“Desde el momento que despiertan se entregan a la perfección sea cual fuere el propósito que persiguen; jamás he visto tanta disciplina. Hay aquí y en ellos algo profundamente espiritual”.
Un rato más tarde y en otro canal, me detuve a ver un documental sobre la historia del jazz, música con la que estuve fuertemente ligado durante bastante tiempo, en cuyo tramo se pasaba revista a la vida de un gran saxofonista de las décadas de los cuarenta y cincuenta como fue Charlie Parker. En una de las secuencias, y mientras la imagen lo tomaba en primer plano ejecutando su instrumento, el locutor comenta: “Charlie, desde el amanecer, pasaba la mayor parte del día practicando incansablemente en busca de la perfección de su sonido...”
En ambos casos encontré un denominador común: la perfección, la disciplina, la dedicación y entrega en lo que se hace.
La palabra “perfección” pronunciada en ambas historias no alude a su significado literal, sino más bien al hecho de poder expresarse con la propia voz. No importa que se trate del tiro con arco, la espada o la meditación, en el caso de los samuráis, o del sonido de Charlie Parker atravesando su saxo. En cualquier caso, oficio, profesión o actividad que se desempeñe, lo que vale es la capacidad de ir hacia la más pura espiritualidad que nos sea posible, pues, la herramienta (artesanía, arte, labor, profesión, etc.) de la que echamos mano día a día es, en definitiva, el vehículo a partir del cual la trascendencia puede sernos factible.
“Un camino de mil pasos comienza con el primero”... dice una voz antigua. El primero de los pasos es calmar la mente para escuchar lo que queremos, y una vez sabido esto, iniciar la marcha evitando la tentación del resultado fácil y rápido. Olvidarse de lo que se quiere lograr y arrancar la caminata con perseverancia, paciencia, decisión y el disfrute que conlleva el ya estar haciendo lo que se ha elegido sólo por el contento de poder realizarlo.
Hacer sin hacer, o lo que es igual, hacer sin esperar nada a cambio. Que la tarea sea por sí misma todo sobre lo cual ocuparse plenamente. Sin manipulaciones que fuercen a que las cosas ocurran según nuestro capricho, sino que sean lo que pueden ser en ese momento y aprender a adaptarse a ello.
Lo que emprendamos requerirá de técnica y práctica, pero no es esto lo más difícil, sino la comprensión profunda de la delicadeza, la nobleza de corazón, la honestidad, la humildad, la responsabilidad, la voluntad de mejora y la consideración hacia los otros, que en el fondo implica. Como bien lo señalan Eva Bach y Anna Forés en su libro La asertividad.
Tener en claro durante la travesía que en algunas ocasiones habrá que retroceder unos pasos, o detenerse un poco, sin interpretar esta situación como un rasgo negativo del aprendizaje. Por el contrario, se hará preciso comprender que el ir un poco hacia atrás permitirá encontrar el impulso justo para seguir avanzando. Y, fundamentalmente, recordar que sólo está perdido quien sabe adónde va. El que no, que continúe buscando sin desesperar. Pero que la búsqueda se haga ahí en donde se está consigo mismo, o acaso, ¿cuando se nos extravían las llaves en casa, las buscamos en la vereda?
La no conformidad en lo que sea que estemos trabajando puede ser en sí mismo un favorable punto de partida, pues, al menos, ya sabemos lo que no queremos más.
Paso a paso y sin declinar, se irá saboreando la miel que se elabora en nuestro interior y que no es otra que el volvernos sinceros con nosotros mismos. La autenticidad del Ser que somos quitará el velo que nos ha llevado a creer que la espiritualidad es privilegio de unos pocos o que sólo es posible practicarla en muy contados lugares y momentos.
Por el contrario, comprobaremos que dicha espiritualidad está presente al clavar un clavo, hacer las compras, conversar con alguien, coser una tela, cocinar, tocar música, manejar un auto, practicar yoga o barrer el patio. Es decir, allí donde sea que nos encontremos, pues una vez despojados de los trapos viejos que impiden moverse con sincera naturalidad, no quedará lugar o situación donde esa sinceridad no se manifieste. Esto me trae a cuento el relato de ese discípulo que se acerca a su maestro y le pregunta:
- Maestro, ¿qué es la iluminación?
- El maestro, alzando la vista, contesta: ¿terminaste tu comida?
- Sí - responde el discípulo.
- Entonces, vete a lavar los platos...
El despertar ocurre en la simple ocupación del hacer diario.
A esa altura del viaje habremos logrado alivianar la carga que siempre supone la disciplina surgida del mandato, la obligación o el miedo. Nada que no queramos puede sostenerse por mucho tiempo. Engañándonos y forzándonos a figurar ser quienes en realidad no somos nos enferma, o en el peor de los casos, nos mata, aun en vida. Desperdiciando el invalorable crédito de estar vivos con dignidad.
La sabiduría que obtendremos no será únicamente producto de las experiencias vividas, sino del saber cuál es el mejor modo de aplicar lo aprendido.
Pero para todo ello es preciso, a mi entender, no sólo gustar de lo que hacemos, sino amarlo con total abnegación. Es ahí, en esa consagración, cuando se vivencia el volvernos uno con la tarea. Un espacio de tiempo donde, paradójicamente, el espacio y el tiempo se desdibujan hasta confundirnos (fundirnos con) con lo que estamos creando.
Cuando hacemos lo que amamos, estamos diciendo cuánto nos amamos y amamos la vida.
Por último, y como me dijera uno de mis alumnos: “ya que pasamos por este mundo, ¿por qué no hacerlo dejándolo un poquito mejor de lo que lo hemos encontrado?”.
Publicado por Claudio