martes, 16 de noviembre de 2021

Chi Kung y Medicina Tradicional China



Comencemos por señalar que no existe la quietud absoluta. Todo en el universo está en constante ondulación y vibración. Partiendo de este postulado, vale saber que a lo que llamamos desequilibrio, no es otra cosa que el orden natural de la vida. Significa esto que, siempre nos estamos balancenado de un lateral al otro, mentalmente del pasado al futuro, animicamente de arriba hacia abajo. 

Si consideramos este asunto en su sentido fundacional, que la vida es movimiento, comprenderemos que cuando hablamos de enfermedad, concepto que no aplica en MTC, a lo que nos estamos refiriendo es a un desequilibrio que ha ido hacia un exceso, ya se trate de orden físico, mental o emocional. 

Exceso es lo que la humanidad a naturalizado en su diario vivir. Exceso de alimentos o de hambre, de acción o sedentarísmo, de pensamiento rumiante o reactivo. Exceso de apatía o violencia, de crítica y queja o ilusión y fantasía.

Cuando practicamos Chi kung, Zazen, en mi caso también Iaido e I Ching, vamos poniéndonos en aviso de todo esto y es cuando, valiéndonos de estas herramientas, a las que le sumo la herboristería, los masajes, descanso y una correcta nutrición, podemos ser protagonístas reales de dicho desequilbrio y asumirlo para volver al camino medio, al hogar; allí donde la vida reluce en plenitud y sentido de SER.

Cuando el o la alumna entran en una clase lo hacen  con lo puesto: historia personal, padecimientos físicos, orgánicos o psicológicos que, de darse el tiempo, la perseverancia y la paciencia necesarias, descubrirán cuánto potencial poseen para restablecer dicha armonía a partir de comprender que la materia prima a utilizar para el equilibrio correcto, son, justamente, los excesos, las dificultades, la falta de estabilidad psicofísica, de tono muscular, el estrés o la coordinación necesarias para que el cuerpo/mente que son, vuelva a su eje, a su sí mismo.

Si comprendemos esto, voltearemos nuestra vida 180 grados y ya no daremos de comer al sufrimiento que siempre es mental, con ideas acerca de la enefermedad que nada tienen que ver con lo que mal nos han enseñado y peor hemos aprendido. Es decir, la enfermedad como un enemigo externo e indeseable que debe  combatirse a costa, la mayoría de las veces, de la propia vida del paciente. Nunca son los virus o las bacterias el problema sino, el terreno (cuerpo/mente) donde estas intervienen.



Por el contrario, seremos concientes de que la mal llamda enfermedad es, en realidad, una manifestación de restablecimiento del orden natural de vida humana que busca, a su forma y tiempo, reparar las heridas ocurridas en planos más sutiles como son la mente o el alma a partir de un suceso traumático o conmovedor, para luego echar a volar una vida digna de quien ahora, más esclarecido y con las riendas en sus propias manos, ha podido reencontrase con su SER o, cuanto mucho y no pudiendo resolver completamente el malestar, ha aprendido a convivir con él. 


Esto me da pie para subrayar algo importante como es la palabra paciente. En occidente se entiende por paciente a quien no puede hacer nada por su salud y por eso deja esa responsabilidad en manos de los médicos. En las medicinas orientales y en muchas escuelas psicocorporales occidentales como la medicina germánica, se coloca al paciente en un rol activo y participativo y es muy fáci saber por qué. Y digo, ¿Quién puede comer, respirar, moverse o cambiar de forma de pensar por nosotros? Pues eso, NADIE más que NOSOTROS, ¿Verdad? En consecuencia, el paciente sale de su lugar de "victima", toma el poder dormido y se ocupa de de colaborar en el proceso de reequilibrio o de lo contario, se tratará de una carrera perdida antes de comenzar y un tiempo desperdiciado del profesional que se presta como facilitador a ese camino que el otro no está dispuesto a transitar. Ya nos lo recordó Hipócrates: ¿"Estás dispuesto a dejar de hacer lo que te daña"? En su defecto, nada dará el resultado esperado por muy prominente que sea el tratamiento o el profesional a cargo de observarlo.

A nadie nos agrada estar enfermos, como decímos por acá o desequilibrados, como se dice por allá, sobre todo si se padece de dolores agudos o crónicos que disminuyen nuestra calidad de vida o nos sumen en un estado anímico emocional depresivo o angustiante. De todos modos, es indispensable saber cuánta ingerencia tienen sobre nuestra salud las decisiones y acciones que generamos a diario.Lo que en oriente se conoce como Karma. Se trata de patrones establecidos en nuestro subconciente a partir de los cuales se gesta la forma en la que vivimos, motivo suficiente para estar atentos a nosotros mismos como a nuestros hábitos porque es allí donde radican las causas centrales del desequilibrio o excesos.



