Desde épocas remotas, el ser humano se ha convocado junto a su comunidad para celebrar o conmemorar acontecimientos que hacen a su cultura y acerbo popular como ser, nacimientos, cosechas, muertes, la menarca en las mujeres o la iniciación masculina de la caza en los varones.
También y con profunda gratitud ha rendido honores a la madre tierra o al padre sol. El sentido principal de todo ello nacía de una consciencia planetaria e interdependiente o sea, de saber fielmente que, la propia existencia no era posible sin todos y cada uno de los elementos que la componen como son, el agua, el oxígeno y las planas que lo producen o la luz y el calor de la estrella central de nuestro sistema que alienta las más variadas formas de vida.
Por razones que escapan a este escrito, sobre todo de espacio y tiempo, cometeré el error consciente de saltear varios pasos, episodios y décadas para llegar a nuestro presente y desde allí, intentar recuperar algo de ese pasado noble y divino del que todos somos parte aunque y, por lo que se ve, muchos han olvidado.
Tanto y tantos lo han olvidado que los “festejos” que hoy se realizan, al menos una buena parte de ellos, han caído en simples objetos de deseo, escapísmo y brutal consumismo semejantes de una humanidad desnaturalizada y superficial.
San Valentín, Hallowen, Navidad, el día del Padre, la Madre y…lo que gusten agregar a la cuenta, se han tornado tan siquiera, en meros pretextos de “juntadas”, compradas y catarsis virtuales de postéos y cadenas en redes sociales y whats app para que, al día siguiente, ni siquiera se recuerde dicho asunto y se huya pronto a ver qué otra cosa el sistema tiene guardado para dárnoslo a la hora que a ellos les conviene (porque hay que asegurarse las ventas y el consumo y para ello se tiene que panificar cuidadosamente el modus operandis que garantice la ganancia segura) y así sentir por un ratito, que se puede derrochar porque “hay permiso para festejar”.
Derrochar dinero, comida, energía, salud y tiempo (que nunca vuelve) porque nos dejan echar mano de ese “permitido” para que lo usemos a nuestras anchas (o, al menos así lo creen muchos) dejando en evidencia varias cosas a saber. Primero, que si hay permitido es porque a lo largo de buena parte del año hay “prohibitivos” Un ejemplo, terminadas las fiestas de fin de año, alguien me pregunta: ¿en esos días no te das un gustito de comer o tomar demás, vos que sos vegetariano? Tras lo escuchado, respiro, sonrío y contesto, ¿por qué “debería” desbarrancarme esos días, si nunca me prohíbo nada? Solo hago lo que me nace del corazón y eso ayuda a que todo transcurra sin sobre saltos y, mucho menos el tener que apelar a agachadas existenciales frente al verdadero gobernante de una buena parte de la humanidad que es, “el deber ser” y dejando paso nada más que al ser y sus consecuencias.
Segundo, que ese tirano que gobierna llamado “deber ser”, nutrido de culpa y miedo, tiene tanto poder (porque se lo damos) que moldea nuestras vidas sumiéndolas en mandatos de todo tipo como que, si es pascuas hay que comer pescado…Si es el “día del niño”, hay que regalarles juguetes. Si el de la madre, electrodomésticos o celulares última generación para aumentar el auto engaño de, ”todavía estás joven y nunca te vas a morir”…
Más aún, no se te ocurra decir que te vas a “quedar solo” en alguna de esas fechas, porque cunde tal espanto en quien lo escucha que, ni rezar un rosario completo lo calma de no poder tolerar en la soledad elegida sanamente por ese otro, el tener que ver reflejado su propia idea de soledad igual a: desamparo y pánico.
En tercer lugar, siento que si ninguna de las fechas programadas para reverenciar algún suceso determinado existiesen, casi nunca se oiría a alguien decir: "Felicidades", debido más a un "tenemos que saludar", que a un sentimiento genuino por el deseo de bienestar del prójimo.
Creencias, sólo creencias sin sustento verdadero o, si alguna vez lo tuvieron, se perdieron en la larga noche de los tiempos, y... en algún shoping transformándose en puros momentos mercantilistas y banales.
Creencias y “festejos” se atienden con tal automatísmo que asusta ver el alto índice de apatía reinante que deviene en momentos de euforia y arrebato emocional (el día en el que el almanaque da permiso para brindar) para luego, volver al adormecimiento acostumbrado. Ese dormitar que no alienta ni por un instante a preguntarse: “¿qué es todo esto a lo que reacciono sólo porque así se espera que lo haga, sin tomarme un breve lapso para, al menos, averiguar de qué se trata tal evento y confirmar si sinceramente me siento motivado a participar o sea, a accionar desde el corazón y con una mente clara, en lugar de sólo disparar frases hechas y convenientes al sistema de turno?
