viernes, 14 de octubre de 2011

Volver a casa

Segunda parte


El hara es el centro natural con el que estamos fuertemente ligados a la vida y a nuestra madre, quien nos alimentó durante los nueve meses de gestación a través del cordón umbilical y no sólo de comida, también de oxígeno y emotividad. Flotando en líquido amniótico, el bebe recibe todo tipo de vibraciones, siendo los latidos del corazón los fundacionales. Ese latido se vuelve un mantra para el bebe que lo calma, lo sostiene, le aporta confianza y la certeza de estar en casa. Estar cerca del corazón a la hora de mamar es para el bebe volver a esa música del alma que la madre emite, por lo que al tiempo de interpretarla se hará esencial que ella se ocupe de sonar afinada y armoniosa, pues esos sonidos conllevarán su estado emocional, trasmitiéndolos desde el abrazo, la mirada, la respiración, la teta y la leche.

Una vez nacidos, y durante unos pocos años, los niños y niñas continúan respirando con el hara completamente centrados en ellos, desnudos de preconceptos y lanzados a la aventura de conocer el mundo que vinieron a habitar; por eso es natural que se los vea generalmente riendo a panza llena, como me gusta decir, y felices. Tiempo después, invariablemente la crianza y la educación van minando buena parte de esa condición natural y alejándolos de su centro primario. Este proceso no es bueno ni malo en sí mismo, es la senda que tendremos que aprender a transitar para poder desarrollar nuestro potencial y coexistir con los demás seres en este mundo.
Como decía, las múltiples circunstancias de la vida llevan la energía del hara hacia la cabeza, provocando tal desequilibrio cuerpo-mente que bien podría explicar muchos de nuestros problemas de salud. No quiero dar la impresión de que el desarrollo intelectual es negativo, por supuesto que no. A lo que me refiero es a que de tanto pasear por el terreno del intelecto y visitar pocas veces las planicies del centro cardíaco y menos aún el barrio donde todavía permanece la casa propia, terminamos poco menos que volviéndonos extraños conocidos de nosotros mismos. Sin embargo, no hay razón para no poder retornar al hogar, al origen.

Tomarnos el tiempo de respirar todos los días durante unos minutos es un hacer noble, respetuoso y saludable. Respirar con todo el cuerpo es el vehículo para regresar a casa. Semejante a la tarea de aquel que planta la semilla, la cubre de tierra, la riega y pacientemente espera a que la planta crezca y dé sus frutos. Más tarde, podrá degustarlos y compartirlos con los demás.
Vivimos como respiramos, respiramos como vivimos. Vivir y respirar son sinónimos; comprenderlo deja paso a poder transformar una vida de claustro en una vida a cielo abierto.


Publicado por Claudio

viernes, 7 de octubre de 2011

Volver a casa


Primera parte


Nunca exhalamos el pasado
tampoco
inhalamos el futuro.

Inhalamos y exhalamos
solo
el presente
aquí y ahora.




La respiración entra rozando suavemente la piel de mi nariz y abarcando cada alveolo de mis pulmones, llenándolos. Me amamanto del aire que la sangre transporta y el corazón bombea hasta cada célula de mi cuerpo bañándolas de “chi” o energía vital. Luego, deviene una ínfima pausa oscura y silenciosa como el universo interminable, tras la cual el anhídrido carbónico, lo que sobra, lo que se ha quemado, sale para entrar en estos árboles que ahora me rodean. Después, nuevamente la calma que precede al amanecer de la próxima inhalación. Ellos, los árboles, se abren y me dan el sagrado alimento del oxígeno. Así nos damos y nos recibimos los unos a los otros creando el mandala de la vida, del amor y la muerte. En el mercado de la existencia trocamos moléculas y átomos sin tiempo ni edad. Entrelazamos nuestras historias escritas de infinitas historias, de pájaros, de lágrimas, de sol, de cuerpos.
El aire pasa como por una puerta de vaivén, como dice el maestro Suzuki, en un movimiento constante de entrar y salir que continuará mientras mis ojos brillen. Y en el justo medio, mi ser, invocándome para que despierte y aprenda a tomar sólo lo necesario de la vida; para que despierte y aprenda a soltar y a dejar partir sin pensamientos lo que abunda.

