jueves, 23 de agosto de 2018

La era de la oruga





No puede haber mariposa sin pasar antes, por el proceso transformador de la oruga. Esto equivale a decir que, no se puede evitar en un mundo dual, atravesar momentos de dolor como de placer; espacios de silencio continuados de otros espacios de ruido o bullicio.
Aún así, la ignorancia del ser humano en cuanto a su carente comprensión de que dicha dualidad no es tal sino, un complemento entre partes diferentes, que en realidad conforman un todo indivisible, deriva en un sin fin de agresiones y antagonismos que, en el mejor de los casos, deja conforme al triunfador con el agravante de tener que vérselas con un uso desmedido de esfuerzos para mantener el trono el cual, tarde o temprano, declinará en el terreno de su oponente por el mismo proceso de complementación, interrelación e impermanencia en el que la vida se manifiesta siempre e indefectiblemente.

Evitar esto, supone algo así como decirle a la oruga que se contente con esa situación de manera permanente y que ni sueñe con volar, no sea cosa que en el intento de "ser natural", se estrelle contra el suelo en su anhelo por vivir al sol y volando por el tiempo que ese estadio dure.
En términos humanos, sería como esperar que jamás haya en nosotros otra etapa que la de la alegría o el descontento; la juventud o la decrepitud, como única realidad posible.

La oruga se alimenta del algodoncillo sobre el que nace a partir de los huevos que la mariposa deposita sobre esa planta y come hasta no tener más espacio. Luego, permanece en esa condición durante varios días más hasta pasar al estado de crisálida. Cuando la bolsa protectora se abre, las alas de la mariposa ya están prontas a realizar su primer vuelo a lo largo de miles de kilómetros para continuar su ciclo sin fin.
Análogamente pero en detrimento de su propia naturaleza y de la del planeta, el ser humano, insaciablemente no para de pedir, reclamar y adquirir cientos de objetos, dinero, estatus social o cultural con el que identificarse, no tanto por el placer, muchas veces adictivo que esto supone, como  por el poder que le genera verse capaz de someter a otros a sus propias exigencias con tal de que dicho poder no merme y por su puesto, aumente.

Ciego de sí mismo y huyendo permanentemente detrás de toda distracción posible y que muy hábilmente sabe crear, el ser humano no ve cuanto potencial contiene y desperdicia, convencido de que la felicidad sólo le estará destinada si lucha en contra de todo lo que supone adverso a sus beneficios particulares sin comprender, y de ahí el término ignorancia, que no logrará jamás lo que ansía si no se detiene para observarse y conocerse verdaderamente y con ello, a todo lo demás que conforma la vida en su conjunto, siendo esa premisa como es, fundamental para modificar sustancialmente su realidad agonizante de puro egocentrismo.





El conocerse a uno mismo nos revela que, en verdad, no hay nada que transformar, debido a que el acto mismo de observación desprendido de toda búsqueda y valoración específica, es, de por sí, la metamorfósis misma. Entonces, la oruga, la crisálida y la mariposa. son a un mismo tiempo, una y sólo una vida sucediendo sin solución de continuidad porque de no ocurrir así, seguramente su resultado se vería afectado y con él, todo a su alrededor.
Ganados por ver la vida únicamente como entidades separadas, se vuelve confuso poder observar que la claridad del amanecer es posible percibirla como una continuidad de la oscura noche.

La era de la oruga, como me permito titular este escrito y en alusión a estas épocas convulsionadas y puestas a dirigir a la humanidad por la humanidad misma, rumbo al despeñadero,  está en las puertas de la mariposa que aguarda abrir sus alas pero, y a diferencia de ella, se nos vuelve urgente que la campana que hay en cada quien, aunque no todos la oirán, se haga escuchar para despertar de este miedo autoinducido y autodestructivo en el que tanta energía se invierte tan solo para matarse los unos contra los otros sin siquiera recordar que han traído hijos y nietos a un mundo que descuartizan a diario sin miramientos ni escrúpulo alguno.

En el Budismo zen, la práctica es zazen. Zazen es pasar por los tres momentos sin identificarnos con ninguno. Menos aún, con el estar pendientes de cuándo llegará el día de desplegar nuestras alas pues, el estar en zazen es de por sí, ser oruga, crisálida y mariposa. Ser lo que somos.
Somos orugas cuando observamos todo el condicionamiento adquirido. Crisálidas, al permitirnos aceptarlos y trascenderlos al dejarlos pasar sin apegos: Y mariposa, cuando vemos y respiramos, más allá de toda discriminación.
Zazen, es la transformación humana que se actualiza en cada sentada.

No habrá mariposa sin oruga pero tampoco,  habrá mariposa si lo único que alimentamos a base de codicia, odio e ignorancia, es a la oruga, al ego desenfrenado, hasta que explote.

Shodo Rios

No hay comentarios:

Publicar un comentario