sonriendo, siempre con un chiste a flor de labios. A quien apacigua mis aguas o las sacude para que una vez y otra vez y las que hagan falta vea, aprenda, ceda, suelte y siga rindiendo mis materias. A quien me dio a probar la dulzura de la quietud. A quien está aunque no se la vea. Y es que los que pasan por nuestras vidas y dejan huella podrán irse de viaje por siempre o morir que igual seguirán aquí, pues, es lo que hemos vivido juntos lo que nos queda y cuenta. Compañera, amiga, maestra, gracias.

Por último, y como dice el Maestro Zen Daisetsu Suzuki, otro de tantos que adopté como guía desde hace años a fuerza de bastas y ricas lecturas: “que sepamos vivir en serena alegría, siempre con espíritu de aprendices, para acceder al maestro que hay en nosotros”.
Por eso, gracias a los maestros que vendrán, a mis padres y hermanos. A los alumnos que, más allá de roles definidos en horas marcadas, siempre hubo, hay y habrá boleto de ida y vuelta.
Al sol allí arriba y en mi corazón, al agua apacible o brava de mis aguas, a la tierra que me sostiene y alimenta, al aire que respiro y vuelo en incontables eones de alientos.
A ustedes y a aquellos que se me escapan de la memoria, más por descuido que por desinterés, sepan y no duden, que todos y todas, están en mí. Gassho. Gracias.


Dedicado a Marcelo que con sus bromas y alegría, me alerta de no tomármelo todo tan en serio.


Publicado por Claudio










sábado, 6 de noviembre de 2010

Fe en la mente


No es difícil descubrir tu mente Búdica, pero no trates de buscarla.

Cesa de aceptar y rehusar los posibles lugares donde pienses que puedes encontrarla y aparecerá ante ti.

¡Ponte sobre aviso! la más leve preocupación de preferencia abrirá un abismo tan grande y profundo como el espacio entre el cielo y la tierra.

Si quieres encontrar tu mente Búdica, no albergues opiniones sobre nada. Las opiniones dan lugar al argumento y la contienda es una enfermedad de la mente.

Sumérgete en las profundidades. La quietud es profunda. No hay nada profundo en las aguas superficiales.

La mente Búdica es perfecta e incluye el universo. No carece de nada ni nada tiene en exceso.
Si piensas que puedes escoger entre sus partes, perderás su esencia fundamental y extraordinaria.

No te aferres a lo externo; las cosas opuestas, las cosas que existen como relativas.
Acéptalas todas imparcialmente y no tendrás que perder tiempo en decisiones inútiles...


...Decidir lo que es, es determinar lo que no es. Pero determinar lo que no es, puede ocuparte tanto, que llegará a ser lo que es.

Mientras más hables y pienses, más te alejarás.
Cesa de hablar y pensar y lo encontrarás en todas partes.

No estarás practicando el Zen en el momento que comienzas a discriminar y preferir. Perderás la señal en el camino...

...El fundamento de todos los seres contiene todos los opuestos.
Del Uno, todas las cosas se originan.
Qué perdida de tiempo escoger entre lo vulgar y lo fino, dado que todas las cosas nacen de la Gran Mente...

...Deja que tus sentidos experimenten lo que surja en tu camino, pero no te influencies y no te involucres en lo que ha surgido.
El hombre sabio actúa sin emoción pareciendo que no actúa del todo.
El hombre ignorante deja que sus emociones se involucren.
El hombre sabio conoce que todas las cosas son parte del Uno.
El hombre ignorante ve diferencias en todas partes.

Todas las cosas son idénticas en su fundamento, pero aferrarse a una y descartar la otra es vivir en la ilusión y el engaño.
Una mente no es un juez justo para sí misma, ella está prejuiciada en su propio favor o en su contra.
No puede ver nada objetivamente...


...Cuando la mente pasa más allá de las discriminaciones, los pensamientos y los sentimientos no pueden entender sus profundidades.
El estado es absoluto y libre.
No hay yo ni otro.
Estarás consciente de que tu eres parte del Uno.
Todo está en el interior y nada en el exterior.


Todos los hombres sabios en todas partes, entienden esto.
Este conocimiento está más allá del tiempo, largo o corto.
Este conocimiento es eterno. Ni es ni no es.
Todo está aquí, y lo más pequeño es igual a lo más grande.
El espacio no puede confinar nada.
Lo más grande es igual a lo más pequeño.
No hay límites, ni dentro ni fuera...

...Si no te despiertas a esta verdad, no te preocupes por eso, sinplemente ten fe en tu mente Búdica que no está dividida, que lo acepta todo sin juzgarlo.
No te preocupes de palabras y discursos o planes seductores.
Lo eterno no tiene presente, pasado ni futuro.


Extracto del Sutra - Hsin hsin ming. escrito por el maestro de la escuela Budista Chan (zen)

Gatha de Seng - T´san



Publicado por Claudio

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Agua



Como el agua que surge
del manantial,
cristalina
pura
fresca
así nací.

Luego
como el agua,
voy acumulando a cada paso
hojas
conceptos
barro
ideas
piedras
prejuicios
flores
ira
plantas…

Y aún así,
contaminado como el agua
nunca dejo
de ser agua
de ser espíritu.


Publicado por Claudio

sábado, 30 de octubre de 2010

La belleza de existir

La belleza del zen a través del zazén (meditación sentada) es la comprensión que surge tras ver reflejada nuestra existencia en la existencia de la flor. La flor nacida del vientre húmedo de la tierra, crecida y amamantada de sol, agua y aire, igual que nosotros.

