viernes, 23 de mayo de 2014
Y Felipe volvió a Chi Kung
En enero de este año, les narré en un artículo publicado en este mismo blog la hermosa experiencia de poder acompañar una buena parte del proceso de embarazo vivido por una de mis más queridas y antiguas alumnas de chi kung, bajo el título: "Chi kung es la vida misma".
Allí comenté cómo Vanesa fue vivenciando nuestra práctica de chi kung al igual que las sesiones de masaje shiatzu, en cuanto a las diferentes sensaciones que tanto ella como el bebe manifestaban bajo los estímulos recibidos. Todo ese período fue transitado por mucha emoción, respeto y amor por parte de los tres, pues como terapeuta, pero más aún como hombre y ser humano, me sentí muy involucrado en todo ello. Lo que quedaba era aguardar que Felipe naciera y un día volviese a las clases con su mamá para poder apreciar cuánto de esos muchos encuentros dentro del vientre materno él podría haber registrado. Y así ocurrió, Felipe volvió a las clases de chi kung hace unos poquitos días, conmoviendo a más de uno, yo incluido, y expectante de lo que podría suceder durante la clase que su mamá tomaría con el resto de sus compañeras, al tiempo que el niño nos observaba desde su cochecito.
Felipe irradia calma, belleza y todo el chi propio de una vida que se inicia y se lanza hacia adelante, pero con una mente pura y fresca, la cual nos recuerda, en sus diferentes expresiones corporales, que lo único que existe es el ahora. Felipe se ríe y se balancea sin prejuicios, viendo a su mamá moverse. Se fascina cuando lo paseo en mis brazos por nuestro salón de práctica y le hablo bajito, sorprendiéndome con una mirada profunda y pacífica como si algo en mi tono de voz le fuese familiar o conocido, o quizás, es tan sólo mi deseo de que así sea. Sin embargo, y durante el transcurso de la clase, Felipe va dando muestras de que algo o mucho de lo que en la clase vamos realizando le es propio, ya que sus ritmos y comportamientos van a tono y al unísono con los nuestros. Al comienzo, cuando nuestros movimientos son más ágiles para ir calentando nuestras articulaciones, Felipe mueve sus brazos con entusiasmo y patea con mucha energía balbuceando en su idioma. Cuando la clase baja de intensidad y nuestros movimientos pasan a ser más pausados, Felipe se aquieta, por momentos sonríe y echa al grupo una mirada sosegada y cómplice. Sobre el final, ya sea que nos sentemos a ejercitar nuestra respiración o a meditar unos minutos, Felipe se va durmiendo lentamente para envidia de más de uno, que también quisiera dormirse un ratito en la profundidad de su silencio.
No sabría decir exactamente cuánto percibió Felipe de nuestros encuentros semanales en las clases de Chi Kung durante los meses que flotaba dentro de la panza de su mamá, seguramente y a medida que se vayan sumando más participaciones de él en nuestras clases, lo podré ir sabiendo, pero más allá de todo lo que pueda contarme Felipe sobre nuestra relación, la que los tres hemos ido construyendo hasta ahora, lo que sí puedo compartir con ustedes es el sentirme profundamente agradecido de poder ser parte de esta hermosa aventura, de este recorrido por la mente y el alma de ese bebe, que acaricié a través de la piel de su mamá con cada masaje, que toqué indirectamente con cada ejercicio, como con el sonido de mi voz. No quiero ser injusto y olvidar que si de algo Felipe también se nutrió fue de la compañia amorosa de las demás alumnas que acompañaron buena parte de ese período y que hoy continúan acompañando como mamás sustitutas cuando Feli se inquieta por algo para que su mamá, Vanesa, pueda hacer la clase más tranquila y en buenas manos.
Bienvenido Felipe a nuestras clases, una vez más. Bienvenido pequeño maestro por enseñarnos sin proponérselo, cómo se respira desde el origen, desde el tan tien, desde la fuente misma de la vida eterna para guiarnos hacia allí tomándonos con sus pequeñas manos, iluminándonos con su cristalina sonrisa y su serena alegría. Gassho.
Publicado por Claudio
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