Nada de lo
humano me es ajeno, tituló mi profesor Carlos Trosman hace varios años, a un
artículo sobre técnicas corporales terapéuticas. Por supuesto, me sumo a esa
frase y la tomo como agua para mi molino para decir: cómo puede pensarse la práctica
de Chi kung como algo separado o tangencial a las actitudes y experiencias que
transitamos como seres vivos, orgánicos, humanos. Siento la necesidad de
aclararlo porque nos es de extrañar que se piense que una clase de chi kung se
tenga que desarrollar sólo en un ámbito apropiado para ello, pero sin embargo,
y a medida que se va teniendo cierto recorrido por sus muchas formas de
practicarlo, se va cayendo en la cuenta de que no hay razón para que dicha práctica
no pueda realizarse, también, en casa o en cualquier otro sitio.
Del mismo
modo pero en sentido contrario, la vida con todos sus pertrechos, llega de la
mano de cada alumno al recinto o dojo de práctica, aunque no siempre la persona
tenga conciencia de ello. Pese a todo, un buen día ese ser cae en la cuenta de
que todo lo que se es y se tiene en términos corporales, mentales y emocionales
también se lo trae a la clase. Desde ya, no siempre se recibe de buen agrado lo
que aparece manifestado, más aún cuando se trata de limitaciones físicas o
psicológicas, como de cualquier tipo de inhibición o malestar corporal o anímico,
pero, nos guste o no, para poder acceder a un crecimiento o cambio de rumbo
favorable, no quedará otra que pasar por ahí. Por donde duele.
Si podemos
hacerlo, notaremos que a cada paso irá habiendo algo más de claridad y de
bienestar.
En
realidad, lo que hoy me lleva a escribir sobre estos asuntos no es nada
relativo a enfermedades, contracturas o angustias de las que, como digo, muchas
veces se presentan en las clases regulares, sino a otro evento que se dio por
estos días y que, aunque no fue la primera vez que ocurre, no pudo menos que
llenarme de mucha emoción y gratitud.
De lo que
quiero escribir es acerca de una de mis alumnas, Vanesa. Ella comenzó viniendo
a mi espacio de trabajo hace varios años para recibir sesiones de masaje.
Tiempo después, se sumó a las clases de chi kung y, como me ha sucedido con
otras personas, pude ser testigo privilegiado de sus cambios, marchas y
contramarchas, como también de sus alegrías y preocupaciones, las cuales la
llevaron a tener épocas de alejarse de la práctica para, algo después,
retomarla, observando que cada vez que eso sucedía era como ver a una crisálida
salir de su caparazón tras restregarse arduamente pero sin cesar en su afán de
continuar ¿creciendo? Si me permiten, voy a conservar en mi fuero íntimo muchos
de esos acontecimientos por los que Vanesa transitó para preservar su intimidad
y así ir de lleno a lo que me interesa compartir con ustedes. Hablo del día que
a través de un correo electrónico Vanesa me comunicó que quería regresar a las
clases y que estaba embarazada.
Gran alegría
gran, diríamos por estas tierras porteñas, más aún cuando la vi entrar con una
enorme sonrisa. Nos dimos un fuerte abrazo y no pude resistirme de colocar mis
manos sobre su pancita, que ya daba muestras de cómo la vida se iba gestando
dentro de ella.
Los días
fueron transcurriendo sin mayores sobresaltos, a excepción de algún que otro
bajón de azúcar que poco duraba y bien se recuperaba tras un breve descanso y
mucha agua mineralizada. Pese a todo, Vanesa seguía sonriendo y participando de
las clases con un entusiasmo contagioso y vital. Todos estábamos pendientes de
ella y de... Felipe, como nos comentó un cierto día luego de confirmarse el
sexo del bebe que crecía en su vientre. Cuando pronuncio “Felipe”, me sabe a
pan calentito y recién horneado.
El verano
arrasador por sus altas temperaturas no hicieron mella sobre la voluntad de
Vanesa, al punto de no haber faltado ni un solo día a las prácticas, ya que
para ella era de esencial importancia venir con su niño a cuestas, pues, como
pudimos ambos corroborar en algunas sesiones de masaje y drenaje linfático que
le apliqué para que sus líquidos corporales circularan mejor, Felipe parecía disfrutar
mucho de ese contacto, tanto así que su mamá me decía que lo sentía moverse en
el sentido que iban mis manos. Lo mismo le ocurrió cuando en una de las clases
intercambió maniobras de masajes con una compañera.