Quien no pueda o se niegue a comprender arrancará la flor para ponerla en un florero y mirará sin ver la agonía de su propia agonía.
La belleza de la existencia no será percibida más allá del arrebato del contento inicial e inútilmente se buscará evitar el dolor cuando la flor se marchite.

El maestro zen Katsuki Sekida lo expresa así:

En honduras de montañas y barrancos escarpados, brotan flores ignoradas por el hombre, y desapercibidas fenecen.
La existencia no existe para los demás. Es de sí misma, para sí misma, y por sí misma.

En solitario retiro,
entre las rocas alpinas,
del susurro de la brisa,
la clavelina silvestre consigo se regocija.


La belleza de la naturaleza es la manifestación de la existencia misma. Es hermosa simplemente porque es hermosa.
Decir que el color son ondas de luz y nada más es desatinado.
La existencia produce su propia belleza para sí misma y la aprecia para sí misma.


Publicado por Claudio




sábado, 23 de octubre de 2010

Si mi palabra


Si mi palabra no labra.

Si no hay silencio en el lienzo.

Si mis brazos no te abrazan,
ni mis piernas me sostienen y andan.

De poco servirá que el sol caliente
y que el agua baje de la montaña.

Seré apenas ilusión,
la misma nada.



Si mi palabra no labra

La palabra es pronunciada sin intención de aclarar nada. Muy por el contrario, el habla es articulada para desarticular pensamientos enquistados. El diamante que sólo puede ser cortado por otro diamante.
Pero más me complacerá el silencio, cuando aprenda a decir con la boca cerrada.

Si no hay silencio en el lienzo

El silencio del lienzo (la mente), la tela por donde pasan las imágenes sin quedarse con ninguna. Y la luz (la conciencia), sin la cual nos mantenemos en tinieblas (ignorancia).
Aun cuando las fotografías (pensamientos) allí plasmadas sean de mi peor entraña, practicaré la calma, porque son sólo imágenes que de por sí no valen nada, nada que yo no valore.

Si mis brazos no te abrazan

Mis brazos huesudos te abrazan, pero también mi pecho, mi corazón, mi alma. Lo que respiro y nos respira.
¿Sólo podemos acceder a un pasajero amor de carnes? No, sé que no. Tu corazón y el mío entrelazados saben muy bien de dónde venimos, quiénes somos. ¡Si nos animáramos a despertar!

Ni mis piernas me sostienen y andan

Mis piernas han sostenido el abandono, la duda, la rabia.
De la planta de mis pies, crecieron raíces bellas, flexibles, fuertes.
Caminando, voy degustando el sabor inexplicable de la incertidumbre.
No sé qué hay más allá, pero sí sé con qué cuento acá, bajo mis pies y sobre mi espíritu.

De poco servirá...

Bajo el sol, que no se percata de mí, y sobre el agua o en sus profundidades, soy la nada misma, casi una ilusión; “maya”, me susurraría un hindú. Átomos que un día volverán a la roca, al mar, a otro cuerpo o al cielo.
Mientras tanto, si me pellizcas, duele.
Publicado por Claudio

sábado, 9 de octubre de 2010

¿Carne o proteínas?

Primera parte

Tanto nos afanamos por mirar el árbol que no vemos el bosque. Ésta es la frase que todos hemos escuchado o dicho repetidas veces. ¿No?
Me adueño de ella por un ratito para decir algo similar: Tanto mirar el churrasco que nos perdemos de ver y conocer las verduras, legumbres, frutas... En pocas palabras, la diversidad.

Como tantos otros seres nacidos en la Argentina, me crié alimentado a base de carne: el asadito del domingo, el bife de chorizo, las milanesas. Tras este panorama, no es raro esperar que la idea de modificar el hábito carnívoro nos resulte poco menos que pavorosa.
La relación dependiente con la carne es tal que cuando se propone dejarla no tardan en escucharse preguntas tales como: ¿y si no como carne, qué como?, ¿si dejo la carne, no terminaré anémico?, ¿si dejo de comer carne, no perderé fuerzas o vitalidad? Nada más erróneo e injustificado.
El primer dato que debemos conocer para aclarar la situación es que lo que debemos ingerir son proteínas, no carne. ¿Por qué? Porque no es la carne el único medio por el que obtenemos proteínas. Por lo tanto, si podemos acceder a ellas de otros modos, lo que queda es conocer cuáles son estos y hacer un uso criterioso y consciente a la hora de alimentarnos de lo que nuestro organismo precisa.

La palabra “proteína” tiene su origen etimológico en la lengua griega y significa “prothos” (primero). Por lo tanto, se convierte en un elemento indispensable para nuestra vida, sin el cual no podríamos sostenerla. Muchas veces se hace un paralelismo entre las proteínas y los ladrillos de una casa, para observar su importancia. Las proteínas cumplen, entre otras funciones, la de crear o regenerar tejidos (músculos, piel, huesos, etc.).
Prestemos atención a lo siguiente: las proteínas provienen de las plantas y de la función de fotosíntesis que ellas cumplen. Las hojas de las plantas absorben a través de sus poros el anhídrido carbónico de la atmósfera, descomponiéndolo en carbono y oxígeno. La planta retiene el carbono y elimina el oxígeno hacia el exterior, aumentando así la atmósfera respiratoria. Por otro lado, la planta a través de sus raíces absorbe el agua de la tierra y la combina con el carbono formando los hidratos de carbono (azúcares).
Los carbohidratos son combinaciones de oxígeno, hidrógeno, carbono, más el nitrógeno extraído del suelo.

