Cuando era chico me fascinaba ir al almacén del barrio a comprar queso, gaseosas o cualquier otro producto, sobre todo si podía hacerme de alguna golosina. Ahora que estoy recordando ese momento, siento que lo que en realidad me gustaba era mirar esos enormes frascos de vidrio donde se conservaban los fideos, las semillas y granos; las heladeras revestidas en madera, como las que mi abuelo tenía en su carnicería y también los estantes que nacían al ras del suelo y se extendían hasta casi tocar el cielo raso poblados de botellas. Las latas de dulces y las de galletitas que dejándose ver por detrás de un vidrio redondo eran toda una tentación.
Cada rincón mostraba su particular geografía. Todo estaba ahí, a la vista; generosamente expuesto. El reino de los comestibles, el de los artículos de limpieza y otros enseres, tenía su monarca, el almacenero. Ese hombre confiable, campechano, siempre con una sonrisa, interesado en saber de la familia y asegurándose de que a los chicos no nos faltase nada. Esa especie de tío postizo que durante los meses de ajustar el cinturón que, dicho sea de paso los hubo por largo tiempo, no dudaba un segundo en fiarnos con un... “vaya tranquila, señora, después me lo paga, no se preocupe”. Y cómo esperar menos de alguien que sabía de penurias cuando la guerra poco menos que lo había empujado a cañonazos de su tierra.
Cierta tarde, pero bastante más acá en el tiempo, reflexionaba sobre el modo correcto de llevar adelante mi profesión, cuando volvieron a mí esas imágenes y, más que nada, aquella actitud honrosa de saber servir que aquel hombre tenía con sus clientes casi amigos, podría decir. Entonces, reparé en el hecho de que como servir es también mi ocupación al dictar mis clases de chi-kung y meditación, contar con el privilegio de poder hacerlo se torna una oportunidad inapreciable para aprender a practicar la generosidad, la amabilidad, la gratitud y hasta la compasión si me es posible.
Cierto es que realizar esta tarea requiere recorrer un camino hacia uno mismo para corroborar la existencia de tales cualidades. Virtudes muchas veces subordinadas a actitudes mezquinas, testarudas, temerosas, o enojosas por las cuales también hay que aprender a transitar, a ver, a aceptar para poder trascenderlas, soltarlas y dar permiso para que asome la claridad. Claridad de acción, pensamiento y palabra.
Ser un samurai, un servidor, tal es su significado, precisa de saber lo que se quiere, de decisión, voluntad, paciencia, mucho trabajo, entrega, equivocarse, remediar (volver al medio, al equilibrio) y continuar sin dejarse vencer, dispuesto a lo que se cuadre y teniendo presente esa condición que el maestro Shunryu Suzuki denominaba: “mente de principiante”. Principiante porque aunque ya “sepamos” hacer las cosas, cada vez que volvemos a repetirlas se vuelve casi como la primera vez; repetición que requiere de esa atención sobre la que tanto machaca el zen y sin la cual difícilmente se pueda tomar conciencia acerca de cómo realmente están sucediendo las cosas para poder adaptarse a ellas. Porque pregunto, ¿acaso porque ya sepamos caminar es que nunca más tendremos un traspié? O, ¿porque sepamos cómo llevarnos un bocado a la boca es que nunca más se nos volcará el alimento?
La atención plena en lo cotidiano nos regresa al presente, al único tiempo real.
Saber que aquí estoy, sirviendo, dando, que es también darse, para que aquel que lo necesite pueda tomar la clase respetando los tiempos de aprendizaje, respirando para vivir a pleno y no lo contrario, intimando cuidadosamente consigo mismo y así, paso a paso, ir utilizando correctamente las herramientas brindadas que permitan redescubrir sus atributos.
Singularidades que beneficien su existencia y la de los otros, hasta el día en que él o ella decidan retirarse sin que por mi parte medie ni la más ínfima intervención, pues cada quién deberá aprender a usar la libertad de que disponga tanto para saber cómo vivir en el espacio escogido, dentro del ordenamiento otorgado y compartiéndolo con los demás respetuosamente, como para un día retirarse al igual que nos retiramos del mercado luego de adquirir lo necesario.
Aprender, gozar y servir, para eso tenemos que vivir, me recuerda un amigo al final de un correo. Y al observar las tres palabras, y sobre todo al ir practicándolas, encuentro algunos puntos en común: dar, entregarse, confianza, espontaneidad, soltura, vacío, el vacío de no saber y no ahogarse por ello y estar abierto a los otros, al momento y a sus circunstancias.
Aprender a comprender la impermanencia de toda forma, lo que permite revalorizar este irrepetible instante, la interdependencia, el otro y yo nos necesitamos; familiarizarme con la incertidumbre, disfrutar del milagro de estar vivo concientemente, servir brindándome desde el corazón, desde el amor, por aquello de que el amor lo cura todo, para que decline el desamor, porque detrás está la vida.
Al servir, y aún no encontrándome detrás de un mostrador, me abro a ese otro que, igual a muchos, es también distinto y único. Un holograma del resto de la humanidad, del planeta y hasta del universo. Todo un desafío, si me preguntan, y al mismo tiempo, una maravillosa ocasión de reconocerme en ese otro ser delante de mí. Presencia que me ayuda a redimir mis faltas, a sanarnos, a compartirnos, y aprender a escuchar.
Aquí, en esta vida y como el almacenero de mi barrio, que pueda yo recibirlos con una sonrisa, con un abrazo de corazón a corazón, que sepa servirlos en lo que esté a mi alcance y por favor, que puedan ustedes disculpar si algunas veces por exceso de entusiasmo, estupidez o ignorancia me despisto un rato del camino correcto. Pero eso sí, cuando ello suceda, que valga el derrape para aprender lo que de mí mismo muestre la banquina, los extremos y luego, amorosamente, volver al sendero para junto con ustedes continuar aprendiendo, disfrutando y sirviendo.
Hola, ¿en qué puedo servirle?
Publicado por Claudio
Servir es dar, asistir, ser útil a los demás.En las clases damos, tanto el profesor como los alumnos, estima respeto, enseñanza,alegría, bondad, aprendemos juntos a crecer, a equilibrar nuestras vidas. Gracias a vos y a todos mis compañeros por el afecto y la paz que transmiten en el espacio que compartimos, es servirnos unos a otros.
ResponderEliminarAbrazos
Preguntás en que podes servirnos? En lo personal,el sentir la nobleza de tu corazón,que lo muestra,no solo este escrito tan bello sino todo tu devenir ,es un servicio para mí.Por lo que te doy las gracias,me conmovés,me hacés reflexionar y tu ser me confirma lo bueno de este universo.
ResponderEliminarcompartiendo y enseñandonos tus conocimientos es tu mejor manera de servir!! muy lindo relato!! muchas gracias!! un abrazo!!
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