sábado, 18 de septiembre de 2010

Olvidarse de uno mismo

Era domingo al mediodía y salí a caminar un rato hasta una zona arbolada cercana a mi casa, con la intención de moverme un poco.
Una vez allí y luego de andar un par de kilómetros a paso ligero entre las gentes y los árboles, decidí estirar mis músculos.
Durante el proceso de elongación sentí que lograba escuchar a mi cuerpo pidiéndome que le diera el tiempo suficiente para que ese estiramiento se fuera produciendo del modo que él lo necesitaba. Lentamente me rendí a su reclamo y allí permanecí por varios minutos. Trabajando sobre una pierna, luego la otra; sin prisa y con mucha calma.
Al finalizar, y con ambos pies sobre el césped, me asombró la transformación energética que se produjo, por decirlo de alguna manera, la cual me impedía hilar cualquier pensamiento lineal.
Y es que mi cuerpo no pesaba, no dolía, ni siquiera daba señales de cansancio.
Noté que todo en mí y lo que me rodeaba estábamos fraternalmente unidos y compartiendo la existencia sin resquicio por el que se pudiera colar ningún análisis. Nada era necesario ser explicado.

El viento, el cielo, la gente, los árboles, los pájaros, todo reinaba en total ecuanimidad; tanto que me hubiese sido difícil decir dónde empezaba o terminaba cada cosa.
Sentí que podía permanecer en ese estado eternamente.
Mis pasos se volvieron etéreos, mi respiración amplia, mi sonrisa al viento, mis ojos mirando sin buscar nada, y en el pecho crecía un corazón luminoso que se andaba de guiños con el sol que de a ratos asomaba.

Ese estado de serena alegría es lo que somos, debajo de todos nuestros conceptos, prejuicios, ideas y deseos. Aquí donde estamos, cuando trascendemos los opuestos y complementarios, no hay conflicto, sólo la vida expresándose libremente, sin trabas, como una orquesta sonando afinada y en concordancia.
Hasta que pifiamos una nota y ahí estamos otra vez, desentonando bajo la batuta del ego.
Pero lo que rescato de estas experiencias es que nos prueban qué es verdad y qué falacia. Qué es lo que en realidad nos vuelve pesados o densos y lo que nos sutiliza o aligera.
Nos pesa toda vez que empujamos en contra de nuestra verdadera esencia, y nos alivianamos de esa carga cuando vivimos en el amor, pues, lo único que podemos sostener sin desmayos ni quejas es lo que amamos; el amor, porque eso somos.

Creo que a esto se refiere el texto que leerán más abajo, es decir: Salí con una idea y cuando se volvió acción, me olvidé de la idea. Me propuse aliviar los dolores de mi cuerpo, y cuando escuché a mi cuerpo, me olvidé de los dolores. Cuando me olvidé de mi cuerpo, no me fueron necesarias las palabras.

Los canastos de pescar existen para los pescados; cuando ya se tienen estos, se olvidan los canastos. Las redes para cazar liebres existen para las liebres; cuando ya se tienen éstas, se olvidan las redes. Las palabras existen para los pensamientos; si se tienen los pensamientos, se olvidan las palabras. ¿Dónde encontraré un hombre que olvide las palabras, para poder hablar con él?
Chuang tse

Publicado por Claudio

3 comentarios:

  1. Preciosa descripción, hermosa vivencia. Muchas gracias por compartir este relato con nosotros, es un lujo, la verdad. Una visión de la vida que inyecta una cuota de ánimo y esperanza para estar predispuestos a cualquier sorpresa que nos permita comprender nuestra verdadera esencia. Un beso grande!!!

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  2. cuando uno olvida lo que pretenden de él se puede nacer y en esta ruta hasta el crecimiento es maravilloso poder encontrar a quien olvide las palabras aunque no se pueda comprender plenamente. No se debe renunciar a esperimentar cada momento en que la vida se impone a todo lo peor.

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  3. Es muy bello el texto o quizás los pensamientos qeu quedan mas allá de las palabras...

    Marcela

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