Graciosa la frase, ¿no?. Seguramente. Sin embargo es así como vivimos la mayor parte del tiempo, esperando que todo y todos se ajusten a nuestras, necesidades y caprichos.
¿Por qué?. Porque nos movemos basados en lo aprendido, lo que se nos prendió a la piel, a la sangre. Lo que en sí mismo no supone daño o trastorno alguno, excepto cuando no nos permitimos cuestionar dicho aprendizaje, porque en él habitan las causas de nuestra insatisfacción, o para mayor exactitud, en el modo en el que lo fuimos utilizando.
Al actuar desde lo aprendido nos movemos desde lo irreal producto de estar basado en una serie de valorizaciones del yo. De esa actitud se desprende que accionamos por intereses personales obteniendo imágenes adulteradas de la realidad y fraccionada en múltiples representaciones abstractas que limitan el conocimiento y valorización del universo y de la vida. Cuando comprendemos que la vida no puede continuar sujeta a interpretaciones parcializadas de la realidad, accedemos a preguntarnos, a indagarnos, abriéndonos paso a través del desconocimiento para entrar en el saber.
Todo cuestionamiento a cerca de nuestra forma de vida sujeta a los patrones establecidos, suele recaer en un principio sobre quienes nos los transmitieron, esgrimiendo frases como: la culpa es de... Pero luego de superada esta instancia, tan común al comportamiento infantil o adolescente más allá de la edad que se posea, precisa, lo aprendido, ser observado con la óptica adulta que conlleva aceptar la parte que nos compete a la hora de hacer lo conocido por propia elección y la responsabilidad que se desprende de ello. En pocas palabras; hacernos cargo de lo que hacemos o no con nuestra vida.
Todo esto pone de relieve nuestra condición humana, muchas veces confundida con naturaleza humana lo que es un grave error, pues nuestra condición humana es lo que más arriba precisaba, o sea, todo aquello que hemos ido aprendiendo y que se va tornando en lo que llamamos personalidad o ego. Un ego equivalente al personaje que un actor representa en escena y que en nuestro caso, actuamos en todo tiempo, situación y lugar volviéndolo como nuestra “identidad”, “lo que somos”, o en todo caso, lo que creemos que somos y lo que nos aseguramos siempre en mantener como un lugar de pertenencia; una etiqueta que nos diferencia y nos da seguridad ante los otros.
Ahí es cuando hace su presentación sobre las tablas, entre otras actitudes, el tener, comportamiento que reafirma y confirma nuestra personalidad o ego.
Soy lo que tengo o lo que hago, decimos, casi sin escucharnos, sin sentirnos. Luchando por mantener la estructura, la forma por la forma misma, confundiendo seguridad con felicidad. Tomen nota: ¿cuanto tiempo, dinero y energía utilizamos en sentirnos seguros, convencidos que no hay otra forma de ser felices?. Sepan disculpar pero, es absurdo. La seguridad no existe como algo inamovible y permanente. Nada ni nadie tiene condición intrínseca de permanencia. Buscar que algo así suceda es “como querer llenar una cesta con agua”. La vida es contradicción, cambio, fluctuación; por eso, nos guste o no, habremos de ir más allá o más acá de nuestra condición humana. Y digo más a acá porque nuestra naturaleza humana está aquí, bajo nuestros pies, o en medio de nuestro corazón, si lo prefieren; llamándonos, tratando de que la escuchemos, de que nos demos cuenta y aceptemos la condición humana y el sufrimiento que arrastramos, ¿por qué?, porque toda vez que nos suponemos “ser” por lo que tenemos y hacemos, sufrimos. Sufrimos frente a la sola idea de perder lo que tenemos o ante la posibilidad de no obtener lo que deseamos. Entonces, si somos lo que tenemos y lo que hacemos, ¿quiénes somos cuando no tenemos ni hacemos?...
Solo pensamiento. Eso somos siempre que damos al pensamiento la potestad de creerlo verdadero, importante o valioso. Porque una vez hecho eso, la palabra saldrá pronunciada directamente desde allí, desde el pensamiento y luego lo hará la acción; y así, poco a poco, sin darnos cuenta, nos vamos transformando en zombis. Seres adormecidos y limitados a copiar, a repetir, a saltar del dolor al placer acumulando sufrimiento. Pero no hay por qué padecer de hipnotismo o estupidez eternamente, no. Ni salir corriendo a buscar “remedios” que nos liberen de un destino que alguien, porque no nos amaba nos impuso. Nada más desacertado que eso, porque de actuar así solo estaremos cambiando de mando y de mandato. Antes, por ejemplo, nos imponían las reglas del juego nuestros padres, ahora, enojados y revelados contra ellos, nos aliamos a alguno de los muchos ismos, comunismo, cristianismo, budismo, esoterismo, capitalismo, etc, otorgando de esta manera nuestro poder y libertad a otro mandato. En el fondo, todo cambia para que nada cambie.
