jueves, 30 de diciembre de 2010

No puedes robar la luna

Ryokan – su nombre de ordenación – significa “vasto y bueno”. Y así fue este monje tan poco conocido en occidente y, sin embargo, considerado por los japoneses como uno de los pocos que alcanzó la perfección espiritual. No obstante, él no creía haber alcanzado nada especial; se limito a practicar zazen (meditación), cada vez más libre de todo tipo de ataduras sociales o monásticas. Puede haber quienes lo consideren un personaje excéntrico o huraño, pero basta sumergirse en el frescor de sus poemas para advertir que por su pluma habla la voz de un Maestro.

Ryokan, un maestro del Zen, vivía la vida más simple en una chozuela al pie de la montaña.
Cierto anochecer, un ladrón entró en la choza, sólo para descubrir que nada había en ella para robar.
Ryokan volvió entonces y lo sorprendió.

-Tal vez hayas hecho un largo camino para visitarme – dijo al merodeador-, y no debes irte con las manos vacías. Por favor, acepta mis ropas como un presente.
El ladrón quedó desconcertado.
Tomó las ropas y se fue a hurtadillas.
Ryokan, desnudo, se sentó contemplando la luna.
-Pobre hombre- caviló. Ojalá pudiera darle esa hermosa luna.

Ryokan – Monje Zen 1758 - 1831


Publicado por Claudio



viernes, 17 de diciembre de 2010

Dieta Mental


Coma sano. Tome dos litros de agua por día. Haga desaparecer sus arrugas con...Adelgace con las pastillas de... Ejercítese y mantenga su musculatura firme. Sea por siempre joven, erecto y activo hasta el infarto y no se preocupe que después de todo, morirá feliz.

Todos, de un modo u otro, hemos atendido o luchado contra mandatos como estos; escuchado y visto todo tipo de publicidad bombardeándonos a toda hora y lugar, conminándonos a hacer dieta del tipo o color que sea, o de lo contrario: aténgase a las consecuencias de envejecer, engordar y volverse una piltrafa sin más ni más.

Así, la pobre palabra dieta, no puede otra cosa que ganarse muy mala prensa.
Veamos, según el diccionario dieta significa: Conjunto de sustancias alimenticias que componen el comportamiento nutricional de los seres vivos. La palabra es derivada del Griego Diaita que significa, modo de vida.
¿Quedó claro? Entonces, dieta es todo aquello que comemos y no únicamente lo que nos aconsejan, dietólogos, nutricionistas, deportólogos o un amigo o amiga que ya bajo no sé cuantos kilos y que por eso sería bueno que nosotros también bla, bla,bla.

Modo de vida que incluye todo lo que hacemos o no con este preciado “regalo” que somos y poseemos llamado vida. Modo de vida que se alimenta o envenena, dependiendo que sea lo que llevemos a nuestro cuerpo, con mucho más que proteínas, vitaminas, agua, grasas, hidratos de carbono o minerales. Lean bien por favor, todo lo que entra a nuestro cuerpo a través de nuestros cinco órganos sensoriales, es interpretado por el cerebro como alimento. Si, así de sencillo. Por lo tanto, urge señalar que no tenemos sólo cinco órganos sensoriales (ojos, oídos, olfato, gusto, tacto) sino seis. El cerebro es el sexto y más importante de todos pues, es el que se encarga de tomar la energía proveniente del exterior como también la del interior, pensamientos, emociones, sensaciones, y convertirla en información a partir de una serie compleja y múltiple de datos y valoraciones aprendidos a lo largo de nuestra vida, para luego dar las respuestas que fuesen necesarias.

