viernes, 26 de noviembre de 2010

La tarea es amarnos

Noches atrás, mientras veía por enésima vez la película “El último samurái”, reparé en una escena en la que el personaje de Tom Cruise, detenido en la bella aldea japonesa en la que moraban los samuráis y sus familias, y luego de permanecer como rehén allí por algo más de un año, va logrando comprender y hasta enamorarse de esa cultura tan lejana geográfica y filosóficamente de la de su condición de caucásico soldado norteamericano diciendo:
“Desde el momento que despiertan se entregan a la perfección sea cual fuere el propósito que persiguen; jamás he visto tanta disciplina. Hay aquí y en ellos algo profundamente espiritual”.

Un rato más tarde y en otro canal, me detuve a ver un documental sobre la historia del jazz, música con la que estuve fuertemente ligado durante bastante tiempo, en cuyo tramo se pasaba revista a la vida de un gran saxofonista de las décadas de los cuarenta y cincuenta como fue Charlie Parker. En una de las secuencias, y mientras la imagen lo tomaba en primer plano ejecutando su instrumento, el locutor comenta: “Charlie, desde el amanecer, pasaba la mayor parte del día practicando incansablemente en busca de la perfección de su sonido...”

En ambos casos encontré un denominador común: la perfección, la disciplina, la dedicación y entrega en lo que se hace.
La palabra “perfección” pronunciada en ambas historias no alude a su significado literal, sino más bien al hecho de poder expresarse con la propia voz. No importa que se trate del tiro con arco, la espada o la meditación, en el caso de los samuráis, o del sonido de Charlie Parker atravesando su saxo. En cualquier caso, oficio, profesión o actividad que se desempeñe, lo que vale es la capacidad de ir hacia la más pura espiritualidad que nos sea posible, pues, la herramienta (artesanía, arte, labor, profesión, etc.) de la que echamos mano día a día es, en definitiva, el vehículo a partir del cual la trascendencia puede sernos factible.

“Un camino de mil pasos comienza con el primero”... dice una voz antigua. El primero de los pasos es calmar la mente para escuchar lo que queremos, y una vez sabido esto, iniciar la marcha evitando la tentación del resultado fácil y rápido. Olvidarse de lo que se quiere lograr y arrancar la caminata con perseverancia, paciencia, decisión y el disfrute que conlleva el ya estar haciendo lo que se ha elegido sólo por el contento de poder realizarlo.
Hacer sin hacer, o lo que es igual, hacer sin esperar nada a cambio. Que la tarea sea por sí misma todo sobre lo cual ocuparse plenamente. Sin manipulaciones que fuercen a que las cosas ocurran según nuestro capricho, sino que sean lo que pueden ser en ese momento y aprender a adaptarse a ello.

Lo que emprendamos requerirá de técnica y práctica, pero no es esto lo más difícil, sino la comprensión profunda de la delicadeza, la nobleza de corazón, la honestidad, la humildad, la responsabilidad, la voluntad de mejora y la consideración hacia los otros, que en el fondo implica. Como bien lo señalan Eva Bach y Anna Forés en su libro La asertividad.


Tener en claro durante la travesía que en algunas ocasiones habrá que retroceder unos pasos, o detenerse un poco, sin interpretar esta situación como un rasgo negativo del aprendizaje. Por el contrario, se hará preciso comprender que el ir un poco hacia atrás permitirá encontrar el impulso justo para seguir avanzando. Y, fundamentalmente, recordar que sólo está perdido quien sabe adónde va. El que no, que continúe buscando sin desesperar. Pero que la búsqueda se haga ahí en donde se está consigo mismo, o acaso, ¿cuando se nos extravían las llaves en casa, las buscamos en la vereda?
La no conformidad en lo que sea que estemos trabajando puede ser en sí mismo un favorable punto de partida, pues, al menos, ya sabemos lo que no queremos más.

