viernes, 12 de noviembre de 2010

Maestros, gracias


La práctica diaria del agradecimiento ha ido incorporándose a mi vida con la misma naturalidad con la que el río llega hasta el mar. Es por eso que quiero dedicar esta palabra y todo su caudal a aquellos maestros y maestras que fueron llegando a mi vida, y celebrar esos encuentros.

Buda, Jesús, Lao Tse, Rumi, Sócrates, la Madre Teresa, y tantos otros maestros atemporales, nos mostraron el camino de la Gran Virtud, la única que lo engloba todo: la virtud de conocerse a uno mismo. Es con alguno de ellos en quienes buscamos cobijarnos cuando el panorama se ennegrece o el temblor y la desazón nos azotan. Y es así porque todos ellos están metidos en nuestro ADN espiritual para recordarnos que el camino que alguna vez emprendieron es también el nuestro y se encuentra exactamente en el nudo o la oscuridad en la que nos hallamos.

Pero sería injusto suponer que sólo los de corazón puro pueden enseñarnos a transitar y trascender el maravilloso misterio que es la vida. Aunque no nos agraden nada o incluso de a ratos los detestemos, creo que vale recordar también a los que han sido y son capaces de acometer actos de profunda brutalidad. Y, ¿por qué? Porque si no nos sinceramos aceptando que, concientemente o no, también podríamos dirigir todo nuestro potencial hacia esas calamidades, ¿cómo sería posible estar lo suficientemente despiertos para poder ver la verdad de los que no sólo actúan con ella sino que son la verdad misma y personificada?
Quien configure su vida en la falsedad, sólo eso reconocerá, pues, el otro o lo otro que siempre nos responde como un espejo, tan siquiera reflejará lo que allí estemos depositando y, por consiguiente, eso nos será devuelto. Por lo tanto, para poder darnos cuenta de que delante nuestro tenemos a un hombre o a una mujer verdaderos de cuerpo y espíritu, habrá que aprender a vivir esa verdad en carne propia. Si genuinamente eso queremos, justo en ese momento se nos aparecerá el maestro, porque el alumno ya estará maduro y dispuesto a tomar la clase.

Hoy y a la distancia, reconozco a maestras que la sangre y la vida me colocaron entre sus brazos. Tres abuelas, madrinas y guardianas inefables de una vida de infancia por las veredas y patios de Avellaneda. Vida que colmaron de juegos, risas, canciones y amor a mares. Amor que años después dilapidé a manos del miedo y que hoy voy rescatando del fondo de este corazón que, mientras escribo, canta acelerado de emoción, porque las siento, queridas mías, ahora como ayer, acá, conmigo. Gracias abuela María, gracias Ada, gracias Pura, por ayudarme a conocer mi propósito en la vida.


No sería capaz de explicar los motivos que me llevaron a tomar de la mano a mi mujer y salir corriendo hasta la Catedral de la Ciudad de Buenos Aires, una tarde de 1992, donde se realizó el encuentro interreligioso en el que participó el decimocuarto Dalai Lama.
Si hubiese tenido que narrar esos tiempos, el título apropiado para encabezarlo hubiese sido “De la cocaína al Dalai Lama”. Atravesaba ambas situaciones por ese mismo año, aunque parezca ridículo y por demás contradictorio. Y es que no había rumbo definido ni horizonte claro en mi realidad personal. Estaba seriamente enojado conmigo y ni siquiera lo sabía porque siempre encontraba a quien pasarle la cuenta de mis platos rotos. Y si algo faltaba para aumentar tal confusión que me permitiese comprender el arrebato por ir hacia allí, a años luz me encontraba de cualquier liturgia religiosa o espiritual. Sin embargo, ahí estaba yo, escuchando las palabras de ese hombre diciendo: “tenemos que cambiar nuestra actitud, luchar contra el odio porque nos hace daño, nos debilita”. En cambio, los sentimientos de afecto, cariño y compasión hacia los demás nos dan fuerza”. Perdón, me dije... ¿me habla a mí?
Si por ese entonces poco lo comprendí, la semilla que el Dalai Lama había plantado en mi interior comenzaría a dar sus frutos algunos años después.
Nunca olvidaré su sonrisa cuando al salir de la Catedral, nos topamos con el auto que lo conducía, quedando nuestros rostros a pocos centímetros de distancia y separados apenas por la ventanilla del vehículo. Como el espejo del que hacía mención párrafos antes, su sonrisa y gestos contagiaron los míos dejándome por un breve lapso flotando en un estado de perpleja inocencia.



Luego de años discurridos no tan mansamente, llegué hasta las puertas de tres maestros que me brindaron, en tiempos y circunstancias diferentes, mucho más que el aprendizaje de técnicas terapéuticas corporales. Susana Berman (kinesióloga), Carlos Trosman (especialista en Shiatzu – Chi kung y Med. Tradicional China) y Ricardo Dokyu (Monje Budista de la escuela Soto Zen) fueron y son perseverancia, conocimiento, generosidad, flexibilidad, calma y silencio. Sabiduría de quienes no se guardaron nada y me mostraron cómo amar la profesión que hoy ejerzo. Gassho a los tres por todo eso, porque sin sospecharlo siquiera, me dieron las herramientas que transformaron un trabajo en mi forma de vida.