Ahora bien, y considerando la información anterior, sólo cabe usar el sentido común. Los animales que nosotros comemos son herbívoros, es decir que toman las proteínas de lo vegetales de los cuales se alimentan, para luego consumirlas nosotros al comernos la carne de esos animales.
Con dicha acción incurrimos en lo que podría llamarse “ingesta de segunda mano”. ¿Por qué? Porque estamos incorporando proteínas a través de la carne en lugar de consumirlas de primera mano, o sea, directamente de los vegetales. No se olviden, no estoy hablando de qué nos gusta más comer, sino de qué nos alimenta sanamente.

¿De dónde proviene, entonces, el error de considerar de mejor calidad la proteína animal que la vegetal? Ocurre que la proteína humana se asemeja más a la del animal que a la vegetal. Pero esto es sólo en apariencia, ya que el organismo no utiliza las proteínas tal cual ingresan en el organismo, sino que debe degradarlas hasta transformarlas en aminoácidos, que son los que sí nuestro organismo puede asimilar. Así el organismo utiliza los aminoácidos para construir las proteínas que necesita.

En síntesis, tanto los animales como el ser humano, sólo pueden obtener proteínas del reino vegetal. Por lo tanto, vale subrayar que todos los alimentos contienen proteínas y que sólo varían en la cantidad. Lo que se concluye de esto es que, para asegurarnos una alimentación balanceada, se deberá comer una variedad de productos de manera que podamos garantizarnos los nutrientes indispensables.

En términos energéticos, vale decir y con justa razón que a nuestro cuerpo lo vitalizará mucho más la ingesta de proteína viva, como la de los vegetales, legumbres y frutas, que la proteína muerta que incorporamos al comer carne. Nosotros somos seres vitales que gastamos dicha energía, de tal modo que tendremos que asegurarnos de reponerla; por lo tanto, si lo que gasto es energía viva, lo más recomendable será incluir en nuestra dieta energía viva para que aumente dicha vida y evolucione hacia aspectos humanos y espirituales más trascendentes, lo que difícilmente se conseguirá si nuestra alimentación está basada en energía muerta. El ejemplo más claro sucede con el agua de la que estamos formados en un 75% y que también se libera del cuerpo teniendo que recuperarla tomando la cantidad de agua que cada persona requiera o, de lo contrario, estaremos expuestos a daños importantes en nuestra salud.

Nos convertimos en lo que comemos, literalmente, por lo tanto, si estamos parados en la vida con una postura “muerta”, es lógico que veamos la muerte como alimento. Pero si nuestra postura cuerpo-mente ante la vida es VIDA, así, con mayúsculas, no cabrá duda de cuál será nuestro alimento, en todo sentido.
Publicado por Claudio

¿Carne o proteínas?


Segunda parte

Quisiera darles algunos datos útiles y comparables entre nuestro sistema fisiológico y el de los carnívoros para que observen otras muy importantes razones para insistir en quitar o disminuir la carne de nuestro menú habitual.

Los carnívoros poseen garras para atravesar el cuerpo de sus presas. Nosotros no.
Los carnívoros cuentan con dientes afilados capaces de desgarrar la carne. Nosotros no. Nuestras muelas son planas y los dientes no tienen la forma ni el filo suficiente para triturarla.
Esto conlleva una mala masticación, acción mecánica y química indispensable para una correcta digestión, más el agregado de que la carne, luego de pasearla por la boca un poco, pierde rápidamente el gusto, llevándonos a tragarla en bocados todavía grandes, los cuales también acarrean dificultades para el aparato digestivo y cardiovascular al momento de tener que asimilarlos. Si, por el contrario, masticamos, por ejemplo, una zanahoria, notaremos que su sabor no desaparece en ningún momento, facilitando su correcta masticación.

Los carnívoros tienen jugos gástricos de alta acidez para poder digerir la carne. Nosotros, para lo mismo, necesitamos una alta producción de ácido que normalmente acaba por dañar órganos, ya que no podemos eliminarlo totalmente. Como todo ácido, quema; al quemar un órgano, lo predisponemos a producir bacterias; las bacterias ocasionan enfermedades.
Las bacterias de la carne son de carácter idéntico a las que habitan en el estiércol, en realidad, abundan más en algunas carnes que en el estiércol fresco. Todas las carnes se infectan con tales gérmenes durante las operaciones de matanza y estos proliferan tanto más cuanto más tiempo permanezca la carne almacenada.
Los carnívoros tienen intestinos cortos por lo que pueden digerir con más velocidad y facilidad la carne. Nosotros tenemos intestinos largos que implican una digestión lenta, haciendo que las toxinas de la carne, en un buen porcentaje, permanezcan mucho tiempo dentro del cuerpo, abriéndole las puertas a múltiples enfermedades.
Está comprobado que muchas de las enfermedades padecidas por los humanos tienen su causa en la ingesta indiscriminada de carne y sus derivados: reumatismo, divertículos, diabetes, tuberculosis, gota, dispepsia, enfermedades circulatorias y renales.

