domingo, 5 de mayo de 2019

Si no es desde el corazón...





George Bernard Shaw (dramaturgo y escritor Irlandés), dijo alguna vez lo siguiente: "El cerebro de un tonto ve en la filosofía estupidez, en la ciencia superstición y en el arte pedantería" De ahí surge la creencia de que, si alguien adquiere conocimientos y formación académica, no solo eliminara estos conceptos equívocos sino que, además, los embellecerá al abordarlos como caminos de auto descubrimiento y evolución humana, siempre y cuando, no ponga ni convierta su deseo en un fin en sí mismo.

De ser así, esto supondría estar ante un ser humano que no ve la vida como un problema a resolver o una competencia a ganar (una especie de super héroe de historieta que, a diferencia de aquellos, acaba muriendo en su intento por poseer y controlar el mundo) sino que, se trataría de alguien que a aprendido a percibir este mundo y la vida, como un infinito misterio que invita a ser indagado. En todo caso, predispuesto a ir hasta las entrañas de sí mismo aunque para ello haya que viajar eones de vidas.
Me detengo aquí para recordar las palabras del propio Buda cuando señalo: "es más fácil que un tonto  se ilumine a que lo haga un erudito". A lo que esto alude es a que un letrado encontraría mayor dificultad en VER y conocer la realidad por estar más sujeto a sus ideas y definiciones concluyentes, mientras que quien no tenga por delante nada premasticado, podrá VER o, aproximarse a acariciar los hechos en su contexto real y sin artilugios.
Por lo tanto, en un intento por complementar el pensamiento del escritor anglosajón digo: que tu conocimiento intelectual, en lo posible  no vaya más allá de de un sentido práctico para evitar el  quedar eclipsado sólo por la estampa y no ser capaz de percibir el alma o el sentido último del ser que es, solo SER.

Algo similar ocurre cuando vamos aprendiendo a practicar zazen olvidados de querer alcanzar algún logro o meta,. Esto se debe a que pudimos advertir que de lo que esta disciplina trata, es de atender lo que nos sucede en el cuerpo en el instante en que nos detenemos a observaros. Es decir, cuando el buscador, aún advertido por la misma atención puesta en los muchos pensamientos, que como olas en el mar se elevan en la mente, no interviene queriendo sólo lo que busca, razón por la cual no consigue ver lo que hay y sucede.

Esta disciplina, para conocerla y comprenderse en estado puro, al igual que sucede con la filosofía, la ciencia o el arte no pueden prescindir del corazón, porque es desde el corazón que se sabe que se está donde sinceramente se necesita y siente.
Como el navegante que confía en las estrellas, el practicante de zazen, confía y practica, (acción indispensable para actualizar dicha confianza), en su ser despierto o búdico, aún en medio de las tormentas de temores e incertidumbres pero, sin rendirse porque sabe o intuye que, la senda correcta es la que va trazando debajo de la quilla  rumbo a la orilla de la visión correcta.

Practicar zazen, es reconocernos humanos que piensan y se distraen, que aman y lloran, que temen o ríen sea por ansiedad o, en calmada serenidad. Es saber que somos lo que ahora nos está sucediendo nos guste o no y, asumirlo con la responsabilidad de alguien que ha comprendido su parte intrínseca con  la vida a partir de las semillas plantadas y los frutos recogidos o podridos que, como alimento, volverán a la tierra para contribuir a su fertilización. Esto se entiende por, ver en el conflicto el compost que nutre el despertar.

Practicar zazen, como diría el maestro Taisen Deshimaru, "es entrar en la propia tumba". Algo así como el sitio donde van muriendo los apegos y las quisquillosas quejas y excusas que nos atan a un vivir ilusorio del cual se desprenden todo tipo de situaciones y comportamientos caóticos..

Si para comenzar nos permitiésemos admitir que hasta aquí solo supimos cultivar  un cerebro tonto,es decir, con prejuicios y crítico de todo lo que no cuadra con nuestras normas,  volviéndonos incapaces de conmovernos con las palabras de los sabios, los hallazgos de los genios o la irreverencia de los artistas, daríamos entonces, el paso hacia el zafu (almohadón de meditación) donde sentarnos en la postura de zazen, con las piernas cruzadas y la columna erigida a los cielos, guardando el silencio como un tesoro inapreciable para escuchar cuánto éste tiene para revelarnos acerca del mayor misterio, contadas veces explorado que somos, nosotros mismos.
Quizás así, de este modo, nos volveríamos filósofos que se preguntan y reflexionan, científicos que se indagan y artistas que vuelven su vida poesía.

Shodo Rios


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