viernes, 28 de junio de 2013

Preguntas...

Estas dos preguntas se encuentran incluidas en el libro "Preguntas a un maestro zen" Cuyo autor fue el Maestro Taisen Deshimaru.

El libro capta el ambiente de un "Mondo" (Mon: pregunta, Do: camino o respuesta) ... a la vez jovial y profundo, libre y grave. Es una selección de los textos más significativos de una cantidad de documentos recogidos durante doce años de mondo o encuentros con el maestro Deshimaru.





¿Qué lugar ocupa la tradición en el zen?

El zen a respetado y ha protegido siempre la tradición. Esta tradición ha continuado desde la época de Buda y el Zen nunca se ha desviado de ella. Pero por otra parte el Zen crea sin cesar, se adapta a todos los lugares y a todos los tiempos. Continuamente se mantiene fresco como un  manantial. ¿Cuál es la tradición? Es difícil de explicar ya que se trata de la naturaleza de Buda.
Es la esencia del espíritu lo que se transmite a lo largo de los siglos, de Maestro a discípulo, más allá de las palabras, “I shin den Shin”, de mi alma a tu alma. El Zen ha cambiado a menudo de lugar. Pasó de la India a China, de China al Japón y del Japón ha pasado a Europa y hoy a America. Siempre necesita tierra virgen para desarrollarse. Huye del formalismo y de la esclerosis religiosa. Los Maestos Zen han quemado a veces la estatua de Buda para educar a sus discípulos. En este dojo hay una estatua de Buda muy bella. Yo siempre me inclino ante ella con gran respeto. ¿Por qué? ¿Porque es Buda, porque cuesta dinero? Pero de hecho es a vosotros a quienes saludo ya que vosotros sois Budas vivientes cuando practicas zazén. No debéis equivocaros. El Zen está más allá de todas las religiones. Buda es solamente un nombre.
Lo único importante es el zazén. Durante el zazen sois Budas.






¿Cuál es la razón de los ritos?

A veces son necesarios. No somos animales. Todo puede ser enseñado a través del comportamiento, de los ritos. El rito materializa el estado de espíritu del que lo realiza. La forma del rito no es importante. Pero a través de los ritos yo puedo educar el espíritu interior de mis discípulos. No conozco los ritos europeos. Conozco profundamente los ritos Zen, por eso los utilizo. Soy un monje Zen no puedo enseñar los ritos cristianos. La forma no es tan importante. Un monje Cristiano que sea profundo puede educar sin duda a través de los ritos. Los grandes monjes educan siempre con ritos. Los ritos tienen influencia sobre la conciencia.
Un buen profesor de escuela debe observar siempre atentamente el comportamiento de sus alumnos. Los educadores no son tan buenos en la época moderna. Solamente enseñan el saber.
Los grandes educadores observan el comportamiento de los niños. De esta manera les puede enseñar a actuar correctamente.

Taisen Deshimaru Monje Zen - (1914 - 1982)


NOTA: Que las preguntas que aquí comparto, no se vuelvan un dogma sino, una motivación para que cada quién realice las suyas.




 Publicado por Claudio

















viernes, 21 de junio de 2013

¿Entender o comprender?

Buda dijo:

“Puedo dar mis enseñanzas en pocas palabras. Puedo enseñar en detalle. Son aquellos que entiendan los que son difíciles de encontrar”





¿Entender o comprender? Preguntó mi maestro en ocasión de tratar de aclarar ciertos conceptos acerca de la práctica de zazen. Entender, acotó uno de mis compañeros, puede ser visto como un proceso intelectual que no requiere necesariamente de la experiencia para  poder conocer de qué se trata un asunto determinado, mientras que comprender, agregó, sí requiere de la vivencia de una acción específica aunque, algunas veces, no logremos entender ni explicar lo sucedido. Esto último se explica por sí mismo si aceptamos que no hay modo de contar a ciencia cierta una experiencia porque, aunque encontremos las palabras más precisas para relatar el hecho, siempre quedará incompleto nuestro testimonio por lo limitado que resulta el lenguaje en comparación con lo vivido.
Por lo tanto, y en relación a la frase dicha por el Buda, quizás resulte más dificultoso hallar a quienes puedan y quieran comprender, o lo que se entendería por poseer la voluntad, la perseverancia y la disciplina en aprender, sabiendo poner el cuerpo, que a aquellos a los que les resulte más accesible el entendimiento racional, pero que, a diferencia de los primeros, nunca podrán hablar con autoridad de lo ocurrido, pues tan sólo estarán limitados al campo de la lógica y lejos de los sentimientos que se obtienen cuando entramos en la vía de la práctica budista de cuerpo entero.

