viernes, 8 de abril de 2011
¿Encajar o adaptarnos?
“No encajo en ningún sitio”; “Eso que me decís no me cierra”; “Me siento perdido”. Estas palabras guardan contenidos más interesantes que su significado etimológico; pero pronunciadas al pasar o en momentos de angustia o enojo, se nos dificulta escuchar lo que en realidad estamos diciendo.
Por ejemplo, “no encajo en ningún sitio”. Si eso fuera así, no estaríamos en ningún lado. Si no estamos en ningún lugar, es porque no existimos; entonces, ¿quién lo está diciendo? Por lo tanto, lo que sugiere esta frase, para mí, es: Nada, o incluso nadie, se acomoda a nuestras exigencias o intereses. Con lo cual estamos mostrando molestia, y un imperativo intento porque las circunstancias se acomoden a lo que pretendemos obtener. Evidencia de que el problema no son los demás, sino nuestra incapacidad de adaptarnos a la realidad.
Permítanme explicarme mejor comentando sintéticamente lo que llamamos “conciencia”. La conciencia ordinaria, o conciencia básica, es toda aquella a la que accedemos a través de la energía que ingresa por nuestros órganos sensoriales (ojos, nariz, oídos, tacto, boca) y que luego el cerebro transforma en información, con la cual el cuerpo se vincula respondiendo adecuadamente. Dicha conciencia nos da los elementos necesarios para movernos en el mundo como habitualmente lo hacemos. Nuestro cerebro procesa millones y millones de datos, teniendo conciencia tan sólo de unos cuantos miles. Esos bits de información nos facilitan reconocer, entre otras cosas, música, colores, formas, distancias, temperaturas, sabores.
A pesar de ello, esta conciencia está sometida a nuestros juicios y valores, o sea, a nuestro individualismo. De manera que no estamos viendo las cosas como son, porque a ello le añadimos nuestras preferencias o rechazos, con lo cual obtenemos una interpretación de lo visto, escuchado, tocado, etc. Ahora bien, si la realidad tiene por delante el velo de la valoración o crítica propia, pregunto: ¿qué no estamos viendo? Y, si no vemos las cosas como son, ¿será que vivimos, en buena medida, inmersos en una ilusión? Recordemos esos sueños que nos parecen tan vívidos que al despertarnos nos cuesta un rato recuperar la noción de que sólo fue un sueño y que la “realidad” no es la que imaginábamos.
Pasar de la conciencia, llamémosla, mundana y llegar a la conciencia natural sin adjetivaciones con la que podamos ver la realidad y no únicamente nuestra interpretación de ella es factible practicando la atención. ¿Atención a qué?, se preguntarán: atención a cómo hablamos, hacemos, pensamos y sentimos. Lo que intento transmitir es una práctica que nos oriente rumbo a una actitud desapegada de preferencias o repudios hacia la libertad que es nuestro sí mismo. Cuando discriminamos, nos limitamos a ver sólo lo que nos parece, nunca lo que es. Cada definición incrementa lo ilusorio y nos separa de lo real. Pero tan acostumbrados estamos a distinciones de toda índole que la ilusión acaba por vivirse como real. Practicando zazen, simplemente nos sentamos a observar atentamente la postura corporal y la respiración dejando pasar los pensamientos, y toda apreciación personal y limitada. No se pretende hacer desaparecer la ilusión, sino reconocer su existencia y cómo lo real subyace en ella.
Recapitulando, la atención al “cómo” también nos da acceso a escuchar las palabras que utilizamos para explicar un suceso o sentimiento determinado y poder trascender el dicho automatizado, comprendiendo con mayor lucidez qué es lo que en verdad estamos queriendo decir. Para ser más ilustrativo en este punto, tomaré una de las frases del comienzo. “Eso que me decís no me cierra”. “No me cierra”, argumentamos. Con lo cual podemos deducir que: está entrando algo que amenaza nuestra forma cristalizada de pensar y de vivir. Ante ello, adoptamos una conducta defensiva, cerrándonos aún más para que nuestra estructura egocéntrica (quienes creemos ser) no colapse. Sin embargo, si ponemos el stop justo al momento de pronunciar la frase y nos observamos, veremos que, en realidad, lo que no nos cierra puede, contraria y complementariamente, abrirnos. Abrirnos a un nuevo pensar, a un nuevo sentir y actuar. A comprender las causas y condiciones que nos atascaron en esa única manera de manifestarnos. En pocas palabras, vivir más dispuestos a lo que el momento nos regale.
Dejar de encajar y poder adaptarnos es, para mí, sinónimo de libertad, ya que, a diferencia de lo que pueden pensar otras personas, libertad no es hacer lo que se nos ocurra, sino tener la sabiduría de, justamente, adecuarnos a la situación, concientes de nuestras decisiones y responsabilidades. Encajar es mantenernos rígidos, adaptarse es volvernos uno con lo que ocurre. ¡Ah!, me olvidaba, sólo está perdido quien sabe adonde va. “La atención es el camino hacia la inmortalidad; la inatención es el sendero hacia la muerte.
"Los que están atentos no mueren; los inatentos son como si ya hubieran muerto”. Dhammapada - Buda
Foto: Los Himalayas: La montaña como símbolo de quietud mental; quietud que invita a practicar la atención.
Publicado por Claudio
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Adaptarnos es comprender que está bueno tambien tener un papel secundario en la pelicula.
ResponderEliminarme adapto y aparece lo que soy, quien soy, ya no queda papel por representar, ya los roles fueron cumplidos, y sólo me confundo en el sentido de fundirme con lo real y crecer. Paula
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