En la cocina y sobre la sartén se calienta el aceite de oliva; los ajos, las cebollas y ajíes crujen y se doran. Las verduras esperan su turno.
Corto remolachas, zanahorias, chauchas, choclos, hongos; no sin probar algún pedacito como aperitivo y para sentir el sabor original sin condimentos. Sin apuro, ellas también se van dejando caer en la sartén. Se juntan, se mezclan, se comparten, se nutren, empapadas en su propio caldo; es una fiesta para mis ojos, y sin duda, lo será también para mi boca.
Destellan vivazmente los colores. El humo, el KI, como dijera un cocinero japonés en la tele, se eleva en arabescos, y la cocina, la casa, yo y todo olemos a vida, a pimienta, con apenas un pellizco de sal y romero.
Comer, comeeer... comer, comeeer es lo mejor para poder crecer... Así cantaba un viejo amigo brasileño a la hora del almuerzo o la cena. Un tipo fantástico y gracioso como pocos que amenizaba el momento de comer prologándolo con esta canción infantil.
Creo que ahí empecé a darle a ese momento del día un valor y respeto como nunca antes. Sentarme a comer no sólo por el placer de hacerlo, sino por el hecho de considerarlo una bendición.
Entre mis alumnos suele ser tema de conversación la comida. Qué comer, cómo, de qué manera. Trato de aclararles que no soy un experto en alimentación y que tan sólo me vengo ocupando del asunto un poco por intuición, otro tanto por asesoramiento de mi amiga Mónica, vegetariana desde hace muchos años, y sobre todo, a base de prueba y error; es decir, experimentando, poniendo un poco de esto y otro poco de aquello, mezclando... Y por supuesto, a veces acertando y otras... para qué contar. Eso sí, todo hecho con mucho respeto, placer y amor.
Esto motivó el pedido de algunos de ellos para que escribiera y subiera al blog algunas ideas, recetas, sugerencias y otros ingredientes que pudieran guiarlos un poquito en cómo encontrar el camino hacia una alimentación sana, práctica y espiritual.
Bien, me pongo el delantal y comienzo esta “receta” reescribiendo las palabras de un señor considerado por mí un guía espiritual y gourmet muy divertido y querido, llamado Edward Espe Brown, quien fue ordenado monje zen en el año 1971 en manos de un gran maestro zen como Shunryu Suzuki.
E. E. Brown fue director, presidente, administrador, profesor y jefe de cocina del Centro Zen de San Francisco (USA).
Un día llegó a mis manos, por obsequio de mi amiga Mónica, uno de sus libros, titulado La Cocina Zen. De ahí extraje estas palabras que ahora comparto con ustedes. Si gustan, mojen el pan en el juguito.
Empecé a cocinar en la misma época en que comencé a practicar meditación zen, en 1965. Esas dos actividades han enriquecido mi vida de tal forma todos estos años que ahora me parecen inseparables. Me entusiasma la interacción entre la práctica espiritual formal y la vida cotidiana. Al fin y al cabo, aquí es donde vivo: con cosas que no son sólo cosas, y con un significado que puede ser más real que las cosas. Quiero que lo espiritual llegue a la cocina. De otro modo está vacía de significado. ¿Qué hay para almorzar?
Cocinar no es un simple medio, que consume tiempo para conseguir un fin, sino que es en sí mismo curación, meditación y nutrición. En un cierto punto mi profesor de zen Shunryu Suzuki me comentó: “No trabajas sólo comida, trabajas contigo mismo, trabajas con otras personas”. Nos vendemos muy barato cuando nos contentamos con el alivio y la gratificación inmediatos y no vemos que con el trabajo es como mejor manifestamos nuestro amor.
Cocinando compartimos el esfuerzo que sostiene nuestras vidas, compartimos la abundancia de nuestro mundo. Cebollas y papas, manzanas y lechugas están íntimamente ligadas con el cielo y la tierra, el sol y el agua del mundo. Dando y recibiendo es cuando lo hacen mejor.
Así pues, trabajar con la comida, con tantas cosas vivas, también puede ser una expresión de sinceridad y reconocimiento. Honrando los ingredientes podemos llegar a dar, en la comida, lo mejor que hay en nosotros mismos y en los demás.
Muchas de nuestras dificultades individuales y sociales provienen de la compartimentación arbitraria de nuestras vidas. El trabajo es lo que hacemos para vivir, y tan a menudo no nos compensa, que se convierte en algo que evitar. Cocinar nos ofrece una metáfora y un vehículo para hacer de nuestras vidas un todo: encontrar placer en trabajar con la comida en lugar de pensar que el placer llega sólo cuando termina el trabajo; experimentar las sencillas alegrías de crear con trigo y maíz, tomates y lechuga, en lugar de pensar en no tener que relacionarse con nada.
Hemos olvidado lo que realmente nos alimenta y no logramos conectar con las cosas; la vida se vuelve vacía y sin color. Ver la comida sólo como combustible o como una cosa es empobrecedor. El zen se refiere a veces a la iluminación o la realización, como “lograr la intimidad”; es, de hecho, tocar y conocer con la experiencia; digerir y crecer. No se puede ser más íntimo que con la comida, pues se convierte en nosotros.
Lo denominado espiritual no puede separase de lo denominado material. El alimento espiritual está al alcance, pero tenemos que tomarlo, olerlo y probarlo.
Cocinar, pues, es vida, es aprender, es percibir. En fin, no hablemos tanto y comamos. Y no seamos frívolos con lo que nos metemos en la boca. Saboreemos todas las bondades de cada bocado de comida, ya que tenemos capacidad para hacerlo y ser conscientes de crecer y nutrirnos unos a otros.
¡Ah! Rico, ¿no? Con estas palabras de mi estimado Edward Espe Brown, comienzo a seleccionar los alimentos, cacharros y utensilios, por decirlo así, para que en encuentros posteriores les vaya pasando algunas recetas y comentarios de qué, cómo y cuánto comer. Por ahora, y para que vayan picando, les paso esto: Podemos comer lo que nos plazca, lo que necesitemos o queramos probar por primera vez, pero les sugiero hacerlo prestando especial atención al estado mental y emocional de ese momento, pues, aunque tengamos delante nuestro un suculento plato de verduras orgánicas, poco bien nos aportará si estamos, al mismo tiempo, mirando noticieros, discutiendo o abarrotados de pensamientos complicados o preocupantes.
Disfrutemos agregando a nuestros platos los ingredientes que deseemos, ¡¡¡pero estos no!!!
¡Bon appetit!
Publicado por Claudio