Erase una vez...
Erase una vez un tiempo en que las personas se dedicaron a cultivar la Tierra y a aprender de la vida. En todos los sentidos cultivaron la Tierra, la tierra que produce el sustento, la tierra de su propio ser, la tierra de sus habilidades y capacidades, la tierra de su comunidad y la tierra del gobierno; por el gusto de conocerse y conocer la vida cada vez mejor, se exploraron a sí mismas indagando en su interior y exploraron tierras lejanas viajando y conociendo otros paisajes, otros pueblos, otras formas de vivir, otras habilidades, otro lo que fuera.
Fue durante el reino del mítico emperador Fu Hsi que dicha Tierra cultivada generó personas que se dedicaron en cuerpo y alma a penetrar en los secretos de la vida. El propio monarca incluido, un equipo de sabios se entregó a seguir el curso del conjunto de todos los movimientos bajo el cielo según sus ordenamientos eternos (Trueno, viento, fuego, agua, etc) Como dice un comentario recogido en el I Ching de Richard Wilhelm (p. 349): “Al penetrar con el pensamiento el orden del mundo externo hasta el fin, y la ley de su propia interioridad hasta el núcleo más profundo, arribaron a la comprensión del destino.”
Desentrañaron así la trama de los principios vitales no mutantes que dan estabilidad, (los ocho elementos naturales representados en los trigramas) consistencia y coherencia a la vida y propagaron su funcionamiento mediante el bagua (ubicación cardinal de los 8 trigramas) .Asimismo, hicieron poemas para explicar y divulgar la sabiduría de los 64 procesos de cambio que se recogieron en “El Libro de las Mutaciones”.
En aquella época los emperadores tienen que haber sido hombres sabios que ejercieron la función de soberano como un buen padre de familia. Ya que, de los textos de los hexagramas se desprende la importancia que dieron a los principios fundamentales para el desarrollo de las virtudes humanas y asimismo la atención que prestaron a la organización estatal para que tuviera un influjo estimulante y alentador en el corazón del pueblo y aumentara de modo natural la cooperación social en, por ejemplo, las comunidades agrarias (ver El Pozo de Agua, hexagrama 48).
La sencillez del bagua y la forma poética que emplearon para enseñar los principios esenciales y recordar los consejos correspondientes a las circunstancias cambiantes de la vida, hizo que la sabiduría del Libro de las Mutaciones echara sus raíces en el pueblo. De ahí que el pueblo chino hasta hoy en día emplea dictámenes del I Ching como refranes, sin conocer siquiera dicha procedencia.
¿Vivieron felices y comieron perdices?
Es de suponer que en tales circunstancias tanto la clase soberana como la obrera vivieron felices, ya que la gente se tranquilizaría al vivir en comunidades justas y comprobar que cada persona recibe continuamente las indicaciones de lo Creativo (El ceilo, la mente) para afrontar y superar sus dificultades y renovar su vida. Al darse cuenta de que los cambios cíclicos son imprescindibles para regenerarse, regularse y vitalizarse, todos cobrarían confianza en la vida respetando las coordenadas del bagua e interiorizando los consejos de los hexagramas.
Al saber cómo afrontar las dificultades, los agricultores, trabajadores, comerciantes, artesanos, artistas, funcionarios, administradores, príncipes, gobernadores y monarcas se dedicarían a su cometido confiando en sí mismos y en los demás. Todos superarían sus miedos, resolverían sus problemas, se dedicarían a sus trabajos y desarrollarían sus dones. Realizándose, explorándose y perfeccionándose, disfrutarían compartiendo sus habilidades, conocimientos y dones por lo que se sobreentiende que desarrollarían una cultura vital y maravillosa...
No obstante, no fue así para siempre. Las lecciones de la vida no se heredan ni se pueden enseñar. Hace falta sentir lo vivido, la experiencia no se aprende de otros. Muchas veces es necesario sufrir para alcanzar una lección oculta, ya que las lecciones de la vida se esconden y se disfrazan cuando no afrontamos en su momento la dificultad que la vida puso en nuestro camino. Es imprescindible sentir lo que estamos viviendo para poder recibir en nuestro fuero interno las lecciones de la vida. Por eso, el trabajo que hicieron nuestros ancestros, la educación que recibimos, la suerte de disfrutar condiciones vitales favorables, todo esto ayuda. Pero para sentirse feliz, cada ser humano tiene que explorar la vida, comprometerse consigo mismo y usar su libre albedrío, responsabilizándose de sus elecciones y decisiones.
Lo único que podemos y deberíamos hacer es afrontar los cambios, dejándonos guiar por las fuerzas armoniosas y benignas del orden universal. De dicha manera la vida nos da sus lecciones en su momento. Es a cada uno de nosotros -niños, jóvenes y adultos- abrirnos a las lecciones de la vida, salvaguardar éstas en nuestro interior y transmitirlas por nuestros actos. Procurando respetar los valores y factores no mutantes, encontramos pasito a pasito el camino de la vida, cuya veracidad se distingue por ser un camino de renovación, auto regulación y vitalidad.
El pueblo chino dejó escapar su dicha por indiferencia e inercia y el consiguiente abuso de la libertad humana y la corrupción. Una desgracia que ocurre siempre que dejemos de perseverar en la citada “actitud del noble”. Si obstruimos el curso natural de los cambios, bloqueamos nuestra propia fuente de vida, inmovilizándonos interiormente. Así consumió el pueblo chino la herencia de aquellos tiempos felices, ya que los hechos históricos dicen que habían perdido su libertad y cultura de vida unos mil años después del reino del emperador Fu Hsi.