sábado, 30 de octubre de 2010

La belleza de existir

La belleza del zen a través del zazén (meditación sentada) es la comprensión que surge tras ver reflejada nuestra existencia en la existencia de la flor. La flor nacida del vientre húmedo de la tierra, crecida y amamantada de sol, agua y aire, igual que nosotros.

Quien no pueda o se niegue a comprender arrancará la flor para ponerla en un florero y mirará sin ver la agonía de su propia agonía.
La belleza de la existencia no será percibida más allá del arrebato del contento inicial e inútilmente se buscará evitar el dolor cuando la flor se marchite.

El maestro zen Katsuki Sekida lo expresa así:

En honduras de montañas y barrancos escarpados, brotan flores ignoradas por el hombre, y desapercibidas fenecen.
La existencia no existe para los demás. Es de sí misma, para sí misma, y por sí misma.

En solitario retiro,
entre las rocas alpinas,
del susurro de la brisa,
la clavelina silvestre consigo se regocija.


La belleza de la naturaleza es la manifestación de la existencia misma. Es hermosa simplemente porque es hermosa.
Decir que el color son ondas de luz y nada más es desatinado.
La existencia produce su propia belleza para sí misma y la aprecia para sí misma.


Publicado por Claudio




sábado, 23 de octubre de 2010

Si mi palabra


Si mi palabra no labra.

Si no hay silencio en el lienzo.

Si mis brazos no te abrazan,
ni mis piernas me sostienen y andan.

De poco servirá que el sol caliente
y que el agua baje de la montaña.

Seré apenas ilusión,
la misma nada.



Si mi palabra no labra

La palabra es pronunciada sin intención de aclarar nada. Muy por el contrario, el habla es articulada para desarticular pensamientos enquistados. El diamante que sólo puede ser cortado por otro diamante.
Pero más me complacerá el silencio, cuando aprenda a decir con la boca cerrada.

Si no hay silencio en el lienzo

El silencio del lienzo (la mente), la tela por donde pasan las imágenes sin quedarse con ninguna. Y la luz (la conciencia), sin la cual nos mantenemos en tinieblas (ignorancia).
Aun cuando las fotografías (pensamientos) allí plasmadas sean de mi peor entraña, practicaré la calma, porque son sólo imágenes que de por sí no valen nada, nada que yo no valore.

Si mis brazos no te abrazan

Mis brazos huesudos te abrazan, pero también mi pecho, mi corazón, mi alma. Lo que respiro y nos respira.
¿Sólo podemos acceder a un pasajero amor de carnes? No, sé que no. Tu corazón y el mío entrelazados saben muy bien de dónde venimos, quiénes somos. ¡Si nos animáramos a despertar!

Ni mis piernas me sostienen y andan

Mis piernas han sostenido el abandono, la duda, la rabia.
De la planta de mis pies, crecieron raíces bellas, flexibles, fuertes.
Caminando, voy degustando el sabor inexplicable de la incertidumbre.
No sé qué hay más allá, pero sí sé con qué cuento acá, bajo mis pies y sobre mi espíritu.

De poco servirá...

Bajo el sol, que no se percata de mí, y sobre el agua o en sus profundidades, soy la nada misma, casi una ilusión; “maya”, me susurraría un hindú. Átomos que un día volverán a la roca, al mar, a otro cuerpo o al cielo.
Mientras tanto, si me pellizcas, duele.
Publicado por Claudio

sábado, 9 de octubre de 2010

¿Carne o proteínas?

Primera parte

Tanto nos afanamos por mirar el árbol que no vemos el bosque. Ésta es la frase que todos hemos escuchado o dicho repetidas veces. ¿No?
Me adueño de ella por un ratito para decir algo similar: Tanto mirar el churrasco que nos perdemos de ver y conocer las verduras, legumbres, frutas... En pocas palabras, la diversidad.