Cuando el andar va mostrándonos que la vida es una oportunidad única de auto conocimiento, ya no queda pretexto para dudar de qué o de quiénes es factible aprehenderlo. Por esa razón, se me haría sumamente extensa la lista de agradecimientos. De todos modos, no quiero saltear de la nómina a quienes me hicieron enojar, entristecer, temer, dudar, alegrarme y, en pocas palabras, mostrarme lo mejor y lo peor de mí mismo. O en todo caso, haber sido los gestores que develaron la materia prima que poseo para, una vez en mis manos y bajo mi total responsabilidad, amasarla, moldearla y saborearla para lentamente ir recordando la felicidad y plenitud de la que, como ustedes, estoy hecho.
No hablo sólo de personas, también de animales, como mis gatos, de las plantas y los árboles. Árboles con los que he mantenido diálogos maravillosos y ancestrales. Puestas de sol irrepetibles, lunas llenas como las de esas noches en Río, sólo por citar alguna, que de tan inmensa casi no quedaba lugar en el cielo para las estrellas.
De lugares en los que se escucha el pulsar de la galaxia. ¿Probaron alguna vez el quedarse quietitos en medio de la montaña, sin nadie alrededor más que ustedes mismos?
Vale agregar a los maestros de las letras, de la música y a los de la mirada franca. Por eso, y en nombre de todos los que me pueda olvidar, gracias Julio, gracias John, gracias Ernesto.

Más recientemente, y tras frustrados intentos de que se convirtiera en mi profesor de Tai Chi, apareció en mi vida Damián. Diez años más joven que yo, pero con una gran sabiduría y sencillez. Su presencia me ha dado en estos años mucho con que alimentar mi alma y mi cuerpo. Nuestros encuentros, en los que nunca falta el mate, siempre se dirigen hacia zonas abismales y complejas, con la intención de comprendernos en el vivir cotidiano.
Con él, la práctica de la atención permanente en el aquí y ahora, como se suele decir, es constante. No hay excusa para no poder mirarnos, escudriñarnos, ponernos en evidencia en pos de vivir desde la sinceridad con uno mismo y con nuestros semejantes. Las charlas que, así relatadas parecen muy formales y serias, siempre dan lugar para reírnos a carcajadas de nosotros mismos, de nuestros laberintos filosofales y prácticas orientales.
Gracias Maestro, gracias amigo.

Luego de años juntos, de suponernos partidos a la mitad, buscando las ausencias en el otro. De juzgar y perdonar, de salir corriendo o fundirnos en interminables abrazos,
llegamos a reconocer quiénes somos y todo lo que poseemos y valemos, pudiendo compartir nuestras vidas, algo más íntegras y sin pegotearnos.
Hablo, claro, de mi mujer, Susana. Cómo podría dejar fuera del agradecimiento a quien amanece sonriendo, siempre con un chiste a flor de labios. A quien apacigua mis aguas o las sacude para que una vez y otra vez y las que hagan falta vea, aprenda, ceda, suelte y siga rindiendo mis materias. A quien me dio a probar la dulzura de la quietud. A quien está aunque no se la vea. Y es que los que pasan por nuestras vidas y dejan huella podrán irse de viaje por siempre o morir que igual seguirán aquí, pues, es lo que hemos vivido juntos lo que nos queda y cuenta. Compañera, amiga, maestra, gracias.

Por último, y como dice el Maestro Zen Daisetsu Suzuki, otro de tantos que adopté como guía desde hace años a fuerza de bastas y ricas lecturas: “que sepamos vivir en serena alegría, siempre con espíritu de aprendices, para acceder al maestro que hay en nosotros”.
Por eso, gracias a los maestros que vendrán, a mis padres y hermanos. A los alumnos que, más allá de roles definidos en horas marcadas, siempre hubo, hay y habrá boleto de ida y vuelta.
Al sol allí arriba y en mi corazón, al agua apacible o brava de mis aguas, a la tierra que me sostiene y alimenta, al aire que respiro y vuelo en incontables eones de alientos.
A ustedes y a aquellos que se me escapan de la memoria, más por descuido que por desinterés, sepan y no duden, que todos y todas, están en mí. Gassho. Gracias.


Dedicado a Marcelo que con sus bromas y alegría, me alerta de no tomármelo todo tan en serio.


Publicado por Claudio










3 comentarios:

  1. Gracias Claudio una nota tan bella solo puede surgir de un alma bella.Si vos agradeces a tus grandes maestros tambien agradecete vos por ser un gran alumno.
    Respecto a mi , tomo conciencia y me pregunto si no tendre deudas con alguien o con otros seres de la naturaleza.Por lo pronto te digo GRACIAS a vos por la luz que generas .Besos

    ResponderEliminar
  2. es natural que el río vaya hacia el mar, aunque algunos traten de evitarlo en pro de "grandes construcciones", pero siempre va a llegar a mar: esa es la buena noticia. Y los platos rotos...que maravilloso cuando aprendemos a escuchar el ruido que producen, entonces pagarlos es un espléndido camino de aprendizaje

    ResponderEliminar
  3. Preciosa nota, hermoso y sincero agradecimiento. Agradecer desde la humildad y la simpleza tiene un valor inmenso, porque nos muestra que el aprendizaje es permanente.
    Gracias por tu relato, porque es un claro ejemplo de que siempre se puede encontrar una luz de esperanza para avanzar hacia el cambio y transitar un camino de transformación constante. Muchas gracias y un beso grande!!!

    ResponderEliminar