Habíamos finalizado nuestra práctica de zazen cuando una mujer que asistía por primera vez preguntó por alguna literatura que ella pudiese leer sobre Budismo y zen. Mi maestro le sugirió uno o dos títulos y agregó: “de todos modos, lo que aquí sucede no está escrito en ningún lado...” Al escucharlo, sonreí como confirmando sus palabras.
A pesar de la cuantiosa bibliografía existente sobre budismo y zen, la que tantas veces deliciosamente degustamos, durante los días de práctica, cuando a pesar de preguntar y escuchar repetidas veces las mismas palabras, como repetidas son las indicaciones referidas a la postura y la respiración de zazen, ocurre algo muy particular y que dichos textos no contienen, pues ya son pasado, y es que, al mismo tiempo, y simultáneamente, se puede apreciar en esa rutina, lo nuevo y diferente que promueve cada encuentro.
Siempre igual y siempre distinto a su vez. Si el zen es algo, es precisamente eso, milenario, imperecedero, sin calendarios y en constante transformación, ¿la vida misma, acaso?
Esta maravillosa enseñanza que vuelve a actualizarse y a actualizar a quienes la transmitieron desde Sakyamuni Buda hasta nuestros días, con cada ser humano que se adentra en ella.
Nada está escrito, todo está sucediendo como si se tratase de la primera vez, incluso conociendo el lugar al que asistimos a diario para hacer lo acostumbrado en compañía de las personas habituales. Donde, lo notemos o no, la realidad se sucede siempre cambiante, sea por razones evidentes como por pequeños detalles que acaban confirmando la inevitable impermanencia de todas las cosas.
Después de todo y más allá de cualquier motivación o intención que poseamos con la práctica y la vida que llevamos, nadie es capaz de saber a ciencia cierta lo que vendrá, de tal manera que lo único que podría considerarse escrito es el paso que ahora mismo estamos dando.
La tinta usada para narrar el transcurso de nuestra vida humana se va volcando sobre el papel del aquí y ahora, respiración tras respiración; tanto que, aún provistos de habilidades y conocimientos determinados, toda nueva vez viene con la posibilidad de imprimir en ello una nueva mirada. Una nueva mirada es aquella que vuelve lo rutinario sorpresivo e inesperado. Ese inédito y desprejuiciado modo de posar los ojos sobre lo viejo conocido saliéndonos al cruce para mostrarnos que seguimos siendo los mismos y diferentes, también.
Todos los días lo mismo pero mutando. De ahí que la literatura, la que en un principio devoramos con la avidez de adquirir conocimiento, con los años acaba convirtiéndose en un modo de orientarnos en cuanto a cómo seguir la vía o el camino, porque lo que en ellas se cuenta es, cuanto mucho, cómo su autor ha ido develando su ser, pero no el nuestro. Por consiguiente, el camino que hay que ir haciendo y descubriendo golpe a golpe, verso a verso, como dice el poeta, es el propio.
Ahora bien, cuando leemos las muchas historias escritas acerca de maestros que “abandonaron el mundo”, esto es, dejaron sus rutinas sociales y familiares para buscar un lugar en las montañas o bosques donde llevar la práctica hasta el fondo mismo de su existencia, nos parece casi de mitología que hoy día se pueda abordar tamaña empresa en medio de nuestra vida urbana, ajetreada y estresante. Sin embargo, y para no presentar la renuncia antes de haber esbozado el primer párrafo, es bueno saber que, a pesar de todo, podemos contar con un maestro y un grupo de práctica de zazen aquí mismo, en medio de la ciudad, de los bocinazos, del vértigo impiadoso del cemento, sin que por ello nos veamos forzados a emprender la travesía de hallar el paraje propicio donde hacer posible el encuentro con nosotros mismos. Después de todo, me gustaría recordar que, aún en el más bello de los paraísos podemos sentirnos como habitando el mismísimo infierno. Todo es mental, y lo digo sin desmerecer que sí, que podemos encontrar nuestro lugarcito de calma a orillas de algún río, el mar, o en las alturas de una majestuosa montaña. Pero lo importante, creo, es aceptar dónde nos encontramos a diario, para empezar nuestra práctica justo en este momento y sobre este suelo.
“Lo que aquí sucede no está escrito en ningún lado”, vuelve a resonar en mí la frase que pronunciara mi maestro; es decir, lo que en el zendo o en cualquier espacio y tiempo de nuestra vida acontece es únicamente eso, lo que es. A cada uno nos corresponderá hallar la capacidad de aprender a verlo, aceptarlo y vivirlo plenamente.
Publicado por Claudio