Como tantos otros seres nacidos en la Argentina, me crié alimentado a base de carne: el asadito del domingo, el bife de chorizo, las milanesas. Tras este panorama, no es raro esperar que la idea de modificar el hábito carnívoro nos resulte poco menos que pavorosa.
La relación dependiente con la carne es tal que cuando se propone dejarla no tardan en escucharse preguntas tales como: ¿y si no como carne, qué como?, ¿si dejo la carne, no terminaré anémico?, ¿si dejo de comer carne, no perderé fuerzas o vitalidad? Nada más erróneo e injustificado.
El primer dato que debemos conocer para aclarar la situación es que lo que debemos ingerir son proteínas, no carne. ¿Por qué? Porque no es la carne el único medio por el que obtenemos proteínas. Por lo tanto, si podemos acceder a ellas de otros modos, lo que queda es conocer cuáles son estos y hacer un uso criterioso y consciente a la hora de alimentarnos de lo que nuestro organismo precisa.

La palabra “proteína” tiene su origen etimológico en la lengua griega y significa “prothos” (primero). Por lo tanto, se convierte en un elemento indispensable para nuestra vida, sin el cual no podríamos sostenerla. Muchas veces se hace un paralelismo entre las proteínas y los ladrillos de una casa, para observar su importancia. Las proteínas cumplen, entre otras funciones, la de crear o regenerar tejidos (músculos, piel, huesos, etc.).
Prestemos atención a lo siguiente: las proteínas provienen de las plantas y de la función de fotosíntesis que ellas cumplen. Las hojas de las plantas absorben a través de sus poros el anhídrido carbónico de la atmósfera, descomponiéndolo en carbono y oxígeno. La planta retiene el carbono y elimina el oxígeno hacia el exterior, aumentando así la atmósfera respiratoria. Por otro lado, la planta a través de sus raíces absorbe el agua de la tierra y la combina con el carbono formando los hidratos de carbono (azúcares).
Los carbohidratos son combinaciones de oxígeno, hidrógeno, carbono, más el nitrógeno extraído del suelo.

Ahora bien, y considerando la información anterior, sólo cabe usar el sentido común. Los animales que nosotros comemos son herbívoros, es decir que toman las proteínas de lo vegetales de los cuales se alimentan, para luego consumirlas nosotros al comernos la carne de esos animales.
Con dicha acción incurrimos en lo que podría llamarse “ingesta de segunda mano”. ¿Por qué? Porque estamos incorporando proteínas a través de la carne en lugar de consumirlas de primera mano, o sea, directamente de los vegetales. No se olviden, no estoy hablando de qué nos gusta más comer, sino de qué nos alimenta sanamente.

¿De dónde proviene, entonces, el error de considerar de mejor calidad la proteína animal que la vegetal? Ocurre que la proteína humana se asemeja más a la del animal que a la vegetal. Pero esto es sólo en apariencia, ya que el organismo no utiliza las proteínas tal cual ingresan en el organismo, sino que debe degradarlas hasta transformarlas en aminoácidos, que son los que sí nuestro organismo puede asimilar. Así el organismo utiliza los aminoácidos para construir las proteínas que necesita.

En síntesis, tanto los animales como el ser humano, sólo pueden obtener proteínas del reino vegetal. Por lo tanto, vale subrayar que todos los alimentos contienen proteínas y que sólo varían en la cantidad. Lo que se concluye de esto es que, para asegurarnos una alimentación balanceada, se deberá comer una variedad de productos de manera que podamos garantizarnos los nutrientes indispensables.

En términos energéticos, vale decir y con justa razón que a nuestro cuerpo lo vitalizará mucho más la ingesta de proteína viva, como la de los vegetales, legumbres y frutas, que la proteína muerta que incorporamos al comer carne. Nosotros somos seres vitales que gastamos dicha energía, de tal modo que tendremos que asegurarnos de reponerla; por lo tanto, si lo que gasto es energía viva, lo más recomendable será incluir en nuestra dieta energía viva para que aumente dicha vida y evolucione hacia aspectos humanos y espirituales más trascendentes, lo que difícilmente se conseguirá si nuestra alimentación está basada en energía muerta. El ejemplo más claro sucede con el agua de la que estamos formados en un 75% y que también se libera del cuerpo teniendo que recuperarla tomando la cantidad de agua que cada persona requiera o, de lo contrario, estaremos expuestos a daños importantes en nuestra salud.