Seguramente, y luego de leer lo que aquí expongo, no faltará quien pregunte: ¿si quiero dejar la carne, qué como?
En primer lugar, es muy importante subrayar que ningún cambio debe realizarse de manera apresurada o radical. Todo a su tiempo y moderadamente. Tanto para lo que deseemos dejar, como para aquello que queremos incorporar. Y aquí uso una palabrita médica: dosis. Sí, dosis o pequeñas cantidades en los cambios es lo más recomendable para evitar trastornos de cualquier tipo y para que luego no acabemos diciendo que no, que mejor sigo con la carne porque al comer vegetales me “siento débil” o “me quedo con hambre”, lo que también es una falacia.
Por lo tanto, les sugiero remitirse a una guía médica de confianza (nutricionista, por ejemplo) y, sobre todo, atender detenidamente qué va ocurriendo a medida que se va produciendo el pasaje de una conducta alimenticia a otra. ¿Por qué lo digo? Pues, porque lo más habitual será que, acostumbrados a una dieta determinada durante muchos años, en este caso la carne, al momento de comenzar a sustituirla, lo que notaremos será la resistencia que nuestro cuerpo experimenta, producto de vivenciar lo nuevo como algo ajeno a lo acostumbrado. Esto entraría en lo que se llama “etapa depurativa”, de la que escribiré en otro artículo, y que considero de suma importancia dar a conocer para saber interpretar adecuadamente las reacciones corporales y anímicas, propias del cambio en la dieta.

En segundo lugar, la carne y sus subproductos pueden perfectamente ser reemplazados por:
Alimentos crudos, más que cocidos, pues los crudos tienen un mayor valor biológico.
Legumbres (garbanzos, lentejas, arvejas, soja, etc.) ricas en proteínas, vitaminas y minerales. Sobre los minerales, vale señalar que el hierro, carencia a la que se teme cuando se deja a un lado la carne, se puede obtener de: espinaca, acelga, berro, radicheta, el germen de los cereales integrales, en las frutas oleaginosas (avellanas, nueces, almendras) y desecadas (todas), en la soja y sus derivados, en la microalga espirulina, entre otros.
Las vitaminas del grupo B se obtienen de una correcta combinación de alimentos, entre los que se pueden incluir huevos, sobre todo duros, y de esa manera, tendremos todos aquellos nutrientes esenciales para una correcta salud.

En cuanto a la debilidad que alegan algunas personas al dejar de consumir carne, vale decir que está sumamente comprobado que no hay diferencia de potencia y fuerza entre carnívoros y vegetarianos. O que se necesiten más proteínas para una actividad forzada que para una sedentaria.
Insisto, una dieta que incluya todas las variantes de verduras, frutas, legumbres, cereales, semillas, huevo y algún tipo de queso será lo suficientemente completa para no tener que temer por ninguna carencia o exceso.
Por lo tanto, es importante que cada persona adecue conscientemente la dieta que desee realizar bajo asesoramiento especializado y sin fundamentalismos, pues, es tan grave un carnívoro extremo, como un vegetariano fanático.



Publicado por claudio

Consumo de carne y medio ambiente

Tercera parte - final

La industria de la carne es una de las más contaminantes del planeta y produce más emisiones de gas de efecto invernadero que el combustible fósil emanado de los medios de transportes.
Con los granos que se alimenta a una vaca, se pueden alimentar 14 personas. Y para obtener mayor cantidad de estos alimentos, se deforestan miles de hectáreas para cultivar soja de baja calidad (transgénica), produciendo daños graves en la salud de las personas involucradas con ese cultivo como en sus descendientes, debido a los pesticidas y herbicidas. Igual daño se produce en la tierra cultivada y en todas aquellas que la circundan. Sequía y erosión en las zonas deforestadas e inundaciones en lugares próximos o distantes, como también la escasez de agua potable, es otro de los tantos males que afectan a buena parte del planeta.
En la tala indiscriminada, no se pierde tan sólo la vida de un árbol, sino toda la biodiversidad vinculada a él y a su medio.

La dieta usual de una persona en los Estados Unidos requiere un total de 16.000 litros de agua por día (alimentar a los animales, regar los cultivos, lavar, cocinar, ducharse, entre otros usos). Mientras que la dieta vegetariana de una persona consume 1.100 litros de agua al día.
Los animales domésticos precisan mucha más superficie para su desarrollo que la necesaria para la producción agrícola.
Si se distribuyera equitativamente los granos y vegetales, se podría alimentar a la población mundial en su totalidad, mientras que si nos dedicáramos tan sólo al alimento animal, esto alcanzaría para alimentar a 2.600 millones de personas, o sea, apenas la tercera parte de los habitantes del planeta.
Por lo tanto, de continuar a este ritmo, ya sea por superpoblación o distribución desigual, nos veríamos forzados a continuar la deforestación.

A esto se le suma, por un lado, la explotación exacerbada de la pesca con la que aniquilan toneladas de especies, haciendo desaparecer unas y poniendo en riesgo de extinción otras, como es el caso del salmón y el atún. Y por el otro, el trato deshumanizado en la cría de pollos a base de antibióticos, hormonas y todo tipo de productos artificiales, los cuales se los obliga a ingerir en un plazo de 20 días, hacinados en lugares que bien recuerdan a campos de concentración, para de ahí pasar a las góndolas de los supermercados, cuando la verdad es que un pollo criado en el campo naturalmente necesita entre 6 y 7 meses para llegar a su tamaño y peso normal. Estos lugares son llamados “fábricas de ganados” y se calcula que generan más residuos que ninguna otra industria.

Una familia de cuatro personas produce el gasto de 983 litros de petróleo al año. Esto incluye todo el proceso de mantenimiento y producción del alimento cárnico.
Se necesitan 28 calorías de crudo para obtener una caloría de alimento carnívoro. Y para la misma cantidad de proteína vegetal, tan sólo 3,3 calorías de petróleo. Más carne, más petróleo, igual guerra... ¿les suena?