Paso a paso y sin declinar, se irá saboreando la miel que se elabora en nuestro interior y que no es otra que el volvernos sinceros con nosotros mismos. La autenticidad del Ser que somos quitará el velo que nos ha llevado a creer que la espiritualidad es privilegio de unos pocos o que sólo es posible practicarla en muy contados lugares y momentos.
Por el contrario, comprobaremos que dicha espiritualidad está presente al clavar un clavo, hacer las compras, conversar con alguien, coser una tela, cocinar, tocar música, manejar un auto, practicar yoga o barrer el patio. Es decir, allí donde sea que nos encontremos, pues una vez despojados de los trapos viejos que impiden moverse con sincera naturalidad, no quedará lugar o situación donde esa sinceridad no se manifieste. Esto me trae a cuento el relato de ese discípulo que se acerca a su maestro y le pregunta:
- Maestro, ¿qué es la iluminación?
- El maestro, alzando la vista, contesta: ¿terminaste tu comida?
- Sí - responde el discípulo.
- Entonces, vete a lavar los platos...
El despertar ocurre en la simple ocupación del hacer diario.

A esa altura del viaje habremos logrado alivianar la carga que siempre supone la disciplina surgida del mandato, la obligación o el miedo. Nada que no queramos puede sostenerse por mucho tiempo. Engañándonos y forzándonos a figurar ser quienes en realidad no somos nos enferma, o en el peor de los casos, nos mata, aun en vida. Desperdiciando el invalorable crédito de estar vivos con dignidad.

La sabiduría que obtendremos no será únicamente producto de las experiencias vividas, sino del saber cuál es el mejor modo de aplicar lo aprendido.
Pero para todo ello es preciso, a mi entender, no sólo gustar de lo que hacemos, sino amarlo con total abnegación. Es ahí, en esa consagración, cuando se vivencia el volvernos uno con la tarea. Un espacio de tiempo donde, paradójicamente, el espacio y el tiempo se desdibujan hasta confundirnos (fundirnos con) con lo que estamos creando.
Cuando hacemos lo que amamos, estamos diciendo cuánto nos amamos y amamos la vida.
Por último, y como me dijera uno de mis alumnos: “ya que pasamos por este mundo, ¿por qué no hacerlo dejándolo un poquito mejor de lo que lo hemos encontrado?”.


Publicado por Claudio




viernes, 19 de noviembre de 2010

Chi Kung, Lautaro y la tarta de manzana


El sábado por la tarde, la primavera armó el escenario perfecto para nuestra práctica de Chi Kung al aire libre.
El pasto masajeando las plantas de los pies, el sol calentando el cuerpo, y el viento rozándonos la piel no pudieron menos que alentar las ganas de estar allí.
Junto con un grupo de alumnos y gente que se acercó por primera vez a ver de qué se trata esto de la práctica del Chi kung, arrancamos la clase moviéndonos, estirándonos y dejando que lentamente el Ki nos marcara el ritmo.

Mi contento se vio incrementado cuando vi acercase al grupo a una ex alumna para participar del encuentro, trayendo en sus brazos a su bebé de apenas tres meses. Lautaro.
Interrumpí un instante para fundirme en un abrazo con ellos y sentir cuánta felicidad emanaban. Lautaro jugando a hacer burbujas con su baba y Valeria, su mamá, que era toda baba y sonrisa.
Un rato más tarde, y cuando los movimientos de Chi Kung fueron permitiendo a muchos soltar amarras y dejarse llevar, pude comprobar, y creo no haber sido el único, que aun habiendo en el lugar gente que estaba disfrutando de una carrera de ciclismo, o sea, ajenos a nuestros asuntos y muy enchufados en los suyos, así y todo, el grupo logró sentirse muy conectado consigo mismo y con lo que la energía de los ejercicios les iba proponiendo. La verdad, fue lo que les pedí que intentaran; que se olvidaran de lo que estaba sucediendo a su alrededor y que simplemente cabalgaran montados a lomo de su particular hacer. En síntesis, que sean creativos. Y me parece que algo de eso pasó. Al menos yo así lo percibí.

Una hora después, aproximadamente, buscamos acomodarnos bajo las sombras de unos árboles para descansar un poco y tomarnos unos mates. La ronda, el mandala de mantas, mates, miradas plácidas, conversación y risa se creó desde la naturalidad que cada uno aportaba, generando un clima que me hizo suponer que eran largas horas las que ya llevábamos en el parque. Valeria, su hermana y Lautaro se sumaron al mandala.

