viernes, 14 de junio de 2013

La meditación y el ombligo

Basado en el texto de Mario Staz de su libro: “El cuerpo y sus símbolos”





Entre los monjes de la Tebalda primero, del Sinaí después y finalmente del Monte Athos, solía practicarse la omphaloscopia o, dicho en otros términos, la contemplación del propio ombligo. Con el tiempo, pasar horas mirándose el ombligo fue visto como sinónimo de pereza o una manera de “perder el tiempo” en lugar de desarrollar una actitud productiva y útil, conceptos nacidos, sobre todo, durante la era industrial donde todo tenía que servir para algo. Análogamente, hoy día, esta práctica continúa bastante vigente entre buena parte de nuestra sociedad aunque, en un sentido opuesto, es decir, mirarse el propio ombligo o su versión virtual, el celular, se ha vuelto una actitud que, lejos de buscar a través de la contemplación silenciosa y profunda una conexión con la divinidad, tal el sentido que se le daba en la antigüedad a dicha práctica, acaba exacerbando el individualismo y la desvinculación con los demás a pesar de que el sobre esfuerzo por escapar de los otros que, también soy yo, los lleve a encallar sus naves naufragando ineludiblemente en las aguas de la desolación y pidiendo a esos otros, antes ignorados o incluso despreciados, el salvavidas que los rescate de la agonía de sentirse parias o desmembrados del todo.

Volviendo sobre el tema, digo: la contemplación del ombligo fue llevada a cabo por diversidad de hombres y mujeres de las más variadas culturas y épocas, debido a la comprensión de que a través de su sello se enlazaban unas a otras las generaciones, al mismo tiempo que su posición en el medio del cuerpo señalaba el número de oro de los equilibrios emocionales. El número en cuestión es el 69 que se refleja en los pliegues que la piel hace en el ombligo.
Permítanme detenerme brevemente en la frase “equilibrios emocionales” pues es en la zona del abdomen y con la ayuda inestimable del músculo diafragma al momento de respirar que los líquidos corporales, o humores, encuentran el movimiento necesario para hacer circular la energía física, mental y orgánica, tanto sea para hidratar y nutrir al cuerpo en su conjunto como para excretar las toxinas. Por lo tanto, las emociones, lo que equivale a decir “energía en movimiento”, sólo pueden expresarse sin trabas cuando la respiración se realiza con calma y profundidad, y en dirección descendente, facilitando la expresión de dichas emociones por sus causes naturales.
La respiración embrionaria practicada por los Chinos en el Taoísmo también aparece representada en el ombligo como el punto donde se manifiesta lo que se da en llamar el medio justo que es la respiración entre el afuera macro y el adentro micro. Por este motivo, la respiración intrauterina resulto necesaria para recuperar un equilibrio orgánico a la vez que metafísico.





A través de la práctica de la omphaloscopía, los ascetas griegos y rusos lograban acceder a su corazón y con el tiempo veían en él, tras la repetición del mantra Kirie eleison “Señor ten piedad” el rostro sol de Jesús. Es de esta práctica que nace, tanto en Oriente como en Occidente, el uso del cinto iniciático o el cordón emblemático como símbolo de que uno está ligado al Creador y que trabaja para religarse (unirse) nuevamente a Él.
Recordemos que desde la óptica de la Medicina Tradicional China, este centro del cuerpo es conocido con el nombre de Tan tien, Dan tian, o Hara, en japonés. Y que, no coincidentemente, se conoce la existencia de un meridiano que rodea a modo de cinturón la zona lumbar y el abdomen denominado Chong mai.
De todo lo expuesto en este último párrafo, resulta indispensable aclarar que la meditación, todavía en nuestros días, es más una secreta aspiración umbilical de “centrar” la vida que de regresar al útero materno.
Meditamos para aprender a concentrarnos en la autoobservación e indagación y, en ese aprendizaje, redescubrimos las raíces orgánicas del medio justo representado por el ombligo.
Acerca de la relación con el ombligo y la meditación, en la Kabala judía, la palabra Tabur (ombligo) se forma de “Tab” cuyo sentido es hilo, hermoso, bueno, agradable, etc. y “Ur” significa montaña o cerro, y que al unir ambos vocablos da como resultado referencias a la experiencia de acceder a la luz tabórica o divina.

El ombligo es nuestro sello natal, el centro de simetría a partir del que, siguiendo en ello a los meditadores bizantinos, es posible reconstruir una filiación espiritual con el recorrido de la eclíptica solar a lo largo de los meridianos de nuestro propio cuerpo.

En la llamada evolución biológica, y cuando pasamos de la etapa procariota a la eucariota o células con núcleo, en ese mismo momento se sientan las bases aún misteriosas de lo que la palabra centro o eje representan en el interior de nuestras atónitas mentes.
Una mente que, por más denodada que se vuelva su intención de hallar dicho centro, no lo conseguirá pues, paradójicamente, no hay un punto central único alrededor del cual gira la vida o el universo. Como agua por los resquicios de la tierra, la búsqueda de dicho centro se filtra y se nos escapa de la mente racional cuando se parte de la idea de que hallaremos en un solo lugar todas las respuestas, o lo que sería lo mismo, a Dios o el Tao. Esto me recuerda a la fábula en la que un pez anciano intenta explicarle a un pez más joven que “el todo” es el agua en la que él nada a diario, a lo que el pez joven responde: ¿qué agua?
El ombligo, en última instancia, es sólo una holografía de ese “Todo” que, cuanto mucho, podrá darnos una llave de acceso hacia la comprensión de que, posiblemente, seamos tan siquiera, una brizna de polvo de un desierto inconmensurable, que no es lo mismo que decir la nada, o el todo mismo vislumbrado a penas en un pestañeo.






Para finalizar, el ombligo, el abdomen, el monte de Venus, es también una zona erógena, fértil, no sólo por la capacidad de crear una vida o varias, o de despertar al éxtasis que libera a la mente del yugo material, sino como otra forma más de concretar el antiguo deseo de unión con lo supremo, o en todo caso, la ambición de encontrarnos en un lugar común para celebrar lo extraordinario.

Publicado por Claudio

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