La práctica en la vida de todos los días...
Tras volver de comprar los alimentos, me dispuse a lavar las verduras y las frutas pero, un tanto apurado por continuar con la tarea por limpiar la casa. Dicho apuro me llevo a realizar una maniobra brusca con la cual dí con el palo de escoba sobre la imagen de un Buda que se encontraba sobre un mueble y que mi mujer me había obsequiado poco tiempo atrás, yendo a parar al suelo y haciéndose añicos. El instante siguiente fue continuado por el típico gesto estático de la sorpresa que, como el Buda, se quebró por el enojo y la tristeza, al ver cómo ella juntaba los trozos diseminados por el suelo..
Luego me miro y, aunque me disculpe por no haber estado más atento y hacer las cosas con más calma, mi mujer no dejo pasar el hecho para recriminar por mi torpeza y apresuramiento, recordándome que, nuestra casa también es un templo que, al igual que cualquier otro Dojo de práctica, merece respeto y un trato generoso y delicado.
Algo después reflexione sobre lo sucedido preguntándome: ¿era esa imagen de Buda la única "cosa" rota en ese momento o, antes ya se había partido en mí dicha Budeidad o, estado de estar despierto, (pequeño despertar, digamos) debido a quedar fijado por el interés de comenzar la limpieza del hogar y descuidando así el modo en el que me desplazaba por la habitación?
No hubo dudas, mi sensación corporal fue que sí, que el Buda o el estar atento al qué y, al cómo se hace aquello para lo que me había dispuesto, se encontraba separado como las piezas del Buda o, a lo sumo, desplazado hacia adelante en una prisa que no tenía razón de ser pues, el tiempo que disponía para el aseo era suficiente. Y agrego, no sólo era suficiente sino que, siempre trato de recordarme que, zazen, se practica a cada respiración, a cada gesto o, en cada barrida, lavado de platos o cocinando. Siempre lo recuerdo menos ese día o, en ese instante en que el palo de mi escoba golpeo sin piedad la estatuilla como a mi ego.
Sin embargo, no deje el hecho atrás, (y no me refiero a que ahora lo estoy relatando en este blog) sino a que no lo deje pasar por alto porque me permitió hacer una pausa dentro mío para rever la situación y coincidir con el llamado a la atención que Vanesa me señalo pues, no era la primera vez que actuaba de una manera atolondrada gracias a una prisa sin necesidad ni justificación alguna.
Lo que comúnmente llamamos errores, son, en realidad, descuidos a causa de no estar de cuerpo entero en lo que estamos haciendo ahora y sí, en lo que la mente o los pensamientos buscan alcanzar o conseguir velozmente osea, en el futuro.
Estar aquí y en la acción correcta es hacer zazen pero, si hay un estar atentos. también, son esperables las distracciones. ¿La diferencia? Que la práctica nos advierte de la distracción y de la responsabilidad que nos compete para no caer en absurdas excusas, aprendiendo a hacernos cargo de lo acontecido.
Asumir la responsabilidad de lo que se ejerce, se dice o se piensa, es la práctica de zazen. Diría, incluso, que es el alma de una práctica que se vuelve con los años, una forma de vida. Un sentir a corazón abierto, con o sin deslices pues, la vida, después de todo, es así, bellamente imperfecta y a la vez, misericordiosa ya que con el "error", viene una nueva oportunidad para repararlo y aprender un poco más acerca de nosotros mismos.
Como verán, es sumamente importante no olvidarnos, quienes practicamos la vía de Buda que, la práctica nunca termina, que siempre hay que volver a empezar y así, no caer, por soberbia o negligencia, en la creencia falsa de que, porque llevamos muchos años en este camino y "ya sabemos de qué se trata", nada más hay para aprender. No, nada de eso, siempre hay rasgos del carácter o la personalidad que continuar puliendo entonces, esos tropiezos, en este caso durante el samu (tareas manuales) por ejemplo, se tornan una buena oportunidad para tomarlos como la lija que el ebanista usa para dar forma a la madera en bruto del condicionamiento e ir logrando que luzca tersa, dócil y maleable pero, desde el corazón hacia la superficie de la piel y más allá, hacia el corazón de esos otros seres que acompañan nuestra travesía que, como nosotros, también son Budas a los que muchas veces atropellamos y dañamos sin siquiera advertirlo, dejándolos tan rotos como rotas quedaron por el suelo de la casa, los trozos del Buda.
Shodo Rios
Gassho
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