Bien, no es mi interés profundizar detalladamente en todos y cada uno de los pormenores referidos al consumo de carne y sus consecuencias. Después de todo, si lo que queremos es información, hoy día la podemos obtener sin muchas trabas o inconvenientes a través de internet, por ejemplo. Pero no es la información en sí misma la que puede permitir un cambio de conciencia adulto y sostenido, lamentablemente y aunque así me gustaría, no hay quien nos pueda facilitar esa tarea.
La conciencia es un trabajo y un logro al que cada uno podrá acceder tomándose el tiempo de atender qué hacemos y cómo lo hacemos, intentando que nuestras acciones nos dañen y dañen la vida en todas sus formas lo menos posible.
Soy muy consciente de lo difícil que resulta encontrar una solución coherente a tamaño problema, pero eso no justifica que no podamos ocuparnos de hacer un uso responsable de nuestros recursos, accediendo a mudar algunos hábitos que, sumados al de muchos otros, colaboren paulatinamente a no continuar con tamaño desastre y descontrol.

Cuando lo que impera en las personas es el miedo, lo que reina es la violencia, el despilfarro, la ignorancia y la desintegración. Ahora, cuando lo que prevalece es el amor...
Las conclusiones se las dejo a ustedes.

Fuentes consultadas:
Guía práctica de Vitacultura – Carmen Caraballo Ortega – Ed. Despertar.
Nueva alimentación, nueva vida – Silvana Ridner – Ed. Edicol.

Publicado por Claudio




sábado, 2 de octubre de 2010

Arroz: la vida en granos

Pregunten: ¿Quién quiere lavar el arroz? Y lo que escucharán será un silencio jamás imaginado. Sí, lo sé, lavar el arroz, las legumbres o limpiar las verduras de hoja no es tarea que muchos se atropellen por hacer primero. Sin embargo, en el caso de las semillas, legumbres o el arroz mismo, si no queremos que a la hora de masticarlos, una piedrita no vista en el momento oportuno acabe por mandarnos al dentista, mejor será tomarnos el tiempo y la paciencia de revisarlos para evitar que éstas u otras situaciones le roben sabor a nuestra comida.

Particularmente, me inclino por el arroz integral, ya que, a diferencia del arroz blanco, como comúnmente lo conocemos, guarda todas sus propiedades nutricionales (proteínas, carbohidratos, grasas, vitaminas). Hay personas que no lo eligen porque les resulta un tanto difícil masticarlo; esto se debe a que contiene la cascarilla, el salvado, el almidón y el germen que al arroz blanco se le quita, dejándolo sólo con su almidón o, lo que es peor, se le adicionan vitaminas y minerales sintéticos... Sí, así de absurdo e ignorante, pues, teniendo el arroz todos estos valores por naturaleza, el hombre, interesado en producir más para ganar más, quita lo que la naturaleza provee y adiciona químicos...
Como ya expresé en el texto anterior, la comida no es sólo el placer de digerir lo que nos gusta, sino asegurarnos de que, al mismo tiempo, esté otorgándonos los nutrientes que nuestro cuerpo necesita para desarrollar sus funciones vitales del mejor modo posible.
El arroz integral favorece el buen funcionamiento del hígado, pulmones e intestinos. Su consumo es muy energético y de fácil asimilación.

Existen distintas variedades de arroz integral, siendo los más comunes: de grano corto, medio y largo.
Se puede consumir durante todo el año y en cuanto a cuál suelo usar, les digo: arroz yamaní, porque es equilibrado y el que menos almidón posee.
Pero cualquiera que escojan estará bien.

Cómo prepararlo

Cuando me pongo a lavar el arroz, me viene el recuerdo de una escena de la película “Los siete samuráis”, un clásico del cine de todos los tiempos, del director japonés Akira Kurosawa, en la que un grupo de estos hombres, sacudidos por la miseria y el desabastecimiento, guardan celosamente cada grano de arroz en los sacos, procurando no desperdiciar ni uno.
Sé que probablemente les causará gracia lo que paso a contarles, pero durante el proceso de lavado y hasta que lo coloco en el recipiente en el que lo voy a cocinar, me vuelve nuevamente aquella imagen cinematográfica, y quizá por respeto al valor del alimento y lo duro que fue y es para tanta gente cosecharlo, trato de que no se me caiga ninguno.
Aunque no me crean, un grano de arroz, como un grano de arena, guarda toda la energía del universo.

Tomen el arroz en la siguiente cantidad: un vaso de arroz por tres de agua. Luego calienten la sartén sin aceites y echen el arroz para tostarlo unos breves minutos.
Posteriormente, agreguen el agua y tapen el recipiente con una tapa que ajuste bien o con papel aluminio, y una vez que al agua esté hirviendo dejen que se cocine por unos 25 a 30 minutos a fuego lento hasta que se haya evaporado toda el agua. Si esto ocurre antes que el arroz esté listo, agreguen algo más de agua.
Pueden colocar durante la cocción una hoja de laurel para saborizarlo o cualquier otra hierba aromática. A mí me gusta ponerle ramitas de romero.
Un ingrediente que gusto mucho de usar en el arroz y también en ensaladas, verduras cocidas al vapor o incluso fideos es el gomasio.
“Gomasio” es una palabra japonesa que significa: goma = sésamo; sio = sal.
La preparación es muy simple. Se tuesta el sésamo, en lo posible que sea integral, en una sartén sin aderezos durante unos breves segundos. Una vez listo, se agrega sal marina y se lo muele en un molinillo de café o dentro de un mortero.
El gomasio se lo puede conservar fuera de la heladera.

