sábado, 25 de septiembre de 2010

Comer, comer...

En la cocina y sobre la sartén se calienta el aceite de oliva; los ajos, las cebollas y ajíes crujen y se doran. Las verduras esperan su turno.
Corto remolachas, zanahorias, chauchas, choclos, hongos; no sin probar algún pedacito como aperitivo y para sentir el sabor original sin condimentos. Sin apuro, ellas también se van dejando caer en la sartén. Se juntan, se mezclan, se comparten, se nutren, empapadas en su propio caldo; es una fiesta para mis ojos, y sin duda, lo será también para mi boca.
Destellan vivazmente los colores. El humo, el KI, como dijera un cocinero japonés en la tele, se eleva en arabescos, y la cocina, la casa, yo y todo olemos a vida, a pimienta, con apenas un pellizco de sal y romero.

Comer, comeeer... comer, comeeer es lo mejor para poder crecer... Así cantaba un viejo amigo brasileño a la hora del almuerzo o la cena. Un tipo fantástico y gracioso como pocos que amenizaba el momento de comer prologándolo con esta canción infantil.
Creo que ahí empecé a darle a ese momento del día un valor y respeto como nunca antes. Sentarme a comer no sólo por el placer de hacerlo, sino por el hecho de considerarlo una bendición.

Entre mis alumnos suele ser tema de conversación la comida. Qué comer, cómo, de qué manera. Trato de aclararles que no soy un experto en alimentación y que tan sólo me vengo ocupando del asunto un poco por intuición, otro tanto por asesoramiento de mi amiga Mónica, vegetariana desde hace muchos años, y sobre todo, a base de prueba y error; es decir, experimentando, poniendo un poco de esto y otro poco de aquello, mezclando... Y por supuesto, a veces acertando y otras... para qué contar. Eso sí, todo hecho con mucho respeto, placer y amor.
Esto motivó el pedido de algunos de ellos para que escribiera y subiera al blog algunas ideas, recetas, sugerencias y otros ingredientes que pudieran guiarlos un poquito en cómo encontrar el camino hacia una alimentación sana, práctica y espiritual.

Bien, me pongo el delantal y comienzo esta “receta” reescribiendo las palabras de un señor considerado por mí un guía espiritual y gourmet muy divertido y querido, llamado Edward Espe Brown, quien fue ordenado monje zen en el año 1971 en manos de un gran maestro zen como Shunryu Suzuki.
E. E. Brown fue director, presidente, administrador, profesor y jefe de cocina del Centro Zen de San Francisco (USA).
Un día llegó a mis manos, por obsequio de mi amiga Mónica, uno de sus libros, titulado La Cocina Zen. De ahí extraje estas palabras que ahora comparto con ustedes. Si gustan, mojen el pan en el juguito.

Empecé a cocinar en la misma época en que comencé a practicar meditación zen, en 1965. Esas dos actividades han enriquecido mi vida de tal forma todos estos años que ahora me parecen inseparables. Me entusiasma la interacción entre la práctica espiritual formal y la vida cotidiana. Al fin y al cabo, aquí es donde vivo: con cosas que no son sólo cosas, y con un significado que puede ser más real que las cosas. Quiero que lo espiritual llegue a la cocina. De otro modo está vacía de significado. ¿Qué hay para almorzar?

Cocinar no es un simple medio, que consume tiempo para conseguir un fin, sino que es en sí mismo curación, meditación y nutrición. En un cierto punto mi profesor de zen Shunryu Suzuki me comentó: “No trabajas sólo comida, trabajas contigo mismo, trabajas con otras personas”. Nos vendemos muy barato cuando nos contentamos con el alivio y la gratificación inmediatos y no vemos que con el trabajo es como mejor manifestamos nuestro amor.
Cocinando compartimos el esfuerzo que sostiene nuestras vidas, compartimos la abundancia de nuestro mundo. Cebollas y papas, manzanas y lechugas están íntimamente ligadas con el cielo y la tierra, el sol y el agua del mundo. Dando y recibiendo es cuando lo hacen mejor.
Así pues, trabajar con la comida, con tantas cosas vivas, también puede ser una expresión de sinceridad y reconocimiento. Honrando los ingredientes podemos llegar a dar, en la comida, lo mejor que hay en nosotros mismos y en los demás.