Mirando al bebé, sentí que me encontraba delante de un pequeño maestrito zen que, sin querer, me recordaba que alguna vez, como ahora él, también nosotros fuimos así, zen.
Cuando un maestro quiere explicar de qué se trata el zen o qué es, dice: “Comer cuando se tiene hambre, dormir cuando se tiene sueño. Nada especial.”
Y Lautaro fue fiel al dicho, pues cuando tuvo hambre, no dudó un instante en prenderse de la teta y mamar. Sus sonrisas nacían de una total espontaneidad. Cuando tuvo sueño, durmió en los brazos de su mamá o recostado a su entero placer sobre una tela en el césped. Su respiración apacible y profunda hamacaba sus aguas y las mías.

Todo lo que hasta ese momento estaba ocurriendo era, también, otra forma de hacer Chi Kung, es decir, estábamos trabajando nuestra energía (ése es el significado de Chi Kung) en común unión y con una postura descontracturada, abierta a darnos y recibirnos, mate o charla de por medio. El círculo mandálico y humano que éramos, al igual que en culturas aborígenes, tradicionales y sabias, celebraba el ancestral ritual de compartir la vida, el alimento, la risa que aviva el fuego del intercambio sin palabras y el nacimiento, el de Lautaro en este caso, como en alguna medida también el nuestro, por eso de que cada instante es irrepetible y nuevo.
Es hermoso comprobar que, a pesar de tanta tecnología y desprecio por la naturaleza, las rondas para bailar, reír, comer, o conmemorar la vida o la muerte, no han podido ser desterradas de nuestro inconsciente colectivo, del campo cuántico, de nuestro ADN mitocondrial o simplemente de la abuela memoria que los humanos conformamos.

Pero esto no fue todo, ya que como buen menú que se precie de serlo, no podía faltar la frutilla del postre, o para mejor decir, la manzana. La tarta de manzana que hizo Adriana y que nadie quiso dejar de probar y gustar e incluso saber de qué estaba hecha, o cuánto tenía de esto y cuánto de aquello... Por eso, pensé, por qué no subir la receta al blog y así permitir que ustedes también la hagan y la disfruten. Espero sepan disculpar, pero es todo lo que puedo hacer por ustedes, y es que, si bien no dudo de lo muy rica que les saldrá, el sabor y deleite de la tarta del sábado no cabe en el blog, porque para eso tendrían que incluir a los árboles, el viento paseándose entre nosotros, el sol, el agradable cansancio que nos quedó luego de la clase, por no decir la fiaca, que es poco literario, más los mates, la charla y los ojos de cielo del pequeño Lautaro.
De todos modos, buen provecho, gente, y para la próxima, no se queden con las ganas y vengan.


Tarta de manzana
Ingredientes

-2 tazas de harina integral súper fina (tamaño café con leche)
-1 taza de avena arrollada fina "
-1 cucharada al ras de bicarbonato de sodio (disuelto en un poco de agua)
-1taza (tamaño té) de miel, que no esté sólida
-ralladura de 1 naranja, en lo posible gruesita
-1 cucharadita de canela
-vainillina un chorrito
-3 cucharadas de aceite
Unir todos estos ingredientes con una cuchara de madera.
Agregarle el jugo de 1 naranja e incorporarle a esa mezcla 2 manzanas deliciosas cortadas en cubitos.
Se coloca en un recipiente para horno de aprox. 30x23 y altura 6 cm aceitado preferentemente con papel de cocina para que no quede muy aceitado.
HORNO CALIENTE APROX. 20 MINUTOS
Sacar del horno la torta y sin desmoldar cortarla en cuadraditos de 4x4 aprox. untar con miel, con un pincel y hornear por 10 minutos más.


Foto: Árbol de la vida (mandala). Cultura Celta


Publicado por Claudio



viernes, 12 de noviembre de 2010

Maestros, gracias


La práctica diaria del agradecimiento ha ido incorporándose a mi vida con la misma naturalidad con la que el río llega hasta el mar. Es por eso que quiero dedicar esta palabra y todo su caudal a aquellos maestros y maestras que fueron llegando a mi vida, y celebrar esos encuentros.

