viernes, 12 de marzo de 2021

Chi Kung: Un viaje a casa

Vayamos a donde vayamos y por la razón que sea, más tarde o más temprano, siempre volvemos a casa ¿no es verdad?




Cuando practicamos Chi kung, aprendemos a reconocer como casa, este cuerpo mente. 
A medida que vamos transitando los días, meses y años de práctica, pasamos de una relación casi automática y en ocasiones superficial, a otra más consciente, plena y profunda. Pasamos del poco o nulo amor por la vida a un respeto y gratitud indescriptibles. Sobre todo, comprendemos que si no comenzamos por saber cómo y de que manera es, funciona y se vincula este cuerpo con sigo mismo y su entorno y que esto se aprende habitándonos conscientemente, difícilmente lleguemos a saber cómo hacerlo con el techo que se yergue sobre nuestra cabeza, los demás y el planeta.

Una vez que nos vamos familiarizando con esta casa/cuerpo, descubrimos que en ella o él, hay un sitio que los chinos llaman Tan Tien, los japoneses Hara (ver foto) y que yo denominare, el hogar.
Esa zona del abdomen es conocida desde siempre como el centro de gravedad del cuerpo humano. Los orientales, a diferencia de la mirada de occidente sobre el cuerpo humano y a partir de la experiencia con estas prácticas ancestrales, (Chi Kung, Tai Chi, Yoga o Meditación), siempre supieron que, además de ser nuestro eje central, es un campo de enorme energía vital desde el cual toda nuestra existencia se vale para su desarrollo y funcionamiento.
Aclaro que todo el cuerpo es esencial y es, también, energía vital. 
Haciendo un paralelismo con las corrientes marítimas, que muestran el potencial de agua circulando a lo largo y ancho de todo el planeta por canales específico sin que por ello, el resto del agua circundante deje de ser energía. Volviendo a nuestra casa, esos centros o canales de Chi, poseen una cantidad de electro magnetismo mayor que las áreas que la rodean; de ahí su importancia; más aún si entendemos la relación intrínseca de estos meridanos de energía con los órganos, vísceras, glándulas endócrinas, como con el sistema nervioso central, por ejemplo.


EL tan tien se encuentra a unos tres dedos por debajo del ombligo,  a unos tres o cuatro centímetros dentro del abdomen y tiene un diámetro de diez centímetros.


Cuando practicamos Chi Kung solemos hacer hincapié en la atención en esta zona del cuerpo, tanto sea porque la vamos a trabajar específicamente o, para que desde ella, sepamos cómo asentarnos o movernos para luego regresar a ese punto. Dicho de otro modo: "Donde todo comienza, termina".
Se utilizan formas de movimientos encadenados, como posturas estáticas y la respiración pero, el aspecto a observar es que la mente esté enfocada en el Tan tien como en la totalidad de lo que estamos haciendo y sintiendo, pues, donde va la mente, va el Chi.

Esta practica favorece un aspecto destacado sobre nuestra humanidad que es, en primer lugar, reconocer cuando no estamos en este hogar, producto de encontrarnos mentalmente dispersos o atados a  pensamientos rumiantes; cuando nos desbordan las emociones o las reprimimos, así como cuando nos encontramos demasiado aferrados al suelo, a lo material (trabajo, dinero, consumo), ya que, asimilada la existencia de dicho centro energético u hogar, podemos, atención mediante, regresar a casa, a nuestro refugio no para ocultarnos sino, para volver al eje de nuestra vida y una vez allí y valiéndonos de la respiración como vehículo esencial, poder aquietarnos, pensar, reflexionar y discernir con más claridad o, sencillamente, quedarnos en el silencio de la meditación.




Estar aquí y señalo el hogar, respirando en este sitio, favorece aspectos psíquicos más estables, incrementa la confianza en uno y en la vida, nos "amiga" con la panza, esa cuna desde donde la vida aunada a la madre y al cosmos nos fue posible; nos torna más creativos y abiertos a mejores relaciones interpersonales;  estimula la producción de serotonina que nos proveen las neuronas que se encuentran dentro de los intestinos; bajamos el fuego de una mente incesantemente pensante (productora de los miedos sin fundamento que tanto daño provocan), nos ayuda a salirnos de las aguas turbulentas de las emociones antes de que acabemos ahogados en ellas. Siempre que sepamos que contamos con un lugar acogedor a donde ir, solo queda hacerlo.

Quizás, el sólo acto de ir a casa, no siempre sea suficiente para resolver lo que nos sucede pero, de seguro, nos aportará el beneficio de la calma, el sosiego y el tiempo necesario para ver, ahora con más claridad, el modo más adecuado de atender lo que nos perturba.

En el mejor de los casos y para cerrar digo, que ir a casa, a este cuerpo mente, no sea únicamente para amansar las corrientes alteradas, que sea, también, una decisión nacida de saber lo bien que nos sienta estar en paz, con uno mismo.

Daniel Shodo


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