Nos convertimos en lo que comemos, literalmente, por lo tanto, si estamos parados en la vida con una postura “muerta”, es lógico que veamos la muerte como alimento. Pero si nuestra postura cuerpo-mente ante la vida es VIDA, así, con mayúsculas, no cabrá duda de cuál será nuestro alimento, en todo sentido.
Publicado por Claudio

¿Carne o proteínas?


Segunda parte

Quisiera darles algunos datos útiles y comparables entre nuestro sistema fisiológico y el de los carnívoros para que observen otras muy importantes razones para insistir en quitar o disminuir la carne de nuestro menú habitual.

Los carnívoros poseen garras para atravesar el cuerpo de sus presas. Nosotros no.
Los carnívoros cuentan con dientes afilados capaces de desgarrar la carne. Nosotros no. Nuestras muelas son planas y los dientes no tienen la forma ni el filo suficiente para triturarla.
Esto conlleva una mala masticación, acción mecánica y química indispensable para una correcta digestión, más el agregado de que la carne, luego de pasearla por la boca un poco, pierde rápidamente el gusto, llevándonos a tragarla en bocados todavía grandes, los cuales también acarrean dificultades para el aparato digestivo y cardiovascular al momento de tener que asimilarlos. Si, por el contrario, masticamos, por ejemplo, una zanahoria, notaremos que su sabor no desaparece en ningún momento, facilitando su correcta masticación.

Los carnívoros tienen jugos gástricos de alta acidez para poder digerir la carne. Nosotros, para lo mismo, necesitamos una alta producción de ácido que normalmente acaba por dañar órganos, ya que no podemos eliminarlo totalmente. Como todo ácido, quema; al quemar un órgano, lo predisponemos a producir bacterias; las bacterias ocasionan enfermedades.
Las bacterias de la carne son de carácter idéntico a las que habitan en el estiércol, en realidad, abundan más en algunas carnes que en el estiércol fresco. Todas las carnes se infectan con tales gérmenes durante las operaciones de matanza y estos proliferan tanto más cuanto más tiempo permanezca la carne almacenada.
Los carnívoros tienen intestinos cortos por lo que pueden digerir con más velocidad y facilidad la carne. Nosotros tenemos intestinos largos que implican una digestión lenta, haciendo que las toxinas de la carne, en un buen porcentaje, permanezcan mucho tiempo dentro del cuerpo, abriéndole las puertas a múltiples enfermedades.
Está comprobado que muchas de las enfermedades padecidas por los humanos tienen su causa en la ingesta indiscriminada de carne y sus derivados: reumatismo, divertículos, diabetes, tuberculosis, gota, dispepsia, enfermedades circulatorias y renales.

Seguramente, y luego de leer lo que aquí expongo, no faltará quien pregunte: ¿si quiero dejar la carne, qué como?
En primer lugar, es muy importante subrayar que ningún cambio debe realizarse de manera apresurada o radical. Todo a su tiempo y moderadamente. Tanto para lo que deseemos dejar, como para aquello que queremos incorporar. Y aquí uso una palabrita médica: dosis. Sí, dosis o pequeñas cantidades en los cambios es lo más recomendable para evitar trastornos de cualquier tipo y para que luego no acabemos diciendo que no, que mejor sigo con la carne porque al comer vegetales me “siento débil” o “me quedo con hambre”, lo que también es una falacia.
Por lo tanto, les sugiero remitirse a una guía médica de confianza (nutricionista, por ejemplo) y, sobre todo, atender detenidamente qué va ocurriendo a medida que se va produciendo el pasaje de una conducta alimenticia a otra. ¿Por qué lo digo? Pues, porque lo más habitual será que, acostumbrados a una dieta determinada durante muchos años, en este caso la carne, al momento de comenzar a sustituirla, lo que notaremos será la resistencia que nuestro cuerpo experimenta, producto de vivenciar lo nuevo como algo ajeno a lo acostumbrado. Esto entraría en lo que se llama “etapa depurativa”, de la que escribiré en otro artículo, y que considero de suma importancia dar a conocer para saber interpretar adecuadamente las reacciones corporales y anímicas, propias del cambio en la dieta.