Buda, Jesús, Lao Tse, Rumi, Sócrates, la Madre Teresa, y tantos otros maestros atemporales, nos mostraron el camino de la Gran Virtud, la única que lo engloba todo: la virtud de conocerse a uno mismo. Es con alguno de ellos en quienes buscamos cobijarnos cuando el panorama se ennegrece o el temblor y la desazón nos azotan. Y es así porque todos ellos están metidos en nuestro ADN espiritual para recordarnos que el camino que alguna vez emprendieron es también el nuestro y se encuentra exactamente en el nudo o la oscuridad en la que nos hallamos.

Pero sería injusto suponer que sólo los de corazón puro pueden enseñarnos a transitar y trascender el maravilloso misterio que es la vida. Aunque no nos agraden nada o incluso de a ratos los detestemos, creo que vale recordar también a los que han sido y son capaces de acometer actos de profunda brutalidad. Y, ¿por qué? Porque si no nos sinceramos aceptando que, concientemente o no, también podríamos dirigir todo nuestro potencial hacia esas calamidades, ¿cómo sería posible estar lo suficientemente despiertos para poder ver la verdad de los que no sólo actúan con ella sino que son la verdad misma y personificada?
Quien configure su vida en la falsedad, sólo eso reconocerá, pues, el otro o lo otro que siempre nos responde como un espejo, tan siquiera reflejará lo que allí estemos depositando y, por consiguiente, eso nos será devuelto. Por lo tanto, para poder darnos cuenta de que delante nuestro tenemos a un hombre o a una mujer verdaderos de cuerpo y espíritu, habrá que aprender a vivir esa verdad en carne propia. Si genuinamente eso queremos, justo en ese momento se nos aparecerá el maestro, porque el alumno ya estará maduro y dispuesto a tomar la clase.

Hoy y a la distancia, reconozco a maestras que la sangre y la vida me colocaron entre sus brazos. Tres abuelas, madrinas y guardianas inefables de una vida de infancia por las veredas y patios de Avellaneda. Vida que colmaron de juegos, risas, canciones y amor a mares. Amor que años después dilapidé a manos del miedo y que hoy voy rescatando del fondo de este corazón que, mientras escribo, canta acelerado de emoción, porque las siento, queridas mías, ahora como ayer, acá, conmigo. Gracias abuela María, gracias Ada, gracias Pura, por ayudarme a conocer mi propósito en la vida.


No sería capaz de explicar los motivos que me llevaron a tomar de la mano a mi mujer y salir corriendo hasta la Catedral de la Ciudad de Buenos Aires, una tarde de 1992, donde se realizó el encuentro interreligioso en el que participó el decimocuarto Dalai Lama.
Si hubiese tenido que narrar esos tiempos, el título apropiado para encabezarlo hubiese sido “De la cocaína al Dalai Lama”. Atravesaba ambas situaciones por ese mismo año, aunque parezca ridículo y por demás contradictorio. Y es que no había rumbo definido ni horizonte claro en mi realidad personal. Estaba seriamente enojado conmigo y ni siquiera lo sabía porque siempre encontraba a quien pasarle la cuenta de mis platos rotos. Y si algo faltaba para aumentar tal confusión que me permitiese comprender el arrebato por ir hacia allí, a años luz me encontraba de cualquier liturgia religiosa o espiritual. Sin embargo, ahí estaba yo, escuchando las palabras de ese hombre diciendo: “tenemos que cambiar nuestra actitud, luchar contra el odio porque nos hace daño, nos debilita”. En cambio, los sentimientos de afecto, cariño y compasión hacia los demás nos dan fuerza”. Perdón, me dije... ¿me habla a mí?
Si por ese entonces poco lo comprendí, la semilla que el Dalai Lama había plantado en mi interior comenzaría a dar sus frutos algunos años después.
Nunca olvidaré su sonrisa cuando al salir de la Catedral, nos topamos con el auto que lo conducía, quedando nuestros rostros a pocos centímetros de distancia y separados apenas por la ventanilla del vehículo. Como el espejo del que hacía mención párrafos antes, su sonrisa y gestos contagiaron los míos dejándome por un breve lapso flotando en un estado de perpleja inocencia.



