viernes, 10 de junio de 2022

El valor de lo ordinario



La espiritualidad es la capacidad de descubrir lo extraordinario en lo ordinario.

Mientras se ocupa tiempo, dinero y energía en buscar lo espiritual en lugares místicos, exóticos o supuestamente trascendentes, como a través de prácticas que de por sí, son reducidas a ese sentido por no saber ver que se trata de medios para adentrarse en el propio espíritu, lo verdaderamente esencial ocurre donde estamos y con lo que estamos viviendo, pero, con la atención en lo externo, pasa desapercibido, con el riesgo de llevar toda una vida buscando algo que no es más que una idea de "espiritualidad" y sin llegar a comprender qué, espíritu, es la energía que nos anima o sea, la chispa divina del alma y, esa alma, es la que le da su sentido de SER a este cuerpo humano. Por supuesto, esto se aprecia siempre que no terminemos prendados a ideales, dogmas o doctrinas o, a los caprichos del ego que, para el caso, es más o menos lo mismo, pues, por buscar la otra orilla, se acaba especializado en la navegación y se pierde el sentido del viaje que no es otro que ir hacia uno mismo. En otras palabras, hacemos del medio un fin.

La práctica espiritual sucede cuando comprendemos que nuestras vivencias son una oportunidad para ver desde dónde es que escogemos o rechazamos cada cosa por mínima e insignificante que nos parezca pues, esa acción pone sobre el tapete aspectos tanto psicológicos y mundanos como espirituales. Razón de más para valorar el suceso y ver qué descubrimos de nosotros y nuestra condición humana, a efectos de ir puliendo y suavizando las asperezas atascadas en lo que ignoramos y tememos.

Explicado de otro modo sería así. ¿Cuántas veces nos escuchamos decir que algo no es para nosotros o no nos interesa, apelando a una o más justificaciones, cuando en verdad lo que nos impide hacer o tomar una decisión, son esos miedos de los que hablo? 

Puede tratarse de una inversión económica importante, comenzar un nuevo emprendimeinto, una relación de pareja o traer niños al mundo. El asunto se devela cuando aceptamos el reto de sumergirnos en la aventura de lo nuevo, para que lo viejo y enquistado se muestre de manera irrefutable e inequívoca, para poder verlo, nombrarlo, miedo a...(ponerle nombre al miedo ayuda a exorcizar, a quitarle peso) y descubrir lo verdadero de lo falso. En el mejor de los casos, el potencial oculta detrás del trauma o de la herida que, al volver a ver la luz que emana de una mente esclarecida y recuperarse al sol y al aire renovado tras abandonar el lastre y la oscuridad.

Ser espiritual, es lo que ya somos, ahora, toca vibrar en esa corriente de luz, para lo cual es preciso, insisto, ir al fondo de lo aparente, de la imagen que hemos construído con la que nos mostrarnos al mundo, hasta dar con lo duro y oscuro de nuestra condición humana. Una alegoría muy propia del Budismo es: “Debajo del barro, yace el diamante, prístino y brillante de nuestro ser”.

El cuerpo no miente porque de mentir no sabe. De lo que sí es experto es en sentir y responder a lo que siente advirtiéndonos de qué va la cosa para que juntos, la mente y el cuerpo, dejen de lado las rencillas que el ego infantil produce con cada una de sus estocadas y crezca. Crezca con el dolor y a través de él, porque al parecer, no hay otro camino posible cuando por vivir hemos confundido “tener” con “ser.”

Es hora de rescatarnos de nosotros mismos, de parirnos y darnos a luz; nacer definitivamente.

Daniel Shodo


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