sábado, 6 de junio de 2020

Carta abierta al ser humano





En mi condición de humano, humus, tierra, hombre, abro mi boca, en este confesarme, para emitir algo más que palabras de dolor o dulzura; un llamamiento al que me apremio, al percibir que los tiempos urgen y como le es natural al tiempo, no aguarda a que nos ajustemos a sus normas; por eso, vengo a decirte hombre, mujer, humano ¿qué es lo que estamos viviendo?. ¿Qué no estamos vislumbrando ni comprendiendo quizás, por estar demasiado asidos a las cosas, y ocupados de eso a lo que llamamos sentimientos o debería decir miedo?

¿Qué es, ser humano, lo que aún no alcanzamos a percibir a pesar de que nuestros pies caminan sobre el vientre de la madre que nos abriga y sostiene, perseverante y pródiga como una yegua, mientras el cielo padre nos sopla dulcemente las cienes?
Hijos que somos, según me palpo, de esas cosmogonías, observo el deambular mecánico de una maquinaria que repite y repite sin siquiera apreciar que el sol, el agua y el viento nos moldean la carne y el aliento, al igual que la rutina, lo hace por dentro.

Y me pregunto, ¿No fue suficiente luz la que emanaron Jesús, Buda, Zoroastro, Lao Tse o Krishna?





¿No fueron apropiadas las palabras que desplegaron como alas, Shakespeare, Homero, Goethe, Cervantes, Tolstoy, Dovstoiesky, Dante, Proust, Whitman, las Bronte, Virginia Wolf, Simone de beuvoir, Borges o, San Juan de la cruz para que, cada quién aprenda a desdoblar las suyas?

¿Qué música del alma no toco nuestras almas para corroborar su presencia, luego de toda la que, Bach, Mozart, Beethoven, Chopin o Strauss nos ofrecieran a manos llenas?
¿Qué sonidos universales, como puertas a la divinidad, aún no aprendimos a danzar en medio de las rondas sufíes, Indias, celtas, mayas, egipcias, hopis o atlantes?

¿Qué materia prima no supimos tomar para enterrar en ellas nuestras manos y hacernos a semejanza de Dios, con el cincel y la tinta de Miguel Ángel, Da Vinci, Van Gogh, Rafael, Dalí o Kandinski?

¿Cuándo sucedió que, la mente insondable, anfitriona de Heraclito, Sócrates, Platón, Diógenes, San Agustín, Hume, Kant, Heidegger, Marx, Sartre, Spinoza o Nietzsche, se consagro a un cubo de residuos fascistas, superficiales y decadentes?

Alguna vez, durante épocas que no alcanzo a divisar, ocurrió el más profano de los actos y fue, cuando dejamos lo eterno para cobijamos en las cavernas de lo mundano. Una vez aquí, abajo, en la penumbra, a consecuencia de que, no se crece si no se sabe y no se sabe si no se vive, distraídos en los espejismos de narciso, aturdidos por los cantos de sirenas, o dormidos en sueños idílicos, nos quedamos entretenidos y atrapados sin saber, ni vivir. Como Ulises, permanecemos a orillas del olvido, sin un navío a la vista que, nos devuelva, ungidos por la travesía y preclaros en la prédica, a nuestra propia ïtaca, donde aún, abrazada a su rueca, Penélope, esencia divina, aguarda nuestro retorno, mientras teje la confianza y desteje las penas.

Me es difícil en ocasiones comprender, humano, por qué, aún, y estando de cara a los Himalayas, en las costas del pacífico, en los bosques Valdivianos, en la selva amazónica, en el desierto del Sahara, a los pies del Nilo o, empapados por las aguas del iguazú, no consigas ver como el SER, se nos revela también en esos parajes.

¿Cómo es que no hemos sabido leer en los mapas de la Tora, el Gita, las constelaciones, el calendario maya o el I Ching, el camino que somos y sólo nos quedamos pendulando entre la barbarie y el desvelo?

