Al
regresar luego de unas cortas vacaciones, casi como buscando reafirmar afectos, pertenencias, vínculos,
preguntan: ¿extrañaste? Mi respuesta fue un... no, no extrañé. Claro, ese no,
no fue dicho para desestimar o incluso romper esos afectos, pertenencias o vínculos,
pero bueno, no siempre se logra comprender lo que se quiere decir,
probablemente porque no se está en la piel de quien habla. Permítanme que les
cuente. Mientras caminaba a orillas del mar y mis pies se hundían en la arena,
pude percibir que mi cuerpo no delataba la más mínima necesidad de ir hacia los
lugares, objetos y relaciones cotidianas que moldean nuestra identidad, en este
caso la mía; por el contrario, la sensación plena, plena y sin límite como el
cielo que me rodeaba, era la de estar donde realmente lo necesitaba, a orillas
del mar y oliendo a sal. Ningún recuerdo tenía el peso suficiente para
arrancarme de allí.
Esto abrió
una puerta a la reflexión, reflexión que ahora retomo para compartirla con
ustedes acerca del acto de extrañar, y pregunto: ¿por qué extrañamos? Y en todo
caso, ¿quién extraña?
Ese que está
añorando un lugar, a una persona o una actividad, ¿quién es cuando se da cuenta
de que sin nada de todo ello sigue estando vivo y empujado por el viento yendo
sin rumbo, ni expectativa?
A ver si
puedo aclararlo un poquito más. Cuando reconocemos lo que necesitamos y
simplemente nos volcamos a ello, apartando por un lapso determinado
preferencias o rechazos, cuando descubrimos que esa naturaleza allí afuera es
el fiel reflejo de nuestra misma naturaleza; después de todo, no olvidemos que
también somos aire, fuego, tierra, agua, como es viento, sol, arena y mar el
planeta que nos cobija. ¿Se puede extrañar? O acaso cuando lo hacemos, ¿no
volvemos a quedar atrapados por el tiempo (pasado – futuro) del que nuestra
mente condicionada tanto se alimenta? Y, aunque el agua moje el cuerpo o el sol
caliente la piel, al caer en el embudo del extrañar, ¿podemos sentirlos? ¿Continuamos
estando allí?
Preguntas
que tejen redes. Preguntas que invitan a indagar mar adentro. Preguntas como
otro modo de mirar, de observar, de comprender la mente, nuestra mente. La
mente que incansablemente trae y lleva todo tipo de álbumes fotográficos, de
esos de los que está retratada nuestra historia personal y que tanto nos empeñamos
en conservar.
No guarda
ningún sentido coleccionarlos como si aún continuaran siendo reales, ni querer
quemarlos arrojándolos al fuego del “no debo pensar”. Mejor mirarlos y, como
estas nubes ahora sobre mi cabeza, dejarlos ir. No hay nada de malo o bueno en
ellas, tan siquiera imágenes que cada tanto vuelven a brillar con cierto
fulgor, pero que el tiempo se ocupa de imprimirlas en sepia.
Lo que
sigue puede sonar un poco a frase escrita en un sobrecito de azúcar, pero, a mi
parecer, no por ello es menos real: no se puede encontrar nada que se quiera
buscar, pues, por lo general, la intención que motoriza la búsqueda nace de
algún recodo ya explorado y conocido de nuestra bien esculpida personalidad,
que tan sólo añora volver a recuperar una de esas fotografías, olvidando que lo
que ella retrata no será posible sin el contexto en el que ese momento se
intentó retener. Los chicos por estas tierras dirían “ya fue”. Entonces, ¿no
hay que buscar nada? Cómo decirlo... hablo de caminar por la playa con la sola
intención de caminar o, parafraseando a Caetano Veloso, andar sin ropa y sin
documentos, es decir, vivir el proceso mismo del andar sin más ni más y
dejarse sorprender de adonde sea que ese andar nos lleve.
¿Me
equivoco si digo que siempre andamos con lo puesto y sólo con lo puesto? Ahora,
¿cuándo lo notamos?
Lo evidente
es que no llevamos a cuestas la casa y todo lo que la habita a cada lugar al
que vamos, literalmente hablando, pero, ¿no lo hacemos cuando extrañamos,
cuando las olas (pensamientos) nos llevan de una costa a otra hasta acabar
naufragando muy lejos del momento presente?
Por eso,
sostengo, una vez más, que no se puede buscar no extrañar; sólo ocurre, y
ocurre cuando no destacamos, cuando nos volvemos el paisaje mismo, cuando nos
reconocemos hojas, arena, caracoles, cielo, viento, mar.
Por último,
¿quién soy cuando me vuelvo el paisaje mismo?
Publicado por Claudio
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarVaya, me he emocionado. Y algo más, la verdad :)
ResponderEliminarbssss
Que lindo Musguito, gracias
EliminarUn fuerte abrazo
Quién sos? sos parte de una constelación , por eso no extrañáas , porque no sos extraño a los demás seres del universo ni siquiera a aquellos con los que te fuiste conformando.Quizás una gota de las que te salpicó el mar está formada por algún átomo que andubo paseando por otras galaxias felíz ahora de tocarte a vos y provocarte todas esas bellas sensaciones.
EliminarAbrazos
Gracias Adriana
EliminarUn fuerte abrazo
EL átomo no andubo,ANDUVO, aunque ,quien sabe, se metió en un tubo. UN BESO Adri
ResponderEliminarPero que anduvo, anduvo, ¿no? ja,ja
EliminarAbrazos