miércoles, 11 de octubre de 2017

Pequeños universos





A cada paso que doy por las veredas del barrio, la vida explota de entre las baldosas en brotes de hierba que no se detienen y se diseminan sin límites. Una planta asomada por la rajadura de una pared de otros tiempos, un racimo de hojas pequeñas color bordo que se deja descubrir por el costado roto de la caja de luz de un vecino.
Restos de un tronco que algún desamorado arranco casi de cuajo pero que no se resigna a dejarse morir, muestra pequeños hongos e hileras de tallos largos y firmes que se disgregan en múltiples hojas verde/ amarillas alzándose a la luz. Pétalos de flores silvestres lilas esquivan los restos de un auto abandonado y se alargan para alcanzar al sol por alimento y de pura utopía.
.¡Cuanto acontece de manera incesante!; cuanto espacio colmado y hablando la lengua del silencio.

Toda la vida parece decirnos mirame, levanta la cabeza de tu celular por un ratito, y mirame. Mira cómo me despliego delante de tus pasos apresurados, de cara a tus interminables preocupaciones y al miedo que a diario le compras a los diarios. Pero no, la vida no tiene ese propósito. No está pendiente de vos o de mi aguardando a que nos enteremos que está sucediendo  justo aquí y en todos lados.La vida no tiene ningún otro asunto de que ocuparse que, simplemente ser. Nada más zen que la vida.

La vida en sus interminables afectos y efectos solo se la puede captar hasta quedar empapado en ella, cuando se comienza a desandar. A desandar ideas, creencias, expectativas, mandatos. Cuando se va soltando toda certeza y se comienza a habitar la agridulce realidad de la incertidumbre y uno se deja entonces, mecer por lo que sucede, por lo probable, por lo a penas palpable y por la muerte que no se cansa de aparecer mientras nos distraemos en chucherías mesiánicas de esas que construimos a fuerza de dejar la vida misma para que otro, algo después, se la guarde.
La vida a estas alturas de la práctica, del aprender a vérnosla con nuestras sombras, va dejando para las charlas de café las diferencias y los debates porque sin siquiera buscarlo se nos aparece siempre igual, cambiante y por todos los flancos. Tan igual que ya no hay yo, ni vos, ni nosotros, ni nada que se deje nombrar; tanto que, hasta la palabra se adormece, el intelecto se apaga, quedando a campo traviesa el corazón para jugar sin marcar la cancha de otra cosa que no sea de pura consciencia.
Consciencia plena de toda mancha porque, después de todo, la mente, del mismo modo que un espejo, lo refleja todo y de nada se apropia. Con qué quedarse si todo pasa y pasa.
Cada gota de agua se escurre sin mojarla, como tampoco el fuego la quema. La mente Budica es tu mente exactamente como está ahora, arremolinada de ilusiones y transparente como el cristal de piedra jamás encontrado.

No hay modo de volver a percatarnos que somos el pulso original sin embarcarse en las profundidades del inmaculado Tao; sumergiéndonos en el barro o en la tumba donde el pequeño yo cae de puro espanto y hartazgo. como cae el telón al final de la obra a los pies del escenario.
Y es al practicar zazen que el Tao. el que todo lo crea, lo envuelve y lo devuelve, lo avienta y lo entierra, se manifiesta inmensurable en una mínima brizna de pasto.

Claudio Daniel Rios


3 comentarios:

  1. Impecable descripción. La vida misma.... Conciencia plena. Con que quedarse si todo pasa y pasa. Soltar.... Me encantó. Gracias por tan lindas palabras.
    Abrazo.

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