Luego de años discurridos no tan mansamente, llegué hasta las puertas de tres maestros que me brindaron, en tiempos y circunstancias diferentes, mucho más que el aprendizaje de técnicas terapéuticas corporales. Susana Berman (kinesióloga), Carlos Trosman (especialista en Shiatzu – Chi kung y Med. Tradicional China) y Ricardo Dokyu (Monje Budista de la escuela Soto Zen) fueron y son perseverancia, conocimiento, generosidad, flexibilidad, calma y silencio. Sabiduría de quienes no se guardaron nada y me mostraron cómo amar la profesión que hoy ejerzo. Gassho a los tres por todo eso, porque sin sospecharlo siquiera, me dieron las herramientas que transformaron un trabajo en mi forma de vida.

Cuando el andar va mostrándonos que la vida es una oportunidad única de auto conocimiento, ya no queda pretexto para dudar de qué o de quiénes es factible aprehenderlo. Por esa razón, se me haría sumamente extensa la lista de agradecimientos. De todos modos, no quiero saltear de la nómina a quienes me hicieron enojar, entristecer, temer, dudar, alegrarme y, en pocas palabras, mostrarme lo mejor y lo peor de mí mismo. O en todo caso, haber sido los gestores que develaron la materia prima que poseo para, una vez en mis manos y bajo mi total responsabilidad, amasarla, moldearla y saborearla para lentamente ir recordando la felicidad y plenitud de la que, como ustedes, estoy hecho.
No hablo sólo de personas, también de animales, como mis gatos, de las plantas y los árboles. Árboles con los que he mantenido diálogos maravillosos y ancestrales. Puestas de sol irrepetibles, lunas llenas como las de esas noches en Río, sólo por citar alguna, que de tan inmensa casi no quedaba lugar en el cielo para las estrellas.
De lugares en los que se escucha el pulsar de la galaxia. ¿Probaron alguna vez el quedarse quietitos en medio de la montaña, sin nadie alrededor más que ustedes mismos?
Vale agregar a los maestros de las letras, de la música y a los de la mirada franca. Por eso, y en nombre de todos los que me pueda olvidar, gracias Julio, gracias John, gracias Ernesto.

Más recientemente, y tras frustrados intentos de que se convirtiera en mi profesor de Tai Chi, apareció en mi vida Damián. Diez años más joven que yo, pero con una gran sabiduría y sencillez. Su presencia me ha dado en estos años mucho con que alimentar mi alma y mi cuerpo. Nuestros encuentros, en los que nunca falta el mate, siempre se dirigen hacia zonas abismales y complejas, con la intención de comprendernos en el vivir cotidiano.
Con él, la práctica de la atención permanente en el aquí y ahora, como se suele decir, es constante. No hay excusa para no poder mirarnos, escudriñarnos, ponernos en evidencia en pos de vivir desde la sinceridad con uno mismo y con nuestros semejantes. Las charlas que, así relatadas parecen muy formales y serias, siempre dan lugar para reírnos a carcajadas de nosotros mismos, de nuestros laberintos filosofales y prácticas orientales.
Gracias Maestro, gracias amigo.

Luego de años juntos, de suponernos partidos a la mitad, buscando las ausencias en el otro. De juzgar y perdonar, de salir corriendo o fundirnos en interminables abrazos,
llegamos a reconocer quiénes somos y todo lo que poseemos y valemos, pudiendo compartir nuestras vidas, algo más íntegras y sin pegotearnos.
Hablo, claro, de mi mujer, Susana. Cómo podría dejar fuera del agradecimiento a quien amanece sonriendo, siempre con un chiste a flor de labios. A quien apacigua mis aguas o las sacude para que una vez y otra vez y las que hagan falta vea, aprenda, ceda, suelte y siga rindiendo mis materias. A quien me dio a probar la dulzura de la quietud. A quien está aunque no se la vea. Y es que los que pasan por nuestras vidas y dejan huella podrán irse de viaje por siempre o morir que igual seguirán aquí, pues, es lo que hemos vivido juntos lo que nos queda y cuenta. Compañera, amiga, maestra, gracias.

Por último, y como dice el Maestro Zen Daisetsu Suzuki, otro de tantos que adopté como guía desde hace años a fuerza de bastas y ricas lecturas: “que sepamos vivir en serena alegría, siempre con espíritu de aprendices, para acceder al maestro que hay en nosotros”.
Por eso, gracias a los maestros que vendrán, a mis padres y hermanos. A los alumnos que, más allá de roles definidos en horas marcadas, siempre hubo, hay y habrá boleto de ida y vuelta.
Al sol allí arriba y en mi corazón, al agua apacible o brava de mis aguas, a la tierra que me sostiene y alimenta, al aire que respiro y vuelo en incontables eones de alientos.
A ustedes y a aquellos que se me escapan de la memoria, más por descuido que por desinterés, sepan y no duden, que todos y todas, están en mí. Gassho. Gracias.


