viernes, 25 de enero de 2019

Caen flores...





Alguna vez el maestro Eihei Dogen, fundador de la escuela de Budismo Soto zen, a la que pertenezco, dijo: "Las flores caen, aunque las amemos; y la hierba crece, aunque no la amemos".

La sentencia, no era una invitación a la resignación sino, a comprender la impermanencia o transitoriedad de toda existencia y también, a que evitásemos apegarnos tanto a lo que amamos como a lo que no y así, evitar el sufrimiento que esto acarrea.
Nos guste o no, toda vez que resistimos o luchamos para que los acontecimientos cuadren según nuestros deseos, sólo obtenemos más de lo mismo, sufrimiento o insatisfacción.

Las dos situaciones a las que Dogen alude, son condiciones naturales y propias de toda expresión de vida como de los objetos inertes que, del mismo modo, se degradan hasta desaparecer. En consecuencia, se trata de aprender a soltar lo que "nos gustaría" para poder ver lo que ocurre en su contexto correcto.
Aceptar lo que ES, justamente, es lo único que hace caer el velo de la ilusión, reconociéndola como tal y así, ver la vida sin maquillaje. Aceptar es todo lo que se precisa para producir el cambio. Aceptar, en última instancia, es la senda por donde la vida se atraviesa apreciando lo que hay, empaparnos de ello para luego, dejarlo continuar su viaje y nosotros el nuestro sin voltear atrás.

Observar sin intervenir, (a esto se le llama zazen o práctica de sentar en la calma y el silencio) no remite a no hacer nada sino, a que una vez captada la realidad y desvestida la ilusión, sintamos la gratitud de poder oler las flores de ese día o, si fuese el caso, arremangarnos para quitar la hierba dejándola a los pies de las flores porque ese es el compost necesario para que ellas crezcan en nuestro jardín y en nuestra alma más bellas y coloridas.
En otras palabras, donde está la vida, está la muerte y, donde se haya el camino, está el caminante.

Gassho

Shodo Rios



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