En segundo lugar, la carne y sus subproductos pueden perfectamente ser reemplazados por:
Alimentos crudos, más que cocidos, pues los crudos tienen un mayor valor biológico.
Legumbres (garbanzos, lentejas, arvejas, soja, etc.) ricas en proteínas, vitaminas y minerales. Sobre los minerales, vale señalar que el hierro, carencia a la que se teme cuando se deja a un lado la carne, se puede obtener de: espinaca, acelga, berro, radicheta, el germen de los cereales integrales, en las frutas oleaginosas (avellanas, nueces, almendras) y desecadas (todas), en la soja y sus derivados, en la microalga espirulina, entre otros.
Las vitaminas del grupo B se obtienen de una correcta combinación de alimentos, entre los que se pueden incluir huevos, sobre todo duros, y de esa manera, tendremos todos aquellos nutrientes esenciales para una correcta salud.

En cuanto a la debilidad que alegan algunas personas al dejar de consumir carne, vale decir que está sumamente comprobado que no hay diferencia de potencia y fuerza entre carnívoros y vegetarianos. O que se necesiten más proteínas para una actividad forzada que para una sedentaria.
Insisto, una dieta que incluya todas las variantes de verduras, frutas, legumbres, cereales, semillas, huevo y algún tipo de queso será lo suficientemente completa para no tener que temer por ninguna carencia o exceso.
Por lo tanto, es importante que cada persona adecue conscientemente la dieta que desee realizar bajo asesoramiento especializado y sin fundamentalismos, pues, es tan grave un carnívoro extremo, como un vegetariano fanático.



Publicado por claudio

Consumo de carne y medio ambiente

Tercera parte - final

La industria de la carne es una de las más contaminantes del planeta y produce más emisiones de gas de efecto invernadero que el combustible fósil emanado de los medios de transportes.
Con los granos que se alimenta a una vaca, se pueden alimentar 14 personas. Y para obtener mayor cantidad de estos alimentos, se deforestan miles de hectáreas para cultivar soja de baja calidad (transgénica), produciendo daños graves en la salud de las personas involucradas con ese cultivo como en sus descendientes, debido a los pesticidas y herbicidas. Igual daño se produce en la tierra cultivada y en todas aquellas que la circundan. Sequía y erosión en las zonas deforestadas e inundaciones en lugares próximos o distantes, como también la escasez de agua potable, es otro de los tantos males que afectan a buena parte del planeta.
En la tala indiscriminada, no se pierde tan sólo la vida de un árbol, sino toda la biodiversidad vinculada a él y a su medio.

La dieta usual de una persona en los Estados Unidos requiere un total de 16.000 litros de agua por día (alimentar a los animales, regar los cultivos, lavar, cocinar, ducharse, entre otros usos). Mientras que la dieta vegetariana de una persona consume 1.100 litros de agua al día.
Los animales domésticos precisan mucha más superficie para su desarrollo que la necesaria para la producción agrícola.
Si se distribuyera equitativamente los granos y vegetales, se podría alimentar a la población mundial en su totalidad, mientras que si nos dedicáramos tan sólo al alimento animal, esto alcanzaría para alimentar a 2.600 millones de personas, o sea, apenas la tercera parte de los habitantes del planeta.
Por lo tanto, de continuar a este ritmo, ya sea por superpoblación o distribución desigual, nos veríamos forzados a continuar la deforestación.

A esto se le suma, por un lado, la explotación exacerbada de la pesca con la que aniquilan toneladas de especies, haciendo desaparecer unas y poniendo en riesgo de extinción otras, como es el caso del salmón y el atún. Y por el otro, el trato deshumanizado en la cría de pollos a base de antibióticos, hormonas y todo tipo de productos artificiales, los cuales se los obliga a ingerir en un plazo de 20 días, hacinados en lugares que bien recuerdan a campos de concentración, para de ahí pasar a las góndolas de los supermercados, cuando la verdad es que un pollo criado en el campo naturalmente necesita entre 6 y 7 meses para llegar a su tamaño y peso normal. Estos lugares son llamados “fábricas de ganados” y se calcula que generan más residuos que ninguna otra industria.