El arroz, una vez cocido, lo suelo combinar con diferentes verduras (zanahorias, remolachas, chauchas, zapallitos), las que corto normalmente en pedazos pequeños para su mejor cocción. También suelo agregarle, algunas veces, almendras, semillas de girasol o pasas de uva; lo espolvoreo con el gomasio o algas marinas, ricas en minerales y oligoelementos, y lo alineo con aceite de oliva de primera prensada en frío.

Las verduras pueden cocerlas al vapor, de esta manera guardarán más sus componentes esenciales, o saltearlas en un poco de aceite, también de primera prensada en frío.
Otro alimento que uso con frecuencia para comerlo junto con el arroz son los hongos o champiñones, que los hay de muchos tipos. En este caso, dependerá de cómo quiera comer el arroz. Por lo tanto, los puedo comer crudos, al vapor, unidos a la sopa o también salteados con un ajo, cebolla de verdeo y algún ají rojo, verde, amarillo o un poquito de los tres.

Las posibilidades que nos ofrece este milenario grano de cereal son infinitas. Bastará para su buen uso alguna guía inicial, creatividad a la hora de cocinarlo y ganas, muchas ganas de comer sano, práctico y espiritual, como dice el amigo Espe Brown. Que así sea.

Cuento Zen

Un hombre estaba poniendo flores en la tumba de su esposa, cuando vio a un chino poniendo un plato de arroz en la tumba vecina.

El hombre se dirigió al chino y con actitud socarrona preguntó:
- “Disculpe señor... ¿de verdad cree usted que el difunto vendrá a comer el arroz?”

- “Sí”, respondió el chino, “cuando el suyo venga a oler sus flores...”


Publicado por Claudio

sábado, 25 de septiembre de 2010

Comer, comer...

En la cocina y sobre la sartén se calienta el aceite de oliva; los ajos, las cebollas y ajíes crujen y se doran. Las verduras esperan su turno.
Corto remolachas, zanahorias, chauchas, choclos, hongos; no sin probar algún pedacito como aperitivo y para sentir el sabor original sin condimentos. Sin apuro, ellas también se van dejando caer en la sartén. Se juntan, se mezclan, se comparten, se nutren, empapadas en su propio caldo; es una fiesta para mis ojos, y sin duda, lo será también para mi boca.
Destellan vivazmente los colores. El humo, el KI, como dijera un cocinero japonés en la tele, se eleva en arabescos, y la cocina, la casa, yo y todo olemos a vida, a pimienta, con apenas un pellizco de sal y romero.

Comer, comeeer... comer, comeeer es lo mejor para poder crecer... Así cantaba un viejo amigo brasileño a la hora del almuerzo o la cena. Un tipo fantástico y gracioso como pocos que amenizaba el momento de comer prologándolo con esta canción infantil.
Creo que ahí empecé a darle a ese momento del día un valor y respeto como nunca antes. Sentarme a comer no sólo por el placer de hacerlo, sino por el hecho de considerarlo una bendición.

Entre mis alumnos suele ser tema de conversación la comida. Qué comer, cómo, de qué manera. Trato de aclararles que no soy un experto en alimentación y que tan sólo me vengo ocupando del asunto un poco por intuición, otro tanto por asesoramiento de mi amiga Mónica, vegetariana desde hace muchos años, y sobre todo, a base de prueba y error; es decir, experimentando, poniendo un poco de esto y otro poco de aquello, mezclando... Y por supuesto, a veces acertando y otras... para qué contar. Eso sí, todo hecho con mucho respeto, placer y amor.
Esto motivó el pedido de algunos de ellos para que escribiera y subiera al blog algunas ideas, recetas, sugerencias y otros ingredientes que pudieran guiarlos un poquito en cómo encontrar el camino hacia una alimentación sana, práctica y espiritual.

Bien, me pongo el delantal y comienzo esta “receta” reescribiendo las palabras de un señor considerado por mí un guía espiritual y gourmet muy divertido y querido, llamado Edward Espe Brown, quien fue ordenado monje zen en el año 1971 en manos de un gran maestro zen como Shunryu Suzuki.
E. E. Brown fue director, presidente, administrador, profesor y jefe de cocina del Centro Zen de San Francisco (USA).
Un día llegó a mis manos, por obsequio de mi amiga Mónica, uno de sus libros, titulado La Cocina Zen. De ahí extraje estas palabras que ahora comparto con ustedes. Si gustan, mojen el pan en el juguito.

Empecé a cocinar en la misma época en que comencé a practicar meditación zen, en 1965. Esas dos actividades han enriquecido mi vida de tal forma todos estos años que ahora me parecen inseparables. Me entusiasma la interacción entre la práctica espiritual formal y la vida cotidiana. Al fin y al cabo, aquí es donde vivo: con cosas que no son sólo cosas, y con un significado que puede ser más real que las cosas. Quiero que lo espiritual llegue a la cocina. De otro modo está vacía de significado. ¿Qué hay para almorzar?

Cocinar no es un simple medio, que consume tiempo para conseguir un fin, sino que es en sí mismo curación, meditación y nutrición. En un cierto punto mi profesor de zen Shunryu Suzuki me comentó: “No trabajas sólo comida, trabajas contigo mismo, trabajas con otras personas”. Nos vendemos muy barato cuando nos contentamos con el alivio y la gratificación inmediatos y no vemos que con el trabajo es como mejor manifestamos nuestro amor.
Cocinando compartimos el esfuerzo que sostiene nuestras vidas, compartimos la abundancia de nuestro mundo. Cebollas y papas, manzanas y lechugas están íntimamente ligadas con el cielo y la tierra, el sol y el agua del mundo. Dando y recibiendo es cuando lo hacen mejor.
Así pues, trabajar con la comida, con tantas cosas vivas, también puede ser una expresión de sinceridad y reconocimiento. Honrando los ingredientes podemos llegar a dar, en la comida, lo mejor que hay en nosotros mismos y en los demás.

