Segunda parte
Quisiera darles algunos datos útiles y comparables entre nuestro sistema fisiológico y el de los carnívoros para que observen otras muy importantes razones para insistir en quitar o disminuir la carne de nuestro menú habitual.
Los carnívoros poseen garras para atravesar el cuerpo de sus presas. Nosotros no.
Los carnívoros cuentan con dientes afilados capaces de desgarrar la carne. Nosotros no. Nuestras muelas son planas y los dientes no tienen la forma ni el filo suficiente para triturarla.
Esto conlleva una mala masticación, acción mecánica y química indispensable para una correcta digestión, más el agregado de que la carne, luego de pasearla por la boca un poco, pierde rápidamente el gusto, llevándonos a tragarla en bocados todavía grandes, los cuales también acarrean dificultades para el aparato digestivo y cardiovascular al momento de tener que asimilarlos. Si, por el contrario, masticamos, por ejemplo, una zanahoria, notaremos que su sabor no desaparece en ningún momento, facilitando su correcta masticación.
Los carnívoros tienen jugos gástricos de alta acidez para poder digerir la carne. Nosotros, para lo mismo, necesitamos una alta producción de ácido que normalmente acaba por dañar órganos, ya que no podemos eliminarlo totalmente. Como todo ácido, quema; al quemar un órgano, lo predisponemos a producir bacterias; las bacterias ocasionan enfermedades.
Las bacterias de la carne son de carácter idéntico a las que habitan en el estiércol, en realidad, abundan más en algunas carnes que en el estiércol fresco. Todas las carnes se infectan con tales gérmenes durante las operaciones de matanza y estos proliferan tanto más cuanto más tiempo permanezca la carne almacenada.
Los carnívoros tienen intestinos cortos por lo que pueden digerir con más velocidad y facilidad la carne. Nosotros tenemos intestinos largos que implican una digestión lenta, haciendo que las toxinas de la carne, en un buen porcentaje, permanezcan mucho tiempo dentro del cuerpo, abriéndole las puertas a múltiples enfermedades.
Está comprobado que muchas de las enfermedades padecidas por los humanos tienen su causa en la ingesta indiscriminada de carne y sus derivados: reumatismo, divertículos, diabetes, tuberculosis, gota, dispepsia, enfermedades circulatorias y renales.
Seguramente, y luego de leer lo que aquí expongo, no faltará quien pregunte: ¿si quiero dejar la carne, qué como?
En primer lugar, es muy importante subrayar que ningún cambio debe realizarse de manera apresurada o radical. Todo a su tiempo y moderadamente. Tanto para lo que deseemos dejar, como para aquello que queremos incorporar. Y aquí uso una palabrita médica: dosis. Sí, dosis o pequeñas cantidades en los cambios es lo más recomendable para evitar trastornos de cualquier tipo y para que luego no acabemos diciendo que no, que mejor sigo con la carne porque al comer vegetales me “siento débil” o “me quedo con hambre”, lo que también es una falacia.
Por lo tanto, les sugiero remitirse a una guía médica de confianza (nutricionista, por ejemplo) y, sobre todo, atender detenidamente qué va ocurriendo a medida que se va produciendo el pasaje de una conducta alimenticia a otra. ¿Por qué lo digo? Pues, porque lo más habitual será que, acostumbrados a una dieta determinada durante muchos años, en este caso la carne, al momento de comenzar a sustituirla, lo que notaremos será la resistencia que nuestro cuerpo experimenta, producto de vivenciar lo nuevo como algo ajeno a lo acostumbrado. Esto entraría en lo que se llama “etapa depurativa”, de la que escribiré en otro artículo, y que considero de suma importancia dar a conocer para saber interpretar adecuadamente las reacciones corporales y anímicas, propias del cambio en la dieta.
En segundo lugar, la carne y sus subproductos pueden perfectamente ser reemplazados por:
Alimentos crudos, más que cocidos, pues los crudos tienen un mayor valor biológico.
Legumbres (garbanzos, lentejas, arvejas, soja, etc.) ricas en proteínas, vitaminas y minerales. Sobre los minerales, vale señalar que el hierro, carencia a la que se teme cuando se deja a un lado la carne, se puede obtener de: espinaca, acelga, berro, radicheta, el germen de los cereales integrales, en las frutas oleaginosas (avellanas, nueces, almendras) y desecadas (todas), en la soja y sus derivados, en la microalga espirulina, entre otros.
Las vitaminas del grupo B se obtienen de una correcta combinación de alimentos, entre los que se pueden incluir huevos, sobre todo duros, y de esa manera, tendremos todos aquellos nutrientes esenciales para una correcta salud.
En cuanto a la debilidad que alegan algunas personas al dejar de consumir carne, vale decir que está sumamente comprobado que no hay diferencia de potencia y fuerza entre carnívoros y vegetarianos. O que se necesiten más proteínas para una actividad forzada que para una sedentaria.
Insisto, una dieta que incluya todas las variantes de verduras, frutas, legumbres, cereales, semillas, huevo y algún tipo de queso será lo suficientemente completa para no tener que temer por ninguna carencia o exceso.
Por lo tanto, es importante que cada persona adecue conscientemente la dieta que desee realizar bajo asesoramiento especializado y sin fundamentalismos, pues, es tan grave un carnívoro extremo, como un vegetariano fanático.
Quisiera darles algunos datos útiles y comparables entre nuestro sistema fisiológico y el de los carnívoros para que observen otras muy importantes razones para insistir en quitar o disminuir la carne de nuestro menú habitual.
