El budismo comenzó a conocerse seriamente en Occidente a finales del siglo XIX cuando algunos exploradores, al tomar contacto con el continente asiático, tuvieron acceso a escrituras budistas de manos monásticas.
Lo que atraía fundamentalmente del budismo fue su lado analítico y racional, tanto como el hecho de que los textos provenían directamente de los tiempos del Buda histórico.
La escuela Theravada o “escuela de los ancianos”, regida por monjes, fue, en un principio, la que atrajo mayor interés, siendo las escuelas Mahayana y Vajrayana las menos observadas por considerarlas, equivocadamente, corrupciones de la primera, al suponer que estas escuelas habían dado mucho espacio a las emociones puramente humanas.
Es conveniente señalar que tanto la escuela Mahayana o “gran vehículo”, como la Vajrayana, nunca estuvieron alejadas de los fundamentos básicos del budismo, sólo dieron un paso más allá, al permitir que hombres y mujeres laicos pudieran practicarlos, llegando a ser la Mahayana la escuela con más adeptos en todo el mundo.
Entre las primeras décadas del siglo XX y mediados de ese período, también comenzaron a ser conocidas y divulgadas otras escuelas de budismo, como el zen, practicado en Japón, tras la llegada de maestros, como Taisen Deshimaru, quien se radicó en Francia para desde allí diseminar el zen por Europa, al igual que Daitetsu Suzuky o Suzuky Roshy, sin parentesco entre sí, quienes desempeñaron el rol de maestros y guías en los Estados Unidos.
También el budismo tibetano, con sus muchos maestros o lamas, supo enraizarse en el viejo continente y en América, ganando la simpatía de muchos hombres y mujeres de diferentes edades, procedencias culturales y religiosas.
El argumento fuertemente instalado que permitió comprender el marcado interés por el budismo en Occidente es, posiblemente, el descrédito que las religiones clásicas se ganaron entre sus seguidores por el uso excesivamente dogmático, abusivo y poco real acerca de la vida y nuestra relación con ella. Es justo señalar que dicho descrédito se vio más afectado por la manipulación política y económica de una buena parte de sus integrantes jerárquicos que por las bases profundamente espirituales de las tradiciones religiosas en sí.
En contrapartida, el budismo zen, por ejemplo, mostró un modo fresco y vital de religar lo espiritual y lo mundano a través de sus prácticas inclusivas, siendo la meditación o “zazen” la columna vertebral de ellas, al verificar su aplicación inmediata en las tareas cotidianas y sin la necesidad de intermediarios o deidades que autoricen o veten el desarrollo de esta disciplina.
Por mucho tiempo, buena parte del interés que surgió fue puramente intelectual y aún hay muchos budistas occidentales "de biblioteca". No obstante, existe un creciente número de practicantes budistas en diversos países de Occidente. Se han construido templos, monasterios, centros públicos y lugares de retiros budistas en Europa y América. Algunos provienen de las escuelas orientales tradicionales, pero también se creó, entre otros, el movimiento de los “Amigos de la Orden Budista Occidental”, y el llamado “Budismo Básico” practicado por laicos para laicos que no están vinculados con ninguna forma cultural oriental en particular y que han contribuido a expandir el budismo en Occidente.
Al parecer, el budismo llegó a estas regiones para quedarse y una buena prueba de ello es la inclusión de su estudio y conocimiento en prestigiosas universidades, como Oxford, Harvard, Salamanca o Milán.
A esta lista podríamos sumar los nombres de hombres y mujeres del mundo del espectáculo que fueron sumándose a las filas del budismo, como Richard Gere, Oliver Stone, Uma Thurman o, en mi país, el cantautor Pedro Aznar.
Aquí en Argentina, las escuelas más asentadas y concurridas son también la budista tibetana, con varios monjes y monjas, algunos de ellos de origen argentino, a cargo de monasterios, como también el budismo chino, coreano o zen japonés de las tradiciones soto, rinzai y obaku, entre otras.
En este intento de dar a conocer algo de lo que el budismo vino a aportar de este lado del mundo, no puede quedar ausente el invaluable aporte de su santidad, el Dalai Lama, quien, tras su exilio forzado en 1959, recorrió repetidas veces los diferentes rincones del mundo en su doble rol de embajador fundamental de su pueblo, en un intento hasta ahora frustrado por la recuperación pacífica de su tierra, el Tíbet, como en un entusiasta incansable por transmitir a cada ser humano los valores, también humanos, del budismo.
No cabe duda de que los habitantes de este basto continente americano padecemos un sin número de problemas que afectan dura y largamente nuestras vidas, sin embargo, es importante saber que el budismo no vino a cambiar el mundo, sino a que podamos cambiar nosotros. En su larga y rica historia, el budismo nunca desembarcó en los diferentes territorios con ánimo de dominio e imposición por sobre los valores culturales y religiosos preexistentes; nunca su vocabulario incluyó nada como: “guerra santa”, “conversión forzada” o “herejía”. Si bien ha habido algunos enfrentamientos aislados, después de todo, es una práctica realizada por humanos, con todo lo que ello implica, estos sucesos correspondieron o a ignorancia de los propios practicantes o por el verse forzados a contrarrestar los violentos sometimientos impuestos por regímenes dictatoriales, más que a cualquier intento de invasión con el pretexto de “traer la verdad a los pecadores”. Muy por el contrario, siempre se trató de un intercambio de influencias dentro del contexto socio-histórico imperante y sujeto a las necesidades de cada ser que quisiese conocer y desarrollar su práctica.
Como humanos en convivencia con las diversas formas de vida, estamos, más que nunca, urgidos de respuestas que modifiquen la realidad imperante de la pobreza, la violencia, y los cambios climáticos, entre otros males endémicos. Frente a esta perspectiva, las prácticas budistas como la meditación, la búsqueda del bien común, la acción amorosa y compasiva con toda forma de vida, pueden y así lo han demostrado, ayudar a cortar con tres males supremos y causales de tal deterioro humano y planetario, como son la ira, la codicia y la ignorancia.
Recordemos que el cultivo de cualquiera de estas tres actitudes impide el anhelo más profundo de todo ser humano, que es ser felices y evitar el sufrimiento.
Fuente consultada: Budismo.com - Ciudad de México.
Escuela Theravada: Escuela de los ancianos, practicado por monjes, siendo las más antiguas de las escuelas nacidas en la India.
Escuela Mahayana o Gran vehículo: Práctica que incluye a monjes y laicos, porque se centra en la liberación de todos los seres, no sólo humanos.
Escuela Vajrayana: Derivada de la anterior, también conocida como “budismo esotérico”.
Cada sucesiva escuela o vehículo se describía y distinguía de las anteriores con términos calificativos que provenían de sus respectivos énfasis.
Publicado por Claudio