Sin embargo, sepamos que entender (la teoría) y comprender (la práctica) tienen que ir de la mano para poder transitar un aprendizaje completo.
Cuando digo teoría, no hablo únicamente de la literatura existente sobre la vía búdica, también sumo como parte de dicha teoría a cada pregunta u observación indagatoria que podemos formular a cada instante de atención y concentración puesta sobre nosotros mismos, tanto en la soledad de cada sentada de zazen o meditación, como en la relación que establecemos  con el resto del mundo. Por consiguiente, es durante la práctica donde también reside lo teórico, en este caso a modo de pregunta o cuestionamiento. En sentido inverso, es la teoría o la lectura de ciertos pasajes escritos por maestros y maestras de diferentes épocas y lugares, donde surge el interés por comprobar lo que esos textos mencionan como hechos probables de ser vividos durante la práctica diaria de zazen.





Pese a todo lo que aquí menciono, he visto durante los últimos años en los que me avoqué más asiduamente a la práctica de zazen que la principal motivación para atender a la necesidad de incluir en la vida diaria la práctica de la meditación nace cuando verificamos amargamente que se nos han acabado las salidas rápidas y que, por lo tanto, necesitamos encontrarnos responsablemente con nosotros mismos como, seguramente, no lo habíamos logrado hacer hasta ese momento. Lo primero es aceptar ese estado de sufrimiento o falta de plenitud. En segundo lugar, alcanzar una comprensión clara y fértil de cuáles son las causas de tamaña insatisfacción. Tercero, la certeza de que es posible hallar la “cura” o método que consiga mudar nuestra realidad presente y luego acceder al cuarto paso o cuarta noble verdad, como el mismo Siddharta Gautama Buda las proclamara hace casi 2500 años. Cuarta noble verdad, que es lo que se conoce como el óctuple sendero. Un sendero de ocho ¿recetas, podríamos decir? Que, de practicarlas, pueden acabar por convertir las flechas en flores, la oscuridad en luz o la insatisfacción en dicha.
Esos ochos senderos son: Visión correcta (las cosas como son, sin el velo de la interpretación egocéntrica), pensamiento correcto, palabra correcta (aquí incluiremos el silencio como acción correcta y siempre que sea más importante que cualquier palabra que se quiera pronunciar), acción correcta, modo correcto de ganarse la vida (que el dinero conseguido no sea causa de sufrimiento en los demás), concentración y atención correctas (aspectos medulares de la meditación), esfuerzo o intención correcta.
Si miramos atentamente cada uno de estos senderos, notaremos que con sólo transitar por uno de ellos, también lo estaremos haciendo por todos los demás.
Desde un punto de vista psicológico, se trata de un intento de cambiar patrones de pensamiento y conducta.

El cambio se alcanza al comprender que todos los estados emocionales encuentran su origen en la mente. La mente es su fundamento y son creaciones de la mente. Si uno habla o actúa con un pensamiento impuro, entonces el sufrimiento le sigue de la misma manera que la rueda sigue la pezuña del buey.

El origen se encuentra en la mente. La mente es su fundamento y son creaciones de la mente. Si uno habla con pensamientos puros, la felicidad le sigue como una sombra que no le abandona jamás. Dhammpada Buda.

En cuanto a la palabra correcto, tengamos en cuenta que no implica un sentido moral de bueno o malo o fórmula a ser aplicada en toda circunstancia, sino a una actitud que sólo puede estar supeditada al momento presente para que en ese momento se logre decidir qué y cómo hacer, evitando el dañarnos y dañar a los otros lo menos posible. Es decir, la atención y concentración nos mostrará el qué y el cómo de cada instante y la responsabilidad que ello trae tanto por la acción en sí, como por sus consecuencias inmediatas o a largo plazo.





Podemos entender tanto estos conceptos y principios como el hecho de que todo está en constante estado de cambio o que cada uno de nosotros interdependemos de todo lo demás, pero, y retomando la frase de inicio, podemos concluir que, aunque el maestro esté, aunque sus palabras sean claras y sencillas o complejas y laberínticas, no será suficiente para alcanzar tal saber si el alumno no se sumerge de cuerpo entero en la vía, ávido por comprender la propia mente. Por todo esto, es que no importa tanto cuán inteligentes o no seamos siempre que hagamos la práctica de la vía de buda desde lo más profundo de nuestro corazón.

Publicado por Claudio



viernes, 14 de junio de 2013

La meditación y el ombligo

Basado en el texto de Mario Staz de su libro: “El cuerpo y sus símbolos”





Entre los monjes de la Tebalda primero, del Sinaí después y finalmente del Monte Athos, solía practicarse la omphaloscopia o, dicho en otros términos, la contemplación del propio ombligo. Con el tiempo, pasar horas mirándose el ombligo fue visto como sinónimo de pereza o una manera de “perder el tiempo” en lugar de desarrollar una actitud productiva y útil, conceptos nacidos, sobre todo, durante la era industrial donde todo tenía que servir para algo. Análogamente, hoy día, esta práctica continúa bastante vigente entre buena parte de nuestra sociedad aunque, en un sentido opuesto, es decir, mirarse el propio ombligo o su versión virtual, el celular, se ha vuelto una actitud que, lejos de buscar a través de la contemplación silenciosa y profunda una conexión con la divinidad, tal el sentido que se le daba en la antigüedad a dicha práctica, acaba exacerbando el individualismo y la desvinculación con los demás a pesar de que el sobre esfuerzo por escapar de los otros que, también soy yo, los lleve a encallar sus naves naufragando ineludiblemente en las aguas de la desolación y pidiendo a esos otros, antes ignorados o incluso despreciados, el salvavidas que los rescate de la agonía de sentirse parias o desmembrados del todo.