Muchas de nuestras dificultades individuales y sociales provienen de la compartimentación arbitraria de nuestras vidas. El trabajo es lo que hacemos para vivir, y tan a menudo no nos compensa, que se convierte en algo que evitar. Cocinar nos ofrece una metáfora y un vehículo para hacer de nuestras vidas un todo: encontrar placer en trabajar con la comida en lugar de pensar que el placer llega sólo cuando termina el trabajo; experimentar las sencillas alegrías de crear con trigo y maíz, tomates y lechuga, en lugar de pensar en no tener que relacionarse con nada.
Hemos olvidado lo que realmente nos alimenta y no logramos conectar con las cosas; la vida se vuelve vacía y sin color. Ver la comida sólo como combustible o como una cosa es empobrecedor. El zen se refiere a veces a la iluminación o la realización, como “lograr la intimidad”; es, de hecho, tocar y conocer con la experiencia; digerir y crecer. No se puede ser más íntimo que con la comida, pues se convierte en nosotros.
Lo denominado espiritual no puede separase de lo denominado material. El alimento espiritual está al alcance, pero tenemos que tomarlo, olerlo y probarlo.
Cocinar, pues, es vida, es aprender, es percibir. En fin, no hablemos tanto y comamos. Y no seamos frívolos con lo que nos metemos en la boca. Saboreemos todas las bondades de cada bocado de comida, ya que tenemos capacidad para hacerlo y ser conscientes de crecer y nutrirnos unos a otros.

¡Ah! Rico, ¿no? Con estas palabras de mi estimado Edward Espe Brown, comienzo a seleccionar los alimentos, cacharros y utensilios, por decirlo así, para que en encuentros posteriores les vaya pasando algunas recetas y comentarios de qué, cómo y cuánto comer. Por ahora, y para que vayan picando, les paso esto: Podemos comer lo que nos plazca, lo que necesitemos o queramos probar por primera vez, pero les sugiero hacerlo prestando especial atención al estado mental y emocional de ese momento, pues, aunque tengamos delante nuestro un suculento plato de verduras orgánicas, poco bien nos aportará si estamos, al mismo tiempo, mirando noticieros, discutiendo o abarrotados de pensamientos complicados o preocupantes.
Disfrutemos agregando a nuestros platos los ingredientes que deseemos, ¡¡¡pero estos no!!!
¡Bon appetit!


Publicado por Claudio

sábado, 18 de septiembre de 2010

Olvidarse de uno mismo

Era domingo al mediodía y salí a caminar un rato hasta una zona arbolada cercana a mi casa, con la intención de moverme un poco.
Una vez allí y luego de andar un par de kilómetros a paso ligero entre las gentes y los árboles, decidí estirar mis músculos.
Durante el proceso de elongación sentí que lograba escuchar a mi cuerpo pidiéndome que le diera el tiempo suficiente para que ese estiramiento se fuera produciendo del modo que él lo necesitaba. Lentamente me rendí a su reclamo y allí permanecí por varios minutos. Trabajando sobre una pierna, luego la otra; sin prisa y con mucha calma.
Al finalizar, y con ambos pies sobre el césped, me asombró la transformación energética que se produjo, por decirlo de alguna manera, la cual me impedía hilar cualquier pensamiento lineal.
Y es que mi cuerpo no pesaba, no dolía, ni siquiera daba señales de cansancio.
Noté que todo en mí y lo que me rodeaba estábamos fraternalmente unidos y compartiendo la existencia sin resquicio por el que se pudiera colar ningún análisis. Nada era necesario ser explicado.