Si el cerebro es el que interpreta (datos recientes sostienen que en realidad es el corazón y su extenso campo magnético el que primero VE el mundo a través de nuestros sistemas sensoriales y por último es el cerebro quién decide que hace, cómo, cuando y dónde con los datos obtenidos) lo que se vuelve sumamente importante es aplicar nuestra capacidad de observar concientemente nuestras acciones, palabras y pensamientos, para poder acceder a una conducta inteligente a cerca de la dieta que queramos implementar, tanto en el orden de los alimentos a ingerir, de los ejercicios o actividades a practicar, como de lo que vemos, oímos, gustamos, olfateamos, tocamos y pensamos.
A todo esto le cabe el título de este artículo: dieta mental. Y es que nos hemos familiarizado bastante con todo lo concerniente a dietas alimenticias o gimnásticas, las hagamos o no, pero rara vez, por no decir nunca, nos ocupamos del factor más relevante en estos menesteres que es, justamente, la dieta mental.

Repasemos, nos desplazamos, conversamos, decidimos, proyectamos y respondemos emocionalmente al mundo que nos rodea, desde el ego, la personalidad o el carácter. Personalidad construida de información genética activada la más de las veces, por procesos emocionales y afectivos, por creencias, aprendizajes conductuales, educativos, académicos, culturales y tradiciones costumbristas Lo que la dieta mental propone es revisar todo lo que se ha ido adosando a nuestro cuerpo-mente para poder establecer más lucidamente qué de nuestro ego o pequeño yo, impide la realización de una vida plena, y feliz.

En artículos anteriores remarque la importancia de ocuparnos en observar nuestros pensamientos, pues en eso nos convertimos; más aún cuando lo pensado es llevado a la acción, a la tarea cotidiana. Por lo tanto sugiero “mirar” cual es la intención que motoriza la búsqueda de determinados logros. La intención, no siempre considerada por permanecer oculta en nuestro inconsciente, es lo que permite responder a los por qué o los para qué de nuestros deseos.
En la mayoría de los casos, las dietas son lugares a los que accedemos por obligación, problemas de salud grave que ameritan una solución urgente, alcanzar los estándares de la moda imperante (seamos eternamente jóvenes y que se note) o porque realmente queremos ocuparnos de conocer y modificar las causas que devinieron en una pobre calidad de vida.

Todos los caminos conducen a Roma, dice un conocido refrán, por lo que pueden ser muchas y variadas las situaciones que deriven en hacer un uso inteligente de nuestra conciencia para entrar de lleno a un cambio honesto y sustentable.
Por lo tanto y puesto a cambiar, aprendamos a aceptar la sabiduría que nos dará cada paso y disfrutémoslo aunque en algunas ocasiones nos sintamos flaquear.
Que la intención provenga de una postura coherente, (no olvidemos que nuestros anhelos se pueden cumplir y si no teníamos una mínima idea de para qué los queríamos, luego no sabremos que hacer con ellos).
Paciencia para entrar en la calma que precisa toda observación de nuestros pensamientos negativos e ilusorios. Observación es la única tarea a la que nos limitaremos tratando de no interferir con ellos. Como se instruye en el Budismo zen: dejarlos pasar, pues de esa manera no crecen, ni adquieren identidad.
El espacio que va quedando a medida que van cayendo los pensamientos negativos, nos permitirá recordar (volver al corazón) las muchas cualidades humanas que poseemos y así regarlas todos los días un poquito. Los frutos que nuestra práctica nos dará, tendrán un sabor fresco y jugoso que no dudaremos en compartir.

