Un viejo monje zen que años atrás visitaba buenos aires dando conferencias y enseñando la práctica de la meditación zen o zazen, comento: “la felicidad consiste en eliminar de nuestra dieta, la sal y el azúcar”…
Si nos apresuramos en opinar, muy probablemente argumentaremos que, como receta para alcanzar la felicidad suena poco creíble pero, si dejamos nuestros prejuicios e indagamos lo que en verdad se haya detrás de estas palabras, quizás el enunciado no nos parezca tan descabellado. Echemos una mirada y veamos con que nos podemos encontrar.
El camino más directo es comenzar por la cocina, o sea, por revisar lo que comemos y ver que daños o perjuicios acarrea la ingesta diaria de sal y azúcar en nuestro organismo.
Las sales minerales son necesarias para el equilibrio celular pero deben ser de procedencia orgánica. Lo que habitualmente consumimos es una sal carente de la mayoría de dichos minerales debido a su manipulación industrializada.
El motivo principal por el que la mayoría de las personas consume sal, es para dar gusto a las comidas pero, al hacerlo, no toma en cuenta que, en realidad, lo que está haciendo es ocultar el verdadero sabor de lo que se come y, peor aún, destruyendo las características propias de los mismos, entorpeciendo la labor de las glándulas encargadas de segregar las enzimas necesarias para la cualidad de cada alimento.
Por lo tanto, la sal entorpece los procesos digestivos de los órganos encargados de regular el sodio como el equilibrio celular propiciando diversidad de enfermedades como: Hipertensión, descalcificación, trastornos renales, etc.
Lo aconsejable es reemplazar la sal común por sal marina e ir graduando su consumo hasta quitarla de la dieta.
Se puede utilizar para dar sabor a las comidas, plantas aromáticas como tomillo, romero, salvia, orégano entre otras o, algas marinas.
En cuanto al azúcar, podemos decir que, lo que nuestro organismo requiere, no es azúcar refinada sino, hidratos de carbono que podemos ingerir de fuentes orgánicas.
Los hidratos de carbono son alimentos energéticos. Dan fuerza, potencia, y resistencia. Favorecen la actividad y el esfuerzo.
Se los denomina farináceos cuando de ellos se puede hacer harinas, como ocurre con el almidón de los cereales, las leguminosas y las castañas. También los azucares entran dentro del grupo de los glúcidos.
Entre los alimentos ricos en hidratos de carbono encontramos: miel, melazas, jaleas, mermeladas. Las frutas dulces, frescas o disecadas.
Féculas (papas, batatas, calabaza, etc)
Cereales integrales (arroz, trigo, cebada, centeno, avena, quinoa)
Los glúcidos desequilibrados (harinas, azucares refinados, etc) suelen ocasionar enfermedades de la cintura hacia la cabeza al formarse gases, debido al exceso de verticalidad, pasan a la cabeza produciendo todo tipo de cefaleas. La ingesta indiscriminada de azucares refinados puede ocasionar diabetes, exceso de grasas en las arterias, caries, etc.
A pesar de la explicación descrita, puede que no alcance a satisfacernos lo suficiente como para comprender de qué manera esto nos traería felicidad. Sin embargo, creo que, si consideramos que somos lo que comemos y que al hacerlo también influye notablemente en nuestro estado mental y emocional quizás…la felicidad tan mentada no se encuentre tan lejos.
Ahora bien, repasemos algunas conductas dulces, saladas o no tanto de nuestro hacer cotidiano y veamos que podemos cocinarnos y cocinarle a los demás en búsqueda de una vida más íntegra.
Nuestros hábitos, costumbres o cultura, producen un condicionamiento mental y estructural que nos lleva, mientras no lo notemos, a creer que somos únicamente, como señale en otras ocasiones, lo que hacemos y tenemos (envidiosos, temerosos, agresivos, indulgentes, competitivos, excelentes o inmerecidos, etc). Mientras no podamos ver dicho condicionamiento, no habrá posibilidad de trasformar nuestra vida. Por lo tanto, y a provechando que estamos en la cocina, podríamos tomar como práctica, revisar nuestras rutinas alimenticias y a través de ellas hacer un viaje de indagación a cerca de porque comemos lo que comemos y el modo en el que lo hacemos y descubrir cuanto de verdad o no hay sobre quiénes decimos ser y hacer.
Dicha revisión debe estar desprovista de aspectos egoístas del orden de: como así “porque me gusta”, “porque me da lo mismo”, “porque es menos laborioso a la hora de preparar la comida”, “porque en mi familia era costumbre”, etc. Sépanlo, si todavía nos encontramos retenidos en alguno de esos puntos, muy difícilmente podamos ver y vernos a la hora de alimentarnos ya que, por el momento, solo estaremos comiendo. Comiendo no siempre quiere decir, alimentarse, entendiendo alimentarse por nutrirse de todos aquellos elementos fundamentales para nuestro desarrollo mental, emocional y corporal, ya que comer se puede comer cualquier cosa que el cuerpo pueda tragar.
Es importante comprender que no estamos condenados a dichas tradiciones excepto que, como dije, aún no hayamos llegado al punto de considerarlo para poder modificar lo que fuese imprescindible. Entonces, les propongo un ejercicio simple y muchas veces eficaz. Tomen un bocado de cualquier alimento, supongamos, un trozo de manzana y dediquémonos unos segundos a observarlo. Luego y con los ojos cerrados huélanlo, tóquenlo. Acto seguido, colóquenlo en la boca y déjenlo allí mientras ésta se va poblando de saliva. Sientan. Sientan todo lo que va sucediendo y después de unos momentos, comiencen a masticarlo muy lentamente hasta que se haga una papilla. Por último, deglútanla lentamente.
¿De qué se trata? De hacer consciente la diferencia entre comer o meter en el cuerpo cualquier cosa digerible y alimentarse es decir, amarse, respetarse y cuidarse.
Y es que tal vez así, también nos volvamos más sinceros en nuestro proceder tras haber aprendido a no ocultar los sabores reales de nuestra existencia por muy amargos o insípidos que estos nos parezcan como también, a dejar de vivir una vida basada en el deseo, mandato o exigencia de los demás (condimentos) y atrevernos a decidir, errores mediante, cómo queremos alimentarnos de todo lo que la vida nos ofrece (imágenes, sonidos, olores, texturas, sabores, pensamientos, sentimientos, acciones) recuerden: “somos el resultado de todo aquello que nos alimenta o nos envenena”. En una de esas, probablemente y poco a poco, vayamos aprendiendo que la felicidad radica en poder ver y aceptar lo que es, de lo que quiero o debería ser. Buen provecho!
Publicado por Claudio
Oye Claudio........ Feliz Navidad, Feliz Año, Feliz Todo!!
ResponderEliminarUn abrazo muy largo ^^
Que sea mi abrazo muy largo para vos también!!!
EliminarEs una observación muy atinada cuyos resultados se observan muy rápidamente. Completar con la propuesta de DANIEL REID en su Cap.1º del Libro "EL TAO DE LA SALUD, EL SEXO Y LA LARGA VIDA" explica abundantemente qué es la "Trofología",alcances, beneficios,etc.
ResponderEliminarGracias por tu aporte. Abrazo
EliminarQuiero cambiar mi Vida, y se los beneficios de dejar el azucar y la sal, pero los dejo y vuelvo, buena explicacion, no parare hasta lograrlo.
ResponderEliminarGracias por tu comentario.
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