martes, 22 de diciembre de 2015

"Dejar la sal y el azúcar es alcanzar la felicidad"

Un viejo monje zen que años atrás visitaba buenos aires dando conferencias y enseñando la práctica de la meditación zen o zazen, comento: “la felicidad consiste en eliminar de nuestra dieta, la sal y el azúcar”…

Si nos apresuramos en opinar, muy probablemente argumentaremos que, como receta para alcanzar la felicidad suena poco creíble pero, si dejamos nuestros prejuicios e indagamos lo que en verdad se haya detrás de estas palabras, quizás el enunciado no nos parezca tan descabellado. Echemos una mirada y veamos con que nos podemos encontrar.





El camino más directo es comenzar por la cocina, o sea, por revisar lo que comemos y ver que daños o perjuicios acarrea la ingesta diaria de sal y azúcar en nuestro organismo.
Las sales minerales son necesarias para el equilibrio celular pero deben ser de procedencia orgánica. Lo que habitualmente consumimos es una sal carente de la mayoría de dichos minerales debido a su manipulación industrializada.
El motivo principal por el que la mayoría de las personas consume sal, es para dar gusto a las comidas pero, al hacerlo, no toma en cuenta que, en realidad, lo que está haciendo es ocultar el verdadero sabor de lo que se come y, peor aún, destruyendo las características propias de los mismos, entorpeciendo la labor de las glándulas encargadas de segregar las enzimas necesarias para la cualidad de cada alimento.

Por lo tanto, la sal entorpece los procesos digestivos de los órganos encargados de regular el sodio como el equilibrio celular propiciando diversidad de enfermedades como: Hipertensión, descalcificación, trastornos renales, etc.
Lo aconsejable es reemplazar la sal común por sal marina e ir graduando su consumo hasta quitarla de la dieta.
Se puede utilizar para dar sabor a las comidas, plantas aromáticas como tomillo, romero, salvia, orégano entre otras o, algas marinas.

En cuanto al azúcar, podemos decir que, lo que nuestro organismo requiere, no es azúcar refinada sino, hidratos de carbono que podemos ingerir de fuentes orgánicas.
Los hidratos de carbono son alimentos energéticos. Dan fuerza, potencia, y resistencia. Favorecen la actividad y el esfuerzo.
Se los denomina farináceos cuando de ellos se puede hacer harinas, como ocurre con el almidón de los cereales, las leguminosas y las castañas. También los azucares entran dentro del grupo de los glúcidos.

Entre los alimentos ricos en hidratos de carbono encontramos: miel, melazas, jaleas, mermeladas. Las frutas dulces, frescas o disecadas.
Féculas (papas, batatas, calabaza, etc)
Cereales integrales (arroz, trigo, cebada, centeno, avena, quinoa)
Los glúcidos desequilibrados (harinas, azucares refinados, etc) suelen ocasionar enfermedades de la cintura hacia la cabeza al formarse gases, debido al exceso de verticalidad, pasan a la cabeza produciendo todo tipo de cefaleas. La ingesta indiscriminada de azucares refinados puede ocasionar diabetes, exceso de grasas en las arterias, caries, etc.





A pesar de la explicación descrita, puede que no alcance a satisfacernos lo suficiente como para comprender de qué manera esto nos traería felicidad. Sin embargo, creo que, si consideramos que somos lo que comemos y que al hacerlo también influye notablemente en nuestro estado mental y emocional quizás…la felicidad tan mentada no se encuentre tan lejos.

Ahora bien, repasemos algunas conductas dulces, saladas o no tanto de nuestro hacer cotidiano y veamos que podemos cocinarnos y cocinarle a los demás en búsqueda de una vida más íntegra.
Nuestros hábitos, costumbres o cultura, producen un condicionamiento mental y estructural que nos lleva, mientras no lo notemos, a creer que somos únicamente, como señale en otras ocasiones, lo que hacemos y tenemos (envidiosos, temerosos, agresivos, indulgentes, competitivos, excelentes o inmerecidos, etc). Mientras no podamos ver dicho condicionamiento, no habrá posibilidad de trasformar nuestra vida. Por lo tanto, y a provechando que estamos en la cocina, podríamos tomar como práctica, revisar nuestras rutinas alimenticias y a través de ellas hacer un viaje de indagación a cerca de porque comemos lo que comemos y el modo en el que lo hacemos y descubrir cuanto de verdad o no hay sobre quiénes decimos ser y hacer.