Perseverancia. Los japoneses al respecto dicen: Las personas que no pueden continuar con algo luego de tres días son llamadas Mikkabozu (las que abandonan al tercer día)Esa idea viene de la sabiduría tradicional según la cual uno continúa practicando algo tras haberse resuelto solo si pasa el tercer día. De alguna manera, siempre parece haber una caída repentina de la motivación hacia el cuarto día con independencia de lo que haya decidido comenzar. Esta pérdida de motivación es particularmente devastadora cuando se inicia algo por razones superficiales, como simple curiosidad, por no querer perderse algo o simplemente por la recomendación de alguien, sin haber comprendido plenamente qué es beneficioso y realmente necesario. - Shizuto Masunaga -
Siempre les digo a las personas que comienzan mis clases de Chi Kung o Meditación, tengan un poco de voluntad y paciencia y permítanse un tiempo razonable de práctica para poder tener la certeza de que es esto lo que quieren hacer. Por supuesto, no muchos lo logran, y es que el mando de la situación, en esos casos, lo continúa teniendo una mente condicionada y temerosa ante la idea que les supone el cambio; incapaces de ir más allá de lo conocido.
Una pregunta frecuente ante el temor a cambiar, es ¿qué pierdo si cambio?. La pregunta se justifica en el hecho de evaluarlo todo en términos de pérdida o ganancia, tan cara a nuestra cultura competitiva.
El error es suponer que dicho cambio deberá suceder si obtenemos algo en compensación. Si no comprendemos que no hay tal cosa como perder o ganar, porque todo y todos somos impermanentes, por lo tanto no hay nada como mío o tuyo, bueno o malo, mejor o peor, intrínsecamente hablando, el cambio no será posible. De ahí que subrayo la importancia de observar la intención que acompaña a la acción, porque acaba siendo habitual creer, a partir de algunas sensaciones placenteras, que sí hubo tal modificación, cuando en realidad lo que se produjo fue un cambio de objeto o hábito pero no de esencia. Puedo mudar mi remera roja por una verde, pero sigue siendo una remera.
El cambio nos da la gran oportunidad de practicar el desapego, pues, para cambiar hay que aprender a soltar, partir, dejar ir o morir un poco cada día, como se dice comúnmente,

Es interesante que todo lo que resulta verdaderamente necesario para una persona de algún modo acaba haciéndose.
Pero no quiero decir con esto que todo lo necesario se haga siempre.
Expresamos simplemente, en un sentido sencillo, que las cosas de la vida realmente necesarias son placenteras y hacen que nos sintamos bien.
Cuando hemos aprendido que algo es placentero, encontramos tiempo para hacerlo. En lugar de rechazar esto como algo demasiado evidente, sería bueno examinar más profundamente la norma básica de la motivación a la que todos estamos sometidos
. -Shizuto Masunaga-


En otras palabras, la dieta mental es la única posibilidad de que lo que comienza como una necesidad de momento, recupere su verdadero significado transformándose en nuestro modo de vida, conciente.




Publicado por Claudio

viernes, 10 de diciembre de 2010

Mas vale usar pantuflas que alfombrar el mundo




Graciosa la frase, ¿no?. Seguramente. Sin embargo es así como vivimos la mayor parte del tiempo, esperando que todo y todos se ajusten a nuestras, necesidades y caprichos.
¿Por qué?. Porque nos movemos basados en lo aprendido, lo que se nos prendió a la piel, a la sangre. Lo que en sí mismo no supone daño o trastorno alguno, excepto cuando no nos permitimos cuestionar dicho aprendizaje, porque en él habitan las causas de nuestra insatisfacción, o para mayor exactitud, en el modo en el que lo fuimos utilizando.
Al actuar desde lo aprendido nos movemos desde lo irreal producto de estar basado en una serie de valorizaciones del yo. De esa actitud se desprende que accionamos por intereses personales obteniendo imágenes adulteradas de la realidad y fraccionada en múltiples representaciones abstractas que limitan el conocimiento y valorización del universo y de la vida. Cuando comprendemos que la vida no puede continuar sujeta a interpretaciones parcializadas de la realidad, accedemos a preguntarnos, a indagarnos, abriéndonos paso a través del desconocimiento para entrar en el saber.

Todo cuestionamiento a cerca de nuestra forma de vida sujeta a los patrones establecidos, suele recaer en un principio sobre quienes nos los transmitieron, esgrimiendo frases como: la culpa es de... Pero luego de superada esta instancia, tan común al comportamiento infantil o adolescente más allá de la edad que se posea, precisa, lo aprendido, ser observado con la óptica adulta que conlleva aceptar la parte que nos compete a la hora de hacer lo conocido por propia elección y la responsabilidad que se desprende de ello. En pocas palabras; hacernos cargo de lo que hacemos o no con nuestra vida.