Los carnívoros poseen garras para atravesar el cuerpo de sus presas. Nosotros no.
Los carnívoros cuentan con dientes afilados capaces de desgarrar la carne. Nosotros no. Nuestras muelas son planas y los dientes no tienen la forma ni el filo suficiente para triturarla.
Esto conlleva una mala masticación, acción mecánica y química indispensable para una correcta digestión, más el agregado de que la carne, luego de pasearla por la boca un poco, pierde rápidamente el gusto, llevándonos a tragarla en bocados todavía grandes, los cuales también acarrean dificultades para el aparato digestivo y cardiovascular al momento de tener que asimilarlos. Si, por el contrario, masticamos, por ejemplo, una zanahoria, notaremos que su sabor no desaparece en ningún momento, facilitando su correcta masticación.
Los carnívoros tienen jugos gástricos de alta acidez para poder digerir la carne. Nosotros, para lo mismo, necesitamos una alta producción de ácido que normalmente acaba por dañar órganos, ya que no podemos eliminarlo totalmente. Como todo ácido, quema; al quemar un órgano, lo predisponemos a producir bacterias; las bacterias ocasionan enfermedades.
Las bacterias de la carne son de carácter idéntico a las que habitan en el estiércol, en realidad, abundan más en algunas carnes que en el estiércol fresco. Todas las carnes se infectan con tales gérmenes durante las operaciones de matanza y estos proliferan tanto más cuanto más tiempo permanezca la carne almacenada.
Los carnívoros tienen intestinos cortos por lo que pueden digerir con más velocidad y facilidad la carne. Nosotros tenemos intestinos largos que implican una digestión lenta, haciendo que las toxinas de la carne, en un buen porcentaje, permanezcan mucho tiempo dentro del cuerpo, abriéndole las puertas a múltiples enfermedades.
Está comprobado que muchas de las enfermedades padecidas por los humanos tienen su causa en la ingesta indiscriminada de carne y sus derivados: reumatismo, divertículos, diabetes, tuberculosis, gota, dispepsia, enfermedades circulatorias y renales.
Seguramente, y luego de leer lo que aquí expongo, no faltará quien pregunte: ¿si quiero dejar la carne, qué como?
En primer lugar, es muy importante subrayar que ningún cambio debe realizarse de manera apresurada o radical. Todo a su tiempo y moderadamente. Tanto para lo que deseemos dejar, como para aquello que queremos incorporar. Y aquí uso una palabrita médica: dosis. Sí, dosis o pequeñas cantidades en los cambios es lo más recomendable para evitar trastornos de cualquier tipo y para que luego no acabemos diciendo que no, que mejor sigo con la carne porque al comer vegetales me “siento débil” o “me quedo con hambre”, lo que también es una falacia.
Por lo tanto, les sugiero remitirse a una guía médica de confianza (nutricionista, por ejemplo) y, sobre todo, atender detenidamente qué va ocurriendo a medida que se va produciendo el pasaje de una conducta alimenticia a otra. ¿Por qué lo digo? Pues, porque lo más habitual será que, acostumbrados a una dieta determinada durante muchos años, en este caso la carne, al momento de comenzar a sustituirla, lo que notaremos será la resistencia que nuestro cuerpo experimenta, producto de vivenciar lo nuevo como algo ajeno a lo acostumbrado. Esto entraría en lo que se llama “etapa depurativa”, de la que escribiré en otro artículo, y que considero de suma importancia dar a conocer para saber interpretar adecuadamente las reacciones corporales y anímicas, propias del cambio en la dieta.
En segundo lugar, la carne y sus subproductos pueden perfectamente ser reemplazados por:
Alimentos crudos, más que cocidos, pues los crudos tienen un mayor valor biológico.
Legumbres (garbanzos, lentejas, arvejas, soja, etc.) ricas en proteínas, vitaminas y minerales. Sobre los minerales, vale señalar que el hierro, carencia a la que se teme cuando se deja a un lado la carne, se puede obtener de: espinaca, acelga, berro, radicheta, el germen de los cereales integrales, en las frutas oleaginosas (avellanas, nueces, almendras) y desecadas (todas), en la soja y sus derivados, en la microalga espirulina, entre otros.
Las vitaminas del grupo B se obtienen de una correcta combinación de alimentos, entre los que se pueden incluir huevos, sobre todo duros, y de esa manera, tendremos todos aquellos nutrientes esenciales para una correcta salud.
En cuanto a la debilidad que alegan algunas personas al dejar de consumir carne, vale decir que está sumamente comprobado que no hay diferencia de potencia y fuerza entre carnívoros y vegetarianos. O que se necesiten más proteínas para una actividad forzada que para una sedentaria.
Insisto, una dieta que incluya todas las variantes de verduras, frutas, legumbres, cereales, semillas, huevo y algún tipo de queso será lo suficientemente completa para no tener que temer por ninguna carencia o exceso.
Por lo tanto, es importante que cada persona adecue conscientemente la dieta que desee realizar bajo asesoramiento especializado y sin fundamentalismos, pues, es tan grave un carnívoro extremo, como un vegetariano fanático.
Publicado por claudio
será que hay muchos humanos con garras y dientes afilados con mucha capacidad de desgarrar?... no que tonta...éstos desgarran el alma, no la carne. Y también es bueno alejarnos de todos modos
ResponderEliminarPor eso se cocina la carne !
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