El viento, el cielo, la gente, los árboles, los pájaros, todo reinaba en total ecuanimidad; tanto que me hubiese sido difícil decir dónde empezaba o terminaba cada cosa.
Sentí que podía permanecer en ese estado eternamente.
Mis pasos se volvieron etéreos, mi respiración amplia, mi sonrisa al viento, mis ojos mirando sin buscar nada, y en el pecho crecía un corazón luminoso que se andaba de guiños con el sol que de a ratos asomaba.

Ese estado de serena alegría es lo que somos, debajo de todos nuestros conceptos, prejuicios, ideas y deseos. Aquí donde estamos, cuando trascendemos los opuestos y complementarios, no hay conflicto, sólo la vida expresándose libremente, sin trabas, como una orquesta sonando afinada y en concordancia.
Hasta que pifiamos una nota y ahí estamos otra vez, desentonando bajo la batuta del ego.
Pero lo que rescato de estas experiencias es que nos prueban qué es verdad y qué falacia. Qué es lo que en realidad nos vuelve pesados o densos y lo que nos sutiliza o aligera.
Nos pesa toda vez que empujamos en contra de nuestra verdadera esencia, y nos alivianamos de esa carga cuando vivimos en el amor, pues, lo único que podemos sostener sin desmayos ni quejas es lo que amamos; el amor, porque eso somos.

Creo que a esto se refiere el texto que leerán más abajo, es decir: Salí con una idea y cuando se volvió acción, me olvidé de la idea. Me propuse aliviar los dolores de mi cuerpo, y cuando escuché a mi cuerpo, me olvidé de los dolores. Cuando me olvidé de mi cuerpo, no me fueron necesarias las palabras.

Los canastos de pescar existen para los pescados; cuando ya se tienen estos, se olvidan los canastos. Las redes para cazar liebres existen para las liebres; cuando ya se tienen éstas, se olvidan las redes. Las palabras existen para los pensamientos; si se tienen los pensamientos, se olvidan las palabras. ¿Dónde encontraré un hombre que olvide las palabras, para poder hablar con él?
Chuang tse

Publicado por Claudio

sábado, 11 de septiembre de 2010

Zazén: O cómo rejuvenecer sin cirugías

Permítanme comenzar esta narración recordando las palabras de un viejo sabio: El hombre, cuando nace, es blando y flexible; cuando muere, queda rígido y duro. Las plantas, al nacer, son blandas y flexibles; cuando mueren, quedan duras y secas.
Lo duro y lo rígido son compañeros de la muerte. Lo blando y flexible son compañeros de la vida.
- Lao Tse.

Bien sabemos que no podemos evitar que el tiempo pase. Que nos desgastemos, nos volvamos viejos y muramos.
Pero sí creo, sinceramente creo que está en nuestras manos que el tiempo no transcurra en vano. Que lo que hacemos cada uno con su tiempo hace la diferencia. Mientras yo escribo estas palabras, vos plantás un árbol y otro siembra el caos. Todos al unísono y al mismo tiempo.
Que el tiempo que llevemos de caminar la tierra sea bello y pleno, como digo, depende en parte de cada uno, y de esto se desprende la inevitable pregunta. ¿Cómo lograrlo?

Primero: sinteticemos la búsqueda tachando de la lista toda salida fácil, rápida y barata.
Segundo: Empezar por dar el primer paso. Paradójicamente, parando.

En mi caso, y en el de muchos a lo largo del mundo, parar nos condujo a sentarnos en zazén.

- ¿Y qué es zazén? Zazén es una palabra de origen japonés que significa “za”: sentarse; “zen”: meditación.
¿Y cómo se hace? Simple. Te sentás sobre un almohadón redondo con las piernas cruzadas, la columna derecha...
- Es decir que, durante los minutos que dure la meditación, nos ocuparemos de observar nuestro cuerpo.
Y también la respiración. Por la nariz, tranquila. Sin artilugios, ni sobreesfuerzos.
- ¡No parece fácil!
Fácil, difícil. Son sólo palabras. Muchas veces apropiadas para no hacer aquello que podría otorgarnos algunos beneficios.
- ¿Cómo cuáles?
Calma, confianza, creatividad, amorosidad, respeto...
- Es que yo... ahora... justo que ando con este dolor de espalda, y mi familia... y los horarios del trabajo...
O que es tarde, y el clima... Sí, sí. Entiendo.