La práctica está más cerca y es más accesible de lo que muchas veces suponemos. El trabajo es mirar lo que pensamos porque en ello nos convertimos. Las preguntas a las que hacía referencia en párrafos anteriores, se reducirán a una sola. ¿Cómo?. No será tan necesarias el para qué o el por qué, pues en esas preguntas aparecerá nuevamente el ego ordenando sus prioridades. Tan siquiera saber cómo hacemos, decimos o pensamos, propiciará el cambio. El cómo, precisa de atención, concentración y observación despersonalizada. Sin un YO que juzgue.
La meditación propone a través de la atención, la concentración y la observación sin juicio ni crítica, mirar concientemente qué pensamos, qué decimos, qué hacemos. Y sobre todo cómo pensamos, hablamos y hacemos, para luego dejar que todo pase, que todo siga su curso. Así, paso a paso, vamos dejando caer la condición humana y redescubriendo nuestra naturaleza humana. Naturaleza humana que no toma ni rechaza, que se adapta, vive y ama sin restricciones, sin dogmas, ni doctrinas.
Nadie será infeliz accediendo a conocer su verdadera naturaleza. Quién así lo crea, es porque aún permanece atascado en el miedo que le supone dejar los viejos paradigmas, el ego. Por lo tanto, no sirve el ego como medida para otear el horizonte. Sólo trascendiéndolo se llega al despertar, a la conciencia ilimitada que ya somos. Por ello es que no hay ningún sitio a donde arribar, ninguna meta que alcanzar. Aquí donde estamos, somos.
¡Ah!, y en cuanto a las pantuflas, prefiero atreverme a andar descalzo, abierto a lo que se presente.
Somos lo que pensamos.
El pensamiento se manifiesta en la palabra,
la palabra se manifiesta en un hecho.
El hecho se desarrolla en un hábito
el hábito se solidifica en el carácter,
del carácter nace el destino.
De manera que observa con cuidado tus pensamientos
Y permíteles nacer del amor;
Amor que nace del respeto a todos los seres.
Somos lo que pensamos.
Todo lo que somos se origina en nuestros pensamientos,
con nuestros pensamientos hacemos el mundo.
Buda.
¿Por qué?. Porque nos movemos basados en lo aprendido, lo que se nos prendió a la piel, a la sangre. Lo que en sí mismo no supone daño o trastorno alguno, excepto cuando no nos permitimos cuestionar dicho aprendizaje, porque en él habitan las causas de nuestra insatisfacción, o para mayor exactitud, en el modo en el que lo fuimos utilizando.
Al actuar desde lo aprendido nos movemos desde lo irreal producto de estar basado en una serie de valorizaciones del yo. De esa actitud se desprende que accionamos por intereses personales obteniendo imágenes adulteradas de la realidad y fraccionada en múltiples representaciones abstractas que limitan el conocimiento y valorización del universo y de la vida. Cuando comprendemos que la vida no puede continuar sujeta a interpretaciones parcializadas de la realidad, accedemos a preguntarnos, a indagarnos, abriéndonos paso a través del desconocimiento para entrar en el saber.
Todo cuestionamiento a cerca de nuestra forma de vida sujeta a los patrones establecidos, suele recaer en un principio sobre quienes nos los transmitieron, esgrimiendo frases como: la culpa es de... Pero luego de superada esta instancia, tan común al comportamiento infantil o adolescente más allá de la edad que se posea, precisa, lo aprendido, ser observado con la óptica adulta que conlleva aceptar la parte que nos compete a la hora de hacer lo conocido por propia elección y la responsabilidad que se desprende de ello. En pocas palabras; hacernos cargo de lo que hacemos o no con nuestra vida.
Todo esto pone de relieve nuestra condición humana, muchas veces confundida con naturaleza humana lo que es un grave error, pues nuestra condición humana es lo que más arriba precisaba, o sea, todo aquello que hemos ido aprendiendo y que se va tornando en lo que llamamos personalidad o ego. Un ego equivalente al personaje que un actor representa en escena y que en nuestro caso, actuamos en todo tiempo, situación y lugar volviéndolo como nuestra “identidad”, “lo que somos”, o en todo caso, lo que creemos que somos y lo que nos aseguramos siempre en mantener como un lugar de pertenencia; una etiqueta que nos diferencia y nos da seguridad ante los otros.
Ahí es cuando hace su presentación sobre las tablas, entre otras actitudes, el tener, comportamiento que reafirma y confirma nuestra personalidad o ego.