Todo esto pone de relieve nuestra condición humana, muchas veces confundida con naturaleza humana lo que es un grave error, pues nuestra condición humana es lo que más arriba precisaba, o sea, todo aquello que hemos ido aprendiendo y que se va tornando en lo que llamamos personalidad o ego. Un ego equivalente al personaje que un actor representa en escena y que en nuestro caso, actuamos en todo tiempo, situación y lugar volviéndolo como nuestra “identidad”, “lo que somos”, o en todo caso, lo que creemos que somos y lo que nos aseguramos siempre en mantener como un lugar de pertenencia; una etiqueta que nos diferencia y nos da seguridad ante los otros.
Ahí es cuando hace su presentación sobre las tablas, entre otras actitudes, el tener, comportamiento que reafirma y confirma nuestra personalidad o ego.

Soy lo que tengo o lo que hago, decimos, casi sin escucharnos, sin sentirnos. Luchando por mantener la estructura, la forma por la forma misma, confundiendo seguridad con felicidad. Tomen nota: ¿cuanto tiempo, dinero y energía utilizamos en sentirnos seguros, convencidos que no hay otra forma de ser felices?. Sepan disculpar pero, es absurdo. La seguridad no existe como algo inamovible y permanente. Nada ni nadie tiene condición intrínseca de permanencia. Buscar que algo así suceda es “como querer llenar una cesta con agua”. La vida es contradicción, cambio, fluctuación; por eso, nos guste o no, habremos de ir más allá o más acá de nuestra condición humana. Y digo más a acá porque nuestra naturaleza humana está aquí, bajo nuestros pies, o en medio de nuestro corazón, si lo prefieren; llamándonos, tratando de que la escuchemos, de que nos demos cuenta y aceptemos la condición humana y el sufrimiento que arrastramos, ¿por qué?, porque toda vez que nos suponemos “ser” por lo que tenemos y hacemos, sufrimos. Sufrimos frente a la sola idea de perder lo que tenemos o ante la posibilidad de no obtener lo que deseamos. Entonces, si somos lo que tenemos y lo que hacemos, ¿quiénes somos cuando no tenemos ni hacemos?...

Solo pensamiento. Eso somos siempre que damos al pensamiento la potestad de creerlo verdadero, importante o valioso. Porque una vez hecho eso, la palabra saldrá pronunciada directamente desde allí, desde el pensamiento y luego lo hará la acción; y así, poco a poco, sin darnos cuenta, nos vamos transformando en zombis. Seres adormecidos y limitados a copiar, a repetir, a saltar del dolor al placer acumulando sufrimiento. Pero no hay por qué padecer de hipnotismo o estupidez eternamente, no. Ni salir corriendo a buscar “remedios” que nos liberen de un destino que alguien, porque no nos amaba nos impuso. Nada más desacertado que eso, porque de actuar así solo estaremos cambiando de mando y de mandato. Antes, por ejemplo, nos imponían las reglas del juego nuestros padres, ahora, enojados y revelados contra ellos, nos aliamos a alguno de los muchos ismos, comunismo, cristianismo, budismo, esoterismo, capitalismo, etc, otorgando de esta manera nuestro poder y libertad a otro mandato. En el fondo, todo cambia para que nada cambie.

La práctica está más cerca y es más accesible de lo que muchas veces suponemos. El trabajo es mirar lo que pensamos porque en ello nos convertimos. Las preguntas a las que hacía referencia en párrafos anteriores, se reducirán a una sola. ¿Cómo?. No será tan necesarias el para qué o el por qué, pues en esas preguntas aparecerá nuevamente el ego ordenando sus prioridades. Tan siquiera saber cómo hacemos, decimos o pensamos, propiciará el cambio. El cómo, precisa de atención, concentración y observación despersonalizada. Sin un YO que juzgue.
La meditación propone a través de la atención, la concentración y la observación sin juicio ni crítica, mirar concientemente qué pensamos, qué decimos, qué hacemos. Y sobre todo cómo pensamos, hablamos y hacemos, para luego dejar que todo pase, que todo siga su curso. Así, paso a paso, vamos dejando caer la condición humana y redescubriendo nuestra naturaleza humana. Naturaleza humana que no toma ni rechaza, que se adapta, vive y ama sin restricciones, sin dogmas, ni doctrinas.