Dedicado a Marcelo que con sus bromas y alegría, me alerta de no tomármelo todo tan en serio.


Publicado por Claudio










sábado, 6 de noviembre de 2010

Fe en la mente


No es difícil descubrir tu mente Búdica, pero no trates de buscarla.

Cesa de aceptar y rehusar los posibles lugares donde pienses que puedes encontrarla y aparecerá ante ti.

¡Ponte sobre aviso! la más leve preocupación de preferencia abrirá un abismo tan grande y profundo como el espacio entre el cielo y la tierra.

Si quieres encontrar tu mente Búdica, no albergues opiniones sobre nada. Las opiniones dan lugar al argumento y la contienda es una enfermedad de la mente.

Sumérgete en las profundidades. La quietud es profunda. No hay nada profundo en las aguas superficiales.

La mente Búdica es perfecta e incluye el universo. No carece de nada ni nada tiene en exceso.
Si piensas que puedes escoger entre sus partes, perderás su esencia fundamental y extraordinaria.

No te aferres a lo externo; las cosas opuestas, las cosas que existen como relativas.
Acéptalas todas imparcialmente y no tendrás que perder tiempo en decisiones inútiles...


...Decidir lo que es, es determinar lo que no es. Pero determinar lo que no es, puede ocuparte tanto, que llegará a ser lo que es.

Mientras más hables y pienses, más te alejarás.
Cesa de hablar y pensar y lo encontrarás en todas partes.

No estarás practicando el Zen en el momento que comienzas a discriminar y preferir. Perderás la señal en el camino...

...El fundamento de todos los seres contiene todos los opuestos.
Del Uno, todas las cosas se originan.
Qué perdida de tiempo escoger entre lo vulgar y lo fino, dado que todas las cosas nacen de la Gran Mente...

...Deja que tus sentidos experimenten lo que surja en tu camino, pero no te influencies y no te involucres en lo que ha surgido.
El hombre sabio actúa sin emoción pareciendo que no actúa del todo.
El hombre ignorante deja que sus emociones se involucren.
El hombre sabio conoce que todas las cosas son parte del Uno.
El hombre ignorante ve diferencias en todas partes.

Todas las cosas son idénticas en su fundamento, pero aferrarse a una y descartar la otra es vivir en la ilusión y el engaño.
Una mente no es un juez justo para sí misma, ella está prejuiciada en su propio favor o en su contra.
No puede ver nada objetivamente...


...Cuando la mente pasa más allá de las discriminaciones, los pensamientos y los sentimientos no pueden entender sus profundidades.
El estado es absoluto y libre.
No hay yo ni otro.
Estarás consciente de que tu eres parte del Uno.
Todo está en el interior y nada en el exterior.


Todos los hombres sabios en todas partes, entienden esto.
Este conocimiento está más allá del tiempo, largo o corto.
Este conocimiento es eterno. Ni es ni no es.
Todo está aquí, y lo más pequeño es igual a lo más grande.
El espacio no puede confinar nada.
Lo más grande es igual a lo más pequeño.
No hay límites, ni dentro ni fuera...

...Si no te despiertas a esta verdad, no te preocupes por eso, sinplemente ten fe en tu mente Búdica que no está dividida, que lo acepta todo sin juzgarlo.
No te preocupes de palabras y discursos o planes seductores.
Lo eterno no tiene presente, pasado ni futuro.


Extracto del Sutra - Hsin hsin ming. escrito por el maestro de la escuela Budista Chan (zen)

Gatha de Seng - T´san



Publicado por Claudio

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Agua



Como el agua que surge
del manantial,
cristalina
pura
fresca
así nací.

Luego
como el agua,
voy acumulando a cada paso
hojas
conceptos
barro
ideas
piedras
prejuicios
flores
ira
plantas…

Y aún así,
contaminado como el agua
nunca dejo
de ser agua
de ser espíritu.


Publicado por Claudio