Soy lo que tengo o lo que hago, decimos, casi sin escucharnos, sin sentirnos. Luchando por mantener la estructura, la forma por la forma misma, confundiendo seguridad con felicidad. Tomen nota: ¿cuanto tiempo, dinero y energía utilizamos en sentirnos seguros, convencidos que no hay otra forma de ser felices?. Sepan disculpar pero, es absurdo. La seguridad no existe como algo inamovible y permanente. Nada ni nadie tiene condición intrínseca de permanencia. Buscar que algo así suceda es “como querer llenar una cesta con agua”. La vida es contradicción, cambio, fluctuación; por eso, nos guste o no, habremos de ir más allá o más acá de nuestra condición humana. Y digo más a acá porque nuestra naturaleza humana está aquí, bajo nuestros pies, o en medio de nuestro corazón, si lo prefieren; llamándonos, tratando de que la escuchemos, de que nos demos cuenta y aceptemos la condición humana y el sufrimiento que arrastramos, ¿por qué?, porque toda vez que nos suponemos “ser” por lo que tenemos y hacemos, sufrimos. Sufrimos frente a la sola idea de perder lo que tenemos o ante la posibilidad de no obtener lo que deseamos. Entonces, si somos lo que tenemos y lo que hacemos, ¿quiénes somos cuando no tenemos ni hacemos?...
Solo pensamiento. Eso somos siempre que damos al pensamiento la potestad de creerlo verdadero, importante o valioso. Porque una vez hecho eso, la palabra saldrá pronunciada directamente desde allí, desde el pensamiento y luego lo hará la acción; y así, poco a poco, sin darnos cuenta, nos vamos transformando en zombis. Seres adormecidos y limitados a copiar, a repetir, a saltar del dolor al placer acumulando sufrimiento. Pero no hay por qué padecer de hipnotismo o estupidez eternamente, no. Ni salir corriendo a buscar “remedios” que nos liberen de un destino que alguien, porque no nos amaba nos impuso. Nada más desacertado que eso, porque de actuar así solo estaremos cambiando de mando y de mandato. Antes, por ejemplo, nos imponían las reglas del juego nuestros padres, ahora, enojados y revelados contra ellos, nos aliamos a alguno de los muchos ismos, comunismo, cristianismo, budismo, esoterismo, capitalismo, etc, otorgando de esta manera nuestro poder y libertad a otro mandato. En el fondo, todo cambia para que nada cambie.
La práctica está más cerca y es más accesible de lo que muchas veces suponemos. El trabajo es mirar lo que pensamos porque en ello nos convertimos. Las preguntas a las que hacía referencia en párrafos anteriores, se reducirán a una sola. ¿Cómo?. No será tan necesarias el para qué o el por qué, pues en esas preguntas aparecerá nuevamente el ego ordenando sus prioridades. Tan siquiera saber cómo hacemos, decimos o pensamos, propiciará el cambio. El cómo, precisa de atención, concentración y observación despersonalizada. Sin un YO que juzgue.
La meditación propone a través de la atención, la concentración y la observación sin juicio ni crítica, mirar concientemente qué pensamos, qué decimos, qué hacemos. Y sobre todo cómo pensamos, hablamos y hacemos, para luego dejar que todo pase, que todo siga su curso. Así, paso a paso, vamos dejando caer la condición humana y redescubriendo nuestra naturaleza humana. Naturaleza humana que no toma ni rechaza, que se adapta, vive y ama sin restricciones, sin dogmas, ni doctrinas.
Nadie será infeliz accediendo a conocer su verdadera naturaleza. Quién así lo crea, es porque aún permanece atascado en el miedo que le supone dejar los viejos paradigmas, el ego. Por lo tanto, no sirve el ego como medida para otear el horizonte. Sólo trascendiéndolo se llega al despertar, a la conciencia ilimitada que ya somos. Por ello es que no hay ningún sitio a donde arribar, ninguna meta que alcanzar. Aquí donde estamos, somos.
¡Ah!, y en cuanto a las pantuflas, prefiero atreverme a andar descalzo, abierto a lo que se presente.
Somos lo que pensamos.
El pensamiento se manifiesta en la palabra,
la palabra se manifiesta en un hecho.
El hecho se desarrolla en un hábito
el hábito se solidifica en el carácter,
del carácter nace el destino.
De manera que observa con cuidado tus pensamientos
Y permíteles nacer del amor;
Amor que nace del respeto a todos los seres.
Somos lo que pensamos.
Todo lo que somos se origina en nuestros pensamientos,
con nuestros pensamientos hacemos el mundo.
Buda.
Publicado por Claudio
Luego de construir paredes de 40 cm de espesor, poner puerta blindada,cerraduras y varios cerrojos creyendo con esto estar seguros,no tardemos mucho en girar la cabeza ,porque quizás todo eso sea una fachada escenográfica y por atrás se este colando lo escencial de nuestra vida.
ResponderEliminarme enojo porque el me miró mal, sufro porque no me saluda, me alegro porque me dijo que soy buena...cuánta locura!!! el eje se pierde cada vez más, me alejo de lo que soy, me transformo en péndulo, no puedo centrarme. Así viví mi vida...hasta que un ruido casi insoportable me hizo dar cuenta que la estructura se había roto, la que sostenía mi existencia, y ahí supe que había nacido yo de verdad y sólo por algún descuido pierdo mi centro pero el estar atenta devuelve mi energía ahí y otra vez soy. Todo el mundo se ve alfombrado cuando modifico mi actitud para transitarlo
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