No tener que estar atentos a nuestra respiración es un alivio, pero también se puede tornar un incordio porque sin notarlo a lo largo de los años y por razones muchas veces difusas, la respiración se nos vuelve chiquita, acelerada, y la vida, en consecuencia, resulta carente de vitalidad y de amor. Lo cierto es que va mermando nuestra capacidad de oxigenarnos correctamente, lo que equivale a decir, a vivir correctamente. Aunque no nos agrade admitirlo, la respiración marca nuestro paso por la vida y viceversa. Y es que la respiración y nuestras emociones son almas gemelas. La una no puede prescindir de la otra. Si dudan de esto, observen, por ejemplo, que cuando estamos ansiosos, la respiración no puede ser calmada. Lo mismo, si estamos tranquilos, no respiraremos agitados o rápido, por el contrario, lo haremos despacio y en profundidad.
Sin embargo, y para nuestro bien, la respiración es la única función del sistema neurovegetativo que podemos realizar a voluntad. De manera que contando con la ayuda de algún profesional que nos enseñe algunos ejercicios de los cientos que existen y que nosotros nos ocupemos de practicarlo diariamente, será suficiente para recuperar total o parcialmente la capacidad aeróbica que tuvimos durante nuestros primeros años de vida. Esto resulta factible por el hecho de que nuestras células guardan registro de todo lo acontecido y la forma en que respirábamos de niños es uno de los muchos datos almacenados en ellas. De tal modo que será suficiente con una práctica constante para recuperar y mejorar esta función.

Si el método escogido para trabajar con la respiración es la práctica de zazén o meditación zen, aquí les explico cómo lo realizamos.
Durante zazen, comenzamos por escuchar la respiración que estemos haciendo en ese momento sin cambiar forzadamente nada: inspiramos..., expiramos..., inspiramos...,¿cómo estamos respirando?

El punto de concentración se dirige hacia la punta de la nariz para poder sentir el paso del aire y el roce que éste produce en ella. Con el tiempo de práctica se irá buscando que la exhalación sea más prolongada que la inhalación y también que el aire llegue hasta nuestro “hara” – punto ubicado a cuatro dedos por debajo del ombligo – siendo ése el centro concreto de nuestro ser, anatómica y energéticamente. Para facilitar la concentración en la respiración, se puede recurrir a contar el tiempo que el aire tarda en entrar al cuerpo, por ejemplo, cuatro tiempos, y el que demora en salir, seis tiempos, consiguiendo así uno de los propósitos, que es espirar más largo. También pueden contar las exhalaciones comenzando por uno hasta llegar a diez y luego volver a comenzar. Si en algún momento del conteo se distraen, lo que se sugiere es volver a comenzar por uno.

La respiración relajada y profunda puede otorgarnos muchos beneficios como por ejemplo:

Reduce la hipertensión arterial.

Mejora la capacidad de memoria, atención y concentración.

Baja los niveles de cortisol (hormona del estrés).

Contribuye a disminuir el colesterol.

Fortalece el sistema inmunológico.

Mejora la digestión.

Favorece la buena circulación sanguínea arterial y venosa.

Mejora el funcionamiento del cerebro y de todo el sistema nervioso.

Y por si todo esto huele a poco, sepamos que al respirar desde el hara nos volvemos uno con el cosmos.


Publicado por Claudio

viernes, 30 de septiembre de 2011

Sentir. Aquí y ahora



Esta semana, me paré delante de mis alumnos de Chi Kung y Zazén con un cartel que decía: "Acá practicamos el SENTIR, por favor: DEJE SU CABEZA AFUERA".
Este es un recordatorio para ellos y también para mí. Practicar con una conciencia plena el pulsar sensorial de este preciso momento, lo que sea que esté aconteciendo aquí y ahora, dejando ir a la mente parlanchina e intranquila, e indagar nuestro cuerpo-mente sin juicio ni crítica. Esa es la práctica hacia el despertar.
Unos días después, a propósito de esto y mientras revisaba unos textos, me reencontré con éste, que fue escrito por el maestro Daidoji, y que ahora me permito compartir con ustedes.