Equilibrio, por último, no es quedar instalados en un estado inamovible, eso sería estar muertos, se trata mas bien, de caminar por la vida como un equilibrista lo hace por la cuerda, quien sabe, por experiencia que, de inclinarse por demás hacia un lado, acabaría en el suelo. El desequilibrio saludable, es el que se produce cuando no nos excedemos en ninguna dirección, cuando aprendemos que el TODO es la DIVERSIDAD y cuando VIVIMOS esa diversidad en el todo indivisible que somos, de respiración en respiración, siguiendo la danza que la vida propone de tonos verdaderos y de sonidos puros, como el silencio...

Daniel Shodo


sábado, 6 de noviembre de 2021

Do, algo más que un camino



Al practicar Zazen, Shiatzu, Chi Kung, Tai Chi,Iaido, I ching, Reiki, puedo ir apreciando que el Do o, camino, como habitualmente se traduce a esta palabra de origen nipón, se va trasando a través de estas disciplinas, durante el tiempo y la dedicación aplicados a ellas y no, como muchos suponen, por el hecho de realizarlas; Es decir, la desinformación o la información no muy precisa acerca de estas artes, suele crear en la mente del común de las personas que ellas, en sí mismas, son el "camino" cuando, en verdad, el camino es quien las practica y sus circunstancias.

No saber apreciar este aspecto tan central en el camino de lo que podemos denominar autoconocimiento, deja al practicante en el umbral superfluo de la lucha por obtener medallas, cinturones o metas que acaban siempre en adornos llenos de polvo en un rincón y un muy seguro destino a la insatisfacción pues, cuando el ego se ceba en sus triunfos y apegos, no podrá aceptar ni sostener saludablemente que un día la vida nos baje del podio.

Toda actividad elegida, cocinar, conducir, sanar, educar, dirigir una empresa o practicar un tipo de arte, por ejemplo, suele tomarse en occidente, a penas como un medio para un fin práctico económico comercial, lo que no deja de ser cierto y necesario, al menos en parte, pero sin percibir que el ojo echado nada más en hacer de cada acción algo utilitario, se priva a sí mismo de poder apreciar que si algo nos atrae para ser desarrollado y aprendido, no debería ser únicamente una estrategia de superviviencia como sí, un vehículo a partir del cual podemos acceder a ese conocimiento íntimo del que hablo líneas arriba. Lamentablemente o no, según se mire, de este lado del globo, rara vez se logra considerar la importancia de este asunto. He visto, no pocas veces a lo largo de mis años de profesor, cuando el oficio o profesión ya no pueden realizarse por las razones que fueran, cómo la persona termina sumida en angustia o depresión porque no logra encontrarle sentido a una vida que la mayor parte del tiempo estuvo al servicio del mundo externo, sobre identificado con "Ser lo que se hace o tiene" sin haber podido comprender que era eso de; "no sólo de pan vive el hombre".

Cuando el camino carece del Do, del que estas artes nos hablan, es muy similar a un cuerpo que carece de alma. Motivo suficiente para observar desde dónde hemos escogido lo que realizamos para saber diferenciar lo meramente sustentable de lo que nos permite transformar nuestra vida de un modo conciente, profundo y asertivo.

Esto es posible comprenderlo cuando logramos sentir que lo que hacemos es para hacernos o, para deshacer lo que sobra y cultivar así el verdadero DO en cada uno. Por lo tanto, más importante que lo que hacemos, es saber para qué y, si hay corazón o no en nuestra faena porque de estar ausente, sólo experimentaremos pesar, obligación y frustración.

Amar lo que hacemos, por muy simple que sea lo que hagamos como doblar la ropa, cebar un mate, barrer el suelo o leer un libro, es el DO, el camino real, el espíritu de los ancestros revitalizado en cada centímetro cuadrado de nuestro SER. 

Antes de concluir, me permito darles una sugerencia a propósito de lo que aquí escribo, cuando surja la pregunta: ¿Quién soy? o, ¿Para qué estoy en este mundo? vean la película Kung Fu panda 3. Presten atención a cuando su protagonísta entra en ese laberinto para poder responder a esa cuestión tan  esencial y sorpréndanse con el resultado. Quizás, les ayude a conocer que no se es lo que se hace, ni lo que se tiene, se ES, bueno, ya lo sabrán ustedes cunado ese momento les toque el pecho y las tripas....Gracias

Daniel Shodo