Una familia de cuatro personas produce el gasto de 983 litros de petróleo al año. Esto incluye todo el proceso de mantenimiento y producción del alimento cárnico.
Se necesitan 28 calorías de crudo para obtener una caloría de alimento carnívoro. Y para la misma cantidad de proteína vegetal, tan sólo 3,3 calorías de petróleo. Más carne, más petróleo, igual guerra... ¿les suena?

Bien, no es mi interés profundizar detalladamente en todos y cada uno de los pormenores referidos al consumo de carne y sus consecuencias. Después de todo, si lo que queremos es información, hoy día la podemos obtener sin muchas trabas o inconvenientes a través de internet, por ejemplo. Pero no es la información en sí misma la que puede permitir un cambio de conciencia adulto y sostenido, lamentablemente y aunque así me gustaría, no hay quien nos pueda facilitar esa tarea.
La conciencia es un trabajo y un logro al que cada uno podrá acceder tomándose el tiempo de atender qué hacemos y cómo lo hacemos, intentando que nuestras acciones nos dañen y dañen la vida en todas sus formas lo menos posible.
Soy muy consciente de lo difícil que resulta encontrar una solución coherente a tamaño problema, pero eso no justifica que no podamos ocuparnos de hacer un uso responsable de nuestros recursos, accediendo a mudar algunos hábitos que, sumados al de muchos otros, colaboren paulatinamente a no continuar con tamaño desastre y descontrol.

Cuando lo que impera en las personas es el miedo, lo que reina es la violencia, el despilfarro, la ignorancia y la desintegración. Ahora, cuando lo que prevalece es el amor...
Las conclusiones se las dejo a ustedes.

Fuentes consultadas:
Guía práctica de Vitacultura – Carmen Caraballo Ortega – Ed. Despertar.
Nueva alimentación, nueva vida – Silvana Ridner – Ed. Edicol.

Publicado por Claudio




sábado, 2 de octubre de 2010

Arroz: la vida en granos

Pregunten: ¿Quién quiere lavar el arroz? Y lo que escucharán será un silencio jamás imaginado. Sí, lo sé, lavar el arroz, las legumbres o limpiar las verduras de hoja no es tarea que muchos se atropellen por hacer primero. Sin embargo, en el caso de las semillas, legumbres o el arroz mismo, si no queremos que a la hora de masticarlos, una piedrita no vista en el momento oportuno acabe por mandarnos al dentista, mejor será tomarnos el tiempo y la paciencia de revisarlos para evitar que éstas u otras situaciones le roben sabor a nuestra comida.

Particularmente, me inclino por el arroz integral, ya que, a diferencia del arroz blanco, como comúnmente lo conocemos, guarda todas sus propiedades nutricionales (proteínas, carbohidratos, grasas, vitaminas). Hay personas que no lo eligen porque les resulta un tanto difícil masticarlo; esto se debe a que contiene la cascarilla, el salvado, el almidón y el germen que al arroz blanco se le quita, dejándolo sólo con su almidón o, lo que es peor, se le adicionan vitaminas y minerales sintéticos... Sí, así de absurdo e ignorante, pues, teniendo el arroz todos estos valores por naturaleza, el hombre, interesado en producir más para ganar más, quita lo que la naturaleza provee y adiciona químicos...
Como ya expresé en el texto anterior, la comida no es sólo el placer de digerir lo que nos gusta, sino asegurarnos de que, al mismo tiempo, esté otorgándonos los nutrientes que nuestro cuerpo necesita para desarrollar sus funciones vitales del mejor modo posible.
El arroz integral favorece el buen funcionamiento del hígado, pulmones e intestinos. Su consumo es muy energético y de fácil asimilación.