Nadie será infeliz accediendo a conocer su verdadera naturaleza. Quién así lo crea, es porque aún permanece atascado en el miedo que le supone dejar los viejos paradigmas, el ego. Por lo tanto, no sirve el ego como medida para otear el horizonte. Sólo trascendiéndolo se llega al despertar, a la conciencia ilimitada que ya somos. Por ello es que no hay ningún sitio a donde arribar, ninguna meta que alcanzar. Aquí donde estamos, somos.
¡Ah!, y en cuanto a las pantuflas, prefiero atreverme a andar descalzo, abierto a lo que se presente.

Somos lo que pensamos.
El pensamiento se manifiesta en la palabra,
la palabra se manifiesta en un hecho.

El hecho se desarrolla en un hábito
el hábito se solidifica en el carácter,
del carácter nace el destino.

De manera que observa con cuidado tus pensamientos
Y permíteles nacer del amor;
Amor que nace del respeto a todos los seres.

Somos lo que pensamos.
Todo lo que somos se origina en nuestros pensamientos,
con nuestros pensamientos hacemos el mundo.

Buda.


Publicado por Claudio

viernes, 3 de diciembre de 2010

Conversaciones con el cocinero

El maestro zen Dogen Zenji nació en el año 1200 de nuestra era en Japón. Perteneció a una familia de clase acomodada y recibió desde su infancia la influencia de la práctica del Budismo zen.
Al pasar los años, su interés sobre el tema creció al punto de tomar la seria decisión de ir a buscar los verdaderos conocimientos sobre el Budismo zen al primer país de Asia en recibirlos, que fue China. Esto ocurrió a razón de que, en su tiempo, el Budismo en Japón había cobrado más peso y poder político que religioso, con lo cual Dogen no comulgaba, evidentemente.

Durante sus años en China, se produjo un encuentro con un monje que oficiaba de cocinero en un templo de ese país. Dicho encuentro supo tener un enorme significado para el maestro al punto de escribir, años más tarde, un tratado acerca de la función esencial que cumple el Tenzo (cocinero) dentro del templo o monasterio. De aquella conversación surgió lo siguiente.

Dogen encontró al viejo Tenzo lavando hongos a pleno rayo de sol, con la sudoración cubriéndole el rostro; al verlo, sintió que se trataba de una labor inhumana y que bien podría estarla ejerciendo alguien más joven y de menor rango, inclusive.
Sin embargo, el Tenzo, sonriendo ante la requisitoria de Dogen, contestó dos frases que devinieron en trascendentales dentro de la vida del propio Dogen como del zen mismo:
"Los otros no son yo" fue la primera contestación y "¿si yo no lo hago ahora, cuándo lo haré?" fue la segunda.

Quisiera acercarles una explicación clara de por qué ambas contestaciones ganaron tamaña importancia para el Budismo Zen, y para ello voy a transcribir, sintéticamente, lo que la Monja Zen Joshin Sensei dice al respecto. Quizás, como a mí, también a ustedes les resulte interesante el tema, pues todo lo que ella dice bien puede practicarse en cualquier acto y lugar de nuestras vidas laicas y rutinarias.

Monja Joshin: Cuando el Tenzo dice a Dogen “los otros no son yo”, quiere decir detener un poco el apoyarnos en los otros. Hay que parar con esa actitud de dejar las cosas para que los otros las hagan.
Hay que dejar de pensar en los otros, porque los otros no pueden vivir nuestra vida, ni morir nuestra muerte. Cada uno en cada instante, completos en cada acto.