Lo interesante del caso es que esta batería de problemas que plantea el personaje de mi narración son algunas de las razones por las cuales se hace necesario echar mano de “algo” que nos permita no envejecer prematuramente; no volvernos como el árbol, seco y quebradizo antes que despunte el día.

La práctica diaria del zazén, de esta intimidad con nosotros mismos, y la ecuanimidad emocional a la que accedemos, la denomino: rejuvenecimiento sin cirugías.
Y explico. Cuanto más corremos escapándonos de la vejez, más rápido llegamos a ella. ¿Por qué? Pues, porque para correr todo el tiempo física y mentalmente se necesita tener mucha energía. Energía igual a: sangre, oxígeno, voluntad, tiempo, espacio, dinero, etc.
Cuanto más velozmente usamos nuestro caudal energético, más velozmente también lo consumimos (a mayor fricción por el aceleramiento, mayor calor, mayor consumo y menor rendimiento en todo sentido). A todo esto se suma el reabastecimiento de lo agotado, que pocas veces efectuamos adecuadamente. Esto sería, dormir varias horas profundamente, descansar con más asiduidad, comer más frugalmente. Mantener mayor contacto afectivo, en cantidad y calidad, con las personas que queremos. Realizar juegos, gimnasias o actividades recreativas y paseos en o cerca de lugares poco contaminados o enriquecidos con oxígeno puro. Contentarnos con lo que tenemos, que muchas veces es más de lo que nos hace falta, y pedir menos. Pero... siempre hay un pero, ¿lo hacemos?

Si en algo de todo esto no nos ocupamos, difícilmente podremos recuperar las pilas gastadas.
De manera que valdría la pena cuestionarnos si tiene algún sentido tanto dinero invertido (tirado) en cosmética, botox, pastillas, cirugía y otros menesteres estéticos, si nada de lo que aquí comento hacemos. Lamento recordarlo pero... “No son las arrugas de la cara las que determinan la vejez, sino las del alma”.

Entonces, ¿hay que sentarse a meditar para obtener algo?
Otra vez mi personaje preguntando.
No. No nos sentamos esperando a que algo específico suceda. Aunque al principio de la práctica es esperable hacerlo con esa intención. Pero luego, con el tiempo de estar allí, intimando, como dije antes, con nosotros mismos, vamos notando que a lo que llamamos metas u objetivos, en realidad, se trata más bien de respuestas que el cuerpo nos da, desde el dolor y la ignorancia, y que luego se transmutan en aclaración o visión de nuestra existencia. O sea, buen uso de nuestra energía y tiempo.

Por eso, el zazén es para mí un lifting de rejuvenecimiento, pues, aunque no volveré a ser tan tierno y flexible como al nacer, sí sé que en la medida que pueda dejar caer mis durezas mentales y corporales, mi savia vital se incrementará circulando casi sin impedimentos y más que un sobreviviente, me sentiré flexiblemente vivo.
¿Nos sentamos?


Publicado por Claudio

domingo, 5 de septiembre de 2010

Conciencia y movimiento


Nuestro cuerpo es capaz de mantener un saludable equilibrio de la actividad fisiológica, pero, para que esto suceda, el Ki, o la energía vital, debe circular constantemente a través de cada uno de los meridianos o canales de energía vinculados con nuestros órganos y vísceras, en una secuencia ordenada.
Quiero señalar que toda vez que se lea la palabra “cuerpo” en esta nota equivale a: cuerpo físico, mental, emocional y espiritual.