Existen distintas variedades de arroz integral, siendo los más comunes: de grano corto, medio y largo.
Se puede consumir durante todo el año y en cuanto a cuál suelo usar, les digo: arroz yamaní, porque es equilibrado y el que menos almidón posee.
Pero cualquiera que escojan estará bien.

Cómo prepararlo

Cuando me pongo a lavar el arroz, me viene el recuerdo de una escena de la película “Los siete samuráis”, un clásico del cine de todos los tiempos, del director japonés Akira Kurosawa, en la que un grupo de estos hombres, sacudidos por la miseria y el desabastecimiento, guardan celosamente cada grano de arroz en los sacos, procurando no desperdiciar ni uno.
Sé que probablemente les causará gracia lo que paso a contarles, pero durante el proceso de lavado y hasta que lo coloco en el recipiente en el que lo voy a cocinar, me vuelve nuevamente aquella imagen cinematográfica, y quizá por respeto al valor del alimento y lo duro que fue y es para tanta gente cosecharlo, trato de que no se me caiga ninguno.
Aunque no me crean, un grano de arroz, como un grano de arena, guarda toda la energía del universo.

Tomen el arroz en la siguiente cantidad: un vaso de arroz por tres de agua. Luego calienten la sartén sin aceites y echen el arroz para tostarlo unos breves minutos.
Posteriormente, agreguen el agua y tapen el recipiente con una tapa que ajuste bien o con papel aluminio, y una vez que al agua esté hirviendo dejen que se cocine por unos 25 a 30 minutos a fuego lento hasta que se haya evaporado toda el agua. Si esto ocurre antes que el arroz esté listo, agreguen algo más de agua.
Pueden colocar durante la cocción una hoja de laurel para saborizarlo o cualquier otra hierba aromática. A mí me gusta ponerle ramitas de romero.
Un ingrediente que gusto mucho de usar en el arroz y también en ensaladas, verduras cocidas al vapor o incluso fideos es el gomasio.
“Gomasio” es una palabra japonesa que significa: goma = sésamo; sio = sal.
La preparación es muy simple. Se tuesta el sésamo, en lo posible que sea integral, en una sartén sin aderezos durante unos breves segundos. Una vez listo, se agrega sal marina y se lo muele en un molinillo de café o dentro de un mortero.
El gomasio se lo puede conservar fuera de la heladera.

El arroz, una vez cocido, lo suelo combinar con diferentes verduras (zanahorias, remolachas, chauchas, zapallitos), las que corto normalmente en pedazos pequeños para su mejor cocción. También suelo agregarle, algunas veces, almendras, semillas de girasol o pasas de uva; lo espolvoreo con el gomasio o algas marinas, ricas en minerales y oligoelementos, y lo alineo con aceite de oliva de primera prensada en frío.

Las verduras pueden cocerlas al vapor, de esta manera guardarán más sus componentes esenciales, o saltearlas en un poco de aceite, también de primera prensada en frío.
Otro alimento que uso con frecuencia para comerlo junto con el arroz son los hongos o champiñones, que los hay de muchos tipos. En este caso, dependerá de cómo quiera comer el arroz. Por lo tanto, los puedo comer crudos, al vapor, unidos a la sopa o también salteados con un ajo, cebolla de verdeo y algún ají rojo, verde, amarillo o un poquito de los tres.

Las posibilidades que nos ofrece este milenario grano de cereal son infinitas. Bastará para su buen uso alguna guía inicial, creatividad a la hora de cocinarlo y ganas, muchas ganas de comer sano, práctico y espiritual, como dice el amigo Espe Brown. Que así sea.

Cuento Zen

Un hombre estaba poniendo flores en la tumba de su esposa, cuando vio a un chino poniendo un plato de arroz en la tumba vecina.

El hombre se dirigió al chino y con actitud socarrona preguntó:
- “Disculpe señor... ¿de verdad cree usted que el difunto vendrá a comer el arroz?”

- “Sí”, respondió el chino, “cuando el suyo venga a oler sus flores...”


Publicado por Claudio