Siempre
encontraba la manera de adecuarse a las posturas o movimientos. Fue aprendiendo
a convivir con los cambios que su cuerpo no tardaba en enseñar y nunca se quejó
o dio muestras de no querer o no poder tomar la clase. Su atención, ahora, se
repartía en ella y en su bebe, que al parecer, y como sucedía con los masajes,
también gustaba de hacer chi kung.
En cuanto a
mí, debo decir que, si bien no es la primera vez que participa de las clases de
chi kung una embarazada, nunca como en esta oportunidad ese proceso de gestación
llegó tan lejos, pues Vanesa vino el 17 de enero por última vez, ya de 9 meses,
y al día siguiente tuvo a su hijo. Tan segura de sí misma se la solía ver, y
por demás en paz con su rol de madre, que ese día viernes se despidió de mí y
de sus compañeras de práctica convencida de que nos veríamos la semana
entrante. Sin embargo, en mi interior, tenía la presunción de que no sería así
y que Felipe llegaría incluso antes de la fecha indicada por los médicos. No
por nada en esa última clase con Vanesa y Felipe, percibimos los tres sin decir
palabra alguna que era el final de un maravilloso comienzo, coronado por la
presencia de la madre de Vanesa que nos visitó, participando de la práctica,
quien, por si fuera poco, debutó como abuela pocos meses antes al recibir a una
nieta de su otra hija.
Hubo esa
tarde una comunión muy especial, profunda, cálida y llena de amor que todos
dimos y compartimos para que ambos, madre e hijo por nacer, se fueran cargados
de todo ese amor al que, sin duda, se sumaba el de Gustavo, su marido, como el
de su hermana y el de tantos otros que tanto y tan bien la quieren.
Estoy
escribiendo estas palabras con mucha emoción y con todo el amor y respeto que
siento por ella y su bebe, al que sentí en mis manos cuando pateaba o se movía;
a ese bebe que el sábado 18 de enero de 2014 vio la luz en los ojos de su mamá,
que respiró por sus propios medios por primera vez y que afanosamente buscará
en la teta de Vanesa mucho más que leche, pues ahí, cerquita del pezón está la
música que lo acunó durante varios meses, la música que le da la certeza de que
está en casa, la música del corazón. La música que armonizará con la voz de su
mamá y la de su papá que, sin duda, ya reconoce, porque la escuchaba a través
de mamá nadando dentro de la panza.
No es tan
frecuente sentir el privilegio de poder acompañar esos momentos irrepetibles,
como también viví tiempo atrás con Ana Laura o Yanina, por ejemplo; por lo
tanto, quiero decirte gracias con el cuerpo y con el alma, Felipe y mamá, por
dejarme guiarlos un poquito apenas durante esos encuentros en nuestro dojo y
decirles que este espacio es también de ustedes, como de todos los que no sólo
vienen, sino que están y se animan a aprender, a soltar, a dar y a recibir,
para que cuando gusten lo compartan y hagan de sus vidas y su entorno inmediato
un bello y enorme dojo de chi kung en el que cada quien pueda encontrarse a sí
mismo, que es, de algún modo, encontrar a Dios o como prefieran llamarlo.
Vanesa
trajo a mis clases su vida para compartirla, para conocerla un poco más, para
aprender aquello que ella necesitaba y se llevó la práctica a su casa, a su
familia, a su niño. Volvió real y concreto el concepto por el que esta
disciplina se conoce: “trabajar con la energía”, lo que se plasmaba con total
claridad, pues no fueron pocas las personas que se sorprendían al verla tan
vivaz y entregada a hacer chi kung, sobre todo cuando su abdomen parecía más
enorme de lo que era, y por ello no faltaron las bromas dirigidas a mi persona
cuando más de una decía: “si Vane sigue viniendo en ese estado de gravidez, me
parece que vas a tener que asistirla en el parto, porque en cualquier momento
pare acá”.
Si bien
cuento lo que ella trajo, no sé con total certeza lo que se llevó a lo largo de
estos años, pero sí sé que, al igual que muchos otros de mis alumnos, me ha
dejado la satisfacción de ser parte de esta hermosa historia de vida. Vida que,
según prometió, continuará compartiendo, incluso cuando vuelva y traiga a
Felipe, y juntos, cada uno a su modo, sigamos practicando.
Gracias,
una vez más, de corazón a corazón.
Publicado por Claudio
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