Muchas de nuestras dificultades individuales y sociales provienen de la compartimentación arbitraria de nuestras vidas. El trabajo es lo que hacemos para vivir, y tan a menudo no nos compensa, que se convierte en algo que evitar. Cocinar nos ofrece una metáfora y un vehículo para hacer de nuestras vidas un todo: encontrar placer en trabajar con la comida en lugar de pensar que el placer llega sólo cuando termina el trabajo; experimentar las sencillas alegrías de crear con trigo y maíz, tomates y lechuga, en lugar de pensar en no tener que relacionarse con nada.
Hemos olvidado lo que realmente nos alimenta y no logramos conectar con las cosas; la vida se vuelve vacía y sin color. Ver la comida sólo como combustible o como una cosa es empobrecedor. El zen se refiere a veces a la iluminación o la realización, como “lograr la intimidad”; es, de hecho, tocar y conocer con la experiencia; digerir y crecer. No se puede ser más íntimo que con la comida, pues se convierte en nosotros.
Lo denominado espiritual no puede separase de lo denominado material. El alimento espiritual está al alcance, pero tenemos que tomarlo, olerlo y probarlo.
Cocinar, pues, es vida, es aprender, es percibir. En fin, no hablemos tanto y comamos. Y no seamos frívolos con lo que nos metemos en la boca. Saboreemos todas las bondades de cada bocado de comida, ya que tenemos capacidad para hacerlo y ser conscientes de crecer y nutrirnos unos a otros.

¡Ah! Rico, ¿no? Con estas palabras de mi estimado Edward Espe Brown, comienzo a seleccionar los alimentos, cacharros y utensilios, por decirlo así, para que en encuentros posteriores les vaya pasando algunas recetas y comentarios de qué, cómo y cuánto comer. Por ahora, y para que vayan picando, les paso esto: Podemos comer lo que nos plazca, lo que necesitemos o queramos probar por primera vez, pero les sugiero hacerlo prestando especial atención al estado mental y emocional de ese momento, pues, aunque tengamos delante nuestro un suculento plato de verduras orgánicas, poco bien nos aportará si estamos, al mismo tiempo, mirando noticieros, discutiendo o abarrotados de pensamientos complicados o preocupantes.
Disfrutemos agregando a nuestros platos los ingredientes que deseemos, ¡¡¡pero estos no!!!
¡Bon appetit!


Publicado por Claudio

sábado, 18 de septiembre de 2010

Olvidarse de uno mismo

Era domingo al mediodía y salí a caminar un rato hasta una zona arbolada cercana a mi casa, con la intención de moverme un poco.
Una vez allí y luego de andar un par de kilómetros a paso ligero entre las gentes y los árboles, decidí estirar mis músculos.
Durante el proceso de elongación sentí que lograba escuchar a mi cuerpo pidiéndome que le diera el tiempo suficiente para que ese estiramiento se fuera produciendo del modo que él lo necesitaba. Lentamente me rendí a su reclamo y allí permanecí por varios minutos. Trabajando sobre una pierna, luego la otra; sin prisa y con mucha calma.
Al finalizar, y con ambos pies sobre el césped, me asombró la transformación energética que se produjo, por decirlo de alguna manera, la cual me impedía hilar cualquier pensamiento lineal.
Y es que mi cuerpo no pesaba, no dolía, ni siquiera daba señales de cansancio.
Noté que todo en mí y lo que me rodeaba estábamos fraternalmente unidos y compartiendo la existencia sin resquicio por el que se pudiera colar ningún análisis. Nada era necesario ser explicado.

El viento, el cielo, la gente, los árboles, los pájaros, todo reinaba en total ecuanimidad; tanto que me hubiese sido difícil decir dónde empezaba o terminaba cada cosa.
Sentí que podía permanecer en ese estado eternamente.
Mis pasos se volvieron etéreos, mi respiración amplia, mi sonrisa al viento, mis ojos mirando sin buscar nada, y en el pecho crecía un corazón luminoso que se andaba de guiños con el sol que de a ratos asomaba.

Ese estado de serena alegría es lo que somos, debajo de todos nuestros conceptos, prejuicios, ideas y deseos. Aquí donde estamos, cuando trascendemos los opuestos y complementarios, no hay conflicto, sólo la vida expresándose libremente, sin trabas, como una orquesta sonando afinada y en concordancia.
Hasta que pifiamos una nota y ahí estamos otra vez, desentonando bajo la batuta del ego.
Pero lo que rescato de estas experiencias es que nos prueban qué es verdad y qué falacia. Qué es lo que en realidad nos vuelve pesados o densos y lo que nos sutiliza o aligera.
Nos pesa toda vez que empujamos en contra de nuestra verdadera esencia, y nos alivianamos de esa carga cuando vivimos en el amor, pues, lo único que podemos sostener sin desmayos ni quejas es lo que amamos; el amor, porque eso somos.

Creo que a esto se refiere el texto que leerán más abajo, es decir: Salí con una idea y cuando se volvió acción, me olvidé de la idea. Me propuse aliviar los dolores de mi cuerpo, y cuando escuché a mi cuerpo, me olvidé de los dolores. Cuando me olvidé de mi cuerpo, no me fueron necesarias las palabras.