La segunda contestación fue “¿si yo no lo hago ahora, cuándo?”. La mayor enseñanza del Budismo es la impermanencia: ¿cómo puedo saber qué pasará mañana?
Muchas cosas para hacer, muchas preguntas para contestar. ¿Si no lo hago ahora, cuándo lo haré? Si no viven sus vidas ahora, aquí en este instante, ¿cuándo la vivirán? Si en este instante nuestro cuerpo está aquí, pero nuestro espíritu está en otra parte, hay algo roto.
El Tenzo, cocinero del templo, secaba los hongos, en un acto completo de principio a fin, de instante en instante, completamente presente.
Cada cosa debe hacerse de forma completa, en el instante presente. La vida y la muerte en cada instante. Una cosa aparece y otra desaparece. Cada instante vivido con plenitud, y luego abrir la mano y soltar rápidamente.

Realizar esta práctica es difícil. Es difícil vivir de esta manera, dejar de recostarse en los demás y hacer ahora lo que hay que hacer, porque sólo existe este momento y nadie sabe que ocurrirá después o mañana. Y esto es así de dificultoso, porque por lo general estamos con la mirada fija en nosotros mismos, nos ponemos en el centro y el mundo gira alrededor. Practicar es aprender a salir de uno mismo. Practicar es aprender del error, aprender de la reflexión, aprender a discernir. Una vez más y otra vez más. Mirar realmente.

Aquí hago un paréntesis en el relato de la monja, donde explica algo de cuando ella practicaba Aikido (arte marcial japonés) que bien puedo comentar en mi calidad de profesor de Chi Kung sobre esto de mirar, y es lo siguiente: Cuando estoy dando una clase, observo que alguna persona, luego de “ver” lo que indico, acaba haciendo algo diferente. Es ahí cuando me pregunto: ¿qué es lo que esa persona ve si no fue eso lo que mostré? Y la respuesta posible, y que coincide con lo que la monja Joshin nos cuenta, es que a veces estamos tan encerrados en nosotros mismos que aun mirando no vemos, a veces queremos ver tanto por obsesionarnos en no fallar que tampoco vemos.

Vuelvo al relato.
Mirar, aprender de la propia experiencia, esto es el despertar. Interrumpo una vez más para agregar algo de mi propia observación: hasta que el propio practicante no toma nota del error, no habrá cambio, transformación o toma de conciencia posible.

Continúa diciendo la Monja Budista zen Joshin:
Lo que uno ve, ve. Lo que uno comprende, comprende. Cuando como, como. Cuando duermo, duermo. Cuando leo, leo.
Si cuando como, estoy pensando o planeando otras cosas, no estoy comiendo.
La práctica es muy simple, una cosa después de la otra.
La práctica es muy simple, nosotros la complicamos.
Darse por entero, sin guardarse nada. Estar abierto al momento presente. Completamente presente, eso es la práctica; el espíritu de la práctica. ¿Si no lo hago ahora, cuándo lo haré?
Uno elige vivir de esa manera o no. Es uno el que elige en el mar dejarse arrumar por las olas o crisparse y crisparse hasta hundirse en el mar, en las aguas, en las emociones.
Es necesario soltar y soltar todas las cosas. Es necesario también el discernimiento, la inteligencia.
Uno ha leído que al zen no se accede por la inteligencia, y es verdad, pero la inteligencia y el discernimiento son necesarios. Este buscar y buscar son necesarios. Este confrontar con la propia experiencia es necesario.
No se dejen atrapar por las palabras. Prueben, intenten, no duerman.
Estudien. Practiquen. Busquen.

Gassho

Dogen zenji: (1200 – 1253) Ordenado Monje zen por el maestro Nyojo Tendo en China. Fundador del linaje Soto Zen en Japón. Autor de varios libros, entre ellos el que dio lugar a este texto, titulado: “Tenzo Kyokun – instrucciones al cocinero de un monasterio zen”.

Joshin Bachoux Sensei: Monja Zen nacida en París, Francia.



Publicado por Claudio