Primera parte
Nunca exhalamos el pasado tampoco
inhalamos el futuro.
Inhalamos y exhalamos
solo
el presente
aquí y ahora.
La respiración entra rozando suavemente la piel de mi nariz y abarcando cada alveolo de mis pulmones, llenándolos. Me amamanto del aire que la sangre transporta y el corazón bombea hasta cada célula de mi cuerpo bañándolas de “chi” o energía vital. Luego, deviene una ínfima pausa oscura y silenciosa como el universo interminable, tras la cual el anhídrido carbónico, lo que sobra, lo que se ha quemado, sale para entrar en estos árboles que ahora me rodean. Después, nuevamente la calma que precede al amanecer de la próxima inhalación. Ellos, los árboles, se abren y me dan el sagrado alimento del oxígeno. Así nos damos y nos recibimos los unos a los otros creando el mandala de la vida, del amor y la muerte. En el mercado de la existencia trocamos moléculas y átomos sin tiempo ni edad. Entrelazamos nuestras historias escritas de infinitas historias, de pájaros, de lágrimas, de sol, de cuerpos.
El aire pasa como por una puerta de vaivén, como dice el maestro Suzuki, en un movimiento constante de entrar y salir que continuará mientras mis ojos brillen. Y en el justo medio, mi ser, invocándome para que despierte y aprenda a tomar sólo lo necesario de la vida; para que despierte y aprenda a soltar y a dejar partir sin pensamientos lo que abunda.
No tener que estar atentos a nuestra respiración es un alivio, pero también se puede tornar un incordio porque sin notarlo a lo largo de los años y por razones muchas veces difusas, la respiración se nos vuelve chiquita, acelerada, y la vida, en consecuencia, resulta carente de vitalidad y de amor. Lo cierto es que va mermando nuestra capacidad de oxigenarnos correctamente, lo que equivale a decir, a vivir correctamente. Aunque no nos agrade admitirlo, la respiración marca nuestro paso por la vida y viceversa. Y es que la respiración y nuestras emociones son almas gemelas. La una no puede prescindir de la otra. Si dudan de esto, observen, por ejemplo, que cuando estamos ansiosos, la respiración no puede ser calmada. Lo mismo, si estamos tranquilos, no respiraremos agitados o rápido, por el contrario, lo haremos despacio y en profundidad.
Sin embargo, y para nuestro bien, la respiración es la única función del sistema neurovegetativo que podemos realizar a voluntad. De manera que contando con la ayuda de algún profesional que nos enseñe algunos ejercicios de los cientos que existen y que nosotros nos ocupemos de practicarlo diariamente, será suficiente para recuperar total o parcialmente la capacidad aeróbica que tuvimos durante nuestros primeros años de vida. Esto resulta factible por el hecho de que nuestras células guardan registro de todo lo acontecido y la forma en que respirábamos de niños es uno de los muchos datos almacenados en ellas. De tal modo que será suficiente con una práctica constante para recuperar y mejorar esta función.
Si el método escogido para trabajar con la respiración es la práctica de zazén o meditación zen, aquí les explico cómo lo realizamos.
Durante zazen, comenzamos por escuchar la respiración que estemos haciendo en ese momento sin cambiar forzadamente nada: inspiramos..., expiramos..., inspiramos...,¿cómo estamos respirando?
El punto de concentración se dirige hacia la punta de la nariz para poder sentir el paso del aire y el roce que éste produce en ella. Con el tiempo de práctica se irá buscando que la exhalación sea más prolongada que la inhalación y también que el aire llegue hasta nuestro “hara” – punto ubicado a cuatro dedos por debajo del ombligo – siendo ése el centro concreto de nuestro ser, anatómica y energéticamente. Para facilitar la concentración en la respiración, se puede recurrir a contar el tiempo que el aire tarda en entrar al cuerpo, por ejemplo, cuatro tiempos, y el que demora en salir, seis tiempos, consiguiendo así uno de los propósitos, que es espirar más largo. También pueden contar las exhalaciones comenzando por uno hasta llegar a diez y luego volver a comenzar. Si en algún momento del conteo se distraen, lo que se sugiere es volver a comenzar por uno.
La respiración relajada y profunda puede otorgarnos muchos beneficios como por ejemplo:
Reduce la hipertensión arterial.
Mejora la capacidad de memoria, atención y concentración.
Baja los niveles de cortisol (hormona del estrés).
Contribuye a disminuir el colesterol.
Fortalece el sistema inmunológico.
Mejora la digestión.
Favorece la buena circulación sanguínea arterial y venosa.
Mejora el funcionamiento del cerebro y de todo el sistema nervioso.
Y por si todo esto huele a poco, sepamos que al respirar desde el hara nos volvemos uno con el cosmos.
Publicado por Claudio