Los canastos de pescar existen para los pescados; cuando ya se tienen estos, se olvidan los canastos. Las redes para cazar liebres existen para las liebres; cuando ya se tienen éstas, se olvidan las redes. Las palabras existen para los pensamientos; si se tienen los pensamientos, se olvidan las palabras. ¿Dónde encontraré un hombre que olvide las palabras, para poder hablar con él?
Chuang tse

Publicado por Claudio

sábado, 11 de septiembre de 2010

Zazén: O cómo rejuvenecer sin cirugías

Permítanme comenzar esta narración recordando las palabras de un viejo sabio: El hombre, cuando nace, es blando y flexible; cuando muere, queda rígido y duro. Las plantas, al nacer, son blandas y flexibles; cuando mueren, quedan duras y secas.
Lo duro y lo rígido son compañeros de la muerte. Lo blando y flexible son compañeros de la vida.
- Lao Tse.

Bien sabemos que no podemos evitar que el tiempo pase. Que nos desgastemos, nos volvamos viejos y muramos.
Pero sí creo, sinceramente creo que está en nuestras manos que el tiempo no transcurra en vano. Que lo que hacemos cada uno con su tiempo hace la diferencia. Mientras yo escribo estas palabras, vos plantás un árbol y otro siembra el caos. Todos al unísono y al mismo tiempo.
Que el tiempo que llevemos de caminar la tierra sea bello y pleno, como digo, depende en parte de cada uno, y de esto se desprende la inevitable pregunta. ¿Cómo lograrlo?

Primero: sinteticemos la búsqueda tachando de la lista toda salida fácil, rápida y barata.
Segundo: Empezar por dar el primer paso. Paradójicamente, parando.

En mi caso, y en el de muchos a lo largo del mundo, parar nos condujo a sentarnos en zazén.

- ¿Y qué es zazén? Zazén es una palabra de origen japonés que significa “za”: sentarse; “zen”: meditación.
¿Y cómo se hace? Simple. Te sentás sobre un almohadón redondo con las piernas cruzadas, la columna derecha...
- Es decir que, durante los minutos que dure la meditación, nos ocuparemos de observar nuestro cuerpo.
Y también la respiración. Por la nariz, tranquila. Sin artilugios, ni sobreesfuerzos.
- ¡No parece fácil!
Fácil, difícil. Son sólo palabras. Muchas veces apropiadas para no hacer aquello que podría otorgarnos algunos beneficios.
- ¿Cómo cuáles?
Calma, confianza, creatividad, amorosidad, respeto...
- Es que yo... ahora... justo que ando con este dolor de espalda, y mi familia... y los horarios del trabajo...
O que es tarde, y el clima... Sí, sí. Entiendo.

Lo interesante del caso es que esta batería de problemas que plantea el personaje de mi narración son algunas de las razones por las cuales se hace necesario echar mano de “algo” que nos permita no envejecer prematuramente; no volvernos como el árbol, seco y quebradizo antes que despunte el día.

La práctica diaria del zazén, de esta intimidad con nosotros mismos, y la ecuanimidad emocional a la que accedemos, la denomino: rejuvenecimiento sin cirugías.
Y explico. Cuanto más corremos escapándonos de la vejez, más rápido llegamos a ella. ¿Por qué? Pues, porque para correr todo el tiempo física y mentalmente se necesita tener mucha energía. Energía igual a: sangre, oxígeno, voluntad, tiempo, espacio, dinero, etc.
Cuanto más velozmente usamos nuestro caudal energético, más velozmente también lo consumimos (a mayor fricción por el aceleramiento, mayor calor, mayor consumo y menor rendimiento en todo sentido). A todo esto se suma el reabastecimiento de lo agotado, que pocas veces efectuamos adecuadamente. Esto sería, dormir varias horas profundamente, descansar con más asiduidad, comer más frugalmente. Mantener mayor contacto afectivo, en cantidad y calidad, con las personas que queremos. Realizar juegos, gimnasias o actividades recreativas y paseos en o cerca de lugares poco contaminados o enriquecidos con oxígeno puro. Contentarnos con lo que tenemos, que muchas veces es más de lo que nos hace falta, y pedir menos. Pero... siempre hay un pero, ¿lo hacemos?

Si en algo de todo esto no nos ocupamos, difícilmente podremos recuperar las pilas gastadas.
De manera que valdría la pena cuestionarnos si tiene algún sentido tanto dinero invertido (tirado) en cosmética, botox, pastillas, cirugía y otros menesteres estéticos, si nada de lo que aquí comento hacemos. Lamento recordarlo pero... “No son las arrugas de la cara las que determinan la vejez, sino las del alma”.

Entonces, ¿hay que sentarse a meditar para obtener algo?
Otra vez mi personaje preguntando.
No. No nos sentamos esperando a que algo específico suceda. Aunque al principio de la práctica es esperable hacerlo con esa intención. Pero luego, con el tiempo de estar allí, intimando, como dije antes, con nosotros mismos, vamos notando que a lo que llamamos metas u objetivos, en realidad, se trata más bien de respuestas que el cuerpo nos da, desde el dolor y la ignorancia, y que luego se transmutan en aclaración o visión de nuestra existencia. O sea, buen uso de nuestra energía y tiempo.

Por eso, el zazén es para mí un lifting de rejuvenecimiento, pues, aunque no volveré a ser tan tierno y flexible como al nacer, sí sé que en la medida que pueda dejar caer mis durezas mentales y corporales, mi savia vital se incrementará circulando casi sin impedimentos y más que un sobreviviente, me sentiré flexiblemente vivo.
¿Nos sentamos?


Publicado por Claudio