Dejar atrás, cortar, abandonar tras la puerta del Dojo (salón de práctica) la pequeña conciencia egoísta o, en caso contrario, es eso lo que estaremos practicando.
Practicar es descubrir el cómo funciona la conciencia profunda, pasar este “cómo” a la vida cotidiana, consciente e inconscientemente, y que no podamos hablar de zazen sentado o zazen de pie.
Experimentar con firmeza la claridad de la mente imparcial, impersonal. La atención presente.
Una mente llena de sueños personales, anécdotas, cálculos y opiniones, que persigue o se queja, no es transparente, no dispone de espacio. Pasar del suceso al acontecimiento es como pasar de la caricatura a la vida. Si ponemos condiciones, no hay disponibilidad, y sin ella, la libertad es imposible. Suceso es anécdota personal. Acontecimiento es lo que hay aquí y ahora.
Vivir en el mundo sin ser del mundo. ¡Libertad!

Soko Daido Ubalde – Médico psiquiatra y maestro zen ordenado en Japón en el año 1989.

Publicado por Claudio

viernes, 23 de septiembre de 2011

La energía justa


En diciembre del año 2008, participé por primera vez de una “sesshin” o retiro de meditación zen. Cuando supe cómo iba a ser el organigrama de actividades de esos tres días y que la alimentación era básicamente vegetariana, mi mente no tardó en echar leña al asunto disuadiéndome de no asistir, argumentando que “iría a pasar hambre”, que “no sería suficiente comida”, tomando en cuenta que la jornada en un sesshin comienza a las cuatro de la mañana, o cuestionando “¿si me quedo con hambre, qué hago?”, etc., etc., etc. Temores infundados, más si tomaba en cuenta que llevaba una dieta vegetariana desde hacía muchos años y, sobre todo, porque no había estado nunca bajo la experiencia de una práctica intensiva de varios días.
Diluidos los miedos, comprobé que, lejos de “morir de inanición”, todo lo que se nos ofrecía era más que suficiente para el desgaste energético que se iba generando a lo largo del día.

Este año 2011, en un nuevo sesshin que se realizó en el mes de mayo, tuve la oportunidad de conversar con un monje zen. La charla se dio durante la merienda del último día, cuando el tema volvió a ser la alimentación y nuestra relación con ella.
Aproveché para comentarle lo ocurrido durante aquella sesshin, a lo que él señaló lo habitual que suelen ser esa clase de pensamientos para quienes conviven por primera vez bajo esas pautas. Pero más relevante fue cuando le mencioné que la sensación real que tuve al ver la comida dentro del cuenco, y sobre todo luego de haberla comido, era la de haber consumido la energía justa; el monje sonrió y dijo: así es, los “oryokis” o cuencos donde se sirven los alimentos, nos recuerdan tomar sólo lo que vamos a consumir, la energía justa, como acabas de decir.

Elegir los alimentos, manipularlos, cocinarlos y luego ingerirlos evitando su desperdicio es también hacer “zazen”. Todo está en cómo hacemos lo que hacemos y no sólo para qué o por qué.
La atención en las formas, colores, sabores, texturas, como en los utensilios que usamos, permiten vincularnos íntimamente en el acto de cocinar y comer; recordemos que volvernos íntimos con el hacer es la esencia de la práctica zen. Sin embargo, esta postura no se adquiere sin una mente equilibrada y serena. Entendamos que no es suficiente con colmar nuestros sentidos si nuestro estado mental está alterado, pues, tarde o temprano, esta actitud se verificará cuando nos veamos rodeados de objetos sin que ninguno llene verdaderamente nuestras necesidades. Podemos tener poco, pero con la mente en paz, no faltará ni sobrará nada.

Por otra parte, adquirir el alimento no es posible sólo porque poseemos el dinero para comprarlo, también es preciso que consideremos que para que ese plato de comida se encuentre delante nuestro, se hace imprescindible el aporte del sol, el agua, la tierra, el aire, los antepasados humanos que descubrieron el modo de cultivarlos, cosecharlos y crear tanta variedad de comidas, entre muchos otros factores. En pocas palabras, eso se llama “ley de interdependencia”. Comprender esta ley nos permite tener con la comida un trato más ecuánime, cuidadoso y agradecido. Una mente que comprende el funcionamiento de esta ley natural es, sin dudarlo, una mente verdaderamente ecológica.

