La puntualidad es el título con el que se encabeza uno de los capítulos del libro “Kyudo Zen”, memorias del Japón, escrito por Luis Falconi.
Al respecto dice: “Un maestro observa siempre tres cosas del alumno: puntualidad, respeto y etiqueta. Si faltara alguna de éstas, da lo mismo si la técnica es correcta o equivocada, o si se acierta en el blanco o no. El examen será reprobado. El tiro con arco correcto es la consecuencia de estos tres puntos”.
Cuando leí esta sentencia, no pude menos que concordar, sin que por ello, y al mismo tiempo, no repasara cómo fue que llegué a poner en práctica estas actitudes.
La puntualidad es una virtud que llevo conmigo desde siempre, recuerdo que durante años enteros tenía la costumbre de no usar reloj, y así y todo, rara vez me demoraba. De manera que, de los tres puntos aquí subrayados, el primero es algo que no me ha requerido ningún esfuerzo.
El segundo punto, el respeto, es un puerto al que fui llegando poco a poco a medida que iba conociéndome cada día un poco más como para tener conciencia de que lo que estaba haciendo o diciendo corría principalmente bajo mi entera responsabilidad. Por lo cual, y además de haber dejado de echar culpas ante mis “fracasos”, puede ir comprendiendo que la elección tomada era y es una forma clara y concreta de actuar con la vida, por lo que no podía menos que ser respetuoso con ello, porque, además, pasaba a serlo con los demás seres. Esto sin importar qué práctica, actividad, profesión u oficio se realice, pues el solo hecho de estar allí y tomar dicho compromiso no puede llevarse a cabo sin el debido respeto por todo lo que está implícitamente o no interrelacionado.
El último comportamiento, la etiqueta, también es un aspecto de la manera en la que nos mostramos ante las diversas formas de vida que me llevó mucho tiempo considerar, y me explico: como siempre detesté los sacos, camisas planchadas o corbatas, tardé mucho más de lo deseado en aceptar que la etiqueta no tiene nada que ver con el estatus social que presupone vestir ciertas ropas a través de las cuales no sólo nos damos a conocer sino que también nos acreditan una identidad y una cierta jerarquía social en la que nos cobijamos con el fin de que nos asegure ser aceptados.
Cuando me vestí combatiendo estas creencias, no pude hacer otra cosa que ponerme en contra de toda diplomacia y formalidad “correcta” sin notar que cuanto más me resistía a ello, más me convertía en lo mismo.
Sin embargo, desde que me puse delante de una clase para compartir la práctica del Chi kung, por ejemplo, fui dándome cuenta de que lo importante no radicaba en la ropa en sí misma sino en la intención con la que era colocada sobre mi cuerpo. Es decir, el más simple de los trapos puede convertirse en las ropas de un rey si ésta se lleva con humildad, desapego y respeto, observando que, sobre todo, esté limpia.
En pocas palabras, vestir el cuerpo con amor es mucho más que lo que se lleva puesto; es, en todo caso, la gratitud de poder contar con ello para vivir con dignidad y la austeridad justa que permita no caer en el abandono, como tampoco en la carrera interminable de un consumo basado en la insatisfacción de la propia existencia.
Poner el ojo o visión correcta en estos tres aspectos centrales de la práctica del tiro con arco “kyudo” no puede menos que confirmarme que el camino emprendido es el que mi corazón y mi mente concuerdan, como también tener presente que si el dojo de práctica es mucho más que un espacio físico determinado, no hay razón para no poder llevar esta actitud con la vida, la de la puntualidad, el respeto y la etiqueta, a todas partes.
Publicado por claudio
Al respecto dice: “Un maestro observa siempre tres cosas del alumno: puntualidad, respeto y etiqueta. Si faltara alguna de éstas, da lo mismo si la técnica es correcta o equivocada, o si se acierta en el blanco o no. El examen será reprobado. El tiro con arco correcto es la consecuencia de estos tres puntos”.
Cuando leí esta sentencia, no pude menos que concordar, sin que por ello, y al mismo tiempo, no repasara cómo fue que llegué a poner en práctica estas actitudes.
La puntualidad es una virtud que llevo conmigo desde siempre, recuerdo que durante años enteros tenía la costumbre de no usar reloj, y así y todo, rara vez me demoraba. De manera que, de los tres puntos aquí subrayados, el primero es algo que no me ha requerido ningún esfuerzo.
El segundo punto, el respeto, es un puerto al que fui llegando poco a poco a medida que iba conociéndome cada día un poco más como para tener conciencia de que lo que estaba haciendo o diciendo corría principalmente bajo mi entera responsabilidad. Por lo cual, y además de haber dejado de echar culpas ante mis “fracasos”, puede ir comprendiendo que la elección tomada era y es una forma clara y concreta de actuar con la vida, por lo que no podía menos que ser respetuoso con ello, porque, además, pasaba a serlo con los demás seres. Esto sin importar qué práctica, actividad, profesión u oficio se realice, pues el solo hecho de estar allí y tomar dicho compromiso no puede llevarse a cabo sin el debido respeto por todo lo que está implícitamente o no interrelacionado.
El último comportamiento, la etiqueta, también es un aspecto de la manera en la que nos mostramos ante las diversas formas de vida que me llevó mucho tiempo considerar, y me explico: como siempre detesté los sacos, camisas planchadas o corbatas, tardé mucho más de lo deseado en aceptar que la etiqueta no tiene nada que ver con el estatus social que presupone vestir ciertas ropas a través de las cuales no sólo nos damos a conocer sino que también nos acreditan una identidad y una cierta jerarquía social en la que nos cobijamos con el fin de que nos asegure ser aceptados.
Cuando me vestí combatiendo estas creencias, no pude hacer otra cosa que ponerme en contra de toda diplomacia y formalidad “correcta” sin notar que cuanto más me resistía a ello, más me convertía en lo mismo.
Sin embargo, desde que me puse delante de una clase para compartir la práctica del Chi kung, por ejemplo, fui dándome cuenta de que lo importante no radicaba en la ropa en sí misma sino en la intención con la que era colocada sobre mi cuerpo. Es decir, el más simple de los trapos puede convertirse en las ropas de un rey si ésta se lleva con humildad, desapego y respeto, observando que, sobre todo, esté limpia.
En pocas palabras, vestir el cuerpo con amor es mucho más que lo que se lleva puesto; es, en todo caso, la gratitud de poder contar con ello para vivir con dignidad y la austeridad justa que permita no caer en el abandono, como tampoco en la carrera interminable de un consumo basado en la insatisfacción de la propia existencia.
Poner el ojo o visión correcta en estos tres aspectos centrales de la práctica del tiro con arco “kyudo” no puede menos que confirmarme que el camino emprendido es el que mi corazón y mi mente concuerdan, como también tener presente que si el dojo de práctica es mucho más que un espacio físico determinado, no hay razón para no poder llevar esta actitud con la vida, la de la puntualidad, el respeto y la etiqueta, a todas partes.
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