Pensar es una madeja de recuerdos e imágenes que se entrelazan en la urdimbre de una vida finita; en un mundo cada vez menos visitado como es la mente, el corazón y que da, como resultado de ahondar en ese entramado, el poder conocer a raíz de lo tejido.
Me gusta llamar a la acción de pensar, como a su hija dilecta, la reflexión, el oficio de pensar. El oficio como lo que es, la obra confeccionada a mano, corazón y mente. Por eso, es que, del pensar que hablo no es del ligado al análisis o la valoración (muy necesarias en ocasiones, por supuesto) menos aún, hablo de la crítica muchas veces despiadada del yo que no duda en auto doblegarse en la murmuración de una elocuencia pueril y baja que los nudos del ego atan por sí mismo y luego, ante la desesperación inevitable, buscan la complacencia o la culpa para justificar su apurado y enredado hacer.
Del pensar que hablo, es el de la observación pura que permita, al menos, palpar la presencia del tejedor inefable al que muchos llaman irrespetuosamente, Dios.
Volviendo al telar como marco de la consciencia viva y que me remite a las abuelas de la Pachamama digo, observar es percibir los conceptos sobre lo observado, las ideas amarradas a la lana bruta de lo aprendido y notar cómo cuesta desarmar lo apelmazado en la mente y el cuerpo cuando buscamos hacerlo de prepo, justamente, por carecer de oficio.
A medida que vamos animándonos a mezclar los colores o, los colores se funden en la piel seduciéndola para que los deje entrar directo al alma, aunque en el camino se interpongan la carne, los huesos y los miedos, notamos el pulsar de esa misma masa latente de vida tan bella como destinada a pudrirse, convocada a la dulce travesía del vivir que muchas veces, nos guste o no, se vuelve agria y oscura y siempre misteriosa.
Quien no abrace el arte de mirar con los ojos entornados, no podrá intuir que la perilla a pulsar para echar luz sobre la confusión del entramado, está en sí mismo, razón de más para correr o espantarse y permanecer congelado. Nada de que culparse pues, así nos lo han enseñado sangre tras sangre. O, quizás, y con el debido respeto deba aceptar que, gentilmente, sí hubo quienes nos mostraron el sitio exacto por donde cada uno andar su despertar, pero, vaya a saber en qué escaparate nos quedamos envilecidos que ni nos enteramos.
Observar es un bello oficio que amo porque es el amor mismo; el amor convidándonos al banquete del mirar, del ver, del ser y a desaparecer. ¿Desaparecer?! ¿de dónde? No de dónde, de qué, porque, cuando el observador y lo observado se funden, aunque más no sea por un breve milisegundo, es cuando el "yo" y el Ser, se vuelven uno y sólo uno. Un uno al que, probablemente, tampoco le quepa esa condición, me arrogo ese concepto en un intento por explicarlo, y es que, si toda división conceptual se desvanece, como la neblina al despuntar el sol entonces, ¿quién queda como testigo para que podamos llamarlo el uno?
Lo separado o lo unido comprendido de entrecruzamiento en entrecruzamiento de lanas y vivencias, se quedan nada más que, en un concepto práctico, porque, separado o unido es, en última instancia, sólo retórica sino se pone el cuerpo y el alma en el vivir.Sin los horizontes ni los cielos, ¿cómo confeccionar un verdadero vestir?
Sin embargo, me permito sugerir no darse prisa porque todo oficio requiere tiempo,gozo, perseverancia, paciencia y, sobre todo, saber si hemos sido llamados para ejercerlo. Carecer de ese llamamiento que el alma hace un día, nos puede llevar, fascinados por la aventura, a salir corriendo sin los pertrechos suficientes y terminar en mitad del desierto sin agua por confiar demasiado en que, "Dios proveerá".
El entramado que el oficio teje hilada tras hilada, al pensarnos, sentirnos, reflexionar; avanzando, retrocediendo y teniendo que esperar a veces, a que amaine el temporal, más allá de análisis o evaluaciones, como dije al comienzo, no es más que la forma de un vacío o esencia que permite vernos en ella y descubrir la existencia de algo llamado consciencia clara, libertad, atención plena, tiempo presente, capacidad de ser, hacer y desaprender; amor puro, confianza y la simplicidad de lograr caminar por donde sea propicio.
Reencontrarnos con el poder de elaborar nuestra vida según nuestras propias fuerzas. Amar sin medida porque ese es el amor verdadero, (el otro, siempre sabe a poco) y desinteresados de toda expectativa, es el pensarnos con la perspectiva de la que seamos capaces. El delicado oficio de pensarnos es lo que habilita a desarmar los miedos y las dudas. Las creencias, el optimismo inerte y la esperanza gris que se paren del mismo temor y desconfianza; luego, es cuestión de tiempo para que lleguen el hambre y la miseria.Este noble oficio, el oficio de pensar, es la oportunidad para lucir aquello que nos atrevimos a elaborar de mano propia, desoyendo el imperio de las modas; incluso, a riesgo de errar por mucho. Después de todo, es más elevado un yerro en el camino de aprender que, el esfuerzo absurdo de que los puntos sueltos no se noten.
Pensarnos es repensar el mundo sobre el que estamos de pie y enaltecerlo o, dejamos que nos venza la pereza, la comodidad del individualismo y el rosario de males que de esa condición deriven.
En pocas palabras, dejar de pensarnos, de vernos, de percibirnos y disfrutar la maravilla intuitiva del ser humano devenido naturaleza viva, es vestir harapos. Raídas y desteñidas telas; motivo demás para tomar el telar, la vida en nuestras manos y, mirándole la fachada al miedo, animarnos a atravesárlo con las agujas del amor, de la gratitud bien habida y tejer, inspirados por el aliento divino de la creación y hacer del oficio bello de pensar y vivir, una prenda de dignidad humana
Shodo Rios