Se produce la enfermedad cuando hay un estancamiento de KI en algún lugar de estos meridianos. Aunque se haga algo para mejorar la fluencia de esta energía en el punto de estancamiento, en tanto y en cuanto no se elimine la causa básica de dicho bloqueo, la enfermedad se reproducirá, pues no se ha eliminado la raíz del problema. Llamo “causa” a poder comprender el mecanismo de aquellos hábitos, comportamientos y costumbres que llevaron a la aparición de la enfermedad. Enfermedad que se revela en el campo físico, pero que, a decir verdad, comienza en los cuerpos sutiles, como la mente y las emociones. De manera que cuando el nudo no puede ser desatado en esos cuerpos, el físico es el que termina mostrándonos más claramente lo que ocurre.
Los ejercicios de CHI KUNG se realizan en una secuencia específica para facilitar la fluencia de KI en el orden apropiado a través del cuerpo.

El principal órgano responsable de la circulación de KI es el corazón, considerado en la medicina oriental como soberano de todos los otros órganos. La función del corazón puede considerarse como similar a la conciencia de un individuo. La conciencia actúa uniendo muchos elementos diferentes de manera que formen una totalidad unificada. O dicho de otro modo: la conciencia nos devuelve la memoria de que, en realidad, nada está separado y todo se mueve dentro de esa unidad, manifestándose de formas diferentes. La ola en el mar se hace visible por su movimiento y tamaño, pero no es distinta de su origen, de hecho, cuando se agota como tal, vuelve al mar sin que nos sea posible volver a distinguirla.

Por estos días, la neurocardiología está descubriendo lo que para muchas culturas ancestrales fue y representó siempre este maravilloso órgano, el centro de control de nuestra conciencia o la conciencia misma. Algo así como un segundo cerebro, o quizá el más importante de los dos en esto de actuar en concordancia con las sensaciones básicas y elementales de nuestra naturaleza intrínseca. La que se expresa sin los preconceptos ni resistencias nacidos de nuestra crianza, educación, formación académica o cultural.
Esta conciencia, la del corazón, es capaz de actuar antes que el propio cerebro a la hora de evaluar lo que ocurre en nuestro interior, como también a nuestro alrededor, a partir de la intuición.
Hoy se sabe que el corazón envía más señales electromagnéticas al cerebro de las que recibe de éste. O que el corazón tiene memoria de corto y largo plazo, y que se pueden medir sus ondas electromagnéticas a varios metros de distancia, mientras que las del cerebro sólo se captan a unos pocos centímetros.

Su latido marca el ritmo de cada célula y, cuando está en sintonía con el cerebro (hacer lo que se siente y se piensa), ambos logran que podamos llevar una vida más calmada y en paz.
Aunque resulte difícil de creer, también puede, y así se ha demostrado, influir en terceras personas, es decir, cuando por ejemplo vemos a alguien comportándose hacia otros con amor, altruismo y compasión, nuestro corazón se sincroniza con el de ellos, aunque los involucrados nos sean totalmente desconocidos, ratificando que no sólo nos alimenta lo que entra por la boca.

Se ha probado en laboratorios con personas que se encontraban delante de una computadora mirando imágenes de diversa índole, las cuales no eran seleccionadas por ellas, cómo el corazón podía anticipar sensorialmente la imagen siguiente antes de que ésta fuera vista por el ojo humano.
Atendiendo a esto, el CHI KUNG y la MEDITACIÓN (de igual modo puede ocurrir con otras disciplinas o expresiones artísticas) nos permiten vivenciar la presencia de esta conciencia que nos aporta el corazón, ya no sólo como órgano que bombea sangre.
La conciencia actúa como el centro hacia el que son atraídos los diversos componentes, organizándose a su alrededor para trazar una distinción entre el ser y el no ser.