Celebrar es un rito humano ancestral maravilloso pero, siempre que nazca de un corazón abierto a ofrecer total gratitud; gratitud por existir, por ser y no, porque “debe ser”. No, porque del “tenemos qué”, nada bello surge, sólo obligaciones y un maniqueísmo despiadado que mata el espíritu divino de toda divinidad y lo pone al servicio del mercado (y con él a nosotros) volviéndolo nada más que una imagen petrificada de plástico, o metal o sea, superficial y rígida como el propio humano que adhiere a ello porque así se siente y vive aunque, probablemente, sin saberlo.
Celebrar, recordar (volver al corazón) cuando es desde el corazón, no necesita aspavientos ni fuegos artificiales o si, pero como consecuencia de y no, como resultado que se busca sólo para figurar. Como consecuencia de que se ha podido comprender que, el hecho mismo y crucial de poder estar respirando justo aquí y ahora, gracias a un sinfín de sucesos extraordinariamente encadenados, es, en sí mismo, un milagro inenarrable digno de toda consideración natural y a su vez, sublime.
Por supuesto que en muchos de los rituales antiguos podían encontrarse aspectos supersticiosos a causa de no poseer un mayor conocimiento científico pero, no es menos cierto que cuando la ciencia desentraño algunas de esas cuestiones, lo hizo a costa de mucho desprecio y violencia contra multitud de grupos étnicos los cuales, se vieron inmersos en matanzas, discriminación y usurpación de todo tipo.
Pese a todo, lo que es natural nunca muere del todo y por tanto, en un movimiento siempre cíclico, lo que la noche oscura oculta, la luz de la inteligencia espiritual un día revela.
A estas alturas queda claro que llevo muchos años sin la necesidad, (esa es la palabra correcta, necesidad) de festejar nada que no sienta verdadera y sinceramente, ni siquiera mi cumpleaños. ¿Por qué? Simple, cuando vas transitando la práctica de zazen o Budismo zen, lo que sucede es un continuo soltar todo lo que ya no hace falta. Lo que va sobrando y entonces, la austeridad, no la pobreza, la austeridad, ocupa todo el terreno del cuerpo, la mente y la vida y lo que vamos notando es, como antes señale, que lo que prevalece es una alegría serena de dimensiones inexplicables producto de un amor que late ahora y en este sitio donde la vida me respira envuelta de una gratitud que nada tiene que ver con aspectos morales o religiosos mezquinos del tipo: “decile gracias al señor que es buena educación”. No, la gratitud de la que hablo, es aquella que se manifiesta a causa de saber que, existo porque existís. Y que no existo porque no hay cómo limitar mi ser pues, lo que ves o percibo, es apenas un átomo más de billones de átomos conformando universos interminables, también.
Si llegaron hasta aquí, por favor, lean un poquito más que me gustaría compartirles, a propósito de celebraciones distorsionadas, lo siguiente.
EL sentido real de la Natividad, no es que ese lugar y día lo ocupe un personaje, (también desvirtuado de su original y que en épocas de hambruna ofrecía ayuda y obsequios a los más necesitados) a los fines de incrementar las ventas a una gaseosa multinacional (observen que está vestido con los mismos colores de dicha empresa cuando, el personaje del que fue plagiado vestía ropas humildes y de color verde) como si, el hecho de recuperar la consciencia de que quién nace ese día, (un día convenido por el emperador Constantino o sea, Jesús no nació un 25 de diciembre) es el niño interior o, la inocencia evolutiva que permita alcanzar a ver y vivir la vida en su máximo potencial de compasión y respeto por parte de cada ser humano. Es decir, la Navidad es un portal, una nueva oportunidad para contactar con tu ser real y natural pero, aprendiendo a hundir las manos en el lodo del ego o del pequeño “yo” y descubrir entonces, quiénes somos en verdad para bien de todos los seres y existencias pasadas, presentes y las por venir.
Pero no, todo termina reducido a un frenesí de compras y atuendos porque va a llegar Papá Noél siempre y cuando, eso sí, te hayas portado bien o sea, hay que negociar el premio tan sólo por el premio en lugar de aprender a actuar correctamente según el orden natural de las cosas creando y criando así, les guste o no a los adultos, a un potencial corrupto que, ahora, aprendió a que si quiere algo, se lo tiene que ganar mintiendo.
¿No sería más fácil y maravilloso que le ofrezcas un obsequio a tu hijo mirándolo a los ojos porque lo amas?...
Celebrar o no celebrar, no es la cuestión. La cuestión es aprender a hacerlo para bien de todos los seres sensibles y no, porque el calendario te autoriza a que te embriagues, te indigestes, mal gastes y continúes perdurando en un mar de ilusiones y sufrimiento.
Alza una copa, escribí una postal o brinda un abrazo aunando tu corazón al corazón de los que estuvieron antes y al corazón de los que vendrán después porque así, y sólo así, habrás recuperado el valor intrínseco de celebrar la vida en todas sus formas.
Shodo Rios