Dicha revisión debe estar desprovista de aspectos egoístas del orden de: como así “porque me gusta”, “porque me da lo mismo”, “porque es menos laborioso a la hora de preparar la comida”, “porque en mi familia era costumbre”, etc. Sépanlo, si todavía nos encontramos retenidos en alguno de esos puntos, muy difícilmente podamos ver y vernos a la hora de alimentarnos ya que, por el momento, solo estaremos comiendo. Comiendo no siempre quiere decir, alimentarse, entendiendo alimentarse por nutrirse de todos aquellos elementos fundamentales para nuestro desarrollo mental, emocional y corporal, ya que comer se puede comer cualquier cosa que el cuerpo pueda tragar.
Es importante comprender que no estamos condenados a dichas tradiciones excepto que, como dije, aún no hayamos llegado al punto de considerarlo para poder modificar lo que fuese imprescindible. Entonces, les propongo un ejercicio simple y muchas veces eficaz. Tomen un bocado de cualquier alimento, supongamos, un trozo de manzana y dediquémonos unos segundos a observarlo. Luego y con los ojos  cerrados huélanlo, tóquenlo. Acto seguido, colóquenlo en la boca y déjenlo allí mientras ésta se va poblando de saliva. Sientan. Sientan todo lo que va sucediendo y después de unos momentos, comiencen a masticarlo muy lentamente hasta que se haga una papilla. Por último, deglútanla lentamente.





¿De qué se trata? De hacer consciente la diferencia entre comer o meter en el cuerpo cualquier cosa digerible y alimentarse es decir, amarse, respetarse y cuidarse.
Y es que tal vez así, también nos volvamos  más sinceros en nuestro proceder tras haber aprendido a no ocultar los sabores reales de nuestra existencia por muy amargos o insípidos que estos nos parezcan como también, a dejar de vivir una vida basada en el deseo, mandato o exigencia de los demás (condimentos) y atrevernos a decidir, errores mediante, cómo queremos alimentarnos de todo lo que la vida nos ofrece (imágenes, sonidos, olores, texturas, sabores, pensamientos, sentimientos, acciones) recuerden: “somos el resultado de todo aquello que nos alimenta o nos envenena”. En una de esas, probablemente y poco a poco, vayamos aprendiendo que la felicidad radica en poder ver y aceptar lo que es, de lo que quiero o debería ser. Buen provecho!

Publicado por Claudio

viernes, 18 de diciembre de 2015

El deseo interminable

Para las personas que no están muy familiarizadas con las prácticas Budistas, escuchar aquello de: "el deseo es la causa de todos nuestros males", puede, seguramente, confundirlo y hacer una rápida lectura equivocada de dicho asunto.





El acto de desear no es, en sí mismo, algo que tengamos que apreciar de manera negativa. Después de todo, ¿quién de nosotros no desea una vida sana, amorosa y, al menos, con las necesidades básicas cubiertas, entre otras cosas?
Lo que vuelve perjudicial el acto de desear, está referido a una acción compulsiva que lleva a la persona a no poder o querer controlar la acción de estar todo el tiempo viendo qué cosa nueva tener para saciar una profunda insatisfacción. Dicha carrera hacia un futuro que muchas veces no se alcanza nunca, se puede explicar de la siguiente manera: La ansiedad que surge al pensar en aquello que deseo, (comida, sexo, aventuras extremas, ropa, aplausos o halagos, etc) va aumentando a medida que el tiempo transcurre y el deseo no se concreta. Algo después,si no sobreviene la frustración al no poder lograr lo que se quiere, llega el momento de mayor éxtasis cuando el objeto o persona deseadas está casi, al filo de nuestros dedos Pero, una vez obtenido lo que se buscaba, y tras un breve lapso de euforia, lo que sigue es un declive pronunciado de dicha ansiedad tras lo cual, llegara el momento en el que lo que tanto "necesitábamos conseguir" se volverá, la nada misma. Por consiguiente, comenzaremos, una vez más, la carrera por tener o hacer lo que sea con tal de llenar ese vacío tan temido.

