¿Será éste el kairos, el instante oportuno, la chispa de la genialidad divina, donde estas mentes maceradas a puro temor o vicio, al fin se atrevan, como Ulises u Odiseo, a partir, luego de una victoria no menos humana que cualquiera, hacia su Itaca, tras dejar ciego a Polifemo, al comprender la ceguera propia; arremetiendo los infiernos del canto de sirenas, los mares embravecidos de toda confusión egoica y, dejando a orillas de la melancolía y el desamor, cada quién a su Edipo, a su Elektra?
¿Quién será el Aión, el niño anciano, el no tiempo, que le quiebre a Kronos su reloj inapelable y pétreo, le oxide su tiempo lineal como daga de una vida efímera y de la muerte fáctica?
¿Quién se entregará a lo eterno, más allá de este cuerpo y sus mezquindades o, permanecerá en un sin fin de deseos y placeres, como una serpiente que se muerde la cola; lamiéndose las heridas de un samsara interminable?
¿Quién será capaz de matar a su padre, sepultar a su madre, a Dios, a Buda y a cada ilusoria creencia, hasta descubrir que no caerá a los infiernos del Dante, si se lanza a la travesía de Ser Eso?
¿Ser Eso? Si, pero, no si antes no es uno mismo quien corte y ensamble los maderos, quiebre su ignorancia al cargarlos, forje sus propios clavos, lacere la piel y la carne (nunca el alma) se crucifique a sí mismo y mirando hacia la mente inexpugnable y, con el último aliento, antes de morir a la nada insípida, diga: “me perdono porque hasta hoy, hasta este alumbrado día, nunca antes, había sabido lo que hacía.
Resucitado este Ser, a los píes de la bienaventuranza, manifiesta, en unívoco silencio; YOSOY, Eso...
Daniel Shodo