viernes, 9 de noviembre de 2012

Jugar, jugar


 
 
 
Desde hace unos días, fui implementando en mis clases el juego grupal.
Al hacerlo, siento que este aporte, amén de ser recibido con agrado por mis alumnos, nos ayuda a practicar la atención plena ahora desde el compartir con el otro y con ese “otro” que llevamos dentro, como diría uno de mis alumnos que, a decir verdad, no es otro que  nosotros mismos y que, a partir del juego, se comienza a vislumbrar ya sea porque nos pone de frente con el placer y la vitalidad, o con el ridículo de ¿cómo yo, adulto, voy a ponerme a jugar? En cualquier caso, y una vez que el juego se echa a andar, es mucho más probable que con la participación activa de todos los involucrados, recuperemos la capacidad de jugar con total respeto y libertad en lugar de continuar aferrados a una vieja y acartonada estructura.
 
Johan Huizinga, en su libro Homo Ludens, dice: “el juego auténtico constituye una de las bases más esenciales de la civilización. Es decir, el jugar forma parte de nuestra historia, nos define como personas y como comunidad”.
Pese a ello, los adultos solemos olvidar estas capacidades e inclusive volvernos serios o, mejor dicho, solemnes, como si todo lo que hacemos fuese en sí mismo “importante” y por ello más digno de atención que el mundo lúdico, creativo y espontáneo de los chicos.
 
Creo que parte del asunto de creer que como adultos debemos ser serios siempre es a causa de habernos convencido de que “somos lo que hacemos”, cuando en verdad, hagamos lo que hagamos o no hagamos nada, ya somos. Pero, si sostenemos que ser es hacer, se entiende que acabemos confundiendo la persona con el personaje, o sea, el Dr. fulano de tal termina siendo “más importante” que la persona en sí, al punto de ser ésta la manera más habitual con la que solemos presentarnos ante los demás.
 
Recordemos cuando de chicos decíamos: ¿jugamos a que somos...? Y ahí íbamos, seguros de ser indios, cowboys, almaceneros o mamás de muñecas plásticas. Para el caso, lo que contaba era creer a pie juntillas que eso era cierto, de lo contrario no hubiésemos podido jugar nunca. Ahora bien, salvando las distancias y sin ánimo de minimizar nuestras profesiones u oficios, cuando los ejercemos tan convencidos de “ser eso”, ¿no hay un poco de actuación en ello? Digo actuación y no falsedad. Que quede claro. Actuación que probablemente surja del mejor lugar de cada uno pero, si miramos un poquito en perspectiva, notaremos cierta cuota de teatralidad sin la cual, quizás, no nos sea posible llevar ese rol a cuestas. Rol que termina dañándonos cuando nos mimetizamos con él y lo cargamos de manera permanente a todos lados, en lugar de comprender que ese rol tiene tiempo y lugar limitado.
Lo que no está limitado, salvo por nuestros propios condicionamientos, y sobre todo cuando estos no son detectados desde su costado más negativo, es el ser. Descubrirlo, puede requerir de volver a jugar y sorprendernos de que aún está aquí, justo aquí donde nos encontramos.
Jugar con el cuerpo, con los colores, los sonidos, las formas o lo que cada uno sienta deseos y posibilidades de jugar.
 
 
 
Pensando un poquito más profundamente, en lugar de menospreciar el juego, podríamos preguntarnos si algo o muchas de nuestras cualidades y habilidades no son el resultado de haberlas aprendido y practicado durante los juegos de infancia. O acaso, y a modo de ejemplo, ¿el animarnos a andar en bicicleta o saltar de un trampolín aún a riesgo de caernos no pudo ayudarnos a que hoy nos animemos a tomar decisiones arriesgadas?
O saber relacionarnos con los demás y crear equipos de trabajo, o simplemente el poder estar con otros en paz y armonía aunque no estemos de acuerdo en algo, ¿no fue a causa de haber sabido jugar en equipo con nuestros amigos del barrio?
 
El adulto que se adentra en el juego, al igual que un niño, está más preparado para soltar sus viejas trabas y represiones y abordar más creativamente las nuevas situaciones que presente la vida. También aprende a relacionarse con sus emociones expresándolas más sincera y naturalmente.
 
 
En términos de salud, jugar aporta los siguientes beneficios, entre otros:
Reduce el estrés.
Estimula el sistema inmunitario.
Sube la moral y combate el aburrimiento.
Aumenta la energía y la vitalidad.
Fortalece las relaciones personales.
Inspira la creatividad.
Atrevernos a jugar es atrevernos a mirarnos tal cual somos; sí, con lo que nos gusta y lo que no nos gusta, también. Después de todo, no somos perfectos, como tampoco lo son los juegos. Lo único que se requiere es tener ganas de jugar.
Yo voy a jugar; vos, ¿querés venir a jugar, también?
 
Publicado por Claudio
 

4 comentarios:

  1. Qué bueno "Homo ludens", pese a ser un buen tocho, es muy recomendable.

    Qué buena esta entrada que ha hecho que me dé cuenta de que si lo pasé bien de niña jugando... de adulta ¡mucho más!

    bss :)

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    1. Me alegro mucho, Ane que puedas reconocer en este momento de tu vida lo bien que la pasaste di niña, gracias a observar cómo estás y vivís hoy. Buenísimo.

      Abrazos

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  2. Me gusta la propuesta de sumar el juego a las clases de Chi Kung. Resulta una actividad divertida, despierta la imaginación , es una agradable manera de alimentar la unión y la comunicación en el grupo y si se trata de crecer disfrutando la vida:“bienvenido el juego”!!!!!
    Abrazo

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