Volviendo sobre el tema, digo: la contemplación del ombligo fue llevada a cabo por diversidad de hombres y mujeres de las más variadas culturas y épocas, debido a la comprensión de que a través de su sello se enlazaban unas a otras las generaciones, al mismo tiempo que su posición en el medio del cuerpo señalaba el número de oro de los equilibrios emocionales. El número en cuestión es el 69 que se refleja en los pliegues que la piel hace en el ombligo.
Permítanme detenerme brevemente en la frase “equilibrios emocionales” pues es en la zona del abdomen y con la ayuda inestimable del músculo diafragma al momento de respirar que los líquidos corporales, o humores, encuentran el movimiento necesario para hacer circular la energía física, mental y orgánica, tanto sea para hidratar y nutrir al cuerpo en su conjunto como para excretar las toxinas. Por lo tanto, las emociones, lo que equivale a decir “energía en movimiento”, sólo pueden expresarse sin trabas cuando la respiración se realiza con calma y profundidad, y en dirección descendente, facilitando la expresión de dichas emociones por sus causes naturales.
La respiración embrionaria practicada por los Chinos en el Taoísmo también aparece representada en el ombligo como el punto donde se manifiesta lo que se da en llamar el medio justo que es la respiración entre el afuera macro y el adentro micro. Por este motivo, la respiración intrauterina resulto necesaria para recuperar un equilibrio orgánico a la vez que metafísico.





A través de la práctica de la omphaloscopía, los ascetas griegos y rusos lograban acceder a su corazón y con el tiempo veían en él, tras la repetición del mantra Kirie eleison “Señor ten piedad” el rostro sol de Jesús. Es de esta práctica que nace, tanto en Oriente como en Occidente, el uso del cinto iniciático o el cordón emblemático como símbolo de que uno está ligado al Creador y que trabaja para religarse (unirse) nuevamente a Él.
Recordemos que desde la óptica de la Medicina Tradicional China, este centro del cuerpo es conocido con el nombre de Tan tien, Dan tian, o Hara, en japonés. Y que, no coincidentemente, se conoce la existencia de un meridiano que rodea a modo de cinturón la zona lumbar y el abdomen denominado Chong mai.
De todo lo expuesto en este último párrafo, resulta indispensable aclarar que la meditación, todavía en nuestros días, es más una secreta aspiración umbilical de “centrar” la vida que de regresar al útero materno.
Meditamos para aprender a concentrarnos en la autoobservación e indagación y, en ese aprendizaje, redescubrimos las raíces orgánicas del medio justo representado por el ombligo.
Acerca de la relación con el ombligo y la meditación, en la Kabala judía, la palabra Tabur (ombligo) se forma de “Tab” cuyo sentido es hilo, hermoso, bueno, agradable, etc. y “Ur” significa montaña o cerro, y que al unir ambos vocablos da como resultado referencias a la experiencia de acceder a la luz tabórica o divina.

El ombligo es nuestro sello natal, el centro de simetría a partir del que, siguiendo en ello a los meditadores bizantinos, es posible reconstruir una filiación espiritual con el recorrido de la eclíptica solar a lo largo de los meridianos de nuestro propio cuerpo.

En la llamada evolución biológica, y cuando pasamos de la etapa procariota a la eucariota o células con núcleo, en ese mismo momento se sientan las bases aún misteriosas de lo que la palabra centro o eje representan en el interior de nuestras atónitas mentes.
Una mente que, por más denodada que se vuelva su intención de hallar dicho centro, no lo conseguirá pues, paradójicamente, no hay un punto central único alrededor del cual gira la vida o el universo. Como agua por los resquicios de la tierra, la búsqueda de dicho centro se filtra y se nos escapa de la mente racional cuando se parte de la idea de que hallaremos en un solo lugar todas las respuestas, o lo que sería lo mismo, a Dios o el Tao. Esto me recuerda a la fábula en la que un pez anciano intenta explicarle a un pez más joven que “el todo” es el agua en la que él nada a diario, a lo que el pez joven responde: ¿qué agua?
El ombligo, en última instancia, es sólo una holografía de ese “Todo” que, cuanto mucho, podrá darnos una llave de acceso hacia la comprensión de que, posiblemente, seamos tan siquiera, una brizna de polvo de un desierto inconmensurable, que no es lo mismo que decir la nada, o el todo mismo vislumbrado a penas en un pestañeo.






Para finalizar, el ombligo, el abdomen, el monte de Venus, es también una zona erógena, fértil, no sólo por la capacidad de crear una vida o varias, o de despertar al éxtasis que libera a la mente del yugo material, sino como otra forma más de concretar el antiguo deseo de unión con lo supremo, o en todo caso, la ambición de encontrarnos en un lugar común para celebrar lo extraordinario.

Publicado por Claudio