Ahora bien, ¿que nos impulsa a participar casi cotidianamente de ésta maratón muchas veces interminable? La creencia de que somos personas carentes y que dicha carencia se resuelve únicamente haciendo o teniendo. Sin embargo y mientras persista esa creencia, la búsqueda, no tendrá fin. Más aún, ¿que hay detrás de la fuerte creencia de que "no tengo" e que "siempre hace falta algo más"? miedo a la muerte. Si, miedo a la muerte pero, no únicamente a la muerte definitiva sino, a una muerte más ¿dolorosa, quizás? que se basa en la firme convicción de que somos lo que hacemos o lo que tenemos. Es decir, la personalidad, ego o carácter que vamos construyendo a lo largo de nuestras vidas cobra tal realidad y consistencia que, no podemos imaginarnos siendo otra cosa que eso que construimos y llamamos "yo mismo". Pese a tamaña aseveración, lo que sí es cierto es que quién en verdad somos, se haya por debajo de quién decimos ser pues, ¿cómo se podría tener o hacer si, primeramente, no existimos?
De tal modo que a lo que en realidad tememos es a la falsa idea de que dejaremos de "ser" si soltamos al "yo", al menos un ratito pero, aunque ahora no lo veas ni lo creas, ya sos y no te hace falta nada. Comprobalo, si te parece, quedándote un poco quieto, en silencio y escuchando tu respiración. ¿Estás ahí? ¿que estás sintiendo?' Tal vez que la compulsión por alcanzar gozo absoluto es una completa pero inevitable ilusión que te lleva a convencerte que, mientras hagas y tengas..."no te vas a morir nunca"






Vayamos un poquito atrás en el tiempo, a cuando eramos lactantes. Se dice que el bebe o beba, siente un enorme placer a la hora de mamar la teta de su madre. Ese acto que conlleva nutrición material y afectiva, carga, también con la satisfacción de estar haciendo algo verdaderamente placentero.
Hasta acá perfecto pero, ¿que sucede cuando ya adultos continuamos "tomando la teta", por decirlo así o sea, cuando nos la pasamos buscando sólo el placer y nada más que placer? acaso, ¿no continuamos siendo esa criatura que aún hoy no quiere o no puede soltar la teta?
El acto de solo buscar contentarnos, cae en un error profundo, nos vuelve sumamente egoístas pues, el que solo quiere conseguir su propio regocijo, no está considerando al otro o a lo otro, es decir, a la fuente del placer, al dador. Entonces, ¿puede una persona que está sometida a tamaña individualidad, practicar una convivencia saludable basada en el respeto, la gratitud el amor y la compasión con su entorno, cuando de lo único a lo que está atento es a llenar su vacuidad y sin medir las consecuencias de ello?





Para ir cerrando, voy a rescatar una palabra del párrafo anterior que es, de alguna manera, "la cura" del placer compulsivo: "Gratitud" Desde tiempos inmemoriales, los sabios de todas las épocas, culturas, filosofías y prácticas espirituales, han sabido que, la verdadera, amorosa y compasiva forma de acceder a lo que deseamos es, dando las gracias por lo que ya tenemos y hacemos. Al agradecer, inclusive lo que todavía no obtengo, lo atraigo porque el lugar desde el que pedimos, no es la carencia sino, la abundancia; y es que lo que en realidad motiva la concreción de anhelos es la intención con la que estos se piden o se salen a buscar, por lo tanto, si deseo desde la carencia, tendré carencia pero, si no se pide nada, partiendo por agradecer amorosamente, lo que vendrá ¿que será?

Final. La frase," si ves a Buda, matalo" hace alusión a que, lo que en verdad hay que ir matando toda vez que se pueda, es a todas aquellas ideas que tenemos a cerca de nosotros mismos como de los demás. Después de todo, las ideas mientras no se las concrete, son solo eso, ideas que no permiten acceder a ver la realidad tal cual es. Entonces, ¿Cómo se hace? Practicando zazen, aquí y ahora.

Publicado por Claudio

jueves, 3 de diciembre de 2015

Todos los días y con cada respiración

El maestro acababa su conferencia a cerca de la meditación o zazen cuando alguien pregunto:
Maestro, ¿la meditación hay que practicarla todos los días?
A lo que el maestro contesto:
¿Hay que comer todos los días?
¿Hay que beber agua todos los días?
¿Hay que dormir todos los días?...






Al comienzo, la práctica se realiza con demasiado esfuerzo y lucha. Tanto así sucede que, no faltan momentos en los que se piense en abandonarla y regresar a la comodidad y distracción habitual. Sin embargo, impulsados por la fe y la confianza, continuamos la práctica con un espíritu que busca sin buscar alcanzar el despertar o la comprensión de nuestra verdadera naturaleza Búdica. Por lo tanto, la práctica se realizara sentados para sentirnos, pero también de pie, caminando o acostados.; en casa, en el trabajo, en la escuela, con la familia, los amigos y los demás seres y circunstancias de la vida cotidiana hasta que un buen día, dicha comprensión llegue y la vida o nuestra condición humana, pese tanto como una pluma sostenida en la mano de un bebe.

Publicado por Claudio