“Porfi”, “Okis”, “info”, “Oli” son solo algunas de las muchas palabras mutiladas que se escriben u oyen a diario las cuales surgen a su vez, de una mentalidad también mutilada de pensamiento crítico, reflexivo o carente de razonamientos profundos.
No es necesariamente negativo que los así llamados adultos quieran ocuparse de que la vejez no los aborde de manera abrupta pero, la carrera absurda e inevitable por evitarla, no hace más que acortar el destino del que con tanto pánico se intenta escapar.
Al respecto, Marcel Danesi, profesor de antropología y autor del libro “Forever Young”, describe este síndrome colectivo: “la adolescencia se extiende hoy hasta edades muy avanzadas, generando una sociedad inmadura, unos sujetos que exigen cada vez más de la vida pero entienden cada vez menos el mundo que los rodea. La opinión pública tiende a considerar la inmadurez deseable, incluso normal para un adulto. Como resultado, cunde una sensación de inutilidad, de profunda distorsión: quienes toman las decisiones cruciales suelen ser individuos con valores adolescentes. Va desapareciendo la cultura del pensamiento, de la reflexión, del entendimiento y es sustituida por el impulso, la búsqueda de la satisfacción instantánea, (la compra compulsiva y el divertimento a toda costa) La infantilización se impone”.
Lo que parecen expresiones inocentes y hasta divertidas, como las que señale párrafos arriba, no son más que carteles luminosos que advierten de cómo el ser humano va siendo el propio autor de su acción infantil al no considerar que dichas palabras disminuidas no solo gramaticalmente sino, emocional y psicológicamente, lo van posicionando muy lejos de una vida basada en la capacidad de asumir compromisos, responsabilidades y la toma de decisiones nacidas ya no de la mera reacción sino, de un discernimiento y percepción profunda de la realidad con lo cual, la realidad pasa a ser vivida más como una película de terror habitada por zombies o ciudadanos bajo sospecha de criminalidad o delito que lo que es o sea, una paleta de hechos y acontecimientos de múltiple diversidad de acciones y vidas como consecuencia de nuestras acciones sean estas, conscientes o no.
Es sumamente importante recordar que cuanto menos vocabulario se posee y a su vez éste se destruye o simplifica al ritmo acelerado en el que se vive volviéndolo en meros ruidos honomatopéyicos, igualmente proporcional es el deterioro neurológico con sus consecuentes derivaciones en una cognición y juicio de valor pobre o incluso inexistente. Más aún, tengamos en cuenta que, no son sólo palabras las que expresamos al abrir la boca sino también, sentimientos los cuales, al reducirse drásticamente la palabra quedan igualmente rotos o bloqueados dando paso o lo que se denomina adicción es decir, imposibilidad de canalizar los que se siente por medios naturales.
Continúa diciendo Marcel Danesi: “El discurso político se simplifica, dogmatiza, se agota en sí mismo, se limita a meras consignas, sencillas estampas o slogan carentes de veracidad. Pierde la complejidad que correspondería a un electorado adulto. En concordancia con la visión adolescente del mundo, no se exige en los líderes políticos ideas, capacidad de elaboración, sino belleza, atractivo, tópicos, divertidas frases, y una imagen que conecte con un electorado envejecido en edad pero adolescente en mentalidad”.
Y lo medios audio visuales son los colaboracionistas más eficaces en agudizar esta condición adolescente que crece a pasos agigantados cuando incluso – agrega el antropólogo – “la prensa más seria promociona el cotilleo más obsceno, el chascarrillo, el escándalo, esas noticias que hacen las delicias del público con mentalidad adolescente. Resulta preocupante la fuerte deriva de la prensa hacia el puro entretenimiento, la mera diversión, en detrimento de la información y análisis rigurosos. La preponderancia de ubres y glúteos sobre la opinión razonada”.
Otro medio donde el “acné mental” no tiene parangón, lo constituyen las redes sociales donde el exibicionismo o, esa compulsión por mostrarlo todo para que en realidad no se vea lo que en verdad se siente por dentro, se ha constituido en una tribuna donde se pasa del amor incondicional a los animales (en muchos casos escapismo claro a no poder o saber cómo convivir con lo humano) a la protesta rápida y furiosa de noticias no siempre corroboradas pero que calzan como anillo al dedo para continuar reafirmándonos en nuestro bien apreciado egocentrismo temeroso como también, a contar minuto a minuto lo que se come o por donde se pasea buscando, como quién se ha perdido en las profundidades de un bosque, a que el otro, no menos perdido incluso, nos vea, nos reconozca, al mejor estilo de cuando siendo niños le pedíamos a nuestros padres que observaran nuestras destrezas sobre un tobogán o al patear una pelota.
En cuanto a mi modo de observación sobre éste ya casi endémico comportamiento adolescente digo, si no somos capaces más que de vivir protestando, pataleando o viendo quién luce más bello y ¿feliz?, en busca de un estado paternalista que nos resuelva la vida o de un idealizado deseo de éxito rápido y seguro basado en un individualismo feroz dentro de un perverso sistema capitalista que muestra la zanahoria sólo para que nadie más que ellos la alcancen, al tiempo que nuestras vidas van quedando deshilachadas por el camino en consecuencia, no quedara lugar para considerar adultamente nuestra decisiones cotidianas y sus muchos efectos inter e intra humanos a los fines de alcanzar un estadio adulto capaz de dar respuestas a nuestras propias exigencias o necesidades.
Una sociedad donde prevalece quién más grita, quien mayor escándalo protagoniza o mejores “amistades” influyentes posee no verá nunca otro horizonte que el fracaso y el sufrimiento porque aquí y en este mismo momento y cuerpo, la realidad palpita a pura sangre pero no se la siente porque suena justo un celular que pide y ordena insaciablemente más y más a costa de vivir cada vez menos humana y espiritualmente.
Ninguna vida humana conocerá el sentido real de estar vivos si no comenzamos por vernos a nosotros mismo en cuerpo y alma a causa de cultivar la negación o la evasión y abocados, a costa de la propia vida y la del planeta, en alcanzar un horizonte que, como bien cantaba el nano Serrat,” cuanto más voy pa´ ya, más lejos queda y cuanto más deprisa voy, más lejos se va”
Y lo que se va, no es tan siquiera el horizonte sino, la vida misma debajo de un sinfín de chucherías, chusmerio y agresiones que convierten la mente y sus múltiples funciones neuronales en un manojo de simples berrinches infantiles donde de seguro se muere de inanición, además de las células cerebrales, no será únicamente el cuerpo físico sino, el alma o el espíritu.
Que todo pasa es cierto pero, cómo pasa y qué queda, es nuestra responsabilidad, la única condición verdaderamente espiritual que se necesita practicar para dejar de berrear cual infantes y crecer.
Claudio Daniel Rios