Cuando trazamos un círculo, decidimos primero el centro y luego trazamos a su alrededor el círculo. Sin embargo, el centro y la periferia se forman simultáneamente.
La vida, que se ha originado como una faceta de la naturaleza, fue dotada quizá con la capacidad de servir como parte integrante de la totalidad de la naturaleza uniendo elementos separados. La capacidad de distinguir una parte de la totalidad creció con el desarrollo de la conciencia y comenzaron a aparecer sobre la tierra organismos que podían adaptarse libremente a las contingencias, gracias a la modificación de su conducta, que les llevaba a ajustarse a las circunstancias. Esa es la función de nuestra conciencia.
Mediante el trabajo de la conciencia humana, se crearon cosas que nunca habían existido en la naturaleza, y la socialización, el lenguaje y la especialización en el trabajo condujeron finalmente a la creación de la civilización.

Sin embargo, hoy en día, las creaciones del hombre, habiendo llegado demasiado lejos en la dirección de la mente consciente, se van alejando cada vez más de la esencia de la vida.
Como las palabras se desarrollaron por la necesidad de la mente consciente de distinguir las cosas, calificarlas, enumerarlas, etc., es natural que convengan más para explicar los asuntos pertenecientes a la esfera de la mente racional. Ser lógico es ser coherente con los conceptos verbalizados y el pensamiento racional tiene lugar dentro del medio de las palabras.
Las expresiones utilizadas por los occidentales son convenientes para explicar el mundo físico porque el ser y los otros se distinguen claramente. En japonés, sin embargo, las expresiones tienden a enfatizar el significado interior, o el “corazón” de las cosas, por lo que ese significado resulta a veces vago para los extranjeros. A pesar de ello, hay ocasiones en las que una utilización menos rígida de las palabras resulta más útil, pues puede ser un medio de comunicación, corazón a corazón, que transmita cosas que estén más allá de las palabras.

Los movimientos de Chi kung se ejecutan siempre como una secuencia total de acciones, y por tanto, son en gran parte inconscientes. Lo que se intenta decir es que la mente consciente sólo dirige el comienzo y el final de los movimientos sin implicarse en la ejecución de todos los detalles de estos. La mente consciente sólo funciona en una gama especial limitada y actúa principalmente en estructuras de tiempos fijas.
Cuando aprendemos una serie nueva de acciones, primero desglosamos en partes todas las secuencias para que cada una de ellas pueda ser aprendida individualmente, pero no puede decirse que las acciones hayan sido aprendidas hasta que una persona pueda realizarlas todas juntas como una totalidad sin una deliberación consciente.
Cuando una habilidad adquirida se utiliza repetidamente, hay que eliminar el elemento consciente para que la habilidad se vuelva habitual e inconsciente.

Muchos suponen que nuestros músculos voluntarios (sistema músculo-esquelético) se mueven siempre bajo nuestro deseo consciente. Pero para realizar movimientos delicados, se requiere la participación inconsciente de muchos músculos, pues en un movimiento dado no podemos controlar todos y cada uno de ellos.
Cuando se dice que un ejercicio debe realizarse rítmicamente o con fluidez, lo que se quiere decir es que el ejercicio se debe practicar menos conscientemente.
Para mí, esto se lee como: dejarnos hacer por el ejercicio, en lugar de estar controlándolo todo el tiempo.
La mente consciente se puede aplicar en el aprendizaje de movimientos nuevos basados en un nivel específico que trata de tener un efecto también específico.
Esos ejercicios pueden parecer al comienzo útiles y eficaces, pero están apartados de la esencia verdadera del movimiento. La motivación para hacer ejercicio puede variar, pero todo individuo debe experimentar la unidad esencial para permitir la espontaneidad sin la necesidad de ser conciente de toda diminuta distinción. Idealmente, los movimientos deben repetirse para que los detalles se aprendan naturalmente mientras se ejecutan, para que se vuelvan parte de uno mismo.

Como final, y sintetizando lo expuesto hasta aquí, digo: aprendamos la biomecánica del movimiento para abrirnos y soltarnos, animándonos a ser uno con nosotros mismos, para que luego, despojados de todo pensamiento, escuchemos “hablar al corazón” siguiendo su ritmo, su música; esa pulsión que vitaliza a un mismo tiempo todos los cuerpos en una unidad sinfónica de armonía y equilibrio.


Publicado por Claudio