Puestos a
la tarea de lograr que se cumplan nuestros planes, no siempre caemos en la
cuenta de lo importante que resulta la intención con la que esa búsqueda se
realiza pues, lo que resulte de ello estará, invariablemente sujeto a esa
intencionalidad. De ahí que sea tan necesario agudizar nuestra percepción.
Lo que a
continuación relato sucedió entre agosto y septiembre del año 2012 y, es sólo
un ejemplo que, al menos en mi caso, lo confirma.
Amo la
música desde que tengo uso de razón, o quizás, desde mucho tiempo antes.
Que en casa
se escuchase música clásica, folclore, tango o jazz era tan natural como el
café con leche y las tostadas del desayuno.Como toda buena película, mi vida también ha estado muy bien musicalizada: Mercedes Sosa, Pugliese, los Beatles, Charly García, Led Zeppelin, Miles Davis, Serrat y tantos, tantos más que no nombraré o acabaré convirtiendo este post en una lista interminable de artistas entrañables.
Escuchar
música, bailarla y hasta difundirla por radio, como hice durante varios años en
emisoras locales, han sido algunas de las maneras de vincularme con ella hasta
que, por estos días y cerca de cumplir mis cincuenta años, decidí que era hora
de ponerme del otro lado del mostrador y ser yo quien la toque, o al menos, lo
intente. No quiero irme de este hermoso planeta sin haber puesto en mis manos
el instrumento que me permita, limitaciones más o menos, sentir el inmenso
placer de vibrar al ritmo del blues, del jazz, de una simple balada o de lo que
mis manos y mi alma se atrevan a tocar.
A
principios de agosto, tomé la decisión de buscar quien me enseñase a tocar
flauta traversa. Para ello, fui a ver a un amigo de la infancia quien posee un
profundo conocimiento en estos menesteres. Cuando nos encontramos y comenzó a
darme su opinión acerca del instrumento, todos comentarios por demás
favorables, por supuesto, surgió en mi cuerpo la clara sensación de que no era
ése el instrumento con el que me tendría que encontrar. La percepción fue lo
suficientemente clara para que no hubiese lugar a dudas. Sin embargo, y
sabiendo que no ponía en riesgo nada ni a nadie, me decidí ir en su búsqueda y
ver qué pasaba.
Estuve
cerca de un mes entregado a la tarea de hacer realidad mi sueño, hasta que los
hechos no hicieron más que confirmar aquella presunción que tan vivamente se
manifestara en mí durante el encuentro con mi amigo. La situación indicaba una sola salida, dejar de buscar. Y así lo hice. No, no abandoné las ganas ni el entusiasmo por estudiar música, tan sólo solté la intención de que las cosas estuviesen sujetas a una idea de cómo tenían que suceder.
Un par de
días más tarde, y con mi mente lejos de toda meta, al menos concientemente, me
senté en zazen como todos los días cuando espontánea e imprevistamente, visualicé
el instrumento que tanto me ha gustado desde mis dieciocho años, el bajo
eléctrico. Por aquel entonces, finales de los años setenta y principios de los
ochenta, sonaba por estas tierras una banda que amé incondicionalmente, llamada
Serú Girán, integrada por un verdadero “dream team” de músicos argentinos:
Charly García, David Lebón, Oscar Moro y el bajista que me provocó el amor por
ese instrumento, Pedro Aznar. Vale aclarar que hasta el día de hoy, Pedro
continúa siendo uno de mis artistas predilectos.
Ese sonido
tan bello y particular que Aznar lograba sacarle al bajo y que tanto me
conmovió venía de un gran maestro como fue Jaco Pastorius. Ahora bien, y para
ir redondeando, les cuento que esa misma semana encontré profesor de bajo,
compré el instrumento y ya estoy estudiando.
Hacer sin
esperar nada a cambio. Evitar las especulaciones o manipulaciones que fuercen
las cosas. No buscar, no desear. ¿Cuántas veces hemos oído o leído frases como
éstas?
Cuántas
veces pudimos seguir el orden natural de ese “no buscar” sin obsesionarnos, sin
toda esa carga de ansiedad y temor hasta descubrir para nuestro asombro que lo
que necesitábamos, quizás más que lo que queríamos, se hacía realidad.Dar sólo los pasos que nadie puede dar por nosotros mismos. Estar en lo que hacemos con atención plena. Escuchar al cuerpo y reconocer en esa escucha lo que verdaderamente está ocurriendo y no lo que la cabecita condicionada quiere que suceda.
No sé si necesariamente se trate de perder el control. Prefiero eso de soltar amarras y confiar en que se puede viajar hacia los lugares y situaciones menos imaginados, esos sitios que el corazón conoce y la mente discierne.
En fin,
evitar empujar las cosas y permanecer vivo y presente a cada instante para ver
claramente las señales y así poder seguirlas, avanzando, girando un poquito
para un lado u otro, deteniéndonos, o esperar a que cada cosa siga su marcha en
tiempo y forma mientras nosotros continuamos con nuestras actividades
cotidianas, casi olvidados de eso que tanto anhelamos porque, en realidad, si
como dirían los Beatles, lo dejamos ser, será.
Publicado por Claudio