No es mi intención colocar la comida dentro de un marco de religiosidad rigurosa, o peor aún, usar la culpa como estrategia para su valorización como ha sucedido a lo largo de buena parte de nuestra cultura judeocristiana; por el contrario, lo que busco es que podamos recuperar el sentido sagrado que ésta tiene al ser un aporte generoso y esencial para nuestra existencia y la de los demás seres.
Hoy el mundo se debate entre la sobre alimentación y la desnutrición. Razones por demás importantes para revisar cómo y de qué manera nos ocupamos de tratar los alimentos. Reitero, y pido disculpas por hacerlo, pero es nuestro estado mental condicionado el que debe ser indagado, porque es ese determinismo el que produce alguna de estas dos difíciles y dolorosas realidades. A modo de ejemplo, recuerdo a mi abuela preparando artesanal y amorosamente lo que comíamos, porque ése era su estado anímico y mental, en comparación con las comidas desnaturalizadas por el exceso de químicos que actualmente se consumen. ¿No es acaso esto el resultado de una mentalidad, también desnaturalizada?

Volviendo a aquel sesshin del 2008, recuerdo que, sentado delante del cuenco, mirándolo, sintiendo los aromas que desprendían los alimentos y paladeando lenta y silenciosamente cada bocado, es como obtuve la claridad para comprender lo que ahora les relato.
Nosotros, seres humanos, somos hijos de la maravillosa danza entre el cielo y la tierra. La gestación corporal y mental en retroalimentación constante. Dando, recibiendo, creando, destruyendo y volviendo a crear infinitamente.

Publicado por Claudio

viernes, 16 de septiembre de 2011

Educación y creatividad


Entrevista de Eduardo Punset al escritor y educador ken Robínson sobre cómo estimular la creatividad en niños y adolescentes.

Publicado por Claudio

viernes, 9 de septiembre de 2011

La vida en una respiración

“Descansa en lo inmediato como si fuera infinito”


                                                                                  E. Espe  Brown



¿Cuánto dura una vida?
¿No dura, acaso, el tiempo que me llevó escribir esta frase?
El transcurso en que sorbo mi mate, en el que se encuentran nuestros ojos. El sonido del silencio entre una nota musical y la siguiente.
El tiempo en que cae la última hoja del árbol. El último ápice de sol detrás de la montaña.


La vida es lo que demoran mis dedos en abotonar el saco. La explosión de una carcajada. Cuando atiendo el teléfono y te digo “hola” y escucho tu aliento que precede a tu “hola”.
La vida perdura el ciclo que el corazón precisa para echar un borbotón de sangre a todo mi cuerpo. La vida dura lo que mis dedos sobre mi cara recordándome afeitarla.

La vida es el momento en que mi nariz captura el aroma del pan tostado.
El lapso de colgar la ropa recién lavada.
La vida es el instante en que enciendo este sahumerio y esta vela que ofrezco al Buda delante de mí y dentro de mí.
La vida es la eternidad del relámpago.

La vida transcurre en esta inhalación... en esta exhalación...
El aire entra y soy nacido, el aire sale y muero. La forma se vuelve vacío. Desde el vacío una bocanada de aire me renace... espiro y vuelvo a morir... a transformarme.

La vida en una respiración es todo lo que la vida dura. ¿Y después? Primero, dejémonos morir con la última exhalación y así quedará ratificado que hemos vivido, inhalado. ¿Después, preguntas? No hay después, sólo este instante precioso de vida que me está respirando.

Publicado por Claudio



viernes, 2 de septiembre de 2011

Todos somos Budas




Una mujer joven, poeta y de ojos brillantes contó: Supe de un lugar en la India donde decían conservar petrificadas las huellas de Buda. Cuando estuve allí, me descalcé, me coloqué sobre ellas y al mirar no lo podía creer, ¡¡¡tenía diez dedos igual que yo!!!

Todos somos Budas.

Publicado por Claudio