Entonces, corro a ellas, no para echarme en sus brazos sino, para mirar en los ojos de estas hembras, hermanas y madres, Mujeres, a secas, como M. Curie, Rosa Parks, Emmeline Pankhurst, Franklin, Earhart, M. Teresa, J. de Arco, F. Kalho entre otras brujas, diosas y sacerdotisas, que interpelaron la cumbre patriarcal a costa de su propia vida y ver si ahí, todavía, queda algo de la buena leche que alimente el alma árida para no terminar como brutas bestias.


M. Curie



Qué otra cosa necesitamos aprender, luego de ser advertidos por los profetas de todos los mundos: "Atiende lo grande cuando aún es pequeño". "Ama a tu prójimo como a tí mismo. "Aquel que reconoce la verdad del cuerpo, reconoce la verdad del universo" "Conócete a ti mismo". "La humildad, es saber que no se sabe nada"

Todos estos seres de lumbre alquímica y aciago vivir bien comprenden que, si no se les goza por aquí, otras infinitas comarcas los sabrán recibir para aprender cómo se disuelve el ego en el éxtasis espiritual del arte.

Si no fueron afortunadas las palabras ni los cánticos, los viajes, las musas, la sangre derramada, ni las batallas malogradas arrojadas como semillas porque dieron más con la piedra que con el barro, Dios, en su infinita misericordia, se acomoda más cerca de nuestra torpeza y busca ver si nos percatamos de su presencia en un abrazo, en el silencio, en un suspiro, en la sonrisa cómplice y festiva o, en un simple plato de comida.

Sin embargo y, con la pesadumbre a cuestas al observar cuantos tesoros despreciados y derramados a los fuegos de la codicia, no puedo si no esperar que esta negra noche que se cierne sobre nuestras diminutas cabezas amaine. Deseoso de que soplen vientos de coherencia y coraje. Que veamos, por mucho que nos desgarre el dolor y el llanto, cómo estamos siendo testigos y partícipes de lo que aparenta convertirse en el genocidio más relevante de nuestra historia. La extirpación de la raza humana. De un destierro definitivo llevado a cabo por banqueros, empresarios, políticos, medios de comunicación, científicos, religiosos y sus innumerables acólitos. Un verdadero descenso a los infiernos, pero, sin la poética del Fausto.





Quizás, y sepan disculpar mi arrebato, se trate todo esto, en verdad, de encontrarnos a las postrimerías de Ávalon, Shangrila, el paraíso perdido y, producto de la confusión en que nos encontramos, abombados por un aire rancio, a tientas y aturdidos, aún nos resulte complejo intuir los relucientes peldaños bajo nuestros viejos zapatos que se despedazan con cada paso, revelando la piel desnuda sobre la cuna de una nueva luna. El parto del nuevo ser.

El lago azul del sereno espíritu donde no habrá, un otro sino, un nosotros donde bautizarnos juntos. Un otros, donde no sea posible distinguir entre una rama y el brazo; entre el corazón y el sol; entre la mente difundida y el cosmos.

Me llamo y te invoco, humano, a dejar de velar falsas esperanzas. A acallar de cuajo los duros presagios. A tomar el timón con nuestras sucias manos hasta que llaguen y supuren por ellas, las vidas que hemos cercenado de un modo o de muchos. Confiemos haciendo sin esperar nada a cambio. Actuemos con la vista clara, el corazón pleno, la carne firme y la mente bella, desplegada. Nada hay que temer si le dejamos las decisiones al cuerpo y al alma. Hagamoslo por nosotros, por los que ya no están, por los que esperan su turno y por los que vendrán que, de todos modos, habrá que irse un día y, en cuanto a mí, espero hacerlo habiendo podido dejar mí hospedaje con las ventanas abiertas de reluciente luz y vida.

Shodo Rios

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