viernes, 5 de mayo de 2017

Parar la pelota


A mi viejo


He amado jugar al fútbol desde que era muy chico y lo continué haciendo durante muchos años hasta que por decisión propia, lo deje para poder cuidar o evitar que mi cuerpo se lesionara.
Recuerdo con mucho amor esos días y tardes de pelota, potrero y amigos como la pasión por ponerme los cortos, la camiseta de mi club preferido y el placer inenarrable de patear la redonda y correr dentro de un campo incansablemente.

Hoy y luego de colgar los botines, como se suele decir en la jerga futbolera aunque no la pasión por el juego en sí, he podido reencontrarme con ese mismo amor al ejercer mi profesión como profesor de chi kung, practicante de Budismo zen o masajista. Claro, ya no se trata tanto de "jugar" aunque si de crear y recrear desde esas disciplinas, una forma de vida capaz de tomar, porqué no, algunos de los muchos aspectos positivos del fútbol y colocarlos en las clases como por ejemplo, el trabajo en grupo o en equipo, el amor por conocer y respetar el cuerpo aprendiendo a mejorarlo comprendiendo su estrecha relación con la mente, las emociones como el territorio y tiempo actual que ocupa.
Enseñar el valor de aprender a aceptar los límites o sea, si te toca ser de los que meten porque no hay mucho más bue, a meter se ha dicho pero, con el amor puesto en ese cuerpito que es la vida misma y bien merecido tiene disfrutarla; o tal vez las musas se han portado algo mejor con tus condiciones corporales y sos de los que se sueltan, dibujan y recrean el alma y la vista de quienes te vean en la cancha de la espiritualidad pero eso si, con perfil bajo y ayudando a que el equipo no juegue solo para vos y si para todos.

De ese lugar pasional como controvertido que es el ámbito del fútbol, siempre rescate una frase tan popular como profunda que mi viejo dice desde vaya a saber cuando y que en muchas ocasiones me a ayudado a jugar mejor el partido del vivir como es "parar la pelota"
Parar la pelota en el fútbol no es para cualquiera pues, tener esa virtud es de aquellos cuya inteligencia emocional, corporal y espacial los lleva a ser los distintos y casi únicos, en relación a esos otros jugadores que son más de arremeter, empujar, poner pierna fuerte o correr transgrediendo las mismas leyes de la física.
El que sabe parar la pelota es el que piensa pero más aún, es el que intuye que la cosa necesita un breve respiro para echar una mirada rápida y asertiva sobre el terreno y los compañeros para resolver el asunto de tal modo que las chances de avanzar y anotar queden casi definidas pero, sin dejar de lado el gusto refinado por tocar, pasar, y disfrutar del despliegue y hasta del bailecito gambeteador aunque sin gastar al rival, de modo de no llegar de puro atolondrado y empujando al gol por el mero hecho de ganar y si con la jerarquía, el bien hacer del buen pie de los que aman el juego más allá de todo trofeo o aplauso.





Parar la pelota en la vida diaria, en el trajín laboral, en la enfermedad o en la existencia misma cuando nos pasa factura para no continuar moviéndonos por ella cual robots. Parar la pelota en las relaciones o a la hora de decidir qué vida queremos construirnos, es sumamente necesario de lo contrario, acabamos tropezando más veces de las deseadas con lo indeseado, cayendo y cayendo en la trampa que todo miedo arma seduciendonos con miles de justificaciones para no salir de acá, donde esa acá sea, porque, "vaya uno a saber donde terminaríamos" aunque al mismo tiempo nos la pasemos quejándonos de éste presente o, en su defecto, del pasado el que muchas veces crea o empuja la salida al ilusorio e inexistente futuro.

Parar la pelota y mirar, escuchar, ordenarse, sentir el latido del corazón mientras el sol nos acaricia la frente y el sudor nos recorre la espalda dejando que sigan de largo los fantasmas y surja desde el fondo de nuestras entrañas la señal que indique el camino certero por donde continuar el juego y pasarla, eso, acordarnos siempre de pasarla, de compartirla o sino, vamos a escuchar que nos griten desde alguna tribuna: ¡no seas morfon!, pero también nos lo reclamaran en el laburo, los amigos o en casa es decir, no lo queramos controlar todo y a todos, todo el tiempo, tengamos presente que jugamos con otros y juntos, que si bien es sumamente importante la decisión propia, como la soledad bien vivida, ese espacio interior donde está el que somos, el que ya tiene todo lo que le hace falta para salir a la cancha sin amedrentarse porque el rival presente a los mejores (al menos a mi, me gusta jugar siempre con y contra los mejores); es decir, ya tenemos la pelota, esa mínima expresión de la redondez encantadora y casi perfecta del planeta tierra, la capacidad de convivir con la gloria tras haber aprendido a conocer la derrota porque ahora la llamamos oportunidad y el amor, el también está, que sería posible sin él, ¿no? y la alegría, el coraje, la calma, la serena consciencia para no olvidarnos que cuando se anda por esta bella esfera se anda el propio sendero, el propio lugar del terreno donde ocupamos el puesto que se hizo justito para nosotros, como señale párrafos antes pero, en tribu, con los otros, con los animales y las plantas, las montañas y el cielo, con el agua y la luna, con la noche clara y la tormenta inesperada. Después de todo, si el equipo no está completo, vamos a estar perdiendo antes de comenzar.

Solo resta que te decidas a jugar, a ponerte los pantaloncitos, o la falda de mujer íntegra, el hábito de ser humano que no es otro que el que ahora llevas puesto y salgas a jugar, a revelarte a todo condicionamiento que te estanque en la mezquindad de subsistir a base de tirarla afuera (culpar a los otros, a Dios o al destino) o que la fortuna o la carambola de algún casual contraataque te permita convertir un golcito de mala muerte (placeres superfluos)  mejor salí,  disfruta que la tarde está linda, linda para patear un rato y abarcar la cancha completa que no es otra que tu vida misma, ¿o te vas a quedar en el banco a que otro te diga cuando podes entrar? Salí, dale, así como ahora estás, donde ahora estás y algo más, no te cambies la camiseta jugá con la que te aprieta, la que está arrugada o embarrada y que como cada día ahora lucís y deja que el viento de la consciencia bien habida la vaya limpiando y estirando poquito a poquito, partido tras partido, hasta que luzca con los colores de tu hermosa humanidad porque después de todo, si ya estás acá, ¿te lo vas a perder, vas a dejar que la vecina resentida de al lado o sea, tus falsas ideas e ilusiones temerosas te pinchen la pelota, las ganas de pisar el pastito, o la aventura áspera y bella de jugar